domingo, 25 de abril de 2010

LA HUELLA DEL AFÁN DEBE SER SUFICIENTE


Eso es a lo que aspiraba llegar porque a fin de cuentas poco más he dejado por cualquier sitio: mi afán. Cada vez que ha oscurecido he necesitado a alguien, como todos, como ocurre siempre. Y en cada amanecer, medio dormido todavía por causa de los opiáceos amigos, pero incapaz de permanecer más tiempo acostado con ellos, he comprendido que me quedaba todavía un objetivo por cumplir en la vida: seguir dejando huellas, aunque me parece que no va ser suficiente.



He salvado de cualquier derrumbe interno mi butaca de leer donde ya en ocasiones no puedo leer bien. Necesito revisar requisitos que deben estar cumplidos en su totalidad y no es así porque la ayuda del cuerpo que me falta hace entender el lenguaje y los sentimientos, donde entonces las palabras son impotentes y aumentan los registros de la propia carne. He ido construyéndome mi leyenda con la medida de mi propio apetito, pero no he tenido en cuenta flojedades que me iban a llegar luego.


Yo pensaba que cada mañana con un libro en las manos me iba a resarcir de todas las demás privaciones: aquí este libro, alguien que me sigue al contarlo, una amistad, la demanda de mi propia mirada aunque estuviera lejos, que iba convertirse en liturgia con otra persona me iba a servir si hacía falta como una fiesta de despedida sin despedirme realmente de nadie –acostarme, dormirme y estar ya de verdad en otro lugar- ser generoso con mis propias palabras y las que leía me iba a ir dejando descansado para estrenar luego, una nueva mañana en cada ocasión.


Y no son suficientes las huellas que he ido dejando, el alboroto de las palabras. Falta siempre la acción, saber ir poniendo las cosas en su sitio, entender que el futuro lo tenía que construir desde cada presente y si era insuficiente, aunque yo creyera que la huella indicaba lo contrario, convencerme que no era así. Me vengo dando cuenta ahora, hay medidas que los demás tienen establecidas y te las van a pedir, a exigir como si fuera un tono de moral, de carácter que tienes que haber hecho indiscutible para siempre, como si eso que dije tan solo hace un rato, viniera de muy lejos, como una respiración callada pero viva, parecida al sonido que tiene la otra persona.


Tengo la pesadilla de la insuficiencia, como un pliegue particular que se me nota cada vez que escribo igual que el contoneo que tienen siempre las mujeres al andar con tacones que son como una superficie superior, indiscutible, parecida a como si llevaran además una permanente hebilla en la cintura para elevarlas, que siempre es espectáculo para ver si por estar con los tacones más arriba saben más, se dan más cuenta de cómo se sienten los demás. Es solo medio centímetro, la posibilidad de que note ese pliegue, pero una inseguridad que hace tiempo me viene haciendo daño.


Necesitaría empezar otra vez de nuevo, que fuera ésta la primera ocasión que explicara dónde residía mi energía si es acaso la tenía. Que me cogiera alguien la mano, me llamara con el nombre a medias porque yo sabría ponerle lo que faltaría; que tuviera conmigo siempre ojos tiernos y empañados; que me oliera como si fuera joven, lo que nunca he llevado me lo pusiera: el tatuaje de impedir que se me haga de noche, sino que me vuelvan a gustar todas las cosas, propias y ajenas; que me contaran todavía un cuento en cualquier dormitorio con un lenguaje secreto pero rozando el cielo.


Como una candela que se encendiera de nuevo, antigua y bella, olvidarme así de las manos sin fuerza, ni ternura ni caricia. (Os lo cuento, la torpeza cuando se me caen las cosas es porque antes sabía hacer muy bien todas las caricias.) Quiero no pretender vivir de la huella, hacerme memorable otra vez, tener en los silencios, esas atenciones como orgasmos preliminares de muchos años de matrimonio con la vida, nada menos que con la vida.


Siempre he sido con el lenguaje un conquistador con infinita paciencia. Pues sigo sin tener prisa, en mi poder ese único patrimonio: las palabras que provocan acontecimientos, un viaje a la orilla del cuerpo ya con viento favorable, colmado el pasado, anhelante de lo que viene.


En el fondo –ya termino- dado que la huella del afán que siempre tuve no puede ser suficiente, como todo tiene un final y una pena, quedarme antes con la pasión que no deja señal a la vista, es interna, no se puede explicar pero tiene un parecido con la vida hasta que ya no puedes aguantar más y te das cuenta que las huellas de tus afanes pueden estar llenas de errores pero son muy hermosas.


Aún me quedan afanes, ajetreos por resolver.

domingo, 18 de abril de 2010

GLORIAS EFÍMERAS


Porque no hubo nada en páginas que de verdad nunca tuvieran destinatario por mucho que parecía haberlo a veces. Fueron glorias tan efímeras como el pintalabios de una mujer. Ese que tan bien cuenta Mercedes Castro de su Teresa de “Mantis”: “el anaranjado Charismatic en pie de guerra o el Speak louder de un fuerte rosa claro” que parece asegurar la gloria. Han sido muy precisas dos mujeres para retratarme esto, a quién cito de la novela o quién me contestaba a la indecisión de mi postura de hace bien poco, que las cosas caen por su propio peso.



De aquí se me cayeron ya todas estas cosas, me quedé con el rigor que tuve siempre, sobrio, inusual, existente como ya dije entre cuatro paredes muy bien hechas, construidas a conciencia con el tiempo y las resistencias para lo propio, pero además he necesitado la mirada ajena desde fuera, que de alguna manera se han ido quedando grabadas, me han proporcionado una rica utilidad, espontánea, nunca pensada, me han pillado leyendo o escribiendo o soñando. Para eso sirvieron.


La mujer tiene como un vestido como para dormir de noche, que sabe quitarse en ocasiones despacio y ponérselo luego. A mí me parece ahora no haber dejado nada aquí sino un paso efímero, que hasta un día supe que ni era ya mi sólo privilegio porque no tuve nunca ni la seguridad suficiente como pasa con el amor y la vida, al revés del dolor que traje, fueron cosas muy poco exactas o yo no supe hacer antes las preguntas.


Me comí la desgana muchas veces, me la estoy comiendo ahora antes de escribir veinte o treinta palabras cada vez más finales, quizá por eso se escapan más seguidas. Puse mucha energía, nunca dejé caer los párpados cuando me miraban para estar de alguna manera conmigo y cuidado que traía con los años hasta demasiadas buenas maneras. Con ese cariño que siempre pongo en las palabras tentaba y provocaba las acciones al menos en la misma escala, esperaba acontecimientos de esos que pasan y una vez pronunciados no puedes retirarlos.


Pero mi alimento va a ser pues mi propio sentido y conocimiento. Reconozco que siempre he tenido un apetito voraz y eterno por aquello que tiene el parecido de pecado, por llamarlo de alguna manera ya que nace de la propia boca, de un bocado y jamás le negué sitio al propio, no al ajeno, con su color, con el apagado tono que tiene el aspecto de la duda. Como anda por todas partes, igual que la piel de una mujer, puede ser seda y pecado; o las mejores imágenes que tengo, el lenguaje que he desparramado tantas veces, las ganas con que estoy escribiendo. 


He vivido y vivo siempre muerto de esas ganas de todo porque si no, me lo estaría callando y no escribiendo, diciéndolo. Más bien hasta mirando, en la línea de las cejas tengo la de los adultos que ansían algo. He traído secretos y abierto secretos entre unos y otros para ayudarnos; lo he explicado que la vida sólo respeta a los fuertes y que el amor en cambio nos vuelve vulnerables y previsibles, como dijo un día Martín Gazo. Pues yo siempre he sido vida hasta en cada poema que estaba leyendo aunque fuera de las últimas caricias que a todos siempre nos quedan en las manos.


Vida para ir alimentándome, porque todos los alimentos diarios, creo que absolutamente a nadie le pueden ser suficientes en determinados momentos. Crecer es una lucha permanente y yo he ido creciendo en cada página, cada vez que he pegado un post y he contestado. Luego ya a medida me han ido pasando los años de la vida y los que he estado sentado aquí delante, destruyen, obligan a desprenderte de lo que habías conseguido. Es muy duro, pero es cierto.


Mi inocente memoria me lo viene diciendo por eso me lo advierte, como en otra ocasión bien reciente, borra las tres o cuatro palabras que has puesto como título, déjate la piel si te hace falta en los recuerdos, pero aliméntate tú mismo, haz la historia con tu historia, aunque te notes como a media cuarta todavía de llegar al final, tú solo te has de completar la cara, tu extraño y particular silencio de media tarde, tu posibilidad de creértelo todo leyendo, por la poca utilidad de una capacidad de percepción insatisfecha.


He explicado lo que es coger la mano o lo que supone pedirla no importa si está lejos o cerca, las palabras nunca tienen distancia. Muchas veces la he cogido y me la he llevado a la boca en ese largo ardor interno que tienen las esperas o las renuncias de algo. Siento por las ocasiones que lo hice esa rica nostalgia que se puede producir como si se tratara de un cuento bonito que no llegara a novela. Una nostalgia que cuenta, que duele, que aleja ya hasta de alimentarse.


Hay unas maneras propias en que notas que te ha marcado más la vida. Entonces hay un solo remedio, ser como hacen los poetas todo el día, no necesitan a nadie, ni alimento alguno que no sea su propio verso, la palabra que envuelve, que enamora, con la que he seducido a veces, para alimentarse.

viernes, 16 de abril de 2010

ESTOY PENDIENTE DE LA POSTURA


Todavía no he encontrado la propia postura ni cuando me han dado facilidades para hallarla. Era simple decirlo, hace años que se me cayó casi todo de las manos, yo lo hago coincidir no con un golpe seco como suele ser, sino con la lentitud que tienen las carreras largas, interminables, con su muro a cuestas. Y me dejó casi quieto. Han sido, pues, demasiados años, y ahora hay un repaso, una cuenta pendiente que no he llegado a contar del todo.

La propia imagen que acompaña mi texto es bien explícita: quiere volver a retratarlo todo como está y como estuvo, pero anda perdiendo el equilibrio, al final dará con su cabeza contra el suelo sin darse cuenta. Y lo peor del caso, es que el intento de arreglo me ha venido tan tarde, lo he dejado caer por su propio peso, produciendo más daño cuando junto a la vez los síntomas finales de la vida: una tarde tras otra alargándose, tiempo de sobra como si me lo hubieran prestado cuando tenía mucho tiempo y toda una serie de cosas que no vienen a cuento.



Mala postura al avisarla o al descubrírmela, con cansancio como falta de sangre, sólo respirar que ya es bastante. Cambia, sin embargo un poco una imagen habitual: todavía ando leyendo y vienen a acariciarme, a preguntarme como he dormido y lo extraño del caso es que yo hago por dormir bien a la fuerza. Casi quieren saber cómo si lo necesitaran en este momento aunque estuve al lado siempre, con un gesto de caricia cerca de las manos, lo más interno que tengo, lo que todavía es silencio, como si a la chica que estás seduciendo no quisiera que le quitaras del todo los tirantes de la combinación que lleva puesta.


Bien pensado, eso me queda inútilmente para sucesivas sesiones, sujetarme y mantenerme en los apoyos más tiernos; quiero sólo quedarme, seguir como en silencio debajo de las sábanas que siempre tiene la vida, palpar a ciegas o la manera de cogerme a su cintura o explicar maneras de aproximárseme. Quedarme como estoy, escribiendo aquí lo que esta vez nadie entiende, lo hago como en una olla vieja, me viene la frecuencia, confundo mis inquietudes con el último segundo que termino de vivir.


Bastaba que una mirada apenas rozase los alientos, un beso más tierno, una especie de desmayo en los labios, señales para quitarle a todo importancia, porque quizá lo importante no es tanto situarse, sino cómo haber tenido el valor de hacerlo porque para eso hay que abrazarse siempre a lo que viene, como lo hicimos, desnudos de alma y cuerpo.


Todo tiene una dureza hasta el final, quizá lo más duro sea no saber cuándo y dónde tenemos ese final de cada cosa hecha. Como se dice vulgarmente: las buenas y las malas. Tengo como todo ser humano la desnudez de los errores sin pedir que me abrazaran antes, evitarme los temblores y enseñar en cambio cómo consigo cada puerta abierta, el gesto del hombre que hace un rato estaba leyendo como el atractivo de una efigie propia difícil en estos tiempos. Una vez cité a Andrés Barba cómo enaltecía esa seducción del hombre noble, con la mujer hasta rendirla “con las caderas suaves, con los pechos cayéndose sin prisa”.


Yo tampoco puedo tener prisa: estoy recibiendo lo que elegí y estuve sembrando tantos años en las paredes de una casa grande, donde el cariño fue una catástrofe espléndida; como un amante pesado, insistente, que siempre tubo para ponerlo en las palabras colgadas aquí y en sus propios hechos –que tenían la rotundidad de su dignidad segura-; supo quedarse para luego con lo que estuve dando siempre a la vez, en cada palabra, sin un solo grito en toda una vida, como si ese obligatorio amor no fuera tal, sino un combate correspondido, ganado por ambas partes de antemano.


Ahora me queda solo terminar de enderezar la postura, si es preciso acudir a la vida, al boca a boca, a toda una biografía de silencio (debe ser porque estaba o leyendo o escribiendo). Me falta conseguir del todo la atención plena al instante como el budismo Zen; cambiar lo que haga falta de una manera endocrino y cultural; emprender la tozudez de la carne, esos cuatro centímetros favoritos que siempre tiene una mujer, exactamente cuatro.


Sólo ya, tenerme en pie, doblar al acostarme la almohada a gusto, dejar en su medida las cosas como fueron y como son, unas horas de descanso elegidas adrede, la lentitud de estar estable viviendo y escribiendo. De paso, leyendo para satisfacer cada día el deseo que remite a lo que no se tiene, o a lo que se tiene sin saber del todo cómo se tiene.


Por ejemplo el que evite que se note la desolación de las personas. Hay un halo inequívoco que puede evitarse con el recurso inequívoco del abrazo como un amor humano y viejo practicado todavía frente a frente.

sábado, 10 de abril de 2010

NO QUIERO NADA MÁS


Que lo que tuve y me llenó, dejó peso, produjo a veces esos enfrentamientos que en mi caso particularmente ni me dejaban terminar el día. Me gusta la insistencia, la emoción poderosa y fuerte, no quiero nada más. Hasta aquí, llega un momento en que ese intercambio de palabras pueden ser un vínculo como lo que establece cualquier url de la red. Estoy en enlaces que provocan mi lectura como un premeditado acercamiento, pues me gustan y me bastan.



Esas sensaciones que nunca me las callo, que las he contado una y otra vez, que son mi euforia y mi desorden a estas alturas de la vida en que me rodea el orden, sé romperlo adrede. Son nuevos registros de mi base de datos que está apoyada en estos dos cimientos –lo digo por si alguien no lo sabe- veinte mil imágenes donde no haya nunca sólo un paisaje por hermoso que sea, siempre quiero que lo ilumine la persona, también desordenada, su cabello, su postura, su demanda. Si es una mujer debe ser como en “Mantis” dice Mercedes Castro “cuando pruebas el sabor de un hombre ya no puedes parar”, o en el comienzo: “Esto funciona así: "tú te dejas ver y ellos se dejan comer.” (Por eso vengo explicando siendo hombre cómo me dejo comer)


La otra apoyatura, la sabéis de sobra: las necesarias horas leyendo cómo se comen a los demás, que cada palabra propia o ajena, me envuelve, me emociona, me obliga a necesitarlas, sin gramática ni miedo, hasta esas situaciones que son difíciles de convertirlas en palabras; cada una de ellas pesa más o menos, tiene su densidad, a lo mejor están de más cuando existe el deseo, pero yo me sujeto tanto en ellas que las sencillas las hago obscenas y las que parecen un juego son una caricia.


Todos aquellos momentos que estoy dispuesto a repasar aquí y ahora, que sus dueños o dueñas sabrán el nombre y apellidos, he decidido ir contándolos, como a tope para no querer más, para provocar una simple expresión de máximo cariño, una necesidad que se convierte en variados sueños donde siempre estoy yo y quien se puso conmigo. No quiero nada más pero tengo necesidad de explicar donde tuve el más, donde me sentí curioso y joven, me fui haciendo esponja insaciable de palabras y actitudes, me dejé comer y cómo fue eso.


Lo he dicho muchas veces, tan hecho estoy para el placer, que si no hay placer no me interesa. Busqué en cada ocasión que iré contando, el poder y la calma, y es curioso, la sugestión que ofrece a veces la debilidad. En el fondo, como leyendo una novela en la que lo que menos importa es el argumento, ni quería saber lo que pasaba si entraba en el engranaje que yo mismo había creado.


Me interesa el tacto, ese dominio para dejarte comer. Hace falta una capacidad poco frecuente, unas ganas insaciables, como probado y a falta de seguir probándolo. Es imprescindible el lenguaje, te aproxima tanto que la mano casi desabrocha el estúpido botón que impide un pecho hermoso. El lenguaje que hace que el amor se note; el lenguaje como una condición, un tatuaje secreto en todo el cuerpo, que eleva el brazo, arruga el silencio, asegura la noche completa. Este que empleo porque lo he estudiado igual de joven que de viejo, es un hueco de conocimiento, el mejor pecado que posee el hombre.


Con lo que dije y me dijeron tengo bastante, no necesito más, eso es lo racional, mi sentido común, mi presente. Pero a su vez me digo, pusiste mal el título porque eso que lo que tienes es bastante, que no quieres más, es el atrás y tú siempre has sido un hombre hacia delante, tengo la agradable imprecisión de no importarme los límites. De volver y volver luego de haber dicho no volveremos a hablar de eso y ¡vaya si volvimos!. Siempre supe acudir cuando me dijeron ven.


Y si es así, resultará difícil cumplir el enunciado del comienzo. Pueden decirme de nuevo ven y es un serio peligro ya que indudablemente lo último que me preguntaría es el porqué.

miércoles, 7 de abril de 2010

MI MEMORIA MÁS HONDA Y VÁLIDA


He hecho uso estos días de ella, he pensado junto al mar que nadie ya me iba a esperar al otro lado de la escritura. Y callé un tiempo, recorrí los viales –no sé por qué la playa me da un cierto miedo ya- de esa Urbanización donde crecieron mis hijos, yo me descargaba al final de la semana de tensiones y esfuerzos, el mar me devolvía sedaciones que vas perdiendo y sentía más ricas mis propias sensaciones, esas de la memoria.



El Mareny Blau era un poco mi compañero óptimo de viaje y estos días con unos hermosos cuentos de una mujer, quinta académica de la Real Academia de la Lengua, donde también ella habla de sus compañeras de viaje he recordado con la lentitud que otorga el sol y el buen tiempo lo que me ha valido la pena:


Al mejor amigo que me dio la vida, igual que me lo dio, me lo quitó antes de tiempo. Con él me apasioné por el ajedrez, torcía el gesto cuando no sabía sacrificar una pieza a cambio de tomar el centro; jugaba el gambito de dama como si de damas se tratara, daba lo mismo que su contrincante con negras se lo aceptara o no; con él formé parte aquella maravillosa noche de uno de sus 15 tableros simultáneos: Folgado tenía la sabiduría y la paciencia del ajedrez como un amor que merece la pena. Cuando le vi las últimas veces en su casa, noté cómo se marchaba –no te vayas maestro, le decían mis ojos-, déjame perder otra vez contigo una partida más. Aquella última tarde que me acompañó hasta la puerta de su casa, tan solo me dijo: “no tornes mes, Paco”. (No vuelvas más).Ni rocé su mano, me quedé con su mirada honda y bondadosa, para siempre, para siempre.


Con lo poco que he caminado estos días, era casi imposible que alguien no me saludara, no me devolviera los ápices de vida y de cariño con los que viví en ese imborrable sitio de descanso. Si era una mujer siempre las he encontrado adorables y proféticas. He tenido para ellas la palabra abierta de la vida, un beso preparado y desmesurado por si había ocasión, como ese rayo de luz divina que para mí siempre son.


Si eran otros amigos, he insistido en la calidad de mi estado, con euforia y desorden si hacía falta, me he escudado hablando un poco con ellos en la metáfora, esa rara elocuencia del mundo que puede llegar a ser hasta vicio, seducción o promesa. He hecho camino conversando un poco hacia la memoria más honda y válida que me daba este espacio de playa y mar, he conseguido así estos días la razón suficiente para seguir vivo.


La vida no es lo que sucedió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda. Estos días, me he recordado a mí mismo mejor que los demás, quizá. He notado la belleza del mar en el momento oportuno, he tenido entre las palabras ajenas el mayor respeto que pueden aportar los ojos del hombre, el estilo en el ejercicio de la noble observación.


Me he querido y me he hecho de querer a quien he visto, me he sentido más cerca de la mayor certeza, capaz de amar más despacio a quienes más lo merecieran. La vejez suaviza y te otorga a la vez una tremenda fuerza que no la tiene tu físico, sino el impacto que dejas a veces, una elegancia, una categoría propia que no te quita nadie parecida a la propia debilidad de la misma.


Recordando estos días en el Mareny he llegado a pensar que es posible que lleguemos a entendernos todos, unos a otros. Aquí he perdido amigos –como el que os he contado con dolor- otros están cada verano, cada buen tiempo, da gusto verlos, me enriquecen mi memoria y yo les aporto lo que siempre hice: mi deseo de ser como un ser querido que lo único que desea es hacer felices a los demás. Rescatarnos de la normalidad, ir a un sitio imposible, escondido y profundo.


Qué memoria más honda, más válida he sentido, he tenido.