lunes, 4 de enero de 2010

La ventaja de vivir aquí quieto, en mi cuarto



Dentro de una especie de soledad doméstica de la propia imagen de uno, los días se acomodan, no miras el calendarios, no hay festivos ni mucho menos laborables, ni estás dispuesto a cambiarle la cifra al año con tal que te deje la misma parte mejor de ti dentro de ti, que nada te altere tus propias señales en la forma de vivir ya que son de alguna manera marcas diarias en la piel, propios encajes.



Me lo cambiaron unos días, pero tampoco me ofrecieron –aunque llevaba ese título- festividades especiales; las caras a mi alrededor de fabricación propia, las notaba algo lejanas y de los necesarios apoyos propios, carecía de ellos: el cuero de una butaca, el humo de mi propio tabaco, mi frivolidad de estar aquí cerca donde escribo en que ni siquiera tengo menopausia a mi edad; el desorden de unos libros y la búsqueda del tiempo para leerlos.


Prefiero un desayuno solo a otro todavía menos tierno, distribuirme el tiempo para caminar menos -ya lo reclaman mis huesos de todas las partes-. Y hasta la belleza de una ciudad conocida muchas veces y quizá por eso nunca bien vista, tenía una fiesta en sus calles que no era mi fiesta; a comer fuera de casa no le he sacado suficiente partido tampoco, me ha faltado mi velocidad personal en los sitios, la comodidad de los camareros conocidos, es curioso tantos atractivos y costosos para que no sea lo suficiente por conocido.


Yo hubiera querido compartir más ternura, y hasta en el festivo momento del cambio de año sentir más cercanos dos cuerpos que de alguna manera me decía que eran cuerpos por mí, como salidos también de mí como hizo la mujer. Hubiera pagado las incomodidades de estar fuera de la casa propia, aunque sea en mansión lujosa, de no notar el viejo encaje de las viejas costumbres, hubiera terminado el tabaco para siempre, me habría levantado de aquella cama de la que me era casi imposible levantarme por su escasa altura y la humillante falta de fuerza de mis miembros, por dos o tres gestos de amor, de esos que son muy raros con gente de cuarenta y tantos años y que en cambio dos niñas empezando sus vidas los reparten a caudales, casi como cada suspiro.


Necesito ya hacer el final de mi historia como si fuera ese camino de hinduismo que junta liberación y salvación. Hacer historia porque se me acaba la historia, me tiemblan ya todos los pétalos que tienen el rosal de la vida. Quiero que cuando me alejen fuera de todos mis hábitos, cuando me duelan más los huesos sea justificadamente y oler el cariño ajeno pero de genes propios, como me gusta el olor a libros, a humo viejo, a mujer sola, a días anteriores donde supe poner las palabras justas  a todas mis incertidumbres.


Es lógico que me tire la tierra, la casa, la cama, la butaca, la mesa, la llave de memoria del ordenador donde está todo lo escrito y que alguien borrará definitivamente un día. Pero cambiarlo, cuando haya simplemente que dejarlo esperando, que sea por las cosas que no tenga, por otras más valiosas pero que note que pueda sentirlas mías. No es necesario que sean tan ostentosas, pero no quiero estar de paso, más o menos brillante; no quiero ser viejo y que me noten viejo, contar poco porque cuento poco.


Tengo yo mi culpa: no participo ni en los juegos por las noches, ni sé jugar a ellos, ni aprendo; tan solo una noche ese al que le pones “como un” delante porque no puedes llamarle hijo, me incorporó a su equipo para ver si podía sentirme alguna vez vencedor, ganador con una inteligencia lenta pero capaz de algo; el mismo compañero de equipo que alargó su brazo para hacerme notar que ya era otro año luego de la última campanada. Gracias.


Pues para mí va a ser el mismo año. Me va hacer durar lo de toda la vida: el placer de leer para conformarme con la vida, con el lirismo y la resaca que tienen los libros. Lo de toda la vida: buscar el lujo en el corazón de alguien; los labios importantes, el entusiasmo que siempre pongo en las palabras, en su tilde. Lo de toda la vida: la destreza que puede tener la caricia de unas manos temblando.


En definitiva, recuperar otra vez ese encaje de la vieja costumbre de vivir aquí quieto, en mi cuarto.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin querer las campadas, da el toq , no de alegria, si, al menos de sabernos presente en un lugar q sin querer nos dice tanto...A veces lo buscamos pensando lo llegarè a ver, sabrè de sus abrazos,apreciarè el color de sus ojos, porq en las fotos la imagen se distorciona, canta poco la realidad, no podemos advertir q siente q hay tras esos cristales, yo mil veces los veo opacos, y pronto me digo, cosa de las lentes, las limpio o las dejo tras la mesa para otro rato de inquietud, muchas veces me he dicho, para q ver, para q oir,si ya el alma està repleto de alegrias y desengaños, junto con el dolor acumulado.PERO, ahi el pero, tendre q seguir, no fija en un sillòn ,si alternando el panorama q a veces se presenta, color y soledad..no me resigno a estar inmovil en un lugar, las paredes rezumen lo q fuè parte de la vida y no deseo tener q ir pasando hoja, cuando aun queda tanto por ver y disfrutar, una mirada dulce, un saludo y una sonrisa, del color q quiera, porq ya el camino se va estrechando y los dias se acortan.No puedo vivir solo de recuerdos, si de la aventura q me espera.
Dejemos pues el reloj, y pensemos cuanto nos queda por experimentar.
No hay felicitaciones, si nostalgia.
Besos maria dolores.

Fran dijo...

No pretendo vivir de recuerdos, querida María Dolores, ni permanecer quieto en mi sitio propio de más placer. Queda mucho, como dices, por ver, por descubrir, detrás de cualquier color ahumado de unas gafas.

Pero hay ocasiones que a la vuelta, tienes el derecho de valorar lo que dejaste, lo que es permanentemente propio de forma inevitable.

Un beso

Dol dijo...

Está bien regresar a casa.
Y darse cuenta de que algunas cosas no cambian , que algunas puertas siguen cerradas ,y a pesar de ello sentirse a gusto con ese silencio .
Porque uno sabe que el silencio de esa puerta , lo que hay al otro lado, sigue siendo suyo .
Besos, Fran.

Fran dijo...

No cambia casa nada, Reyes, y las puertas de cada uno siguen igual, pero es muy cierto y bello eso que dices, lo de detrás es mío.

Un beso

Anónimo dijo...

No intento traspasar mis pensamiento, lo q a veces me cierra, a tù persona, sabes q contesto màs pensando en mì, poniendo las dudas ante mis temores.No todos los dias amanece con sol brillante. Siento q pensaras q me referia a tì, la casa, el regreso, nos hace recordar y añorar no tener tiempo para volver a ser una misma. Los pensamientos roban esos dias q nunca volverà a retornar.
Besos maria dolores.

Anónimo dijo...

Mi querido niño... Sí, te llamo niño aquí delante de tus apreciados lectores, porque para mi eres ese niño que necesita de su cuna, de los mimos de quien le rodea, de los enredos que te son propios, de esas lecturas de cuentos que transmiten las historias de los libros, de los afectos justos para no sentir la incomodidad.

Sí, mi niño, desde hace mucho tiempo se que no te gusta salir de ese entorno propio y acogedor en el que te refugias y del que eres el único amo. No eches de menos carencias afectivas porque te las compensan esos dos angelillos que pululan en un ir y venir alrededor de su grand père, que dicen los franceses, porque eso eres y serás siempre un abuelo con mayúsculas y mi niño, al que jamás le faltará mi abrazo y toda mi ternura.

Ya estás de nuevo en casa, en tu feudo mi señor y ahí tú reinas en grandeza.

Miles de besos de una Bolboreta a la que igual que a ti, le faltal algunos afectos pero le sobra la calidad humana de gente que como tú siempre está a mi lado.

Bolboreta

Fran dijo...

María Dolores, ya sé que piensas en ti, que m is palabras te sirven para rememorar tus recuerdos.

Un beso

Fran dijo...

Qué bien sabes, querida Bolboreta -dueña a medias de este blog sobre el que vuelas a veces para traerme las mejores palabras que tienes- cómo soy, cómo me acerco hasta aquí una y otra vez. Son precisas, apuntan mi constante necesidad, y señalan mi límite y me definen como tu niño con todo el derecho. Tú empezaste a cómo mejor llamarme.

No, no me gusta nada salir de mi rincón, aunque haya gentes a las que quiero, personas que son parte de mi ser. Sí, es cierto que esas dos niñas pequeñas y dos gemelas con “edad de merecer”, como se suele decir –meriendo una ya- aportan mucho bienestar y la sabiduría que hoy son capaces de tener a los 8 y 10 años.

Pero en casa, Bolboreta, me siento muy a gusto, cómodo, casi dueño de algo, de rincones propios, de olores inconfundibles.

Mis besos y mi abrazo hacia quien siempre será capaz de merecer todo lo que le pueda dar.

Anónimo dijo...

A tantas palabras hermosas, las mías se asoman tímidas, siempre tan tímidas, como esas mariposas que temen tocar la flor. Aquí te las mando, portadoras de mi afecto,siempre el mismo, inalterable, desde tan lejos, tan demasiado lejos.
Ellas te llevan un beso hasta ese refugio amable en el que vives rodeado de tus libros y tus recuerdos, un beso suave, que sirva, acaso, para reconfortarte.
Un beso, Fran.

Fran dijo...

La hermosura de las palabras está en la intención y tampoco cuenta la proximidad o la lejanía. Gracias por tu beso que te devuelvo desde mi rincón.

Anónimo dijo...

Hola Fran, sé que llego tarde pero aquí estoy, dejando mi humilde huella en tus sabias letras, ojalá podamos seguir mucho tiempo observándole en ese rinconcito, usted dice que quieto pero solo es la apariencia, sus letras dicen lo contrario.
Querido Fran, me pongo en su lugar cuando dice que aun estando rodeado de sus seres más queridos, echa de menos ese rinconcito, siempre que salgo de casa me pasa lo memos, a la vuelta repito la misma frase, hogar dulce hogar.
Ya casi se lo han dicho todo pero sé que una huella es un abrazo y es lo que pretendo traerle con mis humildes palabras.
Ley.

Fran dijo...

Tú nunca puedes llegar tarde, Ley, siempre tendrás un privilegiado sitio aquí y a mí esperándote.

Pero no te empeñes, tus alabras en mi rincón cuando las leo no son humildes, son las que estaba esperando.

Anónimo dijo...

gracias, usted siempre tan caballero.

más besossss

ley.