sábado, 17 de octubre de 2009

Como una cintura ajustable para tener más espacios


Así he recorrido Nueva York, sus lugares nunca se terminan porque es una ciudad que puede ser lo que uno quiera. Aquí, en mis post sobre este viaje contaré mi turismo del asombro, del sueño, haré mía la famosa frase de Simone de Breauvoir que estando allí me recordaba Manuel García Rubio en su novela “Sal”: “Parce que je réve, je ne sui pas. Parce que je réve, je réve.” Allí estaba esa ciudad, más allá de mis sueños y para mis sueños.


Fui siguiendo la ruta de llegar hasta ella en el pequeño vídeo de la butaca del pasajero del avión que me precedía. Crucé así el Atlántico, tenía una cita breve e inmediata: “la Quinta”. Amaba la Quinta Avenida antes de llegar a ella por eso aquella misma tarde nada más dejar el equipaje en el mundo del Hilton –la negación de un Hotel, la similitud con la ciudad- quise empezar mi amor por esa ciudad a través de dicha Avenida. Para las mujeres el amor es más bien guardar cosas, para el hombre es robar. Igual que arrancas de una mujer su esencia más profunda, su lluvia de oro, amaba ya la Quinta, amaba ya Nueva York como puedes pensar en una noche de besos entregados.

Caminé por esa inmensa Avenida nada más llegar aquella tarde, seguro de mi esfuerzo, de mi búsqueda, de mi entrega, convencido que porque había soñado, soñaba. Se juntó ante mi vista el inagotable mundo del dinero en aquellos edificios de los grandes bancos, de las multinacionales del capital, incapaz de que mi vista alcanzara su final porque las posibilidades de mis vértebras cervicales ya no llegaban a más; junto a los inmensos edificios, los pobres puestos de venta callejera con camisetas “I love New York” a 1$ y perritos calientes o cuencos de extrañas frutas cortadas, todo a la vez, porque es eso esta ciudad, una primera Avenida sufrida por mis pies donde todo estaba unido, era un mundo completo. Os juro que estremecí, que apreté mis manos para que no se me escapara el sueño de mis sueños, que se quedara una huella en mi boca, igual que luego de dar un beso entregado y profundo. Eso fue ese paseo: besar una historia en lugar de una mujer.

Quizá la primera o la última tienda que se puede visitar es Tifany’s, (luego de regatear lo indecible en el Soho sus maravillosas falsificaciones, o la auténtica ropa Calvin Clain en Century a precios irisorios). Precisamente, el famoso joyero Tifany, con el emblemático Atlas sujetando un reloj encima de la entrada, parece querer ganar cientos de corazones, sus pequeñas cajas azules encierran sueños de muchas mujeres; a otras en cambio les basta la imagen de su presencia en la puerta, véase sino aquellas muchachas que observé fotografiándose simplemente en la puerta de la joyería, que no necesitaban anillo alguno.


Cuando al salir me preguntaron por aquellos tres pisos que visité como un espectador extraño y ajeno, no me atreví a decir que lo más bello me pareció el asilo de las visitantes de fuera, la desgana de sus caderas recorriendo la entrada, sin atreverse a cruzar el umbral, por supuesto. ¡Quédate, por favor! Decía cada joya en aquellas vitrinas a cada mujer, quédate con este anillo o con esta alianza para ver si el oro y los diamantes hacen posible que sea una alianza entre un hombre y una mujer precisamente. Los colgantes de corazones plateados “Elsa Peretti”, no aseguraban la generosidad que debe tener un corazón. Yo lo he buscado por otro sitio en mi vida, por cualquier otro sitio, sin principio ni fin, entre las partes repartidas de otra piel y la mía.

Voy a contar de la ciudad, parte a parte, cosas, seres, maneras de la gente que me llamaron la atención. Guías de turismo hay demasiadas. Con una bajo el brazo y una excelente compañía de quién ya había visitado la ciudad, Teresa, yo llegué a Nueva York para fijarme, para notarla, para caminarla porque me lo iban a permitir mis caderas. Aparqué mis deficiencias en las ocho horas de vuelo, entré de lleno, supe buscar mis momentos de pausa, cumplir los trazados con conocimiento, disfrutar en los perfectos cruces de calles y Avenidas numeradas con el rigor inequívoco que tienen los números. Nueva York además está trazada de tal forma que es sencillo ir cubriendo sus distintas partes.


Desde la primera tarde al sueño que traje libre le quité el pudor, borré de la memoria lo que no me convenía que había pasado, dejé libre y limpio el camino, llegué con un amor imprudente hacia una ciudad pero a la que no quería amar precisamente como a una mujer porque ésta debe conservar siempre lo que tiene de mujer. Y yo a Nueva York, no se lo iba a permitir.

La iba a robar entera. No volveré a escuchar en Blue Notes a Ray Gelato mientras su voz, su saxo mágico, los seis magníficos músicos que le acompañaban; ni tampoco volveré a vivir la más hermosa noche de celebración en la vida de un hombre y una mujer, en el River Café, dónde fue aún más exquisita que la cena y el servicio, el maravilloso local, cruzado el puente de Brooklyn con toda la vista de Manhattan desde el atardecer. Y hasta quién hizo la reserva desde España –nuestra imprescindible Mónica- recibió un e-mail al día siguiente preguntando por nuestro grado de satisfacción y qué es lo que se podía mejorar. ¡Inolvidable!

Esos momentos que os contaré se los he ido robando a Nueva York y muchos más que tengo pegados en la piel, en mi retina, que quisiera que me sobraran como una mirada siempre lenta, como un destino, como un vestido ligero y sugestivo en una mujer que apenas se nota, pero está ahí hasta que unas manos lo quitan, lo hacen suyo como yo hice míos muchas horas los espacios de Nueva York.

11 comentarios:

carmen dijo...

Conservar como mujer, lo que se tiene de mujer...
Muy buen pensamiento.

Fran dijo...

Sí, es que pienso que lo debe hacer toda mujer y me ha venido a cuento en la narración de mi viaje, pegase o no.

Gracias por tu comentario.

Anónimo dijo...

Querido Fran, no puedo decir más, que bienvenido a casa, hace tiempo que me mantengo en la sombra pero he querido darle la bienvenida y felicitarle por tan bello y completo relato, sé que con esa visión tan amplia, no será el primero que comparta con todos nosotros.
Fran, creo que de todas las amistades que me han contado las vivencias de ese viaje, jamás lo he vivido de esta forma, todo es con el ojo que se mira, con la pluma que se escribe, su pluma es diferente, Fran, gracias por compartir ese viaje tan deseado.
Mi enhorabuena y mi cariño, siempre
Ley.

Fran dijo...

Graccias por tu bienvenida, gracias por todo, Ley He disfrutado enormemente y mi cuerpo lo ha tolerado admirablemente porque ya sabes que la mente es muy poderosa.

Poco a poco iré contando experiencias de las que me traje en la retina.

Besos y l cariño que nunca falte

Anónimo dijo...

De regreso a casa, ya era hora, Tu pasar por la Quinta Avenida,sin fijarte en màs q en su trasiego de las razas q lo componen,y con el amor de esa mujer q a escondidas refleja su rostro lleno de alegria y su gran sonrisa, muy joven para tener la cintura esbelta o quizas estamos acostumbrados al viejo continente, el q con ello nos hace recordar y reconocer q hay otros mundos, q humanamente son importantes , con su colorido dispar, al estàr alla, donde los colores tejèn la vida, ya la joya està impresa en sus avenidas.
Bienvenido, hasta pronto, seguiremos los relatos.
Besos maria dolores.

Anónimo dijo...

Delicioso Fran, ya está vestido de gala nuestro rincón de privilegio, ya has vuelto de los sueños más altos de la ciudad que nunca duerme, la que tiene ritmo sensacional, por la que has caminado con el corazón bajo la luz de New York.

Aquí, el mediterráneo te echaba de menos, y yo, con él.

María

Fran dijo...

Tampoco falté tanto de casa, María Dolores, pero más debí quedarme allí. Tu lo debes conocer más que yo, pero falta empapaparse de aquella cultura para contarla bien. No obstante, seguiré.

Besos

Fran dijo...

María, vaya donde vaya, si a mi regreso no tengo tus líneas mediterráneas, e faltará siempre algo.

Mi beso

Anónimo dijo...

Los viajes cortos, te dejan un mal sabor de boca, te quedas a medias o menos a la cuarta pregunta. Ya sabes q si salgo de casa es por tiempo indefinido, ese contacto con otras costumbres, en todo sentido, te hace valorar lo q tienes y disfrutar de la vida de los demàs.La vida, mi vida es eso, tu valoras las letras, tus libros y quizas por no saber sacar de ellos lo esencial, paso al roce y su colorido.
Cuenta, aunq te faltaron horas...
Besos maria dolores.

Anónimo dijo...

Me gusta mucho como escribe María, la llevo leyendo hace tiempo. ¿Alguien me la puede presentar? Gracias.

Fran dijo...

Yo conozco a María hace muchos años y es una excelente mujer, pero naturalmente a una persona anónima no le doy su dirección de correo electrónico.