Ya lo sé, me desdigo, cuando dije que ya no necesitaba el
lenguaje. Será ahora por culpa de los versos que estoy leyendo, de ese grupo de
poetas “Tenían veinte años y estaban locos.” Pero la palabra siempre fue en mi
vida la guarida que tiene conmigo quien me quiera. Yo me espero en la curva de algún
cuello, en el mundo inacabable de la axila. Son días de compañía, más diría de
cercanía. A lo mejor hasta necesito la sensación de lo indebido, el mejor
almacén de la memoria, la custodia que tienen los libros leyéndolos. Me
desdigo, repito, pero la exigencia de estar vivo, estos días, que a lo mejor
son menos míos pero estoy más con los míos, me hará buscar de nuevo a ratos
entre veinte o treinta mil registros las palabras que otros dijeron, que
pusieron en su sitio, a mi alcance, para eso, para ayudarme a estar vivo.
Me viene casi al pelo ese cuento de Pablo Gutiérrez,
“Conferencia” que recuerda sus tiempos, los tiempos en que “nos refugiábamos en
los portales para manosearnos tímidamente con la sensación de lo indebido y en
cambio ellos registran y almacenan en la memoria de sus minicámaras cada
corchete de sujetador, cada goma de esperma, fabulosos coleccionistas." Debían ser otros, aunque han sido testimonio de esos tiempos,
otra forma de juventud: manosearse con la sensación de lo
indebido.
Pero mi propia juventud -como fuera- es la que echo de menos, la que todavía recuerda sobre todo mi cuerpo y que me ha negado ya la vida para siempre, aquella juventud maniática de la juventud, que vivimos sin saber bien del todo lo que era. Ahora pienso, que aunque los años me la hayan dejado ya tan lejos, no obstante, como me ha escrito hace días una entrañable amiga, quiero conservar como sea la curiosidad mental, generalizada, para poder llegar a aprender algo más en la vida.
Pero mi propia juventud -como fuera- es la que echo de menos, la que todavía recuerda sobre todo mi cuerpo y que me ha negado ya la vida para siempre, aquella juventud maniática de la juventud, que vivimos sin saber bien del todo lo que era. Ahora pienso, que aunque los años me la hayan dejado ya tan lejos, no obstante, como me ha escrito hace días una entrañable amiga, quiero conservar como sea la curiosidad mental, generalizada, para poder llegar a aprender algo más en la vida.
Desde aquellos tiempos hasta ahora, he vivido muchos días de
sentirme verdaderamente acompañado y a lo mejor no sabía cómo era eso de la
mejor compañía. Sin ninguna complicación darte cuenta que eres lo que amas, a
quien amas y no quién te ama. Ya, ya se acercaran si quieren darte algo mejor
de lo que tienes. Eso espero, eso me mantiene vivo. Pero me da miedo la soledad
que tantas veces me invento, contada casi a secas, sin metáfora suelta. No obstante, muchas veces, sentir esa soledad tan cerca es como un pellizco a la
felicidad, lo que constituye mis propias emociones sin las cuales no hay
proyecto de mantenerse vivo que valga.
Nada menos que mantenerse sin saber hasta cuando. Parecido a
la sensación de estar acompañado y que luego te pregunten hace cuánto tiempo, y
tú digas, poco rato. Pues igual me queda poco rato, ese espacio de tiempo
especialmente corto voy a hacerlo largo con esa curiosidad que necesariamente
tengo, con el apoyo del lenguaje como si cada sílaba tuviera un atributo. Por
eso a veces hasta engaño, tengo pose de poeta sin poder llegar nunca a ser
poeta.
Pero igual que hace unos días aquí mismo contaba la
naturalidad de cometer mi última locura, quiero apuntalar ahora la imperiosa
necesidad que siento de comerme hasta que pueda, mientras pueda, el mundo que
me queda. Siento como un calor repentino engrasado a veces de tristeza, pero da
lo mismo, una y otra vez sacaré curiosidades y energías por desenvolver. Es
preciso que descubra de nuevo una nueva fascinación en el mundo que prefiero.
Ya que lo cité antes a Pablo Gutiérrez, "me asusta pensar qué cosas me atreveré
a hacer conmigo, la única persona a la que puedo amar y apretar y putear de
veras." Me da miedo, pero al mismo
tiempo señala mis medidas, me devuelve los centímetros de altura que me
quitaron en los quirófanos de trauma.
Me da miedo, pero me alienta la exigencia de estar vivo no
sé el tiempo, de hacer que las mañanas me crezcan cada vez más hermosas, que
alguna poderosa amistad me entienda cuando escribo, cuando cuento lo que leo y
por qué lo leo. Seguiré no obstante leyendo hasta que se me partan los libros,
se me revienten los ojos y tenga la ilusión que no me quepan ya los libros ni en la memoria, ni en las paredes de mi casa.
Contento de estar no sé cómo, pero teniendo con la vida suficiente.
Doy las gracias a la vida y a mi propia exigencia de estar vivo.
Doy las gracias a la vida y a mi propia exigencia de estar vivo.