Y no los lleno fácilmente, ni abarco lo suficiente para que me los llenen. Antes incluso que las palabras, le doy prioridad como debe ser a las personas, me acerco a ellas, casi provoco un mutuo balance de bienestares. Empiezo con la mirada, ávida, curiosa, preocupada pero con la sugestión suficiente de convencer al supuesto contrario que la ponga al alcance porque nuestros ojos son nuestra primera costumbre. No llevo reglas de medición, contar se me dio siempre mal y medir peor, llevo la intención, la petición.
Se me nota en muchas ocasiones las decepciones que van a venir como si hubieran tenido ya lugar. En ese mundo es donde están los huecos, donde se palpan los vacíos de mayor o menor anchura, se empieza, simplemente, por esa vigente necesidad permanente de contarlas desde el principio, qué las motivo –ya no si hubieron culpables ni quienes pudieron ser, porque las culpas son siempre propias y hasta el término está en estudio su eliminación académica-.
Yo que llevo algún tiempo, abonando mi riego de vivencias con palabras siempre sentidas, me pregunto, ¿me habrán servido de algo las palabras con las que he convivido tanto tiempo? Ni tan siquiera la parábola del diccionario, encontrar la que se busca, cuando a lo mejor, es bien distinta de la queríamos escribir. Acusé en cambio siempre las heridas del tiempo, de todas las heridas, la única que queda vigente. Podría ser quizá un despreocupado remedio del poeta Bonald: “la única estrategia que puede más que el tiempo/es conseguir perderlo impunemente.”
Pues para perderlo estoy, sin la estirpe de la juventud en mi poder, con ese hueco, esos cinco centímetros que no termino de llenarlos del todo. Y puede que sepa el secreto, mi empeño de ir abarcando, acercándome a todos los pilares donde supe apoyarme cuando joven: la catástrofe espléndida del amor como si fuera a ir invitado ya uno de estos días a la fiesta sabia de los amantes maduros; su profundidad, su fecha sin anillo, su horizonte buscando los labios, todo es según venga la vida. Me vale el amor grandioso e íntimo, pero desmontemos de una vez -así tampoco se cubren los centímetros vacíos- al amor eterno, artesano de la infelicidad de la gente.
Ya no pido, pues, hace tiempo más que me de alguien la mano. Refugiado muchas veces, cómo no sin quererlo, en la oscura catedral de la memoria, sigo sin encontrar la mano a la que no le importe las arrugas mías, que sea a ciegas mano tendida, dejada, enhebrada. No me importan ni a mí, que las llevo puestas. Hasta en ocasiones, la he buscado en un mundo que descubrí al estarme quieto, y no nos engañemos la frivolidad que puede parecer que hay en el mundo virtual, cuando es modo de vida, estilo, se le puede dar una seriedad que sustenta una recién creada virtud de lo que parecía un vicio. Y si es vicio mejor. A veces se sufre con ellos pero se llega a terminar con maneras increíbles de convivencia.
Busco tapar esos centímetros vacíos como una beligerancia de la vida, terminar las malas tardes, el cansancio de tenerlas, suprimir las ficciones de los libros que se escriben ya bien a los veinticinco años cuando yo aún no había casi tenido un orgasmo con ellos. Acabar incluso con los centímetros llenos hasta con las horas del descanso, una forma literaria de la desesperación; mentirme en los deseos que remite a lo que no se tiene, dice Paniker, “pero la sentencia es incompleta, el deseo también remite a lo que ya se tiene sin remedio.”
Pues con deseo porque a pesar de la sentencia lo quiero, esa es su tautología, su atractivo, alguna tarde que te dicen “sino ya sabes” porque pueden llevarse ese deseo a cualquier otra parte. Puede hacerlo una mujer con su vocación para las manos y los labios, desnuda, luego es un enigma saber descifrarlo, lentamente, lentamente. Lo quiero sin lugar a dudas, las dudas las tendré dentro y ya no se me notan, ni me tomo el trabajo de dudar yo solo.
6 comentarios:
Y yo te ofrezco mi mano y sin
saber si se llenan o no tus
centímetros vacíos, pero ajena
a las arrugas o a los años, a las
mentiras que nos cuentan los libros, que nada saben, que no
entienden, para escribir lo nunca
contado, lo nunca vivido, lo
jamás experimentado. E irme
tras tus palabras, sabias, sentidas, que siempre me han
conmovido y me conmueven cada
vez más.
Y dejar todo atrás, pues ello,
ya no tiene misterio, ni validez.
Y quedarnos aquí, mirándonos,
sin recato, sin pudor, con brios
renovados, con esa inocencia
recuperada, como niños otra vez,
sin espacio para las dudas.
Bueno una ves que logres llenarlos, NO TENDRAS ESPACIO PARA MAS, iras llenando el vacio, pero se habrira otro en otra nesecidad, es cosa de la vida, es bueno saber que aun nesecitamos, no sentrirce completo no es malo, sino, que nuevos deseos no nos llegarian...
te mando un abrazo muy fuerte, y un coscorron, (yo tambien nesecito uno) buscar lo que se neseita siempre trae nuevas nesecidades...
POr fin me deja colgar unas palabras , yo te decía que a veces sobra casi metro y medio, pero que eso no debe afectarnos más que para escribir como tú lo haces , casi hasta el desmenuzamiento de la emoción , o la idea.
Y también que quizá con las ostias que nos ha dado la vida , me parece que sería mejor tirar las varas de medir, los metros y las escalas.
Y vivir.
Un beso, Fran.
Lo mejor de tu comentario anónimo es quedarse mirando, sin recato, sin pudor. Luego ya viene todo.
Pues mira, Josué Ramón, el riesgo de las nuevas necesidades vale la pena.
Gracias por tus palabras y tu abrazo que te devuelvo.
Pues sí, Reyes, cariño, no hay que medir nada, es lo que hay. Yo lo desmenuzo, pero tú lo entiendes mejor, por eso no he podido evitar el "cariño" de mi resuesta.
Lo tienes por tanto que nos enseñas.
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