domingo, 1 de julio de 2007

La insistencia del verano


Me llega cada año como un paquete que me trae sin reembolso posible mi más íntimo correo y siempre lo devuelvo, antes de empezarlo, antes de destaparlo. Sé lo que contiene: el cambio de los sitios de las fichas, el intento de empezar una nueva partida, reclamaciones de las deudas pendientes que yo mismo no estoy seguro que sean débitos personales, en resumen un paquete bien envuelto por gente que me quiere pero que una y otra vez me van a pillar ausente, poco coincidente, tercamente ausente, ya lo sé, es mi forma de defenderme.

Acumula cada año la nostalgia de los años, esos dos o tres meses me cuentan mucho más en el débito de vida pendiente, esa cuenta si no es deudora es al menos ya casi residual. Me aporta la compensación te tener el mar cerca, de ser casi del mar, pero eso ya lo puedo hacer todos los días del año con un singular atractivo que no tiene el verano: ir adrede a buscarlo como quien quiere rescatar de esa manera ritos de un lenguaje amoroso siempre insuficientemente contado. Es más hermoso casi olvidarse del mar como una costumbre diaria para tener que remediarlo.

Pero todo eso es tan solo decorado, lo esencial es que me dejen sin las cosas que suelo tener cerca, sin tenerlas cerca; que no me acaben de contar del todo que me quieren y me tienen al lado; que en la mesa de siempre se quedaron papeles abiertos que jamás, jamás, debe leer nadie y puedo no poder recogerlos; que necesito los paraísos que he creado por extraños que sean para lo que no forme parte de cada paraíso.

Además me va a llegar el paquete del verano cuando estoy intentando comprender lo extraño, lo extraño propio y lo extraño ajeno, y me gusta, voy entendiendo esa extrañeza. Me va a llegar el paquete del verano, como siempre, sin que quiera que llegue, es el peor momento porque ninguno va a ser buen momento. Me va a llegar justo cuando sin prever la pérdida de ninguna especial felicidad propia eso no me impide, creer que puedo llegar a sentirla. Es el legítimo derecho de los solitarios y los rebeldes propios.

No pasa nada especial porque yo soy capaz de sentirme bien en el acto. Me bastan pocas cosas: las que aporta muchas veces el lenguaje en mi permanente búsqueda de cuál es el mejor lenguaje, un oficio adquirido, un empeño propio.

Soy un heredero de la cultura de sentirme bien y en el verano no me siento nada bien. Tenía que decirlo, que reconocerlo. Ya sé que habrá muchos momentos que me lo compense todo: la cresta de placer de las caricias verdaderas cuando vienen casi aún antes de estar hechas por quienes sin decírmelo me estaban un poco esperando.

Quizá me eviten muchas veces una fuga también verdadera a mis soledades de luces muchas veces rotas.



3 comentarios:

Jobove - Reus dijo...

entramos y nos hemos quedado un rato, gracias

Anónimo dijo...

Pues quédate con el susurro de las olas cuando descalzo paseas por la orilla de la playa, cuando ésta ya está desierta... no abras el paquete,solo déjalo en un lugar donde al pasar tu digas: "ah...estás ahí" y sigas con tus lecturas, tus papeles intocables y tus pensamientos. Deja que el verano no pase por tí, pasa tu sobre el verano.

Entretanto y desde mi esquina... una marejada de caricias.

Un beso

Fran dijo...

Es difícil que el verano, que cada verano, Bolboreta, no pase por mí, y más todavía como bien recomiendas que pase yo sobre él.

Seguiré siendo el mismo, eso no lo dudes, contando con lo que sé que cuento, tu enseñanza y tus caricias.

Lo aparco un momento para devolvértelas.