miércoles, 7 de marzo de 2012

ESA AMISTAD DE RENTA ANTIGUA



Como una forma de hacerle caso a nuestra vejez, tuvimos la otra tarde un rato de compañía, de lenta conversación, sin tener que preguntarnos antes las pausas, porque esas las llevábamos puestas tanto nosotros, mi mujer y yo, como Carmen, nuestra amiga. Las hicimos y seguimos sintiéndonos cómodos, como antiguos amigos.
Y nada más irse yo pensé en contarlo un rato aquí, que es el sitio de mis desahogos, pero he preferido dejar reposar unos días esa conversación de amigos que tuvimos -entre amigos de siempre- que nada nuevo teníamos que decirnos pero que sin embargo siempre evitaremos despedirnos. Porque eso es lo que pasa, con aquellas personas que quieres no te despides nuca, nada nuevo ha ocurrido y siempre tienes algo que decirle, lo notas cada vez que la miras, que comentas algún libro, o que su propia compañera tantos años, hablando un rato, vuelve a ser compañera.

Sí, nos hizo mucho caso, y eso cuando nos hacemos lo que se llama “más mayores”, te das cuenta enseguida. Lo recibes igual que te lo dan, sin esfuerzo, con complacencia. Y la verdad es que ahora escribiendo de lo que nos dijimos esa tarde reciente, no tengo nada especial que contar, sino que estuvimos con un entrecomillado en la presencia, en el tacto de la llegada y la despedida, hasta otro rato, cuando lo vuelva a permitir ser amigos hablando, recordando.
¡Qué riqueza de recuerdos tenían esas dos mujeres! Fueron comunes en su trabajo, fueron compañía, paciencia y ahora queda con los recuerdos la viveza actual de una renta antigua, como decía. Todo ello dentro de una alcoba espaciosa pero en donde, sin embargo, tropezábamos al cortarnos nuestro afecto, al recordar a otros amigos.

Pero sobre todo hablamos del presente, eso que tiene la capacidad –no sé cómo se las arregla-  de abarcarlo todo. Si es algo antiguo lo convierte en festivo, decimos cómo fuimos y coincide en cómo somos. Con una amistad de la que hablo nos uniformamos, no hay que hacer nunca borrón y cuenta nueva, porque en este caso es como si rebotara en las paredes y la sintieras de nuevo con la riqueza que tuvo y que tiene.

Es curioso, si quieres, puedes hacer marcha atrás, nada te lo impide, para saborear la riqueza que tiene algo que empieza, por ejemplo, volver a ser amigos. Los principios siempre tienen indudablemente mucho más entusiasmo que los finales, estos entristecen por la causa que sea. Pero igual que el otro día dije que quiero vivir otros cien años, me pueden  servir para seguir siendo mucho tiempo muy amigo de Carmen.
Yo hace años que vivo un largo proceso de recuperación con contrato de mantenimiento incluido. Y en todo este periodo he sentido la fortaleza prestada que te aporta una persona tan amiga. En el caso de Carmen, dos líneas de ella siempre contienen enseñanza y sabiduría. Yo luego de leerlas dejo dormir con una larga pausa sus palabras, igual que cuando leo un libro bueno o cuando casi me aprendo un poema de sentimiento obligatorio.

En la amistad y en el afecto cada uno pone de su parte lo que sabe, sin darse cuenta de cual es precisamente su parte y la intensidad que tiene. Esas amistades constituyen como un día verbal que no sabe de medidas, sino de una predisposición, por ejemplo, a sentirte tan bien un rato de una tarde y notar que te hacen caso adrede porque no pueden evitarlo.
Pero a estas alturas –precisamente cuando uno ha perdido altura entre otras muchas más cosas- te queda ese recuerdo con forma de presente verdadero. Además sientes dentro la comodidad de no tener que dar las gracias porque a lo mejor te las están dando antes, se dividen a medias, en este caso era entre tres personas. Yo callaba muchas veces, iba aprendiendo.

Al final no lo pude evitar hablar también de libros, de tecnología nueva para leerlos, de formas de intentar aparcar más deprisa el regalo que supone esa vieja amistad tan permanente que además me mantiene joven. Fue precisamente esa gran amiga quien un día me elogiaba con palabras inolvidables la juventud por la que sigo luchando. Que me la den los medios, las personas capaces de enseñarme, quienes tengan verdaderamente esa “permanente y necesaria juventud en la mirada” que hablaba de mí Carmen.

Ojala pueda mantenerla con viveza, como dijo. Que forme también parte de esa amistad de renta antigua que tenemos mientras nos hacemos más mayores.












2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tù, como siempre apreciando, la amistad, lo q por años perdura.
Ahora yo te cuento, tambien fui a ver a mis amistades, pocas, pero eternas, me desplace por unos dias a Câdiz, alli vivi 21 año de trabajos y por supuesto buenos amigos, aunq a todos no alcance a verlos, los dias se pasan rapido y si quieres convivir, algo de lo q hacias o compartias, el final fuè volver con la recomendaciòn, vuelve pronto, te necesitamos, no saben q yo tambien los necesito.
El recordar el pasado feliz, desempeñando algo q en realidad nada tenia q ver con mis estudios, pero eficaz al tratar a tanta gente y las sonrisas de los q se sienten escuchados, aunq a veces reprendidos, porq el trabajo en la mar es duro y el q tiene la sartèn por el mango, no trata como es debido a los q ponen su vida al servicio del dueño.Asi es la vida y seguirà por muchos años, cosa q ya ni estaremos para pensar en ello,Tambien la alegria de ver a los q quedan.
Mi viaje fuè impulsado, por un encuentro en Chiclana de los amigos del camino de santiago, con la ilusiòn de volver a empezar, mientras el cuerpo aguante.
Besos y feliz de poder compartir , la amistad q años tenemos, sin màs trasfondo q estos comentarios.
maria dolores.

Fran dijo...

Y tú también sabiendo pnoer siempre las líneas justas, en su sitio, donde deben estar. Las líneas del afecto que he compartido también ampliamanete contigo. Son esas amistades como los viejos olivos que tienen una raiz pequeña pero que crecen y vuelven a crecer.

Besos y gracias por tu amistad.