Es lo que pienso escribiendo una última mañana del verano frente a este mar, desde esta terraza. ¿Último con relación a qué? ¿Tan solo a una estación de un año? ¿Última mañana, sin saber cuántas me van a quedar? No está nada claro que cualquier fragmento de nuestra vida sea precisamente una historia cerrada con un principio y un final. Quizá esto que siento ahora, mirando al mar, sea tan solo un gesto, un temor a cualquier final, como si hubiera pasado este verano con unos cuantos días, una docena de aguardientes y un millón de palabras por decir.
Me vengo callando muchas adrede, por eso en familia valgo tan poco, me notan más los de fuera, los que se dan cuenta de mi necesidad de comprar un libro, de mirar obscenamente a una amiga para no terminar nunca con la obscenidad en mis entrañas, con mi voz precipitada que no se entiende bien adrede. De ahí mis silencios gratuitos pero hermosos y propios, cuando todos van demostrando así cuánto más saben, que atrás me voy quedando.
Tengo, no obstante, la lengua húmeda y caliente, la infinita riqueza del lenguaje de los sentimientos con su registro, con las sutiles señales de la carne, del intento. Pero dije muy poco este verano, viví como siempre la barata felicidad diaria que me voy construyendo a base de mañanas como esta, desde aquí, mirando lo propio, viviendo la verdadera libertad, que es sin duda alguna eximirse de las obligaciones que a uno le atan en la vida, le implican necesariamente. De ahí mi desprestigio colectivo y mis antojos de hacerme la vida a la medida del libro que tengo entre las manos. Hasta, es curioso, cuando se habla de libros, me callo, me los leo yo solo, los cuento en Internet o hasta a sus propios autores, finjo como que no me interesa el tema, que no sé apenas nada, qué más da que salga en la conversación el poco valor del cuento que suele darle la gente, cuando llevo años enamorado de ellos y este mes próximo todas las páginas de mi propia página van a estar dedicadas totalmente a su cultivo.
Como con eso, me pasa con muchas cosas. Ya luché por mis razones mucho tiempo, ahora paso la palabra al que me sigue, asuma la posible ignorancia de muchas cosas que todos tenemos y prefiero mi sitio de silencio elegido, que ese sea mi pasivo, porque mi activo ya lo puse con todas mis capacidades en el foro difícil de la vida muchos años, cuando la estuve construyendo para aquellos que vinieran detrás por razón de vida, tuvieran así su comienzo, arrancaran más fácil, encontraran más puertas abiertas.
Aquí y ahora si hago cuentas del activo y el pasivo que tenemos todos no sé si me salen bien o mal, prefiero no hacerlas, ya dije muchas veces que soy hombre de letras, que se me dan mal los números y si se trata de entender las conductas, ahí puede que durante muchos tiempo no haya salido peor parado. Activo y pasivo, por si no tengo ocasión de volver a plateármelo en otro periodo, hoy es la última mañana, el penúltimo mar al menos que me queda por mirar porque justo antes de irme lo miraré de nuevo. Me llevo el aroma de su tiempo, su humedad hermosa, mi dolor insistente de huesos, el cansancio que produce la resistencia a hacerse viejo, mi ética de lector todo el verano, mi "engagement" moral con los libros, mi sonrisa contenida con que he sabido siempre responder a la ternura que notaba en cualquier mujer madura que fue mi amiga tantas veces, tantos veranos.
Ayer, os confesaré, me devolvieron un piropo, luego de mirar insistentemente a los ojos: -te quiero ver el verano que viene, le dije, siempre me harás falta. Antes de su respuesta, surgió un abrazo espontáneo, sincero y la lentitud con que supo responderme: -tampoco faltes tú y ni una sola palabra de las que dices a una mujer.
¿Será cierto que los buenos propósitos detienen a la muerte? Eso opina “El bailarín ruso de Montecarlo” del cubano Abilio Estévez. No lo sé, la muerte no debe poner fin a la vida, debe darle conformidad a todos esos propósitos que tuvimos, debe hacerlos ciertos, con su activo y su pasivo, el que me llevo a a casa hoy mismo para seguir construyéndolo de nuevo sin tener este mar delante. Vuelvo a casa porque además se hace más corto ya el día, me tarda en llegar la mañana y al contrario la noche viene antes y me admira, me asusta.
Además la belleza del mar que tengo tan cerca, su riqueza, la siento más cuando no puedo verlo en la ciudad, como si fuera la seguridad de la orilla.