lunes, 7 de febrero de 2011

LA VEJEZ TAMBIÉN ES UNA CUMBRE


Y puede ser una sugestión, un criterio, una manera de llegar a la última lujuria, a la ternura que aún nos queda, la excusa para buscarse todos los caprichos, excepto los que no te permite el cuerpo porque en palabras de Carlos Marzal, “lo fuera de lugar era un concepto adolescente, pero no un criterio de vejez.” Me voy a permitir, pues, aunque no me dejen, cualquier cosa, venga o no a cuento. Tendré siempre vivo el respeto ajeno, pero ese rincón propio como hacíamos con los juguetes de cuando éramos niños no lo modificarán las circunstancias porque me queda todavía una capacidad de gozo de la que no tuve noticia hasta ahora.



Es nada menos que una cumbre a base de detalles que el más fogoso amor de juventud no me permitió saber que existían: lo vengo haciendo, me lo vienen haciendo ya muchas veces, muchas noches, noto una mano que simplemente pregunta, ¿estás despierto? No hacía falta preguntarlo, sabía que lo estaba por el ruido opaco de la almohada, por la forma de estar acostado, nunca del lado que me duele, por un simple carraspeo de garganta, arreglar el edredón que se estaba cayendo. No se trata de nada especial, es un registro de la carne, cansada y acumulada, a falta de catálogo ya, impaciente por no encontrar la mejor manera de ponerse. Es nada menos que la presencia de un hombre junto a una mujer que llevan así casi todo el tiempo que han vivido, es hacerse viejo sin que sea tan molesto todo lo molesto que es hacerse viejo.


Desde arriba de esa cumbre escribía hace unos días sobre el dolor. Me ha parecido al volverlo a leer como si le estuviera haciendo algún mal gesto y se trata sin duda de un grave error: nadie se conoce mientras no ha sufrido, ni sabes del todo de los demás, cómo eran, cómo van a llegar a ser. Ni yo mismo seré capaz de entender bien lo que hice porque de joven no sabía lo que tardaría la memoria en dejarme libre. Ahora ya lo estoy, ya miro desde arriba, desde esa cumbre, depauperada pero cumbre, gloriosa tantas veces. No es que quiera alardear de ella, pero es que puedo pensar lo que quiera y expresarlo como si estuviera todo sin decidir todavía.


Vivir todo este tramo y lo que encierra, que se me está acabando, es una manera de decir adiós sin decirla, es un placer solitario, narrable, manejado con la mecánica propia que me otorgan las palabras, las tantas palabras que he leído. Contar todo esto que cuento es como ser amante desde siempre y para siempre, son los instantes, quizá los mejores instantes.


He llegado donde estoy, escribiendo muchas veces en los huecos que me permitía la red, haciéndolo con mucha gente de la que en cualquier caso siempre guardaré buen recuerdo para que a su vez lo tengan de mí. Vine hasta aquí con un anecdotario propio, con sucesos de mi día a día. Todo forma parte del equilibrio.


Estos días tengo para añadir cual una continuación a mis múltiples gestos, cómo me someto a la curación de una herida. Paso por distintos Centros de Salud, cruzo diferentes puertas según el día de la semana que sea y me encuentro a diferentes enfermeras. Mechar esa herida es como el abc en su trabajo. Milímetro más o menos vienen a hacer lo mismo. No así el cariño que ponen en ello. Pero, Pilar, Lola, Irene, Camino lo hacen como quien besa por primera vez, me hacen creer que los 2,2 mm de profundidad ya son tan sólo 1,8 y que supuro menos, con una complicidad mutua, una confianza aprendida en los manuales para curar cualquier herida.


La juventud no tiene ese sitio elevado desde donde poder ver casi por completo la duración que van a tener las cosas sin saber el final, sin tener la placidez y el aplomo como una especie de sabiduría gratuita, completa, llena de intimidades que ando desplegando. Ya me he untado con esa especie de barniz corporal que dan las personas elegidas, los sucesos desconocidos que no sabíamos que íbamos a tener, como el andén de una ciudad a la que llegamos tarde.


La vida destruye y remplaza, derriba y suple, pero es acogedora como un gran hogar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Siento el que tengas que sufrir tanto Fran. Hoy se me ocurre ponerte una frase...
"Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber; la ciencia del padecer, es la ciencia de la vida. ”

José María Pemán
Un abrazo .
Ana

Fran dijo...

No me hace sufrir nada o me compensa de cualquier sufrimiento que pueda llegar, saber que hace ya varios años me lees y cuelgas tus comentarios con una gran lealtad y afecto.

No creas la vejez, como digo, es una buena cumbre también.

Un abrazo

BB dijo...

Nadie se conoce hasta que haya sufrido, dices, pero yo te digo que no es solo el sufrimiento físico el que derrota o destruye. Hay penas tan hondas que te resultan en su momento, casi imposibles de sobrevivir y, sin embargo, sigues, continúas y aunque no haya herida visible, allí está, demoledora, terrible, sin poderle administrar calmantes, ni drogas conocidas. Y sientes el deseo de morir, pero no se muere de pena, no.
La vejez te hace mirar las cosas desde otra perspectiva desconocida, pero es que ya no existe ninguna que no sea esa, el final del aprendizaje.
Y quizás haya una especie de triunfo cuando sientes que no necesitas aprender más nada.
Tú te has engrandecido con ese dolor físico que te ha tratado de menguar, pero, eres fuerte y además, te ha hecho sabio, te ha curtido el alma, como dice Pemán.
Y ahora que miras desde la cumbre de tantos años, que te sientes con el deseo de transgredir, de darle rienda suelta a cualquier capricho, sonríes ante ese deseo, que el cuerpo no consiente.
Si, claro que es una cumbre la vejez y desde ella, no te queda más que asir lo que todavía tienes, la maravilla de cada día, ese regalo que se estrena como si fuera el único, el primero y con esa capacidad de gozo de la cual no tenías noticia.
Sí, claro que es una cumbre la vejez y es un triunfo alcanzarla.
Un beso, Fran
BB

Fran dijo...

Tu respuesta, BB, es completísima, has leído con detalle y cuidado lo que quise decir al subir a esa cumbre que tiene la vejez pero desde la que nada va menguar mi capacidad de resistencia, sino al contrario. No sólo al dolor -que es más fácil- sino como tú misma apuntas a cualquier daño moral que solo lo palia el corage y el soporte propio.

Gracias, por leerme con ese interés. Tú siempre has estado también cerca de mis palabras. Y por darte cuenta de aquello que apunto como más importante: mi capacidad de gozo de aquello que es diario, largo y diario, que al hacerse viejo mejora por momentos; satisfacerse con lo más cercano lo que más realmente le sirve siempre a uno y no tenía noticia, a pesar de tenerlo siempre junto a mí.

Un beso, Baby