
Es muy preciso Luis Sepúlveda en su última novela “La sombra de lo que fuimos”. Citaré sus palabras exactamente, por eso, porque voy teniendo ya demasiados avisos:
"Un hombre sabe cuando llega al fin de su camino, el cuerpo manda avisos, el maravilloso mecanismo que te mantiene inteligente y alerta empieza a fallar, la memoria hace todo lo posible por salvarte y adorna lo que deseas recordar de manera objetiva. Nunca confíes en la memoria pues siempre está de parte nuestra; adorna lo atroz, dulcifica lo amargo, pone luz donde sólo hubo sombras. La memoria tiende a la ficción."
Tampoco es del todo exacto me parece, o es que a mí me traiciona la memoria, o yo no sé recurrir a ella para que esté completamente a mi favor. Claro que me falla el mecanismo –lo saben tres o cuatro, que ya van siendo demasiados-, y acumulo los avisos de distintas idiosincrasias. Ya me explico: ante todo, muchas veces voy a decir algo y me pregunto antes: ¿merece la pena? Lo que ocurre es que son demasiadas las ocasiones, que moviendo las palabras, como si fueran un simple dedo provocan de inmediato el estremecimiento. No me siento culpable, en todo caso inocente provocador. Pero a quien entra en esa provocación, siempre le doy algo genuino, propio.
Una manera de alcance, que me viene de pronto, es con las propias palabras, con los intactos sentimientos, al acercarme, al hacer que el roce sea un roce parece como si fingiera que soy de otro país para no entender el lenguaje. Ya sobran las palabras, es decir, casi todo y sin embargo lo que llevaban, lo dado, ahí se queda. Por eso provoco una empatía, un deseo de pregunta, casi sabiendo la respuesta. No es un simple traslado de personalidades, hay un matiz, una emoción que vale mutuamente.
Son avisos que me explican que no sirvo para ganar porque para eso hace falta un cúmulo de cosas, no pensé que sería tan hermoso y tan inalcanzable para mí. Creo que le echo la culpa a los avisos, a que siempre he sido un hombre como el árbol, hacia arriba, hacia la luz, bien pronto, bien de mañana y hace ya demasiado tiempo que he descubierto el dolor y no me queda más recurso que la paciencia, como hace días le pedía a la amistad que quería. O algunas fuerzas casi sobrenaturales que me vengan de fuera, humanas, personales.
Por eso me refugio en un mundo de palabras, libre no solo de esos avisos sino también de sospecha, un mundo para mí cargado de prestigio. Rodeado, como no de una soledad aunque no haya órgano que pueda asimilarla toda entera. A veces, todavía, en el trato con la gente me dicen que no voy a tener tiempo a envejecer, que se trata de una madurez, de una elegancia, una solemnidad particular. Yo le llamo, una generosidad ajena, preciosa y gratuita por la propia calificación.
Pero me sabría mal dejarme tantos sentimientos posibles pendientes, aquellos que están más allá de mi capacidad y de mi imaginación; hasta clases de tristeza, decepciones de la vida o alguna forma de alivio, de quitarnos los miedos. Una especie de liberación, un medio para alcanzar libertades que se me han escapado, pero se trata sólo de un sinónimo, no nos engañemos: libertades huidas, libertades perdidas. Y esos avisos son cercanías a la muerte, que nadie sabe lo que es porque sólo pertenece al muerto y su silencio está bien hecho.
Y entre las impaciencias no cumplidas siempre queda un mal recuento de esos besos hondos y cálidos que te entran hasta el alma, que paralizan. Nunca tuve bastante. Y jamás tendré suficiente, lo saben quienes me conocen. Luego me olvidaré de los avisos, seguiré siendo hasta raro, y esa rareza es que pediré que me quieran lo suficiente. ¡Qué término más impreciso!
A lo mejor se trata de cruzarse en el pasillo de los sueños que nunca cumpliré, ni me rindo ni alquilo, no tengo más tarifa que el placer, más tentativa, más explicación que el intercambio del amor. Allí una sola caricia, puede eliminar todos los avisos; solo que alguien me quiera, lo que proporciona una sabiduría que no he vuelto a encontrar. Lo que ofrezco es usado y avisado pero tengo dentro para quién quiera averiguarlo, una ternura urgente, infinita, siamesa y rara. Pero vale la pena, os lo aseguro.