
Ahí es donde me escondo. Mis mentiras serán eternas, yo puedo morir mañana pero ellas se quedan, tras haber pasado como un bachillerato de emociones con un trayecto entrañable y breve. Eso hace que me sienta tantas veces –de ahí que utilice la literatura como una mentira propia, bien fabricada, bien sufrida- como ahora, un hombre solitario sin propina ya en la vida. Es mi manera de sacarle a la mañana su tiempo más generoso y más iluminado, como si le hubiera robado dos o tres horas más al día. No es verdad, ya no tiene veinticuatro, le ha de quedar tiempo para mis mentiras.
Puede que me llegue en un descanso, en una hora intacta –como regalado por alguien- un despojo de un amor que no tuve o no supe reconocer o darle el inmenso valor que tenía. A la espera, bebiendo, como en dos posturas, una copa de alcohol para vivir y otra para beber. Eso me ha llevado (no lo pude remediar o no conseguí hacerlo) a sentirme como ahora: un hombre ya maduro y dolorido, como inscrito en un sindicato vertical hace no sé cuántos años, eso que me permite hacerle la guerra a mi guerra y querer ganársela luego. Antes fui capaz de ganarla siempre, ahora ya es una especie de derrota íntima que no sé cómo viene, pero viene.
Cada vez escribiendo insisto más en un puñado de metáforas –como en su día hicieron felizmente Cela y Umbral. Y voy intercalando así una cita feliz y equivocada que a mí ya no me sirve. Será mi vanidad, mi presunción, (debe ser que llevaban razón cuando me lo dijeron) pero me da lo mismo, todo se viene abajo cuando tienes suficiente poder con las palabras por sí mismas para decir lo que sientes. Y lo tengo para darle luego forma de vicio. Eso es el lenguaje, multiplica por mil cada hallazgo, cada pensamiento. Nadie lo ha dicho mejor que Lila ó Espe, tengo que averiguar cómo se llama muy en la intimidad.
Contaba Reyes en su blog “Por aquí vamos bien”, con esa extraña religión que tienen los poetas, que “de noche saben desmenuzar los miedos/y esperar el alba con los ojos abiertos” y le contesté que mi noche es incompatible con todo lo que he hecho. Como veis voy intercalando las metáforas y los versos buenos.
Así, pues, no tengo secreto. Con la literatura por en medio y el poder del lenguaje vengo engañando. Finalidad: sentir yo menos daño con la forma más literaria de mentir, desentenderme poco a poco de las cosas amargas que me trae la vida, ésa es mi licencia, ahí queda el hueco para que me perdonéis luego.
Pero siempre tendré el propósito de la belleza, eso sí. Ahí echo mano de mi mayor ingenio como cualquier hombre, de la propia modestia del ingenio (no es vanidad, es un intento). Pero tener siempre presente que cada uno escribe siempre lo que sufre, sino no escribe. Es verdad, buscamos la belleza y lleva razón el poeta Carlos Marzal, ya que tengo en mis manos “Ánima mía”: “la belleza es verdad sólo si duele”. Mientras busco la belleza, me empadrono con la literatura, mi licencia de mentir y sufrir.
Pero todas esas mentiras, me ayudan a vivir, hasta me defienden de la muerte. Que deje de llamarme un amigo o un familiar que te llamaba muchas veces, más o menos eso debe ser la muerte.
Bueno, ya veremos qué hago, si esconderme leyendo y escribiendo o saliendo otra vez, como si nada a la calle, fijarme en las cosas que me fijo siempre: cómo andan ahora las mujeres, como si volvieran a tener los muslos lentos y anchos de hembra antigua con nalgas redondas y casi desteñidas; y volver a casa, otra vez a que se haga de noche, amistosa en apariencia pero vacía; las ocupaciones como un simbolismo ofrecido de la vida que te hace recordar otra vez los errores de siempre.
Y al final, pasa lo de siempre, los libros con olor a soledad y tinta impresa; el diccionario que a veces estudio despacio palabra por palabra, sobre todo las que escribo muchas veces, las que ya me las sé; la gramática que me busca el sitio para no despilfarrar demasiado lo que escribo.
Y la literatura, la mentirosa literatura de mi vida con su intensidad, su pasión, la soledad que precede.