domingo, 9 de diciembre de 2007

Trajiste más certezas


Trajiste como haces cada vez un anzuelo invisible de certezas, de memorias que a ambos nos convienen. Pienso que lo que está en uno mismo está en otros –mal que nos pese, que dices tú, en la dedicatoria de uno de tus relatos. Esta ocasión en “Oficio de brevezas” o en “Brevario de relatos” o “¡Cuanto cuento!” que nunca serán para mi tus cuentos, sino síntomas, maneras de acercarnos con las palabras que me echas porque se nos hace el tiempo encima. Cada placer tuyo es ya también mío, serenidad hasta tal vez felicidad de los instantes aunque la dicha es inverosímil por excelencia.

De entrada, sin embargo, empezaste por la escalera de valores de Fernando Vallejo: “Claro que existe una jerarquía entre los seres vivos, pero es la del dolor.” Mejor ya tenemos recuerdos de dolores que permanecen. ¡Qué le vamos a hacer! Cadenas que unen.

Me quedaré para siempre de tu relato del "Doctor Janusz Korczak" su epitafio hacia todos los niños de la tierra; de “Contribución al análisis de la ceguera”, fíjate, tu hábito para “encarar la certeza de la mísera noche." Yo aún no he aprendido a tener miedo a cierta dificultad de que no me venga el día. Y ojala tuviera como el emperador "Atajerjes" manos que me ofrecieran siempre agua, porque de todos modos tengo “carga” y tengo “pena”.

Si soy el único que te queda, yo necesito que a ti te sienta cerca.

Certamen de relatos Hiperbreves de Publicaciones Acumán

Por Salvador Martínez Romero

DOCTOR JANUSK KORCZACK
Seis de agosto de 1942. En el anden donde embarcaban entrenes de ganado a más de doscientos niños del orfanato del doctor Janusz Korczack (el menor de tres años, el mayor de quince), con destino a los sótanos de Treblinka, a morir lentamente respirando el monóxido de carbono de los tubos de escape de los camiones, el oficial nazi de las S.S comunica al doctor que contra él no hay crago alguno y queda en libertad.
-No, yo muero con mis niños.
Tan cobarde como soy y creo que, en su lugar, hubiese hecho lo mismo. Qué otra cosa cabía hacer. Lo que me pareció en un principio, un acto de coraje envidiable, con los años he llegado a comprender que fue justamente lo contrario, una prueba de extrema debilidad, no tener el valor suficiente para dejarlos solos de camino a aquella muerte tan atroz. Lucir agallas hubiera sido dar media vuelta, marcharse a casa y ¡santas pascuas! Pero se hace lo que se puede.
En la piedra que cubre su nicho, y bajo su nombre, se consigna la fecha fatal y, a continuación, el nombre y edad de los doscientos niños que murieron con él el mismo día. Al pie un simple epitafio: “Los amó con esa ternura impersonal que tienen quienes, por no haber sido padres, parecen capaces de derramarla sobre todos los niños de la tierra.”


CONTRIBUCIÓN AL ANÁLISIS DE LA CEGUERA
De tiempo acá que tengo el hábito malsano, cuando la tarde se te queda entre las manos, dejarme caer por la estación, a ver qué pasa: antes de volver a casa, a encarar allí le certeza de la misma noche.
El crepúsculo viene hoy teñido de color naranja, presagio de vendaval e infortunio, de ínfimos augurios. En el umbral mismo de la estación un chico reparte propaganda; le cojo. Y, acto seguido, cuando accedo a los andenes, se la doy a un mendigo echado en el suelo, pecho por tierra en un rincón, sin una manta, ni nada, para guardarse del frío.
-¿De cuánto es?
Lo ha tomado por un billete. es ciego.
-No, sólo es propaganda.
-¡Ah!, gracias.
De mi parte, fue un acto reflejo, mera alternativa a echarla en la papelera. de la suya, me enseñó, sin querer, que hay quien se contenta con poco, a mí, no me basta con nada.
Llaga ajena no me quita la cena. Pero aquella noche, a adelfa me supo el agua.


ARTAJERJES
Cuentan de Artajerjes, emperador malsano y tirano redomado, que, cabalgando que iba al frente del grueso de su tropa y del vuelta de una campaña en Asia Menor causando estrago y mortandad a propios y extraños, llegó a parte no pensada al despuntar el alba, caído el sobrecejo, hosco y repudrido y con el santo de espaldas.
Un campesino cubierto de andrajos, de los que por cien partes asoman las carnes, que le vio venir, se llegó al arroyo, tentó el vado y haciendo cuenco con sus manos, acarreó un poco de agua y se la ofreció al monarca.
-No tengo otra cosa que darte, mi señor.
Artajerjes apuró el agua hasta rozar con sus labios las manos mugrientas, al tiempo que le miraba largamente a los ojos; y antes de reanudar la marcha, echó mano a su faltriquera y le dejó su bolsa repleta de moendas de oro, que le hizo rico en un soplo. Con lo que el rey aligeró talega y al labriego le quedó la carga, le pasó sin saberlo, la pena.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que mas puedo añadir....
Libertad bajo palabra (Octavio Paz )
" Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba.
Invento la víspera, la noche, el día siguiente que se levanta en su lecho de piedra y recorre con ojos límpidos un mundo penosamente soñado. Sostengo al árbol, a la nube, a la roca, al mar, presentimiento de dicha, invenciones que desfallecen y vacilan frente a la luz que disgrega.
Un beso con olor Navideño.
Ana

Fran dijo...

Así, Ana, con ese lema, con la libertad bajo palabra habrá que dejar siempre que ellas expliquen lo que siente el hombre.

Un beso