miércoles, 22 de diciembre de 2010

UNA ESTÉTICA ARRIESGADA


Metido de lleno, cómo no, con las cosas que más me gustan, que me proporcionan placer, ando ahora con el quinto tomo de “Pequeñas Resistencias” con cuarenta cuentos a cuestas, "ríos de indómita tinta", con los hombres y mujeres, en muchos casos en la balanza ya segura de tener tan solo treinta años, he arrancado de este libro una estética propia y arriesgada, con su amor y su lectura, lo he convertido en la regla: cuando uno hace una cosa, lo hace toda su vida, por eso advierte Eloy Tizón: “al cuento se lo ama o se lo rechaza”, "tiende a los colores fuertes, la fiebre y lo adictivo". Y mira por donde, yo ando siempre así viviendo; me apunté como si fuera a estar siempre leyendo un cuento cada día, dedicado al amor con su hermosa estética arriesgada y su ética profunda. Amo desde ese mismo cuento de mi vida, mi manera de estar, mi práctica bien aprendida



Amo,  porque el amor es como mi tierra, mi lugar de origen, mi cobijo, con forma de pecho y de cadera, destino y vivienda, un punto sin retorno porque no quiero volver, me quedé en él, es mi buena noticia al empezar el día, mi permanente compañía. Cual una bufanda necesaria para los fríos del invierno y la quietud de un libro sobre las piernas, a la vista está junto a mis palabras. Más allá qué importa, qué más da.


Amo a quien tuvo la paciencia de entenderme todos los días –y ya son muchos días- para que la entendiera yo a ella; a quienes pusieron sus palabras en este taller de escritura benévolo y tierno; quién cuenta los días que pasaron hasta que fui a por más amoxicilina en la botica de toda la vida; o quien sus maneras fueron el oficio incalculable de encontrarme el libro, en ocasiones sin aportarle los diez dígitos del International Standard Book Number, o cuando ni estaba editado pero iba pronto a estarlo. Mi "servicio de novedades" de ex librero es una manera de anticiparse a los deseos igual que cuando pregunto si me quieren.


Amo, porque es una actividad de permanente rejuvenecimiento ya que supe elegirla libremente como una manera de entender la vida. Amo, hasta convertirlo en eso, mi estética arriesgada, me conocen desde lejos, me ven venir, ya saben lo que voy a pedir. ¿Dónde está el riesgo? En querer lo mejor y poder obtenerlo luego con el equilibrio que me aportan las “Pequeñas Resistencias”, cinco tomos para leerlos despacio, y como está uno de acuerdo en amar el cuento, estar también favorecido para amar todas las cosas que me ofrezca la vida.


Me vale para apuntarme a lo que más me gusta y poder disfrutarlo luego: quiero las blusas con escotes imposibles donde sueñas poder llegar más tarde; que cada vez que me preguntan, ¿te gusta que te toque? no me quede posibilidad de respuesta porque viene enseguida otra manera de tocarme; desmontar las horas de la noche cuando ocupan el hueco de la propiedad de tu cama y luego quieren saber, si podían cambiarse de sitio. Así no me hago viejo, tengo como una petición de servicio permanente, de sorpresa recordando el brillo que puede tener el pómulo derecho que ande viendo, casi igual al reflejo de un collar de perlas.


Igualmente no me desparece el deseo, la comodidad de mezclar en la reglamentación del amor al cuento que estoy leyendo como un libro siempre abierto, con el amor que me favorece, me conviene, me aproxima a las personas que me quieren, me devuelve la voluntad de la propia prosa.


Hace escasos días me enviaron un vídeo precioso como felicitación navideña para hacer que en el año próximo se me olvidaran las penas del amor. A falta de penas, no obstante, es un hermoso homenaje de la Asociación Gayarre de Pamplona en el Día Europeo de la Ópera 2010, una demostración que la ópera la ha creado el pueblo y es para el pueblo, forma parte de esa cultura popular y sólida. Me la hizo llegar mi mejor psicóloga ya que no tengo otra psicóloga. Le añadí junto a las bellas romanzas de la ópera, tener un libro cerca.


Al verlo, al fijarte en las expresiones de la gente que llena el inolvidable Café Iruña de la Plaza del Castillo pamplonesa en una tarde de primavera, gente mayor, tomando sus cañas de cerveza, su bocadillo, gente joven con los niños al cuello de sus padres, todo representa a la vez que el asombro al escuchar la música cantada por los camareros del café, entre sus gestos, el amor de unos y otros.

http://www.youtube.com/watch_popup?v=NLjuGPBusxs&vq=medium


martes, 14 de diciembre de 2010

AMOXICILINA, COMPRIMIDOS DE LIBERACIÓN PROLONGADA


Menos mal, eso tomo, antes del desayuno, de la comida y de la cena. Ya no solo para que elimine de la vieja cicatriz en mis isquiotibiales, sin bisturí ni nada, algún cuerpo extraño que se quedó ahí dentro y no quiso salir cuando era su turno. Menos mal, además, porque con la amoxicilina me palia un poco ese rastro final que tenemos los hombres: ¿qué queda de nosotros cuando andamos medio acabados, sino una ranura de disculpa? Uno tiene que recurrir a lo que tiene aún de hímnico como dije el otro día, hasta que me lleguen las palabras que se esperan un poco porque la gente se va y a veces pasa eso, que de pronto se pierden las señas.



Hoy he recobrado sin embargo una dirección que tenía en una carpeta llena de hermosas imágenes; hoy mejor que en un banco en el viejo cauce del Turia, aquel que veía desde la finca de mi madre, a la bajada del Puente del Mar –la finca más hermosa de Valencia, con sus dos torreones, con su amplio mirador y las habitaciones de la entrada donde el ilustre doctor ejercía la medicina de curar las pieles-. (¿Habéis visto alguna vez, me hacía pensar, lo que es la piel de una mujer?)


En las palabras de mi conversador “Correveidile” celebraba que haya recobrado mi “Taller de Privilegio”. Mejor recuperación será con un escrito de él, en que no sabe si ponerse a servir o tomar criada. Yo vendré a colocar junto a sus palabras las mías que siempre reclamaron compañía. No, Correveidile, no necesité meter ningún “pet” en casa y jamás me daré por vencido.


Descenderé cuerpo abajo pero con mi taller de privilegio siendo yo solo su privilegio; con mi página que habla de los libros, acercándome a ellos; borrando si es preciso el camino que recorro y que quizá lo hímnico sea recuperar unas viejas caricias de la propia esencia, que nacieron con genes parecidos. Daré de nuevo dentro de escasos días un abrazo inolvidable a quien ya tuvo sitio en estas páginas para explicarlo.


No regresaré del todo, me quedaré hasta donde me lleven los comprimidos de liberación prolongada, pero súplicas, testimonios inolvidables para lo ajeno con consentimiento porque no tenía precio, no lo volveré a dar. Es imposible mejorarlo. Aunque siempre quedarán –y allí están- al igual que hago con “Las Pequeñas Resistencias 5” en la Antología del Cuento Español: o se le ama o se le rechaza, como una amante mal llevada. Probablemente, igual que citaba Vargas Llosa a Flaubert en la toma de posesión del último Premio Nobel, es verdad, “el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia”, que yo no tuve nunca. He sido más bien corriente, me defiendo con mis lecturas en el comienzo solitario de la mañana que me duran para todo el día y que hacen que me parezcan, como ya dije alguna vez, algo ilícito y precioso.


Sin talento ni paciencia, quizá, pero con café verdadero (hasta en mis estancias en los Hospitales, no tomaba Malta, engañaba a las enfermeras en cuanto se daban la vuelta con el café que me traían de casa). No, no quiero sucedáneos, quiero sólo lo verdadero, viejo amigo “Correveidile”, tú que también tienes tus entretenimientos, “de la que me haces gracia” cuando hablamos de la salud, que es lo que importa, lo único que ya me importa.


Me tendré que valer, como es siempre verdad reconocida, con el misterio inaugural de mis mañanas. Y a ratos, escribiendo, sacaré entrada de la vida, con una referencia ineludible a mi título de cabecera. Porque escribir también puede ser un vicio que te lleva hasta el fondo del que no puedes salir jamás, una mínima costumbre, como una mujer que cuando tiene un hombre cerca, hace algún gesto siempre, muestra un poco.


Ya me vale, escribiendo me muestro, me aporta calma, aunque es irregular (hímnica o de liberación prolongada) como en el amor en que alguien anda siempre corto y el otro largo sin explicarlo nunca.

NO SÉ QUE ME HAGA, SI PONERME A SERVIR O TOMAR CRIADA


Por Correveidile

Escribir, de por sí, es algo funéreo, sí, guarda concomitancias con la muerte, en tanto es la antítesis de la vida; vivir es otra cosa, está vinculado a la acción, al ser desnudo de los aditamentos, de la lencería femenina que vienen a ser las palabras.

La exigua minoría de los que viven “en directo”, no escribe ni lee, ni va al cine, ni deja que se lo cuenten, lo protagoniza; mientras una abrumadora mayoría saca entrada, entra y se sienta a verlo, a que se lo den “en diferido”, envasado, muerto.
Sucedáneos: el que tiene prohibido el café se contenta con un remedo vulgar: malta. Para suplir las carencias del que es para poco y se acobarda de cualquier cosita, se le cuentan cuentos, leyendas mitológicas, hazañas bélicas o de cualquier superhéroes, romances de amores de estrellas cruzadas. A falta de pan, buenas son tortas.
Bien mirado, las religiones al uso no son otra cosa que sucedáneos. El que ejerce dominio y guarda control sobre su propia vida, no necesita ponerla en manos de ninguna deidad.
Quien no se entiende con la mujer y/o con los hijos, mete en casa un “pet”, restableciendo algo de lo poco que dábamos por vencido: la esclavitud. Sin saber que el remedio no es la mascota, sino vivir solo, no poder ejercer crueldad sobre nadie –ni que la ejerzan sobre ti.
Así que estoy en duda, de si seguir con esto, o mandarlo todo a rodar y poner pies en polvorosa.
Entretanto, salgo a la calle y, de pronto, oigo el tris tras de un desusado trajín, alguien que huye del edificio de Capitanía, tropa que corre detrás, oigo una explosión, veo la deflagración, le ha estallado encima la bomba que llevaba destinada al cuartel, o la ha hecho estallar, se ha inmolado para no ser torturado.
Un atentado frustrado, me entero por los corrillos, un chiquillo, que ni pinta tenía de terrorista, pudiera ser que un sicario pagado por peces gordos, quién iba a sospechar, con esa pinta de querubín, cuando entró en Capitanía sorteando al centinela con una panera de ensaimadas en la cabeza y con aire despistado de repartidor de horno.
La policía había detenido el tráfico en las dos direcciones, provocando un atasco. Bocinazos de protesta.
Vuelve la luz verde, se reanuda la marcha, que es la hora de entrada y hay que fichar. Salen todos zumbando, sin otra preocupación que no sea no encontrar ningún fuego, toda la avenida en verde; han olvidado por entero lo que acababa de ocurrir, a mí que me registren, de mis viñas vengo, ya se apañarán.
Y el chiquillo, ¿qué? ¿le estalló la bomba encima, o se inmoló, buscando del mal el menos? Nos quedamos con la duda, es nuestro sino fatal, no ver nunca claro, se lleva cada cual su secreto a la tumba. Y así andamos, dando palos de ciego, huérfanos, sin padre ni madre ni perro que nos ladre.

viernes, 10 de diciembre de 2010

SER HÍMNICO, FESTIVO Y PANTEISTA


Lo volveré a ser de nuevo, sembrando algún poema hacia delante llenándome de euforia al sustituir todos los eufemismos de mi lengua y sin ningún disfemismo. Lucharé en el ámbito del dolor contra la propiedad de cualquier dolencia, la impaciencia de las palabras que vendrán detrás, borrar las etapas que no quise trazar para que no me vuelva a doler la vida como tensa y maldita.



Será otra vez un himno nuevo leyendo entre los renglones del corpus literario de Manuel Rivas –“A cuerpo abierto”, “El lápiz del carpintero”- hasta su último silencio cuando al hablar te juegas casi la vida si no aciertas el sitio que tienen escondido los gallegos, esas calas que cuando las encuentras se abren como una concha con todo su misterio, su lealtad, su memoria explícita, su tierra incógnita.


Me aposento en el modo de querer insistente y tierno, en la fiesta propia de perder el juicio, la cabeza loca, el cansancio incansable de mi cuerpo. Hace poco le leía a Paul Auster que el cuerpo humano no puede existir sin otros cuerpos humanos, necesita que lo toquen porque siempre tiene la piel reclamando la caricia hasta desde lejos. Me quedo, pues, para siempre con la energía corporal que me da la vida porque la energía es necesidad y placer.


¿Dónde tuve yo esa energía que me puso de pie? En mis lecturas cada día que me parecían algo ilícito, obsceno por su desbordante belleza. La tuve además en empeñarme por tenerla, en sentir tal necesidad de ella que sin ella no podía vivir, no tenía ni el suficiente aire para respirar lentamente en cada instante en que hace falta precisamente el aire. La tuve festivamente, como digo, acercándome a los libros hasta prematuramente, tenazmente, con una infinita paciencia que quizá me ha faltado luego. Por eso es necesario cantar el propio himno de nuevo, insistir otra vez en ser yo mismo el que era, el que fui, el que supe ser, produje placer al menos quince días, quince orgasmos, quince palabras antes y después.


Es como el desnudo del cuerpo que mencionaba antes que no puede vivir sin otro cuerpo. Aunque ahora tengan arrugas los contornos de mis ojos, seguirán siendo redes de pesca semejantes a los pliegues de las sábanas de las noches sin sueño. Le tengo tan pocas ganas a ser viejo que la ternura no se me ha hecho vieja, la puedo dar de nuevo soñando con un ceja fina de mujer y el hueco infinito que tienen sus axilas. Tengo algo de todo todavía: gestos, cosas, hablar del libro que estoy leyendo, las palabras, las emociones. Me queda lo mejor, querer ser hímnico como el gallego Manuel Rivas y contarlo luego en un taller de privilegio, propio,con una fundación inolvidable.


Devolveré lo que me dieron, explicaré en qué consiste el magisterio de mis ganas, las ganas de vivir, el cariño. Será al final justa la medida porque si algo callé entre medio escribiré mis emociones, casi desnudo, hasta reventar de nuevo con la audacia previa exacta al desabrocharme y quitarme la ropa con el permanente perfume de saber vivir, intacto y resistente, humano con una emoción imprevisible pero suficiente.


Más me vale, me parece, vivir ardientemente, pieza a pieza con la vida, cada contacto, cada muestra, cada anatomía, cada imagen. Más me vale sentirme siempre fuerte, con ánimo todavía de aprendizaje de la vida, jamás concluida, todavía pendiente. Ese es al fin y al cabo mi argumento escandaloso, mi asombro de cómo se resisten mis caderas a plegarse; notar como una aparición llegada, plena de historia, súbita, profunda, carnal y milagrosa.


El andén de la vida donde no se me hará de noche, mi calor más íntimo, el que siempre tuve como un arrebato postergado pero aún visible, una especie de sudor propio, mi peso, la edad que no aparento porque se me olvida apuntarla cada año.