Ya poco me va a devolver la vida, que no le robe yo despacio como la despedida que me voy inventando, casi llena de erratas cual si fueran faltas de ortografía en una página en blanco en la que vengo mintiendo yo. Porque ya es hora que viva de la función de la mentira, que me acerque al intento de las culpas que no tienen remedio porque jamás hubo culpabilidad alguna sino senderos propios donde me sentía a gusto y a los que, quizá, pediré volver un día de nuevo. Mi compromiso será una atadura bella y poderosa, una forma de devolver una gratuidad de alguien que supo entregarse generosamente, sin preguntas, con la única exigencia de la continuidad que es lo que se aprende de los labios ajenos, de la caricia sin terminar de darla, de una voz que suena con la dulzura que tienen pocas voces así en la tierra. En el mejor de los casos, como al poeta, me va devolver la vida “los últimos asombros”. A él cuando se le acaba la noche se le termina la aventura. A mí me faltaron aventuras nocturnas pero me traje del día, cada día, el prodigio de asombrarme de ese nuevo día.
Pero me pregunto con la tentación del lenguaje si todas esas palabras con las que he convivido me sirvieron de algo, me condujeron a algún sitio válido. Me pregunto las propias preguntas que me llegan, casi con palpitación de pubis. Me gustaría escaparme de la propia historia que siempre tiene una vida, ver cómo puedo digerirla a estas alturas, sólo cabe el poder de una relación que es la única manera válida de soportar la soledad que siempre se nos viene encima, es la manera de evitar una mala digestión de la vida.
Yo utilizo un medio químico, a diario, insistente: esos fármacos que forman una especie de vergüenza, que solo sabemos respetarlos quienes los tomamos: tener la tensión alta siempre permite la comodidad de bajarla; tras una crisis comicial no te acuerdas ni dónde estás por la vida, cuántos hijos tienes y hasta ni del libro que debes estar leyendo; lo asombroso del dolor, antiguo y pertinaz, que lo amainas con algo de morfina a mano; el amor como un dolor a la edad que sea. Son ese cúmulo de dolores con un calificativo visceral único: crónicos o sucesos diarios en tu diario.
Y conviene tener siempre a mano la intimidad de los olores y sabores propios, intensos, viejos, hasta como una súplica para darle cabida. Para dejarme mirar a fondo, para que de una vez se enteren de todo lo que tengo pendiente, desconocido para los demás e ignorado, en lo personal, incluso. Necesito un verbo finalista, una manera rotunda de explicarlo de una vez por todas como una fornicación de pie contra una pared blanca disponible de la vida donde olvides la castidad de la memoria, el grito de quien te haga gritar, un subidón de éxtasis, el hinduismo de cualquier liberación, pero nunca que parezca una posible salvación.
Porque no me voy a salvar de nada, ni puedo, ni lo deseo: me quedaré con el escozor del gusto como la grupa que se alza desafiante, estoy hecho sin historias ya que contar, aguantando la respiración bajo el agua, el desgaste de un poema, no recordar las cosas en cuanto no conseguimos olvidar nada. Puede parecer composición a la inversa, no lo es porque no olvido nada que no quiero olvidar.
Que ya no me devuelva nada la vida, tengo fuerza todavía de recuperar su lentitud esencial, a lengua llena.
8 comentarios:
Siempre he pensado que el amor es algo más que tener hijos, trabajar, ser buena madre de familia y todas aquellas cosas que nos enseñan por ahí. El amor está más allá del conocimiento humano.
Cuantas cartas de amor quemadas con ira, cuantos poemas olvidados en viejos cajones, cuantas promesas incumplidas, cuantas personas esperando ser consoladas por manos que no volverán después de haber prometido eterno amor....... donde está ese aparente amor?.
Si hubiera verdadero amor, olerían las calles a rosas, las puertas y ventanas estarían siempre abiertas, las almas dispuestas, el corazón dócil, la mente serena y el espíritu inundaría nuestro cuerpo de un resplandor purificador.
Un beso y abrazo.
Ana
Bueno, Fran , qué bellísimo texto...pared blanca , a lengua llena, verbo finalista .... eres la ostia, con perdón , y es que hoy no me pidas mucha finura , que he estado en un cumple infantil y me he mareado tela, hay ciertas cosas para las que no estoy hecha .
Uff, Fran , qué bello, me ha gustado muchísimo.
Un beso, Fran .
Sólo una cosa;
olvídate de las despedidas.
Yo no quiero despedirme nunca.
Cuánta razón tienes al ablar así del amor, Ana. "Olerían las calles", "el corazón dócil" y todo los espíritus del hombre a cambio de un gesto, de un beso, de un cuerpo.
Que te guste, querida Reyes, un texto mío, cuando a ti el lenguaje te sobra y el verso se te escapa, me honra más que a nadie le puede satisfacer.
Si estás tú son imposibles, llevas razón, las espedidas.
No, no me gustan las despedidas,
ni siquiera, aquella en la boca de
Julieta...parting is such a sweet
sorrow...
No, porque despedirse, decir
adiós, es igual que morir, sin
morirse.
No, no inventes despedidas.
Sigue peleándole a la vida,
exigiéndole, sin darle tregua.
Todavía tienes historias que
contar, todavía...
No es en realidad una despedida, sé lo que me dará la vida y lo me está dando y yo cuento.
Un beso
"Porque ya es hora que viva de la función de la mentira, que me acerque al intento de las culpas que no tienen remedio porque jamás hubo culpabilidad alguna sino senderos propios donde me sentía a gusto y a los que, quizá, pediré volver un día de nuevo."
HAAAAAAa yo estoy viviendo de esto en estos instantes, me sorprende lo facil que se me ha hecho, no me conocia en esta etapa...
yo si le estoy exigiendo a la vida lo que tanto le he dado con tanto ainco y fidelidad,
un abrazo amigo!
Busca ese camino, ese sendero,Josué Ramón, y te sentirás a gusto, ajeno a las culpabiloidades.
Un abrazo
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