viernes, 23 de diciembre de 2011

LA EXIGENCIA DE ESTAR VIVO



Ya lo sé, me desdigo, cuando dije que ya no necesitaba el lenguaje. Será ahora por culpa de los versos que estoy leyendo, de ese grupo de poetas “Tenían veinte años y estaban locos.” Pero la palabra siempre fue en mi vida la guarida que tiene conmigo quien me quiera. Yo me espero en la curva de algún cuello, en el mundo inacabable de la axila. Son días de compañía, más diría de cercanía. A lo mejor hasta necesito la sensación de lo indebido, el mejor almacén de la memoria, la custodia que tienen los libros leyéndolos. Me desdigo, repito, pero la exigencia de estar vivo, estos días, que a lo mejor son menos míos pero estoy más con los míos, me hará buscar de nuevo a ratos entre veinte o treinta mil registros las palabras que otros dijeron, que pusieron en su sitio, a mi alcance, para eso, para ayudarme a estar vivo.

Me viene casi al pelo ese cuento de Pablo Gutiérrez, “Conferencia” que recuerda sus tiempos, los tiempos en que “nos refugiábamos en los portales para manosearnos tímidamente con la sensación de lo indebido y en cambio ellos registran y almacenan en la memoria de sus minicámaras cada corchete de sujetador, cada goma de esperma, fabulosos coleccionistas." Debían ser otros,  aunque han sido testimonio de esos tiempos, otra forma de juventud: manosearse con la sensación de lo indebido.

Pero mi propia juventud -como fuera- es la que echo de menos, la que todavía recuerda sobre todo mi cuerpo y que me ha negado ya la vida para siempre, aquella juventud maniática de la juventud, que vivimos sin saber bien del todo lo que era. Ahora pienso, que aunque los años me la hayan dejado ya tan lejos, no obstante, como me ha escrito hace días una entrañable amiga, quiero conservar como sea la curiosidad mental, generalizada, para poder llegar a aprender algo más en la vida.

Desde aquellos tiempos hasta ahora, he vivido muchos días de sentirme verdaderamente acompañado y a lo mejor no sabía cómo era eso de la mejor compañía. Sin ninguna complicación darte cuenta que eres lo que amas, a quien amas y no quién te ama. Ya, ya se acercaran si quieren darte algo mejor de lo que tienes. Eso espero, eso me mantiene vivo. Pero me da miedo la soledad que tantas veces me invento, contada casi a secas, sin metáfora suelta. No obstante, muchas veces, sentir esa soledad tan cerca es como un pellizco a la felicidad, lo que constituye mis propias emociones sin las cuales no hay proyecto de mantenerse vivo que valga.

Nada menos que mantenerse sin saber hasta cuando. Parecido a la sensación de estar acompañado y que luego te pregunten hace cuánto tiempo, y tú digas, poco rato. Pues igual me queda poco rato, ese espacio de tiempo especialmente corto voy a hacerlo largo con esa curiosidad que necesariamente tengo, con el apoyo del lenguaje como si cada sílaba tuviera un atributo. Por eso a veces hasta engaño, tengo pose de poeta sin poder llegar nunca a ser poeta.

Pero igual que hace unos días aquí mismo contaba la naturalidad de cometer mi última locura, quiero apuntalar ahora la imperiosa necesidad que siento de comerme hasta que pueda, mientras pueda, el mundo que me queda. Siento como un calor repentino engrasado a veces de tristeza, pero da lo mismo, una y otra vez sacaré curiosidades y energías por desenvolver. Es preciso que descubra de nuevo una nueva fascinación en el mundo que prefiero. Ya que lo cité antes a Pablo Gutiérrez, "me asusta pensar qué cosas me atreveré a hacer conmigo, la única persona a la que puedo amar y apretar y putear de veras."  Me da miedo, pero al mismo tiempo señala mis medidas, me devuelve los centímetros de altura que me quitaron en los quirófanos de trauma.

Me da miedo, pero me alienta la exigencia de estar vivo no sé el tiempo, de hacer que las mañanas me crezcan cada vez más hermosas, que alguna poderosa amistad me entienda cuando escribo, cuando cuento lo que leo y por qué lo leo. Seguiré no obstante leyendo hasta que se me partan los libros, se me revienten los ojos y tenga la ilusión que no me quepan ya los libros ni en la memoria, ni en las paredes de mi casa. Contento de estar no sé cómo, pero teniendo con la vida suficiente.

Doy las gracias a la vida y a mi propia exigencia de estar vivo.




martes, 6 de diciembre de 2011

MI ÚLTIMA LOCURA



Dije hace pocos días que me sentía en una especie de pausa seca, como falto de fuerzas, sin excusas posibles porque se me habían terminado ya, que necesitaba humedecer de alguna manera esa propia estancia que siempre me construí de acercamiento y resistencia.

Me ha servido una anécdota con tintes de locura física cuando detrás no existía, aunque lo parezca una ambición material, sino recobrar rasgos propios que siempre me sirvieron para no quedarme quieto. Permanecí bastante más de una hora del comienzo que siempre tiene la mañana para mí, en lugar de con mis hábitos cómodos y placenteros de la lectura, con la dureza de estar de pie esperando turno para entrar en la AppleStore de mi ciudad. No era la inauguración de una tienda, yo no iba a ser un comprador ni los miles de personas que aguardaban, era poder entrar en el templo de la tecnología para entender lo que un hombre como Steve Jobs fue capaz de crear: junto a la técnica, la cumbre del diseño, una capacidad de atracción difícil de entender.

Junto a mí, en esa larguísima cola de espera, gente muy joven, quien esperó toda la noche para entrar el primero con un hijo que 15 meses; o un muchacho caminando con dos muletas delante de mí; los guardias de seguridad manteniendo un orden que nadie alteraba; más de cien empleados que al entrar en el recinto entre sus aplausos entrechocaban sus manos con quienes entrábamos. Hasta aquí la anécdota, mis deterioradas caderas no me dolieron, os lo juro: mi prohibición de permanecer de pie tanto tiempo se olvidó, buscaré la razón para hacerme entender.

Me la dio, al saber de mi locura, una persona entrañable, propia, con sus genes bien cerca de los míos: “lo único que cuenta, es emocionarse.” Es decir, buscar las sensaciones que llegan del corazón hasta tu piel con la emoción que te produzca cualquier circunstancia, importante para uno en ese momento porque sin emoción no hay proyecto que valga. Allí me aferré como a una barandilla alta cual si fuera el mejor soporte frente al cansancio que te crea la vida, una alquimia, esa química mágica cultivada desde la Edad Media, una melodía interna.

Me sonaba dentro, os lo aseguro, mi aventura, mi locura. La necesitaba para huir de las pausas de alguna manera contando que mis piernas que tanto corrieron ya no me dejan correr hace demasiados años. Pues esa fue la contradicción: en aquel pasillo al entrar en la AppleStore al entrechocar las manos, corrí, de alguna manera corrí de nuevo. Me dijeron que nunca lo podría hacer, lo sé cada día al poner los pies en el suelo pero es que “nunca” no es jamás un plazo tan lejano.

Me emocionó el espectáculo, la gente, me emocioné de mí mismo, me inventé un placer que ya no sentía. Era el más viejo de una larguísima cola probablemente, pero todos se equivocaban en la edad porque tenía la juventud que no perderé jamás la que hace que te cunda la vida; la que me deja estar de pie porque tumbado ya no hay vida. Estaba allí, pues, de pie, yo casi diría que sensual, elegante y arrogante.

Hice acopio de fuerzas que vengo necesitando ya hace tiempo y las que pueda seguir necesitando. No me importará que se hayan terminado las excusas, no las necesito porque al haber sido capaz de lo que hice, la propia emoción de haberlo hecho  me ha llevado a recobrar la fuerza necesaria que sólo procede de la ternura. La busqué en mi propia locura porque hace falta el alivio y el desahogo para poder seguir siendo loco y tierno..


martes, 22 de noviembre de 2011

CON LOS AÑOS SE NOS ACABAN LAS EXCUSAS



Y las fuerzas. Pero debe haber una palabra absoluta y cierta, una manera de decir jamás para no despedirme aunque me pase el tiempo por encima, donde ocurren todas las cosas. Por causa del maldito tiempo ando incierto, al compás de mis pasos que tienen mal compás ya hace demasiados años, pero casi sin saberlo. Hasta queriendo quedarme sin lenguaje es cierto mi convencimiento que a estas alturas ya que se nos acaban las excusas conviene estar seguro de cómo terminar uno la vida: al menos con las propias palabras en su sitio, con todas con las que he ido creado mi propio mundo. Y en este momento son la única atadura que me queda para seguir viviendo. Entre ellas, en su justo sitio, las personas que quiero. Aunque el olor de la esas palabras es un olor a antiguo, a libro viejo. Y a la vez “parece ser/que no quiero renunciar a mi pasado/que me siguen doliendo cosas viejas”…(Reyes Vaccaro)
Repito, es verdad que se acaban las excusas, de lo que hemos hecho y de lo que vayamos a hacer, pero no puedo evitar reconocer que me viene el cansancio como si fuera una forma de pesadilla de la vida para la que siempre pensé que no estaba preparado. Quizá lo mejor ha sido vivir con una inteligencia pequeña, una cabeza mínimamente amueblada pero un discernimiento y una sensibilidad importante a la hora de acercarme a la gente. De querer a las personas, trozo a trozo, centímetro a centímetro. Para eso no he tardado, no me ha faltado tiempo.

Me ha ayudado a vivir la gula de las palabras impresas como he dicho muchas veces y más que ayuda, ahora se trata de un mantenimiento. Es curioso, es muy cierto, cuando anda mi pensamiento en el empeño que tenemos a veces de no saber esperar pacientemente lo que tenga que venirte sin tener ya estas alturas demasiada suerte. Siempre fui capaz de mantenerme con el truco de las palabras impresas. En mi caso pienso que es cuanto tenemos: tercas, insistentes, obscenas, sorprendentes. Y a la vez siempre tuve palabras para todo y para todos, supe si no ir a dónde buscarlas. Han sido mi perfume, mi lepra, la resina que tenía para explicar y explicarme mis propias experiencias. Ya sé que tienen el desprestigio de que no arreglan las cosas, pero para mí siempre fueron la caricia que me faltaba por dar.
No es excusa, ya sé que no me quedan excusas, pero me duele todo ya mucho más tiempo. Hasta las cosas que tengo para poner en la agenda de mis actividades cuando empieza el día hasta que termina ese mismo día, para arreglarme a veces las ideas, para no perder tiempo, les voy regateando precisamente el tiempo, o es que van llenándome menos o entendiéndolas yo menos. Estoy perezoso y torpe para contar lo que pienso. Primero porque no debe tener ya interés o se me ha terminado la mejor forma de decirlo.
Tengo muchas menos ganas de hacer las cosas que hago, me enredo con el dolor que se me mete dentro, le hago demasiado caso. Me ando quedando cada vez más adentro, me asomo muchísimo menos a esa publica ventana de la red a la que me asomé por primera vez ya hace más de veinte años aunque estaba quieto en una butaca de la que me era difícil poder levantarme. Pero advierto que lo hice, y porque lo hice, he sido capaz de conseguir todas las ventajas de querer con la vista, la palabra y el tacto mientras, eso sí, eran totalmente inciertos mis pasos porque no podía ni puedo andar mejor con ellos.
Y hasta esta bella empresa de acercarse a los libros y contarlo luego, ando ya pensando que su término podría ser, pues eso, no hacerlo, leer yo más en silencio. Es como si sintiera ya una patología de cansancio, sin excusas ni pretextos. Se me está acabando la iniciativa y el coraje, las ganas que la vida sea una serie de abrazos bien dados, sin motivos, porque lo piden los ojos, las ganas de ser uno tierno. Se me ha acabado ya hace mucho tiempo la plenitud y el coraje que da el cuerpo. Todos son intervalos, ya lo haré luego, ya me vendrá de nuevo la ilusión por hacerlo.
Tengo una especie de insomnio pensando más en lo que pueda llegarme, como esa incertidumbre que tiene el amante, sin amante; con la tristeza demasiado puesta y no tengo otro remedio de buscarme yo la respuesta, una respuesta seria, convincente como si fuera a escribir luego un hermoso relato de amor donde sí que hubiera amante, recuperando las caras y los besos. Estoy en un intervalo y he de salir de ello, como esperando poder dar de nuevo los abrazos a la gente que quiero. Que pase ese intermedio y que pueda así ganarle a la vida cualquier realidad que siempre se impone, hagas lo que hagas y pienses lo que pienses.
A esta especie de pausa seca, tengo que buscar de alguna manera la forma de humedecerla, para que vuelva a tener de nuevo la prisa de terminar un libro para leer otro luego; alargar muchas veces la mano y encontrarla despacio para decirme, puedes, puedes volver a hacerlo todo. La dulzura que siempre en un rincón tiene la vida, no puede esperar, he de recuperarla, como una especie de animal viejo pero ilusionado y tierno.
Todo tiene una belleza dentro, aunque al pasar el tiempo se vayan terminado las excusas.





jueves, 27 de octubre de 2011

QUISIERA DESPRENDERME DEL LENGUAJE



Como una manera de tantear el destino. Dejar de leer tanto y no escribir nada luego para saber más de cerca, más de verdad, cómo me considera la gente. La escritura, al fin y al cabo, no es más que un ejercicio que practicas cuando te sientes solo, es una sugestión, hacer que te entiendan mejor quienes te leen. Es la manera de contar lo que no puedes decirle a nadie. Y si tu página pública un día se queda en blanco sin respuesta alguna, lo mejor es dejar de hacerlo, darte de baja, dejar de ser socio de esa comunicación que nunca llegaste a creerte del todo.
Ese es el camino, ya lo tengo pensado. De alguna manera –teniendo en cuenta los antecedentes- se acaba uno de convencer que la vida no es una permanencia, y la muerte que viene después, hay un poeta colombiano, Nicanor Vélez, que supo definirla muy bien: “La muerte, por lo visto, cuando llega/nos dice: “ya no más”./Es un silencio despojado/de voces y de gritos/de alaridos, silencios y murmullos./Dicen que la muerte es simplemente eso:/un ya no más.”

Pues mejor, antes que llegue, elegir tu propio silencio, recordar que en todo ese tiempo fui demasiadas veces quizá excesivamente generoso, y eso que la generosidad nunca debe tener ni paredes ni tiempo. Primero, lo recuerdo, puse mi carnet de identidad, mi yo más verdadero y más duradero. Luego elegí una ropa corta y cómoda para estar por casa con un Nick delante para cualquier escrito o un simple post; y un apellido después, del que un día supo trazarme León Felipe su camino (¡y dale con los versos!): “Ser en la vida romero que cruza siempre por caminos nuevos.”

Me para no obstante el reguero que a veces, ante personas permanentemente fieles, pueden producir mis palabras: “Me gusta tu palabra, tu forma de hablarnos del amor, de la distancia o de la indiferencia. Es tu bella palabra la que nos llega, nos acaricia, nos toca.” Lo tengo colgado tan reciente que no puedo negar la misma certeza que siento: la palabra toca, si no ya no sirve. Y cuando la he ofrecido tantas veces en estas públicas páginas de la red, de quien llegó a tocarle necesito saberlo. No es una cuestión de vanidad, es rito, es una elemental respuesta porque “he tenido que batallar tanto con ellas, amarlas con locura, beber de sus fuentes para poder vivir.” Son palabras de Nuria Amat.


Por eso dejarlas me produciría un tremendo hueco en mi propia existencia. Tengo una especie de gula de palabras impresas, una necesidad de amontonar los libros y contar luego lo que he sacado de ellos. Ya sé que entre las palabras y la realidad hay un mundo entremedio que es necesario cubrirlo luego, pero en la medida en que he podido lo he hecho. Han sido también, arma de ayuntamiento. Sé de sobra que ahora tienen olor a tiempo, pero en muchas ocasiones –lo recuerdo- han sido y son lo único de valor que tengo. Como el vino, precisan reposo y tiempo para saber el valor definitivo que tienen. De esa manera he ido sacándolas de esos libros amontonados y abiertos.


Debe haber, no obstante una manera de quitarles el lenguaje a las propias palabras y quedarme como con la ropa más cómoda que tengo. Casi desnudas de lenguaje para saber quiénes me quieren. Me empeñaré con ellas, porque como dice Carlos Marzal son mi perfume, mi lepra, su eco en mi conciencia, pero es todo lo que tengo, lo que tuve siempre.


Por eso cuando ha habido quién que se ha referido a ellas, mi respuesta ha de ser que siempre fueron una forma de acercarme, y no lo sé si bellas pero sí quisiera que ahora, como libres del lenguaje, al hacerlas más cómodas poder ver pasar el mundo, todo el mundo, una tarde cualquiera.



Antes de que llegue el silencio, el definitivo silencio, “despojado de voces y de gritos” según el poeta. Antes de ya no más, ya no lo voy a hacer más. Mis lecturas serán sólo propias y de quienes estén más cerca, mi manera de ser, íntima y propia, parecida a vieja. Y mirar que queda, puede que junto con las paredes más queridas cubiertas con libros, como explicación a lo que fue esa manera de ser; que prevalezcan al menos cuatro notas escritas sobre el amor, lo más inusitado que se ha inventado en la vida –ya que estamos todavía en la vida- una norma no escrita, una comunicación, una caricia.



Puede llegar un momento –lo aviso- que sea sólo un gesto de las manos, o como antes, dejar a las palabras sin lenguaje para notarte más cerca, pero a la vez, la manera que uno tiene de no permanecer callado.






viernes, 14 de octubre de 2011

ME APOYO EN LO QUE DICEN, EN LO QUE ME DICEN



Como si me dijeran: puedes, aquí tienes esa ayuda difícil de encontrar pero que cada uno debe de tener cerca. Tengo puntos de sujeción propios, naturalmente, hasta me llegaron a convencer hace bien poco, no cruzas el umbral de la vejez cuando te parece, cuando tu cuerpo te niega alguna determinada postura o una forma de vida. Siempre entonces –me explicaban- hay que recurrir a la propia lucidez que aún te queda en la mente. Si eres capaz de hacerlo, si además consigues las tres o cuatro cosas más valiosas y solemnes, estás aún lejos de esa vejez que uno se empeña en tener a veces.

Y por otro conducto, ya que intento aprenderme lo que dicen y lo que me dicen, me advirtieron tajante y cariñosamente con palabras envueltas en la sabiduría de Marcel Johandeau, con 90 años: "Envejecer, si sabemos, no es en absoluto lo que creemos. No es en absoluto disminuir, sino crecer." Pues ando muy dispuesto todavía a practicar un crecimiento análogo al rato que camino cada día, que abandono el café primoroso que soy capaz de hacerme como un homenaje a tener a mi disposición un nuevo día; a la palabra rica y quieta que escribieron quienes supieron hacerlo mucho antes a veces. (Es un ejemplo que me devolviera juventud una novela costumbrista, que acabo de leer, “Un matrimonio de provincias””, escrita en 1885 por María Antonia Torriani, y me lo avisó para acentuar el contraste, incitándome a leerla, los cuarenta y tantos años actuales de Cristina Grande, prologándola.
Abandonaré también para crearme nuevamente un recorrido físico y reconfortante, la “manera de ser” a la que me he apuntado para siempre que en su día creó Steve Jobs como si le pidiera a esta nueva informática otra juventud que hiciera sitio en mi vida. No me voy a cansar de nada, voy hasta admitir que para recordar el último libro que termino de leer tenga que aprenderme su autor y su título para contárselo luego a la gente.

No estará contraindicado –lo he encontrado en los más oscuros manuales del Google- el derecho a mi excesivo descanso a veces –teléfonos desconectados para que esa manera de dormir la siesta se parezca a veces a la mejor forma de hacerlo: notando la extrañeza de cuerpos enlazados. Ni tampoco la luminosidad que proporciona una quieta ilusión, un viaje comprado en cualquier página “last minute.com”. Para saber de nuevo aquellos recorridos prolongados durante toda la jornada, por Londres -entonces durante todo un mes-como haciendo en propio beneficio de los míos, una especie de auto guía mp3.

Voy a ver si consigo, para creerme de una vez todo eso de no llegar a la vejez, dar lo mejor mío a quienes supieron pedirlo o cuando lo tuvieron conservarlo. No me gustan las pequeñas dosis para quedarse al final con lo que de verdad quieren. Quizá el mejor proyecto sea seguir en las mejores estaciones breves que me queden, sentirme entre la gente que quiero como si agradecerle su cariño y darle el mío no fuera más que sentarse a su lado, saberlo o saberla ahí, apenas eso. Justificar que sea cierto lo que hace también pocos días me escribieron: “lo que tú nos puedes dar, lo que tú nos das y como lo das, no nos lo podrá dar nunca nadie".

Pues vamos a ver cómo organizo esta especie de intercambio para apoyarme a la vez, como afirmo, en todo lo que me dicen. Se impone una necesaria lentitud, como un paso cambiado en la espera, una especie de ensayo, cada pausa, cada olor, cada ejercicio que siempre impone el amor quieras a quien quieras. Siempre fui territorio frágil pero generoso, receptivo del momento por si no se daba de nuevo. Mi información, por mucho que parezca lo contrario, es insuficiente, mis libros no son todos los libros y aunque la literatura no tiene jubilación sí que la puedes alimentar a diario.

De los libros, si no lo sé, lo voy sabiendo, ahora me hace falta más que nunca, donaciones ajenas para mi propio apoyo, para mi manera de entender la edad y de robarle todavía a la vida el lugar más importante que haya en el mundo. Ese sitio va a ser todavía mío, dispuesto a compartirlo como cada mañana que termina de empezar. Mientras, seguiré esperando con esa extraña mansa magia que tienen las palabras si las amas, en busca de territorios escondidos. Quiero sentirlas, ofrecerlas como mis manos, para que hagan lo mejor, todo lo posible, hasta cuando parezca que estén quietas.


         

lunes, 26 de septiembre de 2011

CUANDO YA NO SON BASTANTE LOS ABRAZOS


Ni la memoria que tienen las caricias o los besos apretados, la costumbre de notar a alguien siempre cerca, que reconozcan tu ruido al entrar en casa, eso supone que el amor se acaba, una ley más antigua que las leyes antiguas. Coincide a la vez con que termina el estado lento y animal de los cuerpos jóvenes. Pero entonces empieza algo más difícil de abarcar y muy hermoso, más culto, más espeso y duradero que es esa convivencia tan difícil entre un hombre y una mujer, acabado el amor, cuando ni sirve te quiero ya que estamos en pleno desamor, la única certeza que tenemos entre dos. Y nos quedamos tan solo con eso, esa continuidad de instantes cotidianos, repetidos y difíciles, con agrados y desagrados mezclados pero que aun haciendo grieta sirven poder sostenerse luego, sobre todo antes del final cuando el ser humano con la soledad anterior a la muerte va a sentirse peor, mucho peor.
Vamos ya notándolo, nos notamos ansiosos, igual que antes amábamos, de ser únicamente cotidiano, lo que hacemos cada vez sin que sea una novedad, nada parecido al atractivo de la seducción. Seducimos y nos dejamos seducir antaño, ahora toca lo diario, mirarse poco rato, tocarse apenas pero que sea suficiente, como un apoyo, una solidez que no necesita ya de los abrazos que sin embargo cuando empezamos a darlos parecía que iban a ser para siempre, como una predestinación, una especie de embargo de los sentimientos. La vida nos va clavando espinas cada vez más grandes y entonces ya no son posibles esos abrazos.

Las heridas que nos producen esas espinas tienen muchas veces formas de decepción, incluso en nosotros mismos. Es como si hiciéramos un repaso y nos fuéramos quedando decepcionados porque nuestras propios deseos de siempre se van minimizando, entran en una especie de rutina y de inercia con la que hemos de conseguir que eso constituya un cimiento, un aviso para la convivencia como sea. Y detrás de ellos, si nos fijamos bien, es más de lo mismo, de lo antiguo porque es imposible dejar de querer lo que fue tan importante, aquello con quién fuimos construyendo nuestra vida hasta este momento, donde suplimos ausencias de antes con una fortaleza que tiene algo, a veces poco valorado, la costumbre, el hábito, lo cotidiano si viene desde atrás con la suficiente nobleza.

Hay que estar muy seguro de una persona como es, ese conocimiento suele estar en cualquier sitio si nos fijamos bien, en maneras de ser que no pueden serlo de otra manera. Y entender luego que el tiempo no deteriora sólo tejidos y articulaciones, no produce únicamente espacios y formas a las que no se puede llegar. El tiempo hace siempre mucho daño a todos a la vez, hace daño naturalmente hasta al amor porque está inscrito el desamor igual que en la vida está inscrita la muerte.  El tiempo en forma de recuerdo hace que te duelan las palabras que nos llegaste a decir ni caricias que querías dar. Hasta cosas del otro por saber, por descubrir.

Y ahora cuando llega lo que debiéramos llamar el tiempo de las grietas inesperadas, estando en peores condiciones, a mí me gustaría en este sitio, esta vida paralela de la red donde al final me quedaré completamente solo, que todo el mundo entendiera que la he utilizado como una manera de expresarme. No voy a echar nada ni a nadie de menos, he dado lo que pude y ando bastante bien preparado si me quedo del todo sin abrazos y únicamente tengo que hacer eso, convivir hasta donde llegue. No es ninguna renuncia, igual que una bella mujer jamás en su juventud lo hará con un simple movimiento de caderas para encontrar alguna forma antigua de seducción no practicada.
Igual que el sexo crea una intimidad especial entre las personas, yo lo hago con las palabras, quietas, humildes propias. Pero aquí voy a dárselas a nadie que no sepa pedírmelas. Lo he dicho alguna vez, mi realidad nunca fue gran cosa, además de que es difícil que supongan alguna especie de grandeza para casi nadie.

A lo mejor todo esto no es más que una excusa como una prenda de ropa que me aprieta, pero hay que acostumbrarse a la ropa vieja. Lo que vengo diciendo, lo que me queda por decir y por vivir, es una necesidad. Para al final tengo que confirmar que no me gustan los silencios, prefiero las conversaciones y hasta lo inevitable, lo de siempre, pero bien hecho, prefiero llegar de nuevo, a viejo, pero conservando el cariño. No hacen falta ya los abrazos,  si no nada menos que la convivencia.
Es hermosamente inevitable.

sábado, 17 de septiembre de 2011

NO TARDES





“No tardes./No tengo todo el tiempo del mundo por delante.”
Cristina Pieri Rossi

Me lo digo a mí mismo para buscar aun algo más que quisiera que hubiera tenido mi vida. Para tener siempre dos brazos y dormir entre ellos. O en ese cuello largo, perfumado y hondamente suave que tienen las mujeres en el que suelo fijarme. No sé qué me ha pasado, el otro día leyendo a Beigbeder, estaba completamente de acuerdo: “Me interesé antes por los libros que por la vida.” Por eso me llamaron la atención, cuando escribía de vuelta del verano que estaba necesitado de mi hueco, de lo que eran mis necesidades. Llegaron a decirme generosamente: “tú eres más importante que los libros que lees, no eres sólo los libros, sino también lo que llevas dentro.” No estoy muy seguro de ello y por eso estoy callado tantas veces.
Son inmortalmente ciertos los versos de Caballero Bonald: “Somos el tiempo que nos queda.” Empiezo mi pensamiento, enganchado a los poemas porque resulta cada vez más cierto, que en ellos están muchas veces las mejores respuestas. Cuando escribo aquí no ejerzo el enojoso pero liberador a la vez arte de la mentira. Y eso que estás acostumbrado por la vida que cuando cuentas una mentira, tienes que seguir mintiendo. Sin embargo en este entorno es cierto lo que escribo y más aun lo que siento. Un post, una señal, una llamada en este pedazo de papel más mío que de nadie ya, es a veces, como hoy, eso, no tener todo el tiempo del mundo por delante y reclamar de alguna manera que no me tarde ni nadie ni nada bueno por venir.

Todo esto me pasa, este miedo a quedarme corto ahora, por haberme excedido, es mi forma de ser. Luego te devuelven lo que te han de devolver, casi siempre mucho menos, y voy a quitar el casi. Porque yo nunca me canso de sentir dentro ese cúmulo de afectos que es el mínimo cimiento necesario para vivir. Quiero siempre prolongarlo poderoso y ardiente. Tan amante que soy de las palabras, sin embargo, la vida tiene momentos es que es necesario el poderío del silencio, que cesen todas palabras largo rato.
No tardes, me empeño a decirle a la propia vida, todavía me queda algo de ese puntito estupendo para recibir y dar. Aquí, entre esta colección de sentimientos mal escritos está mi fantasía y mi imaginación, la que yo tengo y la que me aportan los libros que he leído. Siempre tengo intención de buscar entre ellos pero me queda menos tiempo, mucho menos tiempo.
Todo es fruto, -lo dije una vez- fruto de mi escasez, de tener pocos recursos y sin embargo no conformarme con ello. Si intento hacer caso de la advertencia que soy más importante de lo que tienen los libros, que vale más lo que llevo dentro, tendré quizá hacer lo que no me he atrevido hasta ahora: no callarme para que puedan los demás comprenderme. Utilizar algún poema como un artefacto para poder escribir los pliegos que le faltan a mi vida, pedirlos, reclamarlos como un lujo y a la vez, parte de mi aliento, igual que el arte más oculto que tiene la vida: no acostumbrarme con lo que me ha ido quedando.
Sigo siendo un hombre con intenciones y proyectos. Me pido todavía a mí mismo buscar cualquier laguna que tenga mi cultura y aquella en las que me sentí más cómodo y más a gusto, ver la manera de poder incrementarlas. Ya sé que querer todo el mundo quiere, pero yo pienso muy en serio qué hacer, cómo pedir lo necesario para sentir de nuevo escalofríos de cariño.
Aunque la edad y los propios errores muchas veces te sitúan en un área de renuncias, aunque ya no puedas volver a tener un cuerpo joven -la renuncia más dolorosa que prepara la vida- dejarme que viva todavía como en una espera  a plazo corto, que me venga cualquier alegría, sabré hacer uso de ella, agradecerla. Mientras, cada página que ponga en este espacio, absolutamente propio, cada uno de los caracteres del tipo de letra que haya elegido será una resistencia a lo impensado, a lo reprimido.
Me queda alguna cosa que no he hecho y en el límite casi del tiempo que tengo por delante, quiero percibir el poder hacerlo, como un cúmulo de riqueza que todavía tengo reservada.

jueves, 8 de septiembre de 2011

LLEVAS EL CUENTO PUESTO, CRISTINA GRANDE




Me da lo mismo que sea como “tejidos y novedades” porque en todos hay certezas y despedidas que vienen a ser lo que sabemos de la vida y maneras de decirle adiós. No se te escapa notar “cualquier situación –como dices- por nimia e intrascendente que parezca”. Hay siempre un cuento a la mano para ti.
Me tiembla leyéndote la sencillez con que narras lo que pasa, los antecedentes, la historia que venía antes y aquella que luego vendrá delante. Cuando cuentas que tienes un amante, ya lo adviertes, no puedes perder ni un minuto en tonterías. Tus cuentos visten y desvisten la vida de las personas aunque expliques que “la ambición puede ser el último refugio del fracaso.” Da lo mismo la desnudez con que la busquemos.
Yo te preguntaría, y si no tengo ambición, por qué mi triunfo con las letras se me ha quedado atrás. Son demasiados años leyendo las historias ajenas y quizá por eso no he tenido tiempo, no he sabido, escribir las mías. O me dio miedo, Cristina, que pudieran ser verdad, tan mías que me hicieran aún más daño que guardármelas dentro.
No me atreví a decir las verdades sin tapujos, cogí la frase ajena, la estampé con cuño propio desde el Acces hasta el Mac. Y esas palabras también se juntan por no contarlo todo, y como tú misma dices en “Volanderas” acabaron por no tener importancia. Ya no vale lo que pueda contar sino es mi amor por las palabras que tienen los demás.
Sin embargo para mí tienen valor precisamente por habérmelas callado al menos algo. No como haces tú Cristina donde las desnudas porque sientes la necesidad de hacer un cuento cada vez. En ellos hay en muchas ocasiones el descaro que provoca el dolor, la fuerza de la intimidad, la manera de esforzarse porque sin esfuerzo no hay nada que merezca la pena en la vida.
Cuando he terminado tu libro, me ha faltado un cuento. Lástima que no hayas cumplido más que cuarenta y ocho años, así tus “Tejidos y novedades” hubieran tenido uno más. Uno más como en el viejo cuerpo que siempre pueden tener los humanos, con sus sensaciones.
Ya no sé cuántas veces, Cristina, he leído lo que escribes de tu amante: Sin perder un minuto le convences  que el placer físico te aburre si no es el suyo. Eso pasa casi siempre que te sientes dentro de alguien. No puede uno despegarse para conseguir follar en lugar de hacer el amor.
Lo que he dicho, lo que ahora me escuece, leyéndote Cristina, es por qué me habré callado tantas veces. O no supe escribirlo o a lo peor no me atreví a hacerlo. Ahora tengo una madurez innecesaria y apenas válida, tiene o el nombre o las maneras de la vejez, puede que ambas cosas. Por eso sólo me sirve leerte, saber de tus tejidos y tus novedades y averiguar si pueden de alguna manera coincidir con las mías. Serás mi alternativa al no poder ya contarlo. Te cedo el papel y el lápiz, sobre todo el lápiz que siempre tengo junto a cualquier libro. Me he comprado uno con una superficie plana para que no haga grueso el libro al tenerlo colgando. Ha sido un buen invento. Todavía está puesto en tu libro, es mi homenaje, la manera más tierna que tengo de quererte.
Por favor sigue cumpliendo años, agrupa la próxima vez en lugar de 48 cuentos, uno más menos, para que pueda dejarle puesto de nuevo el lápiz y escribir sobre ellos los mejores momentos que siento, ya que sólo no supe hacerlo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

UN TIPO EXAGERADO DE MAQUILLAJE


Eso puede que sea el verano y de ahí mi rechazo. Me sobra más tiempo para pensar en mis desperfectos, mezclo los libros que leo con un desorden insoportable, me los creo menos, todos andan detrás de su maquillaje con un tono de piel que no es cierto, permanecemos más desnudos sin motivo y aunque procuro evitarlo llevo pocas prendas puestas, al menos, para disimularlo.

A las puertas de marcharme a mis rincones de siempre lo que ahora escriba tendrá una asimetría minúscula pero desconcertante con lo que quiero ser y lo que estoy siendo. Necesito pues, una pausa larga, un repaso que hasta se puede considerar prematuro sobre mí como una foto de mi vida pero que no captura la vida porque nadie vive nunca la vida que quiere.

En verano noto las horas poco apropiadas, las repaso y los recuerdos además de desordenados los alcanzo con la absoluta certeza de tener que callarme gran parte de las cosas que a estas alturas debía de haber dicho y no lo hice. A alguien le escribía hace poco –contestando a una falsa despedida- que a nadie le gusta contar las partes más dañadas de uno mismo.

Ya lo sé que debiera ser más positivo escribiendo, viviendo, me queda menos tiempo probablemente que a quienes estén leyéndome. Debo de buscarle una causa a muchas cosas y se lo achaco al verano, al verano mal llevado porque me empeño en convencerme a mí mismo que no puedo hacer mejor cosa que estar deseando que se acabe. El rechazo ajeno es lógico, son sus vacaciones, su mejor tiempo de ocio, la riqueza que aporta el descanso cuando uno se lo ha ganado.

Quizá es ya no me gano nada, únicamente mi felicidad puede que sea el silencio del dolor de Bruno Richard en ese amor que le dura tan solo tres años. Pienso en mi falta de ganancias por haber crecido en una religión de comodidades, por eso ni sé aprovechar estos días que se alargan por la luz y el calor que tienen y ni tan siquiera he salido a pasearlos, a ser como fui siempre aquí donde me encuentro ese amigo cordial de edad media, tocado antes de tiempo físicamente, pero que entre la gente era un beneficio compartido.

Todo esto va formando parte de mi zona más inasequible que no le cuento a nadie, ni aquí me voy atreviendo a hacerlo. Procuro que se aleje con las olas de mi mar de siempre con la tecla sup de mi Mac. A lo mejor es el precio que pago por tanta literatura a cuestas, me hacen daño los libros por quererlos tanto, por entenderlos como una manera de intercambio de los sueños. Ando además últimamente tan aficionado a los cuentos que coincido con Ángel Zapata, pienso que “el cuento sabe de la castración, de la pobreza, de la realidad y es –como el Eros platónico- hijo de la escasez y del recurso.” Pero además pienso que poseen una riqueza, una ética de la escritura, de decir en pocas palabras todo lo que tiene la gente dentro. Ese relato, ese mero “efecto” me apasiona, me deja a veces como tumbado para siempre, cual si me hubiera llegado ya el día en que me tengan que llevar a todos los sitios porque ya no sirva para otra cosa, sino para estar leyendo, para evitar como pueda que me duela de nuevo vivir otro verano.

Me vuelvo a casa, pues, como buscando un resguardo, a un sitio antiguo pero deseable. Le daré mañana bien temprano –en la última cura del verano, no si de éste o de todos los veranos- unos bombones, un pequeño detalle a Nuria, mi enfermera. Iré de nuevo como al comienzo, a ese principio tan hermoso que tienen las personas, ajenas a cualquier maquillaje, para ver si consigo hacer sentir que mi abrazo, o hasta simplemente pasar la mano puede producir un temblor que sea obra mía.

Vuelvo a casa, seguro como siempre, de no saber mantener ninguna promesa, pero intentado seguir escribiendo esas frases que tiene la ternura permanente, como si la vida no supiera a nada hasta que pueda volver a enseñar que el cariño que le des a alguien le devuelve una manera de vivir, renueva las ilusiones. Aun me puede quedar del fabuloso mundo de la nada de Mije, esa cita de Smits: “Envíame la almohada/ sobre la que sueñas/y yo te enviaré la mía.”

viernes, 19 de agosto de 2011

ALGO EN COMÚN


Han pasado los años, igual que un vicio eterno, qué se le va a hacer. Permanece una convivencia de puertas abiertas, de ocupaciones diferentes, de formas de estar solo pero con una esencial compañía. Alguien lo apreció y le dio el mejor calificativo que tenía: se os nota algo en común.

Ya no hay besos nuevos, tienen también el cansancio que en todo aporta la vida aunque se parecen mucho a los que nos dimos en el pasado. Siempre queda el roce de las manos, adivinar el mejor momento, los sueños inminentes pero que no llegarán, sentirse cada uno más propio y más del otro, eso debe ser tener algo en común.

Tengo una especie de rara compasión por todo aquello que el roce del tiempo hace peor a las personas o las cosas. Es la exigencia de la entropía como una medida de desorden del propio sistema, esa incertidumbre pero a la vez seguridad en el deterioro, hasta voy perdiendo fruto de la incuria, mi habitual cuidado.

Pero entendiendo peor como es cada cosa porque pienso mucho en cómo han sido, de ahí que tenga que cogerme enérgicamente a las posesiones actuales que me aportan fuerza y ánimo, a la búsqueda de esa comunidad con otro que da valor a cualquier convivencia y más si es la que has sabido elegir y mantener.

Todo es fruto de lo mismo. Recuerdo el acierto de las palabras de Domingo Villar en “La playa de los ahogados”: “-y no te preocupes ya por mí. Ya maduraré. No se madura, replicó su padre, sólo se envejece.”
Porque perdemos o nos damos cuenta cuando estamos en él, ese cálido escalón que podríamos llamar madurez. Ya ni la encuentro, ni la recuerdo. Quizá es que no existió, porque vino sin aviso la vejez.

Lo he explicado más de una vez, me trajeron una manera antes de tiempo, y mi forma de protesta, enérgica y cálida fue no hacerle sitio. Por eso reclamo comunicación, seguir siendo como soy, tener ese algo común con alguien. Ha constituido mi forma de prolongar las tentativas hacia lo mejor porque en esa prolongación está precisamente lo que más satisface.
Vivir en la vida es ser capaz de no negarle nada a la vida.

Con maletas siempre preparadas para el sueño que alguien me quiera mantener, esa cercanía, la posibilidad de compartir la vida diferente pero común. ¡Qué hermoso y qué difícil resulta casi siempre! Vale la pena intentarlo, puertas siempre abiertas como he dicho, aromas de café en cualquier sitio, manera de madrugar respetando el sueño ajeno, una capacidad de escuchar buena música para que desde ahí comiencen los buenos sentimientos.

Tapizar todas las paredes de la casa con los libros ya leídos y los pendientes de leer reclamando su momento. La comodidad que impone querer estar precisamente cómodo con alguien. Todo ese tiempo junto crea una manera de entenderse, hace que los demás se den cuenta que tienes algo en común, nada menos, con la persona que quieres.

Voy a ver si término de una vez el verano y recobro el sitio que más quiero, un hueco que es tan propio que nadie me imagino que lo ocupe. Voy a seguir teniendo certeza que junto con un necesario declive me mantiene mantenerme, porque quiero, a la fuerza, con una resistencia extraña que tenemos los que no nos dimos cuenta que íbamos a madurar y nos habíamos ya hecho viejos.

Donde me encuentre, allá a donde vaya, no dejaré olvidado ese coraje nunca. Mejor llevarlo puesto, casi desde la nuca, cual si fuera a ser el resumen de mi persona entera.


viernes, 12 de agosto de 2011

LA DEMOCRACIA DE LOS CUERPOS



La tiene el verano, sin malentendidos, como una admiración o una tolerancia porque el destino vendrá luego, es el arrastre del ocio, de la búsqueda desenfadada de la mayor cantidad posible de placer. Sin utopías. Hay además el descanso suficiente para una comunicación corporal rápida y certera.

Yo lo contemplo de lejos a donde quisiera acercarme para algo parecido, dar a entender, quizá, a una falta de ortodoxia como si mis maneras inventadas para el papel escrito al menos, fueran una forma aparte. Pero antes puse en ello, al crearlo, una capacidad de imaginación oculta, aparentemente enrevesada pero de la mano de algo sobre lo que quise escribir y el falso pudor me lo impidió. Cuando lo hice fue en una memorable privacidad, pero ha bastado para derrumbar la nostalgia detrás de su construcción o destrucción a base de latigazos, una sola palabra, listo, para darla por terminada.

En mis circunstancias podría ser una prolongación de los deseos, una multiplicación de tentativas, unas maneras extrañas y mal entendidas dentro del marco de la normalidad que siempre tuvo para mí, señales de vulgaridad.

Todo proviene probablemente de las veces que me pesa la soledad bien entendida: en casa, en la calle, entre los demás, en una fiesta, en cualquier sitio. Pesan los años y junto a ellos, las omisiones que traen, precisamente creo en el mundo de mi fantasía por no poder poner en práctica posibilidades inauditas. Pesa una madurez definitiva, tanto libro, maneras de observación en campo ajeno que me hacen pensar a lo mejor que debe ser así, pero no para mí, en absoluto para mí y más a estas alturas. Con este peso de los años.

Repasando ese propio papel imaginado pero prodigioso que fuera de su marco no me atreveré a contar, a pesar de dejar siempre a la mujer en el sitio más excelso; nada menos que siendo una mujer, me llena la palabra, me abre ese camino que no cuento que me llevaría a la vez al concepto de la culpa y a la vez del disfrute pleno. Es una adoración inevitable y justificada por la enseñanza que siempre me aportó a mi propia vida y por el deber de pregonarlo.

Cumpliendo órdenes personalmente como en un vodevil en el que me hubiera tocado el papel más humilde pero excitante, rigiendo, cómo no, esa democracia de los cuerpos que veo tanto este verano desde lejos, cada uno en su posición y en su conato. Debe aportarse en ese establecimiento casi publicable en los mejores estamentos sociales y sexuales unas normativas que producen admiración hasta en la lejanía.

Sin embargo, si yo expusiera una posibilidad enorme y altamente gratificante, partiría de las normas esenciales de saber de una mujer siempre, cómo se siente ella, nada más, parecido a una especie de sudor que uno puede hacerlo propio y venerable enseguida. La composición por extraña que parezca poco importa. Se trataría como una forma tan literaria y hermosa que lo mismo provocaba ejemplo.

Para mí serviría como una especie de creación que me conduciría a no sentirme solo jamás: el espectáculo de la admiración y la excitación ajena con algo propio, la publicidad necesaria luego de lo que fue cuando hizo falta a escondidas. No lo olvidemos, la imaginación en el sexo puede servir para el conocimiento ajeno, por eso estos días el verano me obliga a la observación y al silencio.

Al silencio propio, salvo alguna publicación atrevida y valiente que conduce a mi permanente espera y a incrementar mi deseo. Existirá siempre motivo –a pesar de las repeticiones- del cultivo más hermoso que tiene el ser humano: su capacidad de imaginación, su perfil hasta en los órdenes que pueden desconocer los demás.

Continúa el verano, su insistencia en la democracia que deben tener los cuerpos. Todos tenemos derecho a una de ellas.