Y llegamos al tercer día, a la jornada de clausura. Antes, una tarde –y no sería noble no mencionarlo- José Antonio Lasheras, director del Museo Las Cuevas de Altamira, no nos lo enseñó, nos lo hizo creer, lo que era tan difícil de creer, se inventaba los miles de años como quién habla de ayer o antes de ayer, pero fue capaz ante la bellísima reproducción de lo que fueron las cuevas de mantener la atención y en mi caso hizo imposible el cansancio. ¡Dímelo al final, me advirtió! Y vaya si tuve el honor y el placer de decírselo, dos horas y media más tarde.
En esta tercera jornada, Antonio Muñoz Molina nos iba a hablar de su obra, serena y acreditada que como le dijimos en el mismo tren de vuelta a Madrid desde Santander, venimos leyendote en casa, mi mujer y yo hace cuarenta años. Sus 24 novelas han sido eso, novelas para nosotros, nos las ha hecho creer todas porque tiene una capacidad de creación, una calidad y una sencillez en el lenguaje que es difícil superar en la novelística española de este último cuarto de siglo.
En Santillana del Mar fue mucho él, pausado pero exigente con el auditorio y hasta se resistió a pesar de horarios de aviones de regreso que nadie abreviara o le pusiera término cuando en el coloquio, en la mesa redonda con críticos y profesores se explayaba en sus formas, explicaba por qué ese amigo le decía con tono de reproche que no entendía con tanto viaje, tanta vivienda siempre estaba en el mismo sitio, entre sus libros, sus discos, su pantalla del ordenador. Fue un Muñoz Molina generoso que no tuvo pegas en reconocer que para escribir hay que buscar el momento de la “inspiración” que a veces llega no precisamente en nuestro puesto de trabajo, sino en la calle, entre la gente. La palabra y el sentido de lo que queremos decir vienen cuando vienen, cuando detrás hay ese poder de creación que posee Antonio.
Así lo confesó con humildad ese hijo de Úbeda, a quien su padre ya intuyendo su futuro, le dijo un día subido en el burro, búscate, hijo, un trabajo a la sombra. Su castellano tiene una suntuosidad profunda y una casta y tono viejo y esa inspiración, sin buscar eufemismos de que habló; “surge como venida de ninguna parte, y sin embargo ha requerido toda la experiencia de la vida, todo lo que se recuerda y todo lo olvidado.” ¡Ahí es nada, recuerdo y olvido! La templanza de una literatura que le viene sola, que la trajo del periodismo y ahora lo sigue haciendo con una gran altura cada sábado en “Babelia”, el suplemento literario del “El País”.
Muñoz Molina tiene en sus novelas la cautivadora presencia, crea como un sistema de sombras en sus letras, una manera de ser novelista, que lo ha hecho un tremendo novelista, le ha llevado a la Academia, a dirigir el Instituto Cervantes en Nueva York, a saber vivir allí y poder contarnos lo que es ese país, hasta tal punto que constituía un deber de gratitud entre aquellas mesa en forma de café en la sala donde se celebraron las Jornadas de “lecciones y maestros”, rendir culto a un maestro, que nos anuncia humildemente en el tren su próxima novela en Noviembre y cuando le interrogamos como quien no quiere, no sabe si es como “El Jinete polaco”.
No, no lo va a ser, sino una nueva novela de Muñoz Molina. A mí me va a servir para seguir leyendo y quitarme de en medio la vejez que me aprieta muchas más veces de lo que piensan los que me leen en este blog, un artilugio bien inventado donde pedazos de literatura siempre se pueden encontrar por ahí sueltos para que alguien les acerque su soledad o su ternura, o ambas cosas a la vez. Porque es cierto como dice Paniker que “la vida es limitación y en consecuencia obligación de optar; ahora bien hay momentos en que uno acierta a conciliar contrarios; entonces se está a la vez de ida y de vuelta, se es a la vez ingenuo y lúcido, joven y viejo.”
Por ahí ando yo pidiéndole a los libros como si fueran mis contrarios bien elegidos y en este viaje a ellos, pero sin ellos, he aprendido en “lecciones y maestros” que la luz del amanecer no tiene a veces piedad de nuestros cuerpo porque nota que tenemos los ojos cansados, habrá que rendirse pues, sólo para leer, ya que uno no sabe apenas escribir, a mantenerse en esa iluminación sensual y gratuita que he disfrutado estos días en la Fundación Santillana del Mar.
Gracias, maestros.
9 comentarios:
GRacias por compartirlo, leerte es como haber estado allí un poco.
24 novelas son muchas novelas.
Como 24 hijos, qué agotador.
Besitos.
(Soy Reyes, que he perdido la contraseña)
Da lo mismo querida, te reconozco en el fin del mundo.
¡24! novelas, con lo que te ha costado a ti parir una!. Todo es cuestión de empezar y tú lo has hecho, que eso ya es difícil.
El mejor piropo es que te hallas sentido en Santillana, es lo que intentaba.
Un beso
No pudo haber mejor marco para
ese viaje hacia los libros, que
la divina Santillana del Mar.
Y allí, envueltos en la palabra
del maestro, la experiencia se
tornó placentera, imborrable.
24 libros, son un bagaje impresionante para un hombre
tan joven. Me congratulo por
haber leído algunos de ellos.
Y además de que haya sido
merecedor de tantos premios
y distinciones.
Nadie lo cuenta como tú.
No sé cómo lo cuento, Anónimo, en todo caso como lo siento.
Pues, como lo sientes, lo cuentas
y, por lo tanto, conmueves.
Es como haber estado allí contigo querido amigo
cariños de regreso
Gracias, Paola, por tu comentario, bueno fue haber estado allí y mejor tu cariño al regreso que te devuelvo para compartirlo.
Anónimo, uno se conmueve cuando alguien cerca siente contigo.
Así es, Fran...
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