Para volver
de nuevo a pesar del tiempo, casi contra el tiempo, a sentir momentos pasados de bienestar. No
tienen en mi recuerdo ni fecha ni quizá especial relevancia. Sí que la tuvieron
y los traigo de nuevo como un libro para releer de nuevo, para saborearlos
ocupando espacios escasos pero que no quiero que sean desperdiciados.
Sigo
leyendo, menos, pero con más ocupación solamente propia. Lecturas que no cuento
a casi nadie, libros que esperan, como en otras ocasiones al alcance de la
mano, pero que no reclaman prisa. Quizá tienen esas lecturas una mejor
condición de calidad al ser su selección más atinada.
Sigo
escribiendo, menos, pero con más necesidad de decir las escasas cuatro palabras
que dejo en los papeles, públicos y privados, más propias, más sentidas que
nunca.
Mi capacidad
de estudio hace ya tiempo que es costosa para mi mente. Suponen cortas sesiones
porque pesa el esfuerzo y sobre todo cuesta la retención. Estudio lo que
debería ser mi placer ya, poseer esos conocimientos, pero los cultivo, los
adquiero de nuevo con una curiosidad nunca perdida. No tenerla me parece que es
la costra peor de la vejez.
Mis pautas
de manejo del día siguen siendo ricas. Su iniciación, temprana, como una mañana
cada vez más hermosa al estrenarla. Siempre amé el arranque del día con mis
mejores condiciones e ilusiones que nunca he dejado de explotar. Amo la mañana
como una imagen estática pero que en mis manos espera ser puesta en movimiento.
Sigo amando la mañana, a ojos cerrados pero con mirada bien abierta. Depende de
mí hacerlo y lo hago, es mi capítulo desconocido, mi territorio por habitar,
que ocupo.
Voy
perdiendo la fuerza a medida la edad va comiendo mí ya mermada resistencia. Se
va restando esa fuerza, voy como empezando a cerrar ya la puerta a la plenitud
de estar bien. Es curioso, jamás pensé que al simple hecho de encontrarme bien
le fuera a dar una importancia tal, que es como una lluvia de oro que me inunda
y me enriquece. En los momentos que lo
siento, los disfruto posesivamente, me apropio de ellos, noto huellas en todo
mi cuerpo. Es, en definitiva, el asilo de la vejez, lujoso aunque escaso y
breve.
Y qué hago
entonces: acumulo caricias para quien las necesite con la mayor calidez y valía; dejo aparte las
desganas típicas de “ya lo haré mañana”. Encuentro ese libro delicioso que hace
tiempo debía haber leído. Hasta con pocas páginas disfruto, por ejemplo, con un
cuento de “Ocho centímetros” de Nuria Barrios.
¿Qué más
hago? Acumulo en esa mesa que siempre tengo cerca, el mantenimiento permanente
de las noticias de un libro, soporto vivo mi rechazo al mal comportamiento de
mucha gente que tanta desazón nos produce a todos. Un periódico del día, una
tablet, ponen en mi conocimiento una mezcla de cosas buenas y malas.
También
tienen un importante capítulo en mi vida, cultivos de hace tiempo aparcados en
estanterías con polvo y poco uso: libros de enseñanza de ajedrez recordando
tantas tardes y noches estudiándolos, para luego “perder calidad” en lenguaje
ajedrecístico en tantas partidas jugadas, luego de tantas horas de estudio,
tantas aperturas memorizadas casi hasta el medio juego. Esos gambitos de dama
aceptados y disfrutados. Ahora también on line, en cualquier momento, tengo un
nuevo tablero delante, como mi viejo Stauton 4.
Mis
conocimientos informáticos, al cultivarlos mucho menos, se oxidan, se olvidan y
me fuerza al comprobar mi ignorancia a estudiarlos de nuevo.
En
definitiva con una cosa y con otra recupero así viejas sensaciones y huyo de la
desgana que puede producir el cansancio que tiene la edad. No quiero cansarme
de nada nunca. Necesito cubrir mi escasez física con nuevas capacidades e
ilusiones, como un amor imprudente, el espectáculo conmovedor de ganarle alguna
vez la batalla a la vejez. Si fracasan mis palabras que triunfe al menos cual
un roce erótico en la piel, el triunfo del resultado perseguido.
Puedo así
aprender algo nuevo: haber disfrutado una tarde, como si de la mañana se
tratase, sentirme bien, con ilusiones por estrenar. Haber vencido al recorrido
de mis pies cansados cuando todavía alcanzo, aunque cada vez más lentamente,
las calles, las tiendas, la gente, los amigos de mi barrio. Hasta gentes que no
conozco, las miro, me miran bien, seguimos nuestros caminos.
Si me siento
bien, si soy al menos un viejo en buen estado para adquirir riquezas donde no
sabían que estaban, puedo aportar a alguien cariño, comprensión y ganas de
vivir. Misión cumplida, sensaciones recuperadas.
2 comentarios:
Buenas noches Fran
Soy Ana fran ,se pone muy dificil el contestar y mandarte mi saludo .Te sigo ,como siempre
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