martes, 18 de marzo de 2008

Con zapatos de tacón por casa

Y todavía quedan unos cuantos vestidos en tu armario que no te pondrás ya nunca. Desde entonces entré, desde que te fuiste, en la Verdadera Soledad, es una especie de paraíso, infalible e indeseable.

Hoy recuerdo ineludiblemente la ropa que te comprabas, las veces que la cambiabas, cuando preguntabas por tu futuro como si alguien fuéramos a saber algo del futuro, de lo que va a venir, de lo que tenemos pendiente.

Mi abrazo más largo hubiera sido insuficiente, dejamos uno pendiente –te acuerdas, para la vuelta, eso tienen a veces los viajes que en el retorno no nos encontramos todos. Por eso me hace falta la fuerza suficiente para quererte sin sentirte en el cuarto de al lado, todas las tardes hábiles que nos servían a los dos para esperarnos. Porque eso es lo que existe ahora, una espera en la que no tardaremos en vernos.

Con zapatos de tacón por casa, una belleza natural puesta, la manera de conversar que tenías o la ausencia total cuando la puerta de tu cuarto estaba totalmente cerrada. Siempre te la respetamos, era como la soledad propia que cada uno la manifiesta de una forma.

Tenías una manera desconcertante de vivir que no siempre podíamos entenderte, sin saber cómo vivías a pesar de las horas que estábamos juntos. Tu mundo de riqueza lesionada y propia, a veces con escasas palabras y por eso te extrañaba verme tanto a mí entre libros y escribiendo, ésa era mi elegida soledad como una desmemoria antigua y llena de silencio. La mezclaba con la tuya, mientras suplicabas vivir un poco más, morir más tarde.

Lo malo es que te fuiste sin avisar, dejaron de sonar por la casa tus zapatos de tacón de estar en casa, tu manera insistente de leerte los periódicos, la amenaza de tu propia habitación, imposible que la ocupara cualquiera, era únicamente tuya y tu manera de tener la puerta mal abierta, tu fugacidad en espera de tu tránsito.

Tenías siempre a la vista tu futuro breve, la heroicidad de tu flaqueza tantas veces inevitable. Ibas a ser, ibas a tener, un final despacio y solitario, cruelmente solitario. La vida te fue negando lo que era más difícil: los deseos que no podías tener, te fue negando ni tan siquiera preguntar por ellos, ni tuviste destino, ni tiempo, no fue ni lo anterior, ni lo distante, ni lo futuro, fue un asunto confundido, una espesura que te hizo daño siempre.

Hoy mejor que no hablemos de la vida, recordemos tu mejor imagen, se me ha quedado tu costumbre de vestirte para estar en tu cuarto, salir algún rato y volver a estar en casa. Era un lujo mirarte, una sensación de que una hija puede ser lo más importante, una hija que se empeñó en marcharse, ibas a cenar, te acuerdas, la bandeja a los pies de tu cama, no pudiste de repente respirar y no nos esperaste.

Lo hicimos lo mejor que pudimos, te quisimos, vivimos contigo, Ahora cuando alguna noche no puedo dormirme, te recuerdo caminando por ese tan largo pasillo lleno de libros. Yo lo hago descalzo, siempre, igual que tú en cambio lo hacías con zapatos de tacón.

Espéranos, no tardaremos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy,solamente mi beso...


Bolboreta

Fran dijo...

Con tu beso, hoy, es suficiente.
Gracias y el mío.

Anónimo dijo...

Siento no haberte hecho compañía en este día tán señalado para tí, sí que me acordé el día 17, paseando entre calles desconocidas y a la vez tranquilas para mí, me acordé.
Lancé un besahuecos al aire y al cielo.
Garanza

Fran dijo...

Me la hiciste, la noté -tu compañía, cada vez que caminabas por aquellas calles desconocidas y tranquilas para ti. Desde alli mandaste un besabuesos al aire.

Estoy seguro que le llegaría a ella. Gracias

Anónimo dijo...

Después de unos días de descanso,te leo,admiro tu sentimiento,recordando,lo que más querías.
Las huellas que dejó en el camino de la vida, no dependen solo de los zapatos que utilices, sino de tu manera de transitar por él.Hay escenas cotidianas, difíciles de imaginar, si no fuera, por la locura de ser testigo, empujado a su puerta entreabierta, sin posibilidad de huída.
Huele a tristeza y a impotencia. Es una especie de olor a moho, que se te pega a la piel y en el alma.
Me uno a tu sentimiento.
Ana

Fran dijo...

Esa es la precisión contenida: lo que más quería y las imborrables huellas que ha dejado. Su puerta fue un muro que respetamos siempre, un muro duro y difícil para ella y para los que estábamos fuera.

Gracia. Un beso