Nos
separan sesenta y dos años, toda una vida y
una generación por en medio. Eres mi única
ahijada, unida con respecto a mí que soy tu padrino, es decir persona que es apoyada o protegida con
relación a la que la apoya o protege.
He
buscado en ti durante todos estos años que has ido
creciendo en el mundo, verdades comunes,
de esas que ocupan un lugar en la vida, un tiempo, pero se quedan siempre. Y he
encontrado una enorme capacidad de sentimiento en ti como si llevaras siempre un
ramillete de regalo para con quienes se acercan a quererte.
De mí poco sabes, un enamorado de los libros desde niño
hasta ahora en que ya la literatura me araña
hasta los huesos de la edad. Aunque no sólo
fue eso mi vida, también muchos años
no sólo de trabajo, de esfuerzo y de recoger admiraciones de quienes me conocieron
bien. Pero mientras quiero que tú seas, por esa enorme dosis de sentimiento que tienes, mi actual
obsequio permanente, la manera de llenar todavía la botella medio vacía
de mi vida cada vez que te encuentre.
He
olvidado el desorden de tus gestos cuando eras más
niña porque no estaba cerca para verlos,
pero me ha quedado fija esa idea desde entonces, hasta ahora: cómo
sientes. No dejes de hacerlo, no dejes de ser buena, aunque tenga su precio. Sé siempre cómo
eres.
Te dicen a veces que pareces como una gotera insistente para conseguir
las cosas. Es preciso, porque si no, no se consiguen. Lo que cuesta, cuesta
siempre, y uno siente luego la alegría de las respuestas
a la insistencia.
En
la vida, Inés, hay que sabes entregarse y tú
sabes hacerlo con esa elegancia relajada de estar bien en todas partes. No
tienes marcha atrás, vives la vida como una carretera de
sentido único: querer a quienes te quieren. Es tu
ropa de diario, la que te pones cada mañana
cuando te vas al Instituto. Yo te veo, como siempre, desde lejos, mientras me
ocupo de la práctica incómoda
de la vejez.
Te
das cuenta de ello cada vez que nos vemos. Me acuerdo de la otra mañana,
bien reciente, en un banco de piedra, cara al mar del Mareny, mientras los
tuyos estaban en la arena apoyados en su propia compañía,
tú viniste a contarme,
no sé, cualquier cosa, los trabajos que tenías
para cuando volvieras a clase luego de las vacaciones. Lo importante fue ese
rato sin medida que me dedicaste, frente al sol que yo estrenaba luego de días complicados.
Así me contagiabas, lo que tienes de sobra,
esa hermosa juventud que yo ya no puedo tener. Tu contacto era sencillo y
elegante a la vez. Yo puse un rato mi marcador a cero para sacar el dolor de
algunos recuerdos apretados que te conté había
escrito tantas veces. Me escuchaste con la devoción
y el silencio que siempre se nota cuando se hace con dosis abundantes de cariño.
No sé cómo explicarte el haberme atrevido a escribir sobre tu manera de ser. Me sobran siempre
una esponja de palabras y ahora en cambio parece que me faltan. Apenas sé explicar ese rasgo de ternura con que
miran tus ojos. Pienso muchas veces en ti y pensar en el otro es una manera de
apropiarse de él. Pienso en lo angélico
que tiene cada lado de tu rostro, la calidez de tu sonrisa. Ya parece que
abandonaste tu manera de ser niña para aprender a
ser mujer para captar deprisa una elegancia espontánea
y verdadera.
Ves,
no hacía falta explicarlo, se me desploman las
palabras en las manos antes de llegar al papel, basta con mirarte, con
conocerte despacio, con quererte. Tienes la suficiencia admitida de los gestos,
tu generosidad cuando acompañas, cuando
simplemente me llamas para saber qué pasa, cómo la vida me va desgastando, y esa compañía
tuya, esa simple llamada, la va frenando.
En
ningún sitio, Inés,
está
escrito lo
que se puede hacer. Es el intento propio el que abre los caminos. Tu eres
generosa al intentarlos y estoy seguro que en un día
no lejano ya podrás ir contándome,
lo que haces, tus maneras de esforzarte, tus éxitos,
todo lo hermoso y duro a la vez que te va ofrecer la vida por tu gran capacidad
de sentimiento.
Perdóname por dedicarte
este vértigo inevitable de palabras. Tienen un único
motivo, esa mutua capacidad de sentimiento, asombrosa, compartida. No te
asustes si alguna vez la vida te hace daño.
Te dará
miedo el
dolor pero forma parte de ella, tiene un precio pero una enorme recompensa.
Afortunadamente
la literatura no tiene jubilación. Estaré mientras esperándote,
con un libro en las manos y la mejor compañía
que me ha acompañado siempre, a que vayas contándome,
llamándome, queriéndome.
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