lunes, 29 de noviembre de 2010

AL MENOS, BUENA GENTE


Me dijeron, al menos, buena gente, pero he decidido seguir haciendo por los demás lo que sea, pero negándome a ser excesivo. Me lo ha dicho varias veces con su estilo habitual una Princesa que siempre tuve lejos –que si América, que si Burdeos- me lo viene pidiendo, mientras ella ha decidido no tener ninguna prisa en crecer y mientras llamarme otra vez con su wifi porque le gusta oír mi voz, lo que menos cambia de las personas. Eso dice ella.



Pues menos mal que me ha llamado tesoro, el tesoro escondido que le dejó mi hermano antes de irse, cuando a veces aquí por estas pistas interminables, uno se siente mercancía de segunda mano, pero a la vez, se acuerda de esos comportamientos que siempre he tenido ofreciéndolos de forma gratuita, como una especie de proletariado que puede tener de bueno, que no se acaba nunca.


Por eso no me pienso terminar nunca para explicar que sin otro traje ni consecuencias, voy a seguir contando todo lo suficiente, sin pistas ni acelerar olvidos con tal de poder practicar como advertí hace días el sendero de los cursillos rápidos hacia la tranquilidad de ser comprendido.


Una vez ya aquí, con las comodidades que me da mi hogar, trabajadas desde hace mucho tiempo podré llegar indudablemente a niveles mejores de buena gente. Palparé siempre –eso sí- mi fruta propia de mercado, ese frutero único donde puedes saber la que ya está madura para comértela. Hasta en pleno invierno sudaré con cara de estar agradecido entre los seres que tengo y que tuve esperándome siempre, casi intimidado por su belleza tranquila y única.


Me quedarán fuerzas todavía para llevar sobre los hombros el bulto de las cosas no hechas y que acabaré haciendo, sin prisa, con el color del pelo que te exige la edad pero con la abundancia que me dejó mi padre; con el tabaco negro que fuman los hombres y que testimonian luego, los dedos amarillos, el sarro de los dientes. Así como cuando eres joven todo te gusta tanto que nada dura, ahora en cambio sí, porque si no dura no llegas, tienes que tomártelo todo en serio, aunque te salga regular, porque te falla luego la memoria, la que pones a elegir de las cosas que quieres acordarte, y dejas de hablar seguido, como hablabas antes y te acordabas a la vez de los nombres de entonces y de ese momento.


Necesito el sueño de la segunda oportunidad para ver como salen las cosas, las madrugadas con las ventanas abiertas para que vengan los amigos y siempre alguno te deje el consuelo, la caricia, el sueño. Y en esa segunda oportunidad necesito entender las tristezas y las vergüenzas ajenas como las propias. Ya lo sé que no es cierto eso de que las generaciones van pasando y no se hacen viejas. Hay que pensar que cualquier cosa nos sobrevivirá, pero que en ese tiempo hasta el final es hora de recibir los abrazos ciertos, las llamadas de una Princesa que no se hace mayor, las fotos que no hemos sido capaces de darle la suficiente dignidad, el fotógrafo lo hacía mucho mejor, siempre lo intentaba, pero nadie está a la altura de sus fotografías.


Y hasta junto a mis letras noto la falta de las fábulas de aquel Correveidile que traía aquí sus mejores cuentos. Me he dejado por el camino muchas veces lo mejor aunque no es tan malo echarlo de menos, es conveniente empezar a hacerlo cuanto antes.


Pero afortunadamente en mi casa no ha faltado un instante la luz infinita y bella de cada hora y todos los minutos. Siempre tuve mi sitio, mi turno y estuve donde tenía que estar cada vez, como soy, como era, porque el embellecimiento no se elige, quizá no se llega al escalón siguiente, pero al menos sí, el de buena gente.

sábado, 20 de noviembre de 2010

DE GUARDIA EN UNA BANQUETA


Mientras se me destrozan las lumbares, es incómodo y nunca más lo haré, porque estoy matriculado en necesitar la tranquilidad para ser comprendido, en unos cursillos rápidos que te dejan como nuevo para saber mirarle luego a una mujer la mejor postura de poner sus muslos.



Dicen en la primera lección, total desalojo, no a la ocupación para el provecho de nadie, si alguna vez lo ofrecí, lo retiro, como una apuesta que va a ser mal pagada en cualquier casino al uso. Pueden convertirse en supuestas pertenencias ajenas que al final ni te dan para pagar el pan del exquisito banquete que vienes ofreciendo. Porque todo consiste en imaginarte lo que de cierto no te han dado nunca, es a base de imaginaciones y la mía la tengo ya cansada; allí en los cursillos, predican realidades, hasta esas que existen para las personas de edad avanzada, una modalidad, que es un cúmulo de satisfacciones, hermoso y desbordante.


Hasta voy a cambiar la ruta del pequeño paseo de caderas desquiciadas y peligrosas: un camino que sin darme cuenta, por real y conocido, recorro a diario mientras me van dando al hacerlo obsequios sin tener que hacerlos yo antes: las amistades de calibre, sin explicaciones, al mismo tiempo que yo y con las mismas intenciones. Dará a lo mejor la impresión por tratarse de una ruta, por conocida, donde me desean menos; nada más lejos de la realidad, lo llevan escrito en la cuartilla abierta porque saben que leo. Dejémonos, pues, de imaginaciones, sino vayamos a casos concretos y cosas hechas.


De guardia nunca ya y no me oprimirá ninguna otra madrugada. Disfrutaré como lo vengo haciendo del amor en tiempo quieto, hermoso y tierno, arrancando los sujetadores sin ninguna ceremonia, la que he tenido siempre, la que te pilla desprevenido cuando no eres tú el que toma la iniciativa, la que es capaz de admirarte hasta mientras duermes, casi de lado, en la almohada contra las cervicales para que tengas la sonrisa de siempre.


Sentiré las ansiedades que me convienen, parecidas a las que siente cualquier mujer bajo la falda, pero no se me notará cómo me siento, no lo voy a contar, seré entero pero inaudible, desde el enorme patio interior donde dan las ventanas de mi casa, ni un jadeo, ni una conversación familiar de viejos amantes.


Ya sé que el verdadero amor provoca su dosis de desesperación y sufrimiento, por eso, cuando es verdadero cambiamos nuestro personaje de vez en cuando, como un turno admitido y querido, tras la última caricia que cuelga del más deshonesto sitio en un cuarto amueblado sin prisa y con saliva.


Y sabré ser cuando haga falta rotundo y firme sobre una cama bien vestida o en el sofá de cuero donde me voy haciendo viejo; una cama agrietada y permanente, que ha sabido ya de cómo salvar las discusiones con una autoridad pactada y rodeada de los mejores cimientos desde el principio. No hace falta pregonarla, sino usarla.


Es que ya lo sabéis –de ahí el título- no debo estar demasiado rato de pie y cuando me siente, necesito comodidades para todas las partes de mi cuerpo. Estoy haciendo esos cursillos de los que hablaba, donde de mí todo se me entiende por las calles hasta llegar al aula donde tienen lugar ellos, todos contentos, como si fuera un barrio nuevo. Me ha costado darme cuenta de la necesidad de mudarme para encontrar el banco en donde más tarda en ponerse el sol, en llegar más tarde la tarde, más soluciones a mis manías de siempre.


Y en casa –ya lo explicaré otro día mucho más largo- mi cuarto de trabajo, para mi mejor trabajo, mi sitio y mi postura de lectura como el mejor placer que aún me queda, infinito, rotundo, prolongado y largo, haciendo un poco ya el amor en entreactos para que no se me olvide el entusiasmo y su falta de ceremonia.


sábado, 13 de noviembre de 2010

ESTOY LEYENDO Y FUMANDO SIN CENICERO Y SIN PAUSA

y, mientras, voy soportando el atropello de los años, las ganas que te impone la vida cuando la procuras hacer a la vez donación y propia calma. No pasa nada especial nunca, pero hay muchos momentos en que alquilaría una habitación para poder gritar porque no llego bastante a donde quiero llegar aunque no deba ser yo quien calibre mi persona ya que cada uno saca de la vida lo que puede sacar y lo que le damos a los demás también debe tener valoración ajena.



Ya lo sabéis que cada mañana estreno mañana, huérfano de muchas posibilidades, ofreciendo entre las páginas de cada libro que ando leyendo mi abrazo siempre libre y promiscuo, descarado y tierno, como el grito de que hablaba antes. Es la única postura qué sé saber hacer: me dieron pronto la capacidad de entender y soportar el dolor, sin medirlo, porque eso no lo sabe medir nadie (¿le duele mucho?, me preguntaban los médicos y siempre contestaba, ah, pues no lo sé). Me he concedido a mí mismo cuando escribo el problema y el placer a la vez y al no darme pausa, lo hago con café, humo, dedicación y melancolía. Es mi forma de ebriedad, mi búsqueda constante de algún ser salvaje, adorable e inquietante, para ver si me calma o aumenta mi embriaguez.


Estoy siempre en la etapa de esa captura de un sentimiento asimétrico, con un año tras otro de caricias gratuitas porque las palabras que no vengan ya vendrán detrás; así las debilidades propias y ajenas, que a pesar de todo, aproximan. Es como expresar mi necesidad de ayuda porque el nivel de exigencia siempre me parece poco. La justificación que a nadie le salen del todo bien las cosas, no me sirve, qué más da, si existe la posibilidad de hacerlas mejor.


Esta mañana lo hablaba con un ser querido, familiar, yo le llamaría en cierta manera, propio, al que quiero acercarme porque me quedará tiempo de sentirlo más cerca que lo tuve –una mujer que siempre llevó hasta en la ropa de ir por casa los bolsillos llenos de belleza insistente y una inteligencia trabajada y rica- porque Mariate tiene esa rica sabiduría que siempre acompaña. Lo hablaba con ella, con el Wifi por en medio pero con un tono dulce de decir las cosas, que hasta casi me convence en que no insista demasiado en el esfuerzo propio, en la autoestima, en el derrame.


Pues no le voy a hacer caso: yo nunca le di demasiado valor a la experiencia, es una cualidad sobrevalorada; prefiero la cercanía de pieles que se quieren, de dar y entregar sin derecho a la devolución ni al retorno en caso de avería; lo que dije del grito primero y el abrazo luego sin sentir ciertamente a quién estás abrazando. Esa es la belleza de la promiscuidad. Ese es mi proyecto para poder defenderme, a ver qué tal os parece: o amor o quiebra.


Porque me quiebro cuando quiero a alguien, me hago pedazos para dormir mal de noche y andar medio dormido luego durante el día. Yo mismo me siento raro, raro pero tierno. Así en mi forma de vida, creo como en la publicidad, un espacio propio que no le dejo a nadie, o se lo doy o me lo quedo para siempre escribiendo.


Y dentro de ese espacio, Mariate, –ya que fuiste la culpable de que enhebrara las palabras esta mañana- seguiré esforzándome, eso que no me lo quite nadie. Me aguanté los dolores –y tú lo sabes- pues eso hice, aguantarlos, llevándole la contraria a los médicos; leyendo mucho, dejando todo el cuerpo mientras tanto como los iPods, en modo de espera.


Le dije a tu hermano una tarde entre foto y foto que sentía dentro de mí la ineludible sensación de no haber hecho nada bien. Y es verdad aunque “nadie sea un perdedor tan absoluto -como dice Nick Hornby- para no poder contar alguna historia sobre el hecho de perder.” ¡Las que yo contaría, las que me quedan por contar! Quisiera haberlo hecho mucho mejor y dentro de esa sensación de derrota que todos tenemos a veces, se vuelve siempre a intentar algo superior en muchos sitios: se vuelve, digo, a la ciudad los que se fueron; a la cama los que perdieron el amor; a la caricia, al menos aunque sea tibia y lejos los que nos hacemos viejos; a la enorme seguridad que dan las intenciones; a esa impresión de eternidad que siempre le otorgo al cariño aunque vivir degrada y desgasta.


Mientras, sigo escribiendo en este taller de auto escritura con la palabra que destruye y que separa cuando es lo único que les queda a un hombre y a una mujer: quien escribe y quien lee.

viernes, 5 de noviembre de 2010

HE DESCUBIERTO, SIN MIRAMIENTOS


Con esa placidez a deshora que me viene a veces donde me quedan restos de cuando estuve bien, escribiendo aquí, o en cualquier sitio público sin miramientos. Sigo, pues, escribiendo en una especie de búsqueda y de testimonio de una continuada lectura de un libro de cómodo y pequeño formato. Y al hacerlo, me siento cada vez más convencido que tengo una vocación de hondura para poder contarla luego. Es mi ruido de fondo, el eco de mi fiesta; es mi atracción y la que brindaré gratuitamente, sin pudor alguno.



Pero ya son muchas veces las que lo he dicho, me estoy cansado de hablar de libros, para contar los que leo como una especie de imprudencia. Voy a ver si por fin, leo para mí solo, o para alguien que me siga siempre; voy a leer de las dos o tres maneras que sé hacerlo: la de lápiz y libreta, casi siempre; la que encierra esa inevitable promesa para inducir a leerlo a alguien luego; la simple, la sencilla, la relajada de la sala o de la cama, yo que sé, dónde me pille, a veces con frecuencia en algún ambulatorio donde no lee jamás nadie.


Ya está bien. Tengo el cansancio que tienen a veces los poetas pero sin ser capaz de escribir ningún verso. Los post que cuelgo en mi blog ya no me importa si nos los lee nadie, yo los escribí con la seguridad de tenerlos dentro, como dije antes, sin miramientos.


Pero voy notando entre libro y libro el temblor de mis tejidos que envejecen a conciencia, hasta a veces con reacciones de cuerpos extraños en antiguas cicatrices en las isquiotibiales. A esa piel bien curtida que traje de la vida, nadie supo estrujarla con una palabra completa, rotunda, bien dicha, de esas que no admiten dudas.


Me gasta la vida y me viene gastando ya demasiado Internet, con voces que debieron llamarme antes. Yo vengo desplegando junto al hábito sedentario y hermoso de la lectura, el de la petición y el acercamiento, como advertí, sin dudas, y carezco de él. Son muchas veces las que lo supe todo y lo admití todo sin tener en cuenta que luego viene el cansancio que nos viene a los adultos de la vida creando espacios huecos, que en el mismo lugar debieron estar llenos.


Me duelen cosas que no le dije a nadie, me duelen cosas que acepté siempre; echo en falta barbaridades que tampoco me hizo nadie, lo mejor que repartieron para otros, no sé si con más merecimientos, pero con menos paciencia. Me urge ya un presente mucho mejor, antes de dejar esto: ni la reseña de un libro, ni copiar unos versos, ni soñar con un beso. Me urge lo que urge, lo que aprieta, lo que no engaña a nadie; necesito querer sólo a quién me quiera de verdad sin decírmelo quizá jamás.


Sin haber tenido nunca afición a la fotografía, qué permanente es el flash del momento, deja en tu retina, la hermosura de quién ofrece su belleza gratuita y generosa sin llevar nada puesto sino una verdadera gratitud o la honradez de dejarte pasar de largo que es otra forma de ser generoso; o de llamarte en todo caso, hablarte un rato y luego yo seguir en mi butaca de siempre y para siempre, leyendo, buscando de una vez esa placidez a deshoras que comentaba al principio y que no me la da nadie.


Ya va siendo hora que cierre yo puertas que siempre tuve abiertas. Es un derecho al descanso, aunque sea para lo que sea, ni tan siquiera quiero volver a ver a ningún médico que observe mis cicatrices de antaño, cuando todavía me quedan actuales por falta a veces de un calor humano que sacie, que reviente por todas las partes de mi viejo cuerpo.


He dado demasiado placer en muchas ocasiones, en demasiadas páginas sueltas, en correos que se leen sin fijarse del todo en la exigencia que tienen, el vicio que llevan. He hablado demasiado de libros, de todo, y es como enseñar la piel con el paso de los años y la ropa cómoda pero demasiado usada.


Ni me cambiaré de ropa, quizá baste seguir leyendo en cualquier sitio el último manojo de versos y no contárselo a nadie. Sin miramientos.