Estoy leyendo una novela de Marta Sanz donde devuelve a su
escritura el derecho a esa lentitud para contarnos cómo su personaje se
desnuda, cuenta su propia biografía lentamente, su lección de anatomía, casi
como una posición del cuerpo fuera de las sábanas.
Necesito esa misma lentitud para leer cada tarde, para sacar de cada libro entre mis manos lo mejor que tenga. Acumulo ya tanta lectura tantos años que es momento de aplicar el reposo que me exige mi propio cuerpo para otros menesteres, buscar las necesarias pausas para dejar firme la lente intraocular situada detrás de mí cristalino. Se apoyó en tantas palabras ya que está un poco fuera de su sitio.
Me ha avisado temerariamente hace días, desplazándose lo
suficiente para que una zona turbia me dijera claramente que quizá haya algo
que hacer para recuperar la visión con la claridad que necesito las horas de mi
vida que pretendo seguir dedicando a la lectura. Lo necesita mi ego de lector,
insólito, intransitivo.
Me preguntó una doctora, puesta en antecedentes de mi
incidencia, ¿lee usted mucho? Creo que mis ojos ya le habían dado, con la advertencia
del desplazamiento de mi lente, la respuesta. Estaba bien explícita en el fondo
de ellos.
¿Qué hacer sino? Si no puedo cumplir la imperiosa necesidad
de vivir la vida que deseo y necesito, no tiene cabida ninguna posibilidad
ajena a ello. La vida que uno quiere, la vida que ha elegido, la vida que es tu
vida, ya está asentada y nadie te la puede tocar.
Es como en la novela de Marta Sanz mi lección de anatomía. Igual que
cuenta ella cómo hacía el amor pegando cabezazos sobre el cuerpo del otro, yo lo
hago cada vez que me entrego plenamente a la lectura. Me basta este libro que tengo ahora entre las manos,
pero necesitaré el siguiente, “como una profesión o un auto de fe”.
Me ha dejado ya la vida las mejores sensaciones, he agrupado
en mis palabras lo mejor que pude dar de mis sentimientos. Pero para seguir en
ello necesito que llegue hasta mi vista la mayor luminosidad posible. Que nada
me la merme, es mía la distancia justa hasta la página de un libro, tuve la
mejor mirada también para los seres que quise y todavía mantengo la cercanía
más hermosa que me la da precisamente una mano cerca siempre.
Poca riqueza más para añadir a mi propia lección de
anatomía. Amo ya una imagen que he convertido en estática para tenerla
cada día más cerca. Amo a quien me amó, a quien me fue ayudando cada vez a salvar
las contrariedades que vinieron a destiempo insistentemente. Poca riqueza
aparente pero singularmente difícil y hermosa.
Yo fui poniendo lo demás, lo que
faltaba, la tremenda dificultad de la resistencia, esa ha sido mi victoria,
como un triunfo sin cálculo previo. Todo se fue deshaciendo y yo en cambio me fui manteniendo.
Es cierto que ahora necesito ampliar las pausas porque se han convertido ya en
una patología de descanso necesario apoyado en las mismas palabras que estuve
leyendo.
Hasta un colirio cuida de mi ojo con la lente desviada, para
darle precisamente reposo. Va como conservándome el camino para poder seguir
leyendo al tiempo que acariciando, que buscando ese enorme descanso que pide mi
cuerpo, que es ya parte de mi necesaria anatomía. Le da como más lentitud a las
tareas emprendidas que van siendo cada vez menos.
Antes tenía como una previa planificación del ocio esparcido
durante todo el día. Le robaba a ser posible horas al sueño, me producía
rechazo demasiadas horas en la cama, me levantaba a esperar que llegara la
mañana. Siempre he sentido hacia ella como una especie de fidelidad, de bien
estar, de predisposición para arreglar las cosas pronto. La mañana era empezar
el día, estrenarlo cada vez de mi propia vida y estar como más seguro, más
defendido para que en esas primeras horas todo fuera a ser mejor. Encajaba ese
espacio de tiempo como un oleaje benefactor de mi cuerpo. Acariciaba la mañana
con la calidez que la caricia tiene para obtener el resultado perseguido.
Pero ya está casi todo dicho. Es tiempo para llevarlo todo
más despacio, mirar más lentamente obligado por el desvío de esa lente intraocular
que me resta algo de la claridad que necesito. No es cuestión de desgana, es
falta de posibilidades.
Por eso reivindico ya el derecho a ser quién era. Si la vida
ya no me puede aportar más beneficios de los que me dio, que al menos me
mantenga lo que tengo. Si uno va perdiendo monedas, fuerza y salud, necesito
conservar sino las ilusiones que llegan ya a destiempo, las propias, las que
tenía. No me hacen falta nuevas, mi anotomía es mi manera de querer, de buscar
las mejores palabras con su extraña cualidad sedante hasta el fondo del cuerpo
con su olor ya a antiguo, a tiempo.
4 comentarios:
No hay soledad... si escudriñamos. en nuestro presente, este está ahi. prsente, en nuestras vidas y los actos son una muestra de ello. cuida el presente. vive intensamente, los q está en nuestra lente, si con una sola gota de alegria, aclara la visión.
besos maria dolores.
El presente es lo que debemos anteponer a todo. Gracias porque en tu regreso a mis palabras hay la suficiente claridad para mi lente. Y gracias por tu alegría.
Besos
-En un inesperado giro del destino ahora me encuentro frente a la entrada del peor infierno de todos: el de la rutina.
Mi alma ya huele a resignación y costumbre.
-¿El destino?
-[...] No, no debería culparlo; a este maldito lugar jamás se llega de manera inesperada...
Me pregunto cómo demonios no me percaté a tiempo, o aún advertido de tan inminente riesgo, no tomé otro camino.
-¿Otro camino?
-Si, uno sin aroma a resignación y costumbre.
Un abrazo apreciado Fran.
Ana
Siento tu actitud, Ana, pero no mires el pasado de lo que pudiste hacer. Mira el futuro y lucha, sigue luchando. El cómo sólo lo puedes encontrar tú. Pero, por favor, no bajes los brazos.
Un abrazo
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