Voy a ver si explico lo que hace mucho tiempo debía haber
explicado y todavía no sé muy bien cómo hacerlo. A estas al turas mi caché de
lector, como esa memoria antigua que tiene por ejemplo cualquier ordenador,
nadie me lo niega. Sin embargo no sé bien porque estoy escribiendo en este
paraninfo anónimo, que muchas veces da miedo y te obliga a disimular
identidades propias y ajenas, ignoro las razones, y ahora que me debiera sobrar
más el tiempo ando escaso para lo que me
queda por decir y por hacer
Soy incapaz de dejarlo pasar inútilmente, tengo energías
todavía para adquirir sabiduría que en este caso, bañada como en la antigüedad
de un casco viejo, cuesta más incorporarla, pero nadie me la puede quitar ya.
Para todo eso la red se ha convertido en un lujo, en un vicio, en una manera de
esconder los amantes y no declarar todos tus bienes, es como una Hacienda
pública que en determinados momentos te obliga al silencio y en otros a tus
propios desacuerdos.
He dejado huellas y tengo seguidores. Les gusta de mi
palabra, la palabra, porque como dijo Burroughs, “la palabra hablada y escrita,
actúa como un virus. Se trasmite, se contagia.” Y con la palabra he narrado ese
tiempo que he tenido escondido en tantas ocasiones, Allí están mis formas, mis
deseos, mi importancia, me gusta a mí también lo que he dejado dicho, no me
arrepiento de nada, no borraría nada, ni hasta cuando parece que me he estado
dando importancia, ni la propia insistencia con los libros que he leído para
inducir a que lo lean otros, a ver si los sienten parecidos.
Qué extraña me ha parecido muchas veces la red en mi propia
cama cuando me acordaba de ella luego, me parecía casi ajena, aunque fuera sólo
unos instantes para entender dónde me encontraba, qué es lo que quise decir de
mí para que todos me entendieran. Pero siempre considero que he sido generoso
en muchas ocasiones y con muchas personas. Para todos, pedir nos resulta
complicado, pero dar no es nada fácil y yo he intentado hacerlo de múltiples
maneras sin que me pidieran.
Ahora, cuando noto la
rapidez con que se me pasan los días frente a la lentitud que tenían cuando uno
de joven casi hacía fuerza para que pasaran, ya no me queda la posibilidad de
hacer proyectos, sino el más importante, sentirme mejor hoy, no importarme cómo
me sentiré mañana. Y cuando llega la noche tengo un descanso muy hermoso y muy sencillo: sentir el aliento próximo de
quien ya duerme. Tiene un valor incalculable, una serenidad gratuita, una
manera de estar cómoda y tranquila. Convivo todavía, comparto, en eso estamos.
Ya sé que después vendrá lo mejor que tiene el día: el día.
Antes hay que hacer muchos esfuerzos para haber terminado el anterior
dignamente. Hasta llegar a ese nuevo, hasta ver desde el principio qué han
escrito en la red, está la medianoche, y es difícil –siempre lo ha sido para
mí, por eso he insistido que nunca me moriré de día. Esa transición, como dice
Barrueco de Lavapiés o de cualquier sitio, los hombres “sienten que es más fina
esa delgada línea entre la vida y la muerte.” De ahí la razón de que le tenga
tanto miedo a la noche.
Por eso necesito llegar por la mañana nuevamente a mi sitio
en el café, en el libro, en la red, para poner cualquier palabra, contar algo
sobre ese libro que acabo de leer, cómo sobrevivo, la fuerza que me hace llegar
al alba más pronto que nadie. No es que madrugo más, ni tengo ninguna hora de
descuento, es que busco tener que levantarme antes con pasión, con mucha
insistencia. ¿Dónde vas tan pronto, me preguntan a veces? A la vida, al tiempo
que me queda, al libro que he dejado entre medias, a contestar dos líneas a quienes
hayan leído las mías.
No me voy de vacaciones, siempre estaré en la democracia de
la red, sin importarme que alguien me considere importante o que piense que no
vale la pena leerme. Voy a tener, eso sí, siempre, como una aureola de deseo,
escribiendo como he hecho muchas veces en aquellas ocasiones que pueden
provocármelo. Es mi estilo, mi postura, mi salvación, mi forma de ser
permanentemente amante.
Y aquí voy a seguir el tiempo que me quede. No me iré hasta
que la vida me elimine de Internet. Bien me vale llevarle la contraria a la
frase de Rilke que ese gran novelista gallego que es Ramón Reboiras, utiliza en
uno de sus libros para llegar hasta el fin del mundo, como un hombre de este
tiempo y de estos años: “”¿Quién nos volvió al revés,/ para que siempre/por más
que hagamos tengamos el gesto/del que se marcha?”
Pues yo me quedo el tiempo que me queda. Esto viene a ser
como un vicio público, o una virtud en privado, ¿verdad, Ramón?