jueves, 7 de mayo de 2015

RECUPERANDO SENSACIONES


 
Para volver de nuevo a pesar del tiempo, casi contra el tiempo, a  sentir momentos pasados de bienestar. No tienen en mi recuerdo ni fecha ni quizá especial relevancia. Sí que la tuvieron y los traigo de nuevo como un libro para releer de nuevo, para saborearlos ocupando espacios escasos pero que no quiero que sean desperdiciados.

Sigo leyendo, menos, pero con más ocupación solamente propia. Lecturas que no cuento a casi nadie, libros que esperan, como en otras ocasiones al alcance de la mano, pero que no reclaman prisa. Quizá tienen esas lecturas una mejor condición de calidad al ser su selección más atinada.

Sigo escribiendo, menos, pero con más necesidad de decir las escasas cuatro palabras que dejo en los papeles, públicos y privados, más propias, más sentidas que nunca.

Mi capacidad de estudio hace ya tiempo que es costosa para mi mente. Suponen cortas sesiones porque pesa el esfuerzo y sobre todo cuesta la retención. Estudio lo que debería ser mi placer ya, poseer esos conocimientos, pero los cultivo, los adquiero de nuevo con una curiosidad nunca perdida. No tenerla me parece que es la costra peor de la vejez.

Mis pautas de manejo del día siguen siendo ricas. Su iniciación, temprana, como una mañana cada vez más hermosa al estrenarla. Siempre amé el arranque del día con mis mejores condiciones e ilusiones que nunca he dejado de explotar. Amo la mañana como una imagen estática pero que en mis manos espera ser puesta en movimiento. Sigo amando la mañana, a ojos cerrados pero con mirada bien abierta. Depende de mí hacerlo y lo hago, es mi capítulo desconocido, mi territorio por habitar, que ocupo.

Voy perdiendo la fuerza a medida la edad va comiendo mí ya mermada resistencia. Se va restando esa fuerza, voy como empezando a cerrar ya la puerta a la plenitud de estar bien. Es curioso, jamás pensé que al simple hecho de encontrarme bien le fuera a dar una importancia tal, que es como una lluvia de oro que me inunda y me enriquece.  En los momentos que lo siento, los disfruto posesivamente, me apropio de ellos, noto huellas en todo mi cuerpo. Es, en definitiva, el asilo de la vejez, lujoso aunque escaso y breve.

Y qué hago entonces: acumulo caricias para quien las necesite con  la mayor calidez y valía; dejo aparte las desganas típicas de “ya lo haré mañana”. Encuentro ese libro delicioso que hace tiempo debía haber leído. Hasta con pocas páginas disfruto, por ejemplo, con un cuento de “Ocho centímetros” de Nuria Barrios.

¿Qué más hago? Acumulo en esa mesa que siempre tengo cerca, el mantenimiento permanente de las noticias de un libro, soporto vivo mi rechazo al mal comportamiento de mucha gente que tanta desazón nos produce a todos. Un periódico del día, una tablet, ponen en mi conocimiento una mezcla de cosas buenas y malas.

También tienen un importante capítulo en mi vida, cultivos de hace tiempo aparcados en estanterías con polvo y poco uso: libros de enseñanza de ajedrez recordando tantas tardes y noches estudiándolos, para luego “perder calidad” en lenguaje ajedrecístico en tantas partidas jugadas, luego de tantas horas de estudio, tantas aperturas memorizadas casi hasta el medio juego. Esos gambitos de dama aceptados y disfrutados. Ahora también on line, en cualquier momento, tengo un nuevo tablero delante, como mi viejo Stauton 4.

Mis conocimientos informáticos, al cultivarlos mucho menos, se oxidan, se olvidan y me fuerza al comprobar mi ignorancia a estudiarlos de nuevo.

En definitiva con una cosa y con otra recupero así viejas sensaciones y huyo de la desgana que puede producir el cansancio que tiene la edad. No quiero cansarme de nada nunca. Necesito cubrir mi escasez física con nuevas capacidades e ilusiones, como un amor imprudente, el espectáculo conmovedor de ganarle alguna vez la batalla a la vejez. Si fracasan mis palabras que triunfe al menos cual un roce erótico en la piel, el triunfo del resultado perseguido.

Puedo así aprender algo nuevo: haber disfrutado una tarde, como si de la mañana se tratase, sentirme bien, con ilusiones por estrenar. Haber vencido al recorrido de mis pies cansados cuando todavía alcanzo, aunque cada vez más lentamente, las calles, las tiendas, la gente, los amigos de mi barrio. Hasta gentes que no conozco, las miro, me miran bien, seguimos nuestros caminos.

Si me siento bien, si soy al menos un viejo en buen estado para adquirir riquezas donde no sabían que estaban, puedo aportar a alguien cariño, comprensión y ganas de vivir. Misión cumplida, sensaciones recuperadas. 

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas noches Fran

Anónimo dijo...

Soy Ana fran ,se pone muy dificil el contestar y mandarte mi saludo .Te sigo ,como siempre