jueves, 22 de octubre de 2009

Busqué un acomodo suficiente


Siempre lo hago, y más luego de llegar desde el atardecer del “River Café” que te deja la noche prendida de cualquier situación: Nueva York, mi viaje, mi sueño; y entonces acoplamos los cuerpos suficiente. Fue la culminación de lo que en el otro post comentaba, una vez cruzado el puente de Brookling con todo Manhatan ofreciéndose, inexplicable. Son esos momentos que tienen una lentitud espontánea, sin intención de terminarlos, una fiesta sin preámbulos, un tiempo en que creamos entre dos la ilusión de permanencia. Nuestra cena, nuestra fiesta, la insistencia de los cuerpos, las pequeñas cosas imprescindibles en un cuarto de hotel luego: hasta la colcha medio rota, cinco estrellas en que alguna faltaba pero que no le hicimos demasiado caso. Fue un encanto, fue un estilo, una manera de ser un hombre y una mujer que se quitan entonces veinte años.


Los mismos que me quitaba, bien temprano, hasta alguna mañana que me defendía antes con la propia cafetera del cuarto, y acudimos luego a un desayuno de "parejitas" –que decía Mónica- con las tostadas más completas, los zumos, los expresos para atenuar el sabor del café americano. Me quitaba veinte años cada vez con el cansancio. Ya me acuerdo de aquellas zapatillas rojas, con forma de botines que quería regalar, buscándolas tienda tras tienda, por la calle 42. Hasta que nombrando en pleno semáforo el nombre de la que nos habían dicho que las tenían, lo de siempre, el habla hispana –nada une más que el propio lenguaje- te indica hasta casi con satisfacción y con cariño que es allí, bueno, dos o tres manzanas más abajo y menos mal que le había quitado antes del salir del hotel esos veinte años a mis caderas bien escaneadas en los controles de seguridad. Porque esas dos o tres manzanas pueden ser un pedazo de tu propia ciudad alargada de inmediato.

Me he ido trayendo de Nueva York, más que recuerdos, que los puedes tener fácilmente de tus hábitos diarios, sensaciones que casi no tienen nombre, poco me importa cómo se llaman los locales, si el “Metropolitan”, o el ”Moma”, son Museos que por nombre famoso ya ni necesitan nombre, la puerta te arrastra, las colas te llaman, la larga escalera para su acceso en el primero; y junto al arte como no, por la noche, los espectáculos de Braodway, juntos, recorriendo con ellos una vida nocturna que vas a elegir si quieres al momento comprando a mitad precio sus entradas en los puesto off o bien saliendo, a decisión ya tomada, del mostrador del Hilton de Tour y espectáculos.

Pero me daba lo mismo, únicamente quería más que un musical, en repetidas ocasiones visto en España, el tono, el sonido que engancha, que brilla, que se mezcla con la humedad de la boca en una cena íntima, jazz completo. Rindo la palabra por la música del saxo de Ray Gelato y todos sus acompañantes, en el “Blue Notes”. Me sentí aprendiz del movimiento de las manos de cualquier otro espectador, mientras cenaba como yo, como un registro propio ya, como una mística sin final, sin respuesta, casi sonaba igual que la música que escuchas cuando estás solo y no te aporta nada más que la música, una física privada, una danza imposible de seguir, una cadencia de los cuerpos que rompen definitivamente el silencio y precipitan los sentidos.
Ray Gelato empezaba con su música cuando se habían terminado las palabras, un concierto propio y acompañado entre los músicos y los que los oíamos, ignorantes muchos pero acompañados de las manos que se movían de aquellos que la sentían dentro, de las caderas que exigían la realidad de los vestidos, un desarme de la ignorancia propia del mejor jazz que he oído en mi vida en aquel pequeño restaurante –corrían para pagar las tarjetas de crédito en la oscuridad del local- y al salir, como ahora me quedé con las palabras que no supe decir pero con la música que sí que supe escuchar y admirar.

Nos retrasamos intencionadamente en encontrar un taxi. Quería recorer las calles del sitio, llevármelas un poco porque tenían un sabor indecente, sobresaltado, con la audacia propia en cada local. Casi éramos perversos porque no pertenecíamos a ese mundo, tenía un registro tan propio, sanatorios del alcohol sin humo, como cuando la piel es piel, o una tejida promesa de la penúltima caída.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Como me hubiera gustado ir de tu mano Fran, como me hubiera gustado que tú mirada y la mía fuera nuestra, como me hubiera gustado pedirle al barman otra copa de champán y hacer de ese viaje un acomodo entre manos.

María

BB dijo...

Fran: Me he tomado de tu mano para
recorrer contigo esa ciudad de la
ilusión constante, que también
hago mía, con cada visita. Pero
a través de tu emoción, es como
regresar y con tus ojos reestrenarla.
Quitarse el lastre que representan
veinte años y echarse a rodar
por esas calles, llenándose de
su palpitar, bebiéndoselas con
todo el gusto de que somos
capaces, yendo en la búsqueda
de unas zapatillas rojas, sin
medir distancias...

Y esos museos emblemáticos que te
aturden de belleza y que requieren
de muchas horas para poder realmente, admirarlos, como lo
son todos.

Y luego las noches de Broadway,
si apetecen los shows o aquellos
que te ofrecen Off, siempre
interesantes.
Para terminar con el mágico jazz
que conmueve y hace vibrar.
Y la ciudad que se te adhiere,
que quieres llevártela contigo,
porque no hay otra como ella,
y hay que recoger su latido para
escucharlo más tarde, cuando sea
sólo un recuerdo.

Yo estoy sumamente feliz de
que hayas ido en pos de una
ilusión que se convirtió en
hermosa realidad.
Te mando un beso
BB

Anónimo dijo...

Bienvenido, mi niño... Tu paseo por NY me ha hecho feliz de saber que tu lo has sido cumpliendo uno de tus sueños.

Que todos tus sueños se hagan realidad... yo siempre esperaré a que me los cuentes.

Un beso.

Bolboreta

Fran dijo...

Con razón, María, me pedían tu dirección de e-mail un lector de este blog el otro día, pero aturalmente con las ganas se quedó.

Encanta tu escritura y encanta pensar lo que piensas que hubiérmaos hecho. Bello resumen: un acomodo entre las manos.

Un beso

Fran dijo...

Has hecho bien BB el recorrido y se te nota que conoces la ciudad y sabes entender lo emblemático que cuento, más que lo que vi, lo que sentí.

He vivido de lleno la ilusión que me hacía falta.

Un beso

Fran dijo...

Gracias por tu bienvenida, Bolboreta, y sobre todo por aparecer en estas páginas que sabes el enorme trozo en su origen de pertenencia que te corresponde.

Seguiré contando, seguiré sintiendo.

Un beso

Anónimo dijo...

Te encontrabas el corazòn , su palpitar?. me creo q no, tantas emociones juntas da lugar a ello.
Repaso, apunto y las notas de lo maravilloso q es un viaje a N.W.
Noches maravillosas, dudabas si en voz alta pronunciabas el no tener respuesta? los latinos abundamos alla y hasta el fin del mundo.
Besos maria dolores.

Anónimo dijo...

Es lindo, querido amigo, cuando ya se vive de antemano, es normal que cuando llega la realidad, se viva más intensamente, lo de menos es el alojamiento, lo importante como se vive el momento y que esa persona camine junto a nosotros, entonces la edad, se deja de lado y de nuevo, nacen los besos.
Se sobreentiende que no sólo lo atendieron en castellano, si no que encontró esas zapatillas, bueno lo mejor de todo es que esas caderas resistieron con dos pares, y no, precisamente de zapatillas.
Eso es lo importante, Fran, lo que nos traigamos de esos lugares, ya no importan los detalles, lo importante es la impresión, lo vivido.
Sólo se puede sentir envidia sana de esa cena, con su forma de expresarse es fácil sentir esa música, disfrutar de la cena.
El final para mi, sigue siendo la mejor prosa, imagino ese paseo, alargando el tiempo y dejando pasar el taxi, que más tarde habríais de tomar forzosamente, son relatos llenos de vivencias y de ilusión.
Mis felicitaciones, Fran y mi cariño
Ley.

Fran dijo...

Junté todas mis emociones en Nueva York, María Dolores, las del corazón, las de la noche imposible de admirar y vivir, la melodía del jazz, casi el fin del mundo.

Besos

Fran dijo...

Ya te ponía falta, Ley, porque me conoces muy bien: a mis caderas, a mis sueños, a cómo me imaginas recorriendo la calle 42 en plena búsqueda de unas zaparillas para una entrañable mujer que tanto ayudó en nuestro viaje.

Mucho me traje, Ley, mucho me traje, y esa cena será uno de los sucesos inolvidables de mi vida.

Un beso siempre