Dije hace pocos días que me sentía en una especie de pausa
seca, como falto de fuerzas, sin excusas posibles porque se me habían terminado
ya, que necesitaba humedecer de alguna manera esa propia estancia que siempre
me construí de acercamiento y resistencia.
Me ha servido una anécdota con tintes de locura física
cuando detrás no existía, aunque lo parezca una ambición material, sino recobrar
rasgos propios que siempre me sirvieron para no quedarme quieto. Permanecí
bastante más de una hora del comienzo que siempre tiene la mañana para mí, en
lugar de con mis hábitos cómodos y placenteros de la lectura, con la dureza de
estar de pie esperando turno para entrar en la AppleStore de mi ciudad. No era la
inauguración de una tienda, yo no iba a ser un comprador ni los miles de
personas que aguardaban, era poder entrar en el templo de la tecnología para
entender lo que un hombre como Steve Jobs fue capaz de crear: junto a la
técnica, la cumbre del diseño, una capacidad de atracción difícil de entender.
Junto a mí, en esa larguísima cola de espera, gente muy joven,
quien esperó toda la noche para entrar el primero con un hijo que 15 meses; o
un muchacho caminando con dos muletas delante de mí; los guardias de seguridad
manteniendo un orden que nadie alteraba; más de cien empleados que al entrar en
el recinto entre sus aplausos entrechocaban sus manos con quienes entrábamos.
Hasta aquí la anécdota, mis deterioradas caderas no me dolieron, os lo juro: mi
prohibición de permanecer de pie tanto tiempo se olvidó, buscaré la razón para
hacerme entender.
Me la dio, al saber de mi locura, una persona entrañable,
propia, con sus genes bien cerca de los míos: “lo único que cuenta, es
emocionarse.” Es decir, buscar las sensaciones que llegan del corazón hasta tu
piel con la emoción que te produzca cualquier circunstancia, importante para
uno en ese momento porque sin emoción no hay proyecto que valga. Allí me aferré
como a una barandilla alta cual si fuera el mejor soporte frente al cansancio
que te crea la vida, una alquimia, esa química mágica cultivada desde la Edad
Media, una melodía interna.
Me sonaba dentro, os lo aseguro, mi aventura, mi locura. La
necesitaba para huir de las pausas de alguna manera contando que mis piernas
que tanto corrieron ya no me dejan correr hace demasiados años. Pues esa fue la
contradicción: en aquel pasillo al entrar en la AppleStore al entrechocar las
manos, corrí, de alguna manera corrí de nuevo. Me dijeron que nunca lo podría
hacer, lo sé cada día al poner los pies en el suelo pero es que “nunca” no es
jamás un plazo tan lejano.
Me emocionó el espectáculo, la gente, me emocioné de mí
mismo, me inventé un placer que ya no sentía. Era el más viejo de una larguísima
cola probablemente, pero todos se equivocaban en la edad porque tenía la juventud que no
perderé jamás la que hace que te cunda la vida; la que me deja estar de pie
porque tumbado ya no hay vida. Estaba allí, pues, de pie, yo casi diría que
sensual, elegante y arrogante.
Hice acopio de fuerzas que vengo necesitando ya hace tiempo
y las que pueda seguir necesitando. No me importará que se hayan terminado las
excusas, no las necesito porque al haber sido capaz de lo que hice, la propia
emoción de haberlo hecho me ha llevado a
recobrar la fuerza necesaria que sólo procede de la ternura. La busqué en mi
propia locura porque hace falta el alivio y el desahogo para poder seguir siendo loco
y tierno..
4 comentarios:
jajajaj me alegra un montón que hicieras esa locura, estoy segura de que tienes las pilas recargadas para otras 4 vidas.
Un beso.
Sí,reyes, tengo pilas nuevas.nos habríamos reído a tope.lo necesitaba.un beso.
Nunca dejes de adentrarte, donde las pilas se recargan, una cosa es ek traje y otra el interior q jamas de deshilacha, hay un toq, q nos hace desear y revivir,lo q el ser necesita.
Besos maria dolores.
A ver a ver , Maria dolores me tienes que explicar bien dónde y cómo recargar las pilas.un beso
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