jueves, 9 de septiembre de 2010

CARMEN


amartinezfotografia.com

Dije que había vuelto y que iba hacer una pausa en mí cuaderno de escritos, pero alguien me la ha interrumpido. Se llama Carmen, tiene los genes juntos y directos, hija de un hermano médico que la vida me lo robó como avisándome que iba hacer lo mismo luego, más de cerca todavía.



Siempre hablo cuando me preguntan por mi familia de ese grupo tan unido que forman las chicas y el chico, con el apellido de mi mujer, que son ya familia mía también.

 De mi ramal me olvido –y os pido perdón a todos- de las ingenierías, las biologías, el arte y las enseñanzas y me quedo enseguida y la aprieto entre mis brazos con la menos cultivada pero que en cambio siempre ha aportado cerca de mí, lo que no enseñan en ningún sitio: la alegría.


Se llama Carmen, es la prohibición de estar triste, la generosidad de las sonrisas que no tiene nadie; se llama la vida, eso que a veces no encuentras, y lo tengo bien fácil: llamar a Carmen. Nos vemos muy poco, perdió a su madre y un momento antes necesitó tenerme junto a ella. La vimos morir juntos y abrazados.


Y ya que lo nombro y por eso la traigo aquí, en esta pausa a mi pausa, posee una particularidad que forma parte de mi vida: Carmen abraza como no me ha abrazado nadie jamás, lo trajo aprendido para poder practicarlo conmigo las veces que nos viéramos. Aprieta, la condenada, te viene a dejar sin aire, pone la cara donde solo hay sitio para ponerla, ajusta el cuerpo, empieza ya su risa suelta y desenvuelta, te aparta, te mira para estar segura –no sea caso que se haya confundido en el abrazo- y te vuelve a abrazar para que no dudes jamás, que se llama Carmen y que a ratos su recuerdo es lo mejor que te puede pasar.


De verdad que lo he estudiado, me he preguntado, ¿cómo abraza esta mujer que no es posible que lo haga igual nadie? Cuando lo hace, es mi hermano, que fue médico para ordenar que me cuidaran, antes de irse; es la bondad de él, su entrega y su generosidad, la exigencia para que Carmen me quisiera de esta manera.


He roto la pausa de este foro, he colgado el post más sentido que he notado dentro porque hace unos días junto a ella, cuando vino casualmente a mi ciudad que también fue la suya, estuvimos juntos, nos reímos juntos, tuvimos la alegría juntos, prohibimos a la vez cualquier tristeza que nos viniera.


Me diste, Carmen, esta mañana en un correo, las gracias por mi compañía y la de mi mujer y sólo te he pedido como respuesta, no me dejes nunca, no me abandones.


Ya lo sabes, puede surgirme en la vida la ineludible necesidad de que me abrace alguien como sólo tú sabes hacerlo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

RETORNO Y PAUSA


He vuelto a lo que llamaba mis comodidades pero alguien muy certeramente me ha explicado que se trata de mis necesidades del cuerpo y del espíritu. Puntos de apoyo que durante este verano echaba de menos, pero los he notado ausentes de una manera especial, de la misma manera que inesperadamente una amiga común, una tarde desde su punto de veraneo me envió un sms con tan solo cuatro palabras: os echo de menos. Eso ya era empezar a recuperarlas. Trivialidades aparentes de una cerveza en una terraza, pero como reclamo de nuestra presencia, los besos de amistad comunes y repetidos pero importantes, vernos, estar un rato juntos de vez en cuando, llamarnos con diminutivos creados por la antigüedad con que nos queremos.



Fue esta buena amiga quien me insistió para que recobrara mis necesidades. He llegado a casa de nuevo con más equipaje que me llevé, pero ni más cosas, ni más ropa, menos libros era ya más difícil. Pero junto a ello me he traído un deseo que voy a cumplir. He ocupado mi tiempo este verano, en la convivencia familiar y la lectura, he escrito poco y peor, pero he reflexionado más sobre lo que escribía, mi necesidad de no repetir al menos por un tiempo mis mismas palabras, idénticos sentimientos, la misma manera de decirlos y responderlos. Me siento orgulloso de ello, pero junto a esa riqueza personal –quizá sea el cansancio, verme siempre el mismo rostro- necesito provocar en mis escritos una pausa, un reposo, un punto y aparte, un ahora vuelvo.


Mi tiempo lo he absorbido –eso sí, creo que brillantemente, hasta ahí llega mi orgullo- en trasladar a los demás (conocidos y amigos a quienes les aviso que otra vez está en la red www.acercatealoslibros.com) y ese boca a boca desconocido y abundante ya de quienes pinchan esa página y yo nunca sabré quienes fueron. Me ha permitido esta presunción comentarios por correo a mi página con un tono literario y a la vez cariñoso de incalculable valor. Hasta una catedrática de latín ha calificado mis recomendaciones como “ánimos” y que “reconforta saber que estás ahí, leyendo para compartir con todos los que te seguimos.”


Este es mi punto de descanso, es mi única razón válida para colgar algo en la red: mi lectura y al comentario ajeno cuando llegue saber mezclar en mis pequeñas referencias literarias todo lo que siento, lo que me cuenta aún la vida y no sabía y me he estado atreviendo a escribirlo. Mi pausa y mi tiempo van a estar ahí, quizá un día aparezca de nuevo aquí hambriento del cariño ajeno, sobrado en mis planteamientos y hasta en mis propias respuestas que a veces eran excesivas, festivas, como un escritor con genes propios se atrevió a decir con razón, rompen el tono de la pieza triste, de la soledad mal llevada, de posibles riquezas acumuladas, efectuado por ti mismo.


Me vais a permitir que mi cómodo retorno a necesidades inevitables, como he dicho, del cuerpo y del alma, lo ordene un poco en casa, donde hay demasiada abundancia de lo que no merezco.


Me vais a casi a dejar o a ayudar en la difícil tarea del esfuerzo del lenguaje. Ya sabéis que primero busco el ajeno abundantemente y luego con el propio mezclo sentimientos, hasta hondas vocales y comunes metáforas. Intento siempre como un cálido encaje de anatomías entre las palabras, me duelen ya los pocos años que me quedan por leer. He leído poco porque soñé leer mucho más.


Se me escurren en esos esfuerzos del lenguaje imágenes del amor que acosan mi espíritu porque soy y siempre he sido un hombre enamorado del amor. Se envejece y se madura a la vez con él. Es muy fácil, ante una caricia de menos quedar a cambio con un intercambio de lugar y de sitio con la persona amada para darle tu comodidad para su comodidad.


Os lo advierto. amar casi de viejo, es saber callarse, es tener sitio, haber dejado huella y seguir dejándola de la manera que ahora puedas. Es un acomodo, un estilo que todavía no conoces, un amanecer especial, saber escuchar, dejar de tener razón.


Retorno y pausa o cambiando el orden de todo y ante todo lo que me voy encontrando, dedicar mi tiempo más plenamente para que me puedan volver a decir muchas veces casi en una lengua que siempre quise saber y no fui capaz de aprender: que reconforta saber que estoy leyendo.


No me voy de ningún sitio y menos de donde ha sido mi privilegio, simplemente saber que estoy en casa leyendo.

HEMBRA BRAVA



Imagen elegida por Fran

Por Correveidile

Nacida Palmira, según su abuela –el nombre del árbol que extiende su copa en lo alto como la palma de la mano, sus ramas a manera de dedos, se le colgó muy pronto en el pueblo el sobrenombre de “sauce llorón”; por su destino aciago que conlleva sin querer el llanto –como el árbol de Babilonia.



En sus juegos infantiles, andando aún como quien dice a gatas, se reservaba siempre el rol de hacer “como si fuera mamá”; de no ser así rompía la baraja y se daba vuelta. De modo que bien pudo decirse de ella que no fue nunca niña, sino madre en ciernes, llamada a hacerse cuartos.


No más llegar a la pubertad quedó preñada de un lugareño acomodado. Y a lo largo de doce años concibió cuatro hijos, de los que sólo uno le vive –le mal vive. Pero no he venido aquí a ocuparme de los frutos, sino del árbol, ni siquiera de las ramas, únicamente del tronco, de la hembra brava.


En su primer embarazo concibió gemelos; y cantaron Aleluya antes de Pascua, echaron las campanas al vuelo, aguardando que nacieran los dos con alas –como los hijos del Viento Boreal. Pero sólo uno vio la luz con vida, siendo el otro mera semilla que dicen, cuajarón de nieve, que se esponja en el agua y se disuelve y se va en humo sin dejar rastro. Como cuaja la leche con la flor del cardo. Que todo es cuestión de suerte, donde unos hallan la vida, otros la muerte.


La devastadora hecatombe que debió producirse en el útero materno al segundo mes de gestación –como una presa que se raja y asola con sus aguas tormentosas la campiña y el poblado, debió afectar en gran medida al feto sobreviente, que salió como hecho a oscuras y por los rincones, lo que explica sus carencias y trastornos consiguientes, que le han dejado varado en los lindes de la anormalidad: su visión –por dar un rato, le quedó reducida al cincuenta por cien torpe y desaliñado al andar, desangelado –que si era disléxico, decían. Hizo falta ese caos para echar al mundo una estrella fugaz. Pero hoy es la madre que me quita el sueño y me dicta este canto de mineros arrastrado y triste.


Frustrada la pareja por la pérdida de la mitad de la cosecha, no tardaron en acudir al reclamo y probar por segunda vez fortuna. Y poco más de un año después destejiendo por la noche lo que se teje de día, se produjo el segundo parto. Con la criatura emponzoñada, muerta. Como el vino que se tuerce o la carne se corrompe, igual que fuera el olivo manzano, que basta con arrimarse a su sombra para acabar envenenado. Lo que cayó como una losa funeraria sobre el ánimo de ambos, que les hizo amilanarse, volver al hogar con las manos en la cabeza y desistir de plano de buscar más descendencia.


Pero quien no se arriesga no pasa la mar. Hay que dar tiempo al tiempo, que todo lo siega y sosiega, que va saturando y forma callo. Y diez años después del segundo alumbramiento, Palmira se sometió a minuciosos exámenes médicos, a toda suerte de análisis químicos y bacteriológicos, a la detección por el escáner , acudiendo al Juez para que ordenara el Municipio autorizar la exhumación de los restos de los dos fetos, con el fin de consultar a los arúspices, quienes predicen por el examen de las entrañas de las víctimas. Olvidando que se dice que náufrago que vuelve a embarcar o viudo que reincide castigo pide.


Mal aconsejados, asidos a las crines y llevados por el afán de desquite y la contumacia en torcer el curso de las cosas y dar vida a los dos niños muertos, sino el tercer embarazo y el tercer entierro con cajita blanca. Lo que no fue sino mera repetición de empeños bajo el infausto influjo de los astros o la maldición del plenilunio, retablo de duelos. Que porfiar en demasía trasluce pactos con el diablo.


Sin caer en la cuenta de que los destinos de la Naturaleza son insondables y no se la debe tentar, que es justiciera y se reserva siempre la última palabra para dejar la balanza en el fiel. Que el bien y el mal primero que vienen dan señal.


En un principio, como un volcán lanzando espumarajos por la boca, tentada estuvo Palmira de alzarse contra el cielo y pedirle cuentas de semejante iniquidad. Pero el que escupe en alto a la cara se le vuelve, llegando los cónyuges a cargar recíprocamente sobre los hombros del otro y la responsabilidad del descalabro, vapores negros que suben al corazón y a la cabeza, sacando a flor de piel enemistad antigua e ira envejecida, que acabaron con el vínculo hecho trizas.


Una vez pasa la cólera, el que amenaza se reporta, a la ira y al enfado darles vado. Así que, víctima propiciatoria, la mujer acabó llevándolo en paciencia, como hace el animal o el árbol; que de alegría y contento han muerto muchos, que de la aridez salió el manjar y de la acritud dulzura, que con el mismo aliento de la boca con que se calienta uno las manos, se enfría el caldo.


Si bien se mira, más triste es el designio de la higuera estéril o el aljibe seco que Palmira, mal que bien, dio fruto, que cada cabello hace su sombra en el suelo. Porque un hombre sin hijos es poco, una mujer sin ellos es menos todavía lo que no se dice en menoscabo de la hembra, sino bien al contrario ensalzando su destino impar de hacerse a trozos.


Dien de ella que no acaba de cuadrar y anda errática, con los dos labios heridos del espíritu, diciendo su pena a quien no le pena. Que los hay tentados de saber lo oculto de nuestros pechos y hasta, a veces, lo que Dios se reserva en el suyo. Que pasa los días sin comer apenas, pensando en penas, desbabando el hilo de su vientre se va consumiendo como gusano de seda, y si le hiendes la corteza mana una lágrima o licor viscoso, humor cuajado, su destino infame de dar a luz media vida y tres cuartos.