martes, 8 de junio de 2010

"CUÁNTO HE LLORADO PORQUE CUÁNTO HE TRABAJADO"

Fueron palabras de Rafa Nadal al término de la Final de Rollan Garros en que además de obtener la quinta victoria en esa especie de Champion del tenis, recuperaba el número uno del ranking mundial que la lesión de su rodilla le había hecho perder meses antes. La figura emocionado del tenista español, me hizo la otra tarde llorar a mí con él.



Soy un predicador del esfuerzo, de la convicción, de la lucha. La vida a nadie le da nada, le puede quitar, le puede dejar lejos del sitio que le conviene, pero hay camino, senda dura por dónde se puede conquistar ese espacio. La jerarquía del dolor se establece de pronto por algo y para algo. Todo es hermoso y todo merece la pena de ser vivido en esa andadura, hasta el propio dolor, porque detrás de él está la vida. Lo mejor surge del dolor y detrás de cada uno hay un recuerdo, una especie de tatuaje en la piel.


El tenista que lloraba el domingo al final de la victoria, lloraba su dolor –el de su lesión- su esfuerzo, su trabajo, eso que goza de tan mala prensa cuando se tiene y que no siempre somos capaces de emplearlo, de sacarle el debido partido entonces. Su tiempo en la cumbre social y económica pudo emplearlo para un ocio más relajado. Lo empleó en el trabajo para poder llorarlo luego.


Cierto que hay muchos caminos, que yo mismo estoy fuera de una ortodoxia cuando me la han querido imponer y no es de mi agrado; que me quedo en ocasiones como lento en la lentitud, que finjo ser lo que no soy porque hay un placer que está lejos de líneas trazadas, paralelas y brillantes. La debilidad puede aportar la singularidad más íntima porque hay goce débil, inconfesable y callado. Y mezclado puede haber un amor tan palpable y tan humano que te de acceso al dolor, comienzo de la otra ruta para poder soportarlo todo llorando después.


Perderé la compostura, pues, cuando sienta la necesidad de perderla, seré obsceno, suplicante, renegante del esfuerzo y el trabajo. No renuncio a nada, pero ni mucho menos a las lágrimas, a la manera profunda de llorar cuando nadie me lo mande. Que no de señales jamás de la aceptación de perder, porque perder no sé, no hay ni que pensarlo para que jamás se te note. Únicamente en los más obscenos y necesitados momentos puede uno rendirse y humillarse.


No sé, es como una doble cara, como el rostro desesperado que se tapaba el tenista enamorado de su triunfo con la tolla sucia con la propia tierra batida que aplastaron sus zancadas al sacar o devolver cada pelota. Por eso al final lloraba, se le juntaba el precio y el premio de su constante esfuerzo, lo que había trabajado. Le daba al mismo el excelso valor cuando pudo tener otro empleo de su tiempo.


Me viene ahora el recuerdo cuando la vida me negó a mí demasiado pronto el propio esfuerzo diario de mi trabajo. Me sentó en una butaca movible, que pudo ser para siempre con un libro en la mano. Entendí que había terminado mi trabajo, no por voluntad propia, sino por uno de esos avisos que llegan para marcarle de repente a cada uno sus posibles límites, como una enseñanza y poder saber que puedes tener que pararte en cualquier momento.


Empecé a recuperar lo que me habían quitado, sino todo una parte al menos que me dejara seguir para ver lo que quisiera ver y no tuviera que ser desde la ventana de mi cuarto. Luché contra muchas cosas, trabajé de otra manera, me empeñé sobre todo en no hacerme viejo. Me acordé de las palabras de Gala: “¿Un viejo tú? No hay nadie que lo sea si no quiere.” Me aproximé de nuevo a muchas cosas que tuve antes, empecé a notarlas tan cerca que eran ya una certeza.


Certezas he ido construyendo de cada manera. Me he ido inventando el trabajo porque no me queda trabajo. He pecado en solitario a mi manera, he gozado de lejos, he establecido mi propia competición. La estoy haciendo larga y bella y corrupta a veces porque la belleza siempre tiene un fondo de corrupción. He vivido cada momento oportuno, haciéndolo oportuno, cuando ha sido error es que tocaba error, porque hay que contar con la soledad que te lleva al error; si me quedaba en los ojos esa brillantez que tienen algunos momentos, supe exigir la mirada ajena para que aprendieran cuál era mi éxito, dónde estaba mi trabajo y mi esfuerzo.


Por eso comprendí las lágrimas de un hombre de 24 años pasmado de sí mismo, loco de futuro, pero antes orgulloso de su presente. Lloré junto con él por la esencia más brillante que puede tener el hombre: gustarse tanto a veces que significa poder vencerle a la vida, esa que en ocasiones nos puede.


Contra ello se me ocurre como una final explicación, acercarme a ella para salir ganador como se debe hacer con una mujer: mirada, caricia y cópula. Miro así a la vida con la amplitud inaudita que puede tener a veces la mirada; la acaricio, si parece que hasta lo reclama, o hasta cuando renuncie al hueco de mi mano; y copulo como la necesidad para hacer más amplio y más profundo mi propio camino.

9 comentarios:

Dol dijo...

Querido Fran ;
pues vaya , hoy tu post me hace llorar a mí también .


Sabes que hay gente que ni siquiera trabaja pero se pasa las noches llorando ??
A día de hoy considero que estar fuera de lugar también es un trabajo .
Pero como dices, hay caminos ,caminos que se han de abrir como sea.

Besos , Fran , y gracias , como siempre.

Fran dijo...

Querida Reyes, no pretendía con mis palabras hacer llorar a ti ni a nadie. Y mala receta es esa que cuentas de hacerlo sintiéndote fuera de lugar.

No, eso no es un trabajo, aférrate a cualquier cambio de esos que tiene la vida que a veces endereza muchas complicaciones.

Besos y fuerza para ello.

Anónimo dijo...

En la recomensa del esfuerzo, en ese saber que se ha caminado aún cuando las fuerzas o el propio cuerpo nos impedía seguir, es saber que se ha llegado a la meta impuesta cuando nos damos cuenta de todo el trabajo, sudor y lágrimas derramadas en esa lucha por lograr lo que nos hemos propuesto. Nadal en su trayectoria de deportista de élite, de número uno a quien la sociedad exije se mantenga en ese estatus, olvidándonos de todo el esfuerzo que para un joven representa mantenerse en la cúpula, en lo más alto. Sus lágrimas deberían ser la recompensa de cada uno de los españoles que nos sentimientos identificados con su triunfo pero que olvidamos su dolor para llegar a él.

Yo conozco tu esfuerzo, tu lucha, tu tesón y tu terquedad para vencer todos esos inconvenientes que te impiden llegar a tu meta; los vas superando también con sudor, lágrimas y la superación del propio dolor, pero ahí estás, luchando por tu estatus, por mantenerte en ese podium de tu vida por la que tanto te esfuerzas y luchas. Los que te queremos nos vemos recompensados por tu generosidad a la hora de entregarte y porque siempre dedicas tu triunfo diario a los que te exigimos que sigas en lo más alto.

Yo estoy contigo, en la lucha, en el dolor, pero también en tu triunfo... si me dejas.

Un abrazo enorme, porque sabes que en muchísimas ocasiones has sido mi propio Nadal y tus llanto ha sido el mio.

Fran dijo...

Nadie tiene que explicarte, Bolboreta, dónde está el esfuerzo y cuál es su recompensa, de ahí que la figura de Nadal la entiendas perfectamente. Todos tenemos una necesidad de estiramiento en nuestras posibilidades y recursos, obligados a veces a tientas por la vida para llegar a dónde queremos.

Ya sé que no tenía que escribir aquí nada sobre mi lucha porque la conocías perfectamente. Pero además, qué le voy a explicar a quién con un cerebro claro y perfectamente amueblado lleva ya años por un camino muy duro manteniendo su equilibrio y enseñando a los demás cómo al final ganará la batalla de esa contienda “íntima y devastadora”.

Estás conmigo en todo, con tu triunfo y el mío y muy cierto es que mi llanto en muchas ocasiones ha sido tuyo.

Gracias

Anónimo dijo...

Gracias de nuevo, querido Fran.

Un beso.

Bolboreta

Anónimo dijo...

No solo lloramos en el triunfo, si en la lucha por seguir en la brecha con sudores y lagrimas... solo hay un sentido, seguir caminando frente a lo pasado y el presente, para q, pensar q los errores como rompecabeza de nuestro transitar, si por mucho q queramos ya pasaron, y el dolor y las lagrimas llenaron nuestra alma,solo una reflexiòn, no lo volvere hacer y recordarè sus palabras, no su injusto comportamiento. El trabajo nos aleja de un disfrute placentero, y cuando nos aparta, pensamos quiero seguir en la brecha.. quiero con amor, compensar lo q perdi años tras años.. aunq jamas vuelva.Llorar no es solo de mujeres, tambièn los hombres lloran
màs si lo hace sin pensar q otros le pueden reprochar... es sano. despeja los rincones q con sus huecos aùn estan por cubrir.. solo una pregunta ¿ valdrà la pena seguir en la brecha?.
Cuidate.No bajes la guardia.
Besos maria dolores.

Fran dijo...

El final de tu comentario, María Dolores, es profundo y cierto: lloro como un hombre, sabes, y cubro, según sabes explicar "los rincones que con sus huecos aún están por cubrir".

Porque vale la pena estoy aquí.

besos

Anónimo dijo...

Jugadores sin carta y sin apuesta,
nunca dejamos de amar y de aspirar a algo,aunque llevemos en la piel la huella de los días en que llorar era un modo de vivir
y de estar quedamente tras la puerta siendo sólo memoria y lejanía.
Gracias Fran por regalar tan nobles sentimientos.
ANA

Fran dijo...

Y a ti, Ana, porque detrás de la puerta dónde amo o dónde lloro, estás tú.