jueves, 24 de diciembre de 2009
Como un cuerpo desnudo sin sorpresas
Ya soy. Y poco queda esperar de él. Aquí he desarrollado la capacidad de decir la verdad de lo que siento, de no dejar de contar y contar, como si cara a cara me lo exigieran, me dijeran, no olvides de hacerlo. Ya he dicho alguna vez que tengo la sabiduría de haber perdido tres o cuatro momentos que valieron la pena; si me quedé quieto antes de tiempo, no podía ya competir por kilómetros nuevos como siempre hice, de ahí me vino esta cadencia hacia una desnudez sin recursos casi, aquí
Ni más hermoso ni menos, planté mi pequeña envergadura en el uso de la palabra para beneficio ajeno. La supe y la sabré seguir diciendo a tiempo, pero es escaso el canon de mantenimiento ya que tengo, muy agotada la más difícil de las licencias románticas: satisfacción ajena antes que la propia, o al menos inferior porque anda ya viciada y deteriorada. Lo que ocurre con este comportamiento es que empiezas por quedarte atrás, no ser tan sugestivo, pero a cambio uno sabe hacer aquello en lo nunca pensó: poder poner punto final y quedarse quizá con resacas de mala recuperación, con memorias de peor caligrafía porque la memoria es poco inocente y a veces retiene lo más doloroso del pasado o al menos lo menos brillante.
Es indudable que el roce, la convivencia en este aparcamiento de palabras, te desnuda, te saca hasta las vergüenzas al descubierto, enseña tu carácter y te lo compran como una mercancía. Pero al pensar en todo esto, uno decide honestamente que antes de cerrar un día la rendija de sus pensamientos tiene cierto derecho a pedir lo mejor. A eso vine, o me voy como vine, de aquí o de cualquier sitio, desnudo, pero sin complejos. Llegué a este taller propio de privilegios para poder tener alguno de ellos, sólo se pueden pedir en convivencia, o sólo se puede sentir su ausencia del mismo modo que nunca se sabe lo que es una mujer hasta que vives con ella.
No quiero cinco centímetros por encima del dobladillo, quiero la enagua entera, quiero tener simplemente, nada menos, que el amor de quienes amo. En estas fechas que se exhiben anhelos de todo un año, yo los necesito para lo que reste de una vida; quiero hasta el escándalo si es necesario porque nunca fui un hombre a medias: o me comí la tierra o me subí hasta el cielo. Perdí hace tiempo la capacidad de ser prudente por lo que no me queda nada más que la imprudencia. No conduzco bebido, bebo luego, voy despacio pero quiero siempre sentir el tacto ajeno, recogido entre las manos como una ternura sobrada desde el último abrazo.
Así deseo empezar el año, así voy a hacer durar el año. Ya lo he explicado, con mi cuerpo desnudo sin sorpresas. Pero evitaré que no me llegue nunca el momento en que no sienta nada, prefiero la excitación -¡qué lujo de antesala prolongarla con obscenidades obscenas-. Todavía soy un hombre que goza de esa especie de protesta de la vida por unos pechos bien llevados; siento la urgencia de las cosas urgentes para acudir enseguida porque hay un símil muy cierto que me explicó una tarde mi maestro Umbral: “el amor es siempre urgente. Cuando el amor se demora ya es otra cosa.”
Ese necesito que siga siendo mi idioma o no puedo seguir utilizando el lenguaje, eso, que es mi ropa de andar más cómodo, mi manera de llegar hasta donde quiera. Me es imprescindible una continuidad con el mismo tono, el mismo entusiasmo, la misma certeza entre los demás que tuve la primera vez que expliqué que con el amor no te impacientas, no dejas a merced el cuerpo desnudo sin sorpresas, cumples antes.
Te queda así la ilusión, como una belleza en mi caso acentuada, cansada, pero bien expresada.
martes, 15 de diciembre de 2009
Aporto mi bienestar animal
Mi posible tenacidad, mi esfuerzo diario es un tono en la vida: entre dos cuerpos, acostumbrarse uno al otro, la proximidad a no perder lo que tengo próximo, no aspirar a un deseo voraz ya, basta un bienestar animal. Ahí quiero ir a parar. Estoy bien, respondo a una hermosa aunque poco frecuente pregunta para el doliente crónico, nunca hay que entrar en detalles, es suficiente acercar la mano, insistir en un roce porque siempre lo he hecho ante una mirada dulce o un simple buen tratamiento.
Aquello que también puede definirme y hacer que me aferre como cultivador de mi simple esfuerzo, es la necesidad que tengo de buscármelo por mi cuenta, tener siempre dispuesto ese tacto amable de que hablaba antes. Vendo mi producto desde un puesto de vendedor ambulante, no arruino a nadie, hasta al más carente le busco su mejor abundancia, la comparto, la convierto en lenguaje, hago de esa persona, que conmigo se sienta más persona, le doy parte de mí si es necesario, sin derecho a retorno, presto sin avales para que de inmediato no sea sino una donación.
Busco siempre, no ser intercambiable. ¡Vaya presunción y vaya duración! Terminar un instante si es con alguien, como un éxtasis. No es fácil, por la simple razón de que existen muchas experiencias en la vida decepcionantes, apáticas o nulas. Pues tengo que ofrecer la insistencia, la instrucción que deben de tener siempre los amantes. Ese es “mi taller de privilegio”.
Me voy a tener que explicar un poco: he nombrado los amantes porque mi blog es una metáfora continuada de las formas de amar, hable de lo que hable. Me queda la adolescencia de los sueños, viejo; el empeño de buscar un erotismo propio por alguna razón: me aburre no tenerlo, y eso viene a ser siempre un éxito. A lo mejor de alguien, basta con que conquiste su color; transmito la certeza que dentro de mí todavía queda mucho por contar sin decoro; por fin la memoria me ha dejado libre y solo me acuerdo de lo muy reciente e inmediato: que la habitación está libre cual una vida abierta y yo dispongo todavía de la destreza de cómo dejar las manos. O bastaría llamarle delicadeza. Es válido el decreto de copular con la vida porque abre siempre un camino y le quita asperezas a todo el mundo.
Me explico: así -casi siempre, esa es la verdad- aquí quise responder al elogio de mi tenacidad, mejor al calificativo, porque elegí en la vida pasos fuertes frente a todo lo que nos va a volver vulnerables. Crecer es una lucha y no cabe otra alternativa que dejarse la piel para que no quepa la derrota. Lo más que admito son las esperas, con el poder de los libros luego para saber contar después de dónde saqué energía y poder darme a pedazos. Porque me importa lo ajeno, no tengo más secreto: el espacio que crean mis libros es vuestro, vivir es estar cerca, no escribo una sola palabra que no sienta como propia.
Es la mejor manera de estar con los demás, es dejarse la vejez fuera; es saber que la noche aporta nobleza entre los pechos de una mujer; que mi alijo ya es pequeño: mis amigos, el mejor pintalabios que le robo al día, no perder un instante, si es posible, en un mundo de dualidades muchas veces
jueves, 10 de diciembre de 2009
La nobleza del entusiasmo
Hace días contaba mi entusiasmo por una extensa novela de Muñoz Molina, que como a él mismo le digo he leído lenta y profundamente, de seguido, ojala hubiera podido ser de un tirón. Libro que viene a continuación: “El mundo después del cumpleaños” de Lionel Shriver, una periodista y escritora norteamericana, de besos increíblemente brillantes, interminables, diferentes. Por eso siempre cuando escribo jamás me quedo tibio, o tengo vergüenza luego o me viene lucidez.
No vayamos por la vida, nada más que por la vida, aunque sea en un tranvía lento y viejo y las arrugas y los pasos me delaten, voy a dar el engaño, voy a enamorar hasta enamorarme; y a la inversa me creeré el engaño ajeno, decidido pero con el paso más inocente con que pueda andar por la vida. Buscaré como tantas veces la obscenidad con el recurso mínimo del escándalo que aportan las palabras, pero pasivo a ver qué pasa, no lo estuve, no lo estaré.
Ya sé que el entusiasmo trae muchas veces decepción y tristeza pero la transformaré a base de caricias. Nos hemos preguntado cada momento ¿por qué es todo tan difícil? Porque debe de serlo, porque arranca así lo mejor propio: historias de amor que incluyen necesariamente amor, siempre hay una vida ajena que produce el delirio blanco de los celos, aunque suframos con ellos, dejémoslos como un símbolo, un desierto de emociones, una incapacidad de tener miedo.
Entusiasmo es la extraña sospecha de la emoción, de lo imprevisto; entusiasmo es no poder llorar más y llorar luego, una llamada pidiendo o dando protección, una búsqueda de todos los frentes habituales y de todas las web por descubrir. Hoy me lo ha producido, en una pequeña llave de memoria de 4 Gb donde conservaba escritos de hace años, una extrañeza de cómo fui capaz de explicarle a una mujer el hermoso animal que suponía y la cima obscena de salud y belleza, del suspiro de su blusa de encaje desabrochada hasta lo impensable.
Fui capaz de sentir un rato para entusiasmarme a solas a falta de motivos de entusiasmo, desgastado, casi hasta la perfección. Me noté inspirado para poder escribir algún día sobre el amor exacto e infinito de los tristes, de las cosas pequeñas que nos esperan cada día, de las sílabas que hacen palabra y verbo, de los propios rincones del entusiasmo.
Me casaría eternamente con él, lo amaría para siempre, no lo dejaría al borde de la vida jamás, estoy seguro que me enseñaría la nobleza que entraña la postura idónea de un abrazo.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Quiero volver a la novedad del silencio
Porque la falta del mismo ya me agobia. Como si se me hubiera escapado de pronto y no lo recupero ya que las pérdidas son inevitables y permanentes. ¿Cómo es posible percibir un sonido que no existe? Os aseguro que sí, escucho como un chorro de agua que viene alimentar mi existencia. Debí dejarme la Trompa de Eustaquio abierta, tengo ya a estas alturas una capacidad de recepción demasiado abundante y por esas rendijas he perdido lo mejor: mi silencio, el íntimo silencio alimentando la tremenda soledad de la lectura o de la propia escritura.
Pues lo quiero recuperar de nuevo, nuevo. Como si fuera una utilidad y me permita de nuevo sentirme así amante, esa extraña cadencia que a veces tiene el cuerpo, crear un ritmo propio hasta precipitar los sentidos. He de reconocerlo: guardo silencio al quitar una blusa empleando a la vez esa habilidad de tacto viejo; guardo silencio, muy temprano cuando ando descalzo por el parquet de muchos metros como pisando un caldo lento con el pijama que llevo puesto que me hace sentir como si, guardando silencio, asegurara la propiedad de una casa de hace más de treinta años. Además guardo silencio como hacen los poeta, con la armonía final que tienen sus versos.
Recuperarlo nuevo, o si no puede ser como estaba de viejo pero propio, explicando el origen, la distancia enorme de lo que me ha ido pasando, mi sutileza, mi éxito a veces. En cuantas ocasiones callarme era difícil, como regalar mi historia, mi manera de pensar, mi forma de contar. ¡Ya lo sé! Le estaba dando vueltas a lo que era el silencio, y es un pliegue particular cuando estás leyendo, es mi habitación más madura donde aunque os parezca mentira aún me quedan cosas que hacer y lo que es más complicado decidir la mejor manera de hacerlo.
De los viejos temores que aún persiisten -que puede que no sepan casi nadie- lo solitario no es narrable, puede como mucho ser una relación entre dos, un orgasmo impreciso y mutable, pero esas angustias enormes con ruidos que no vienen de fuera, que son propios (no me engañará nadie, son lagunas cerebrales, son espacios viejos), con ellos dentro manejo cada vez peor la mecánica propia.
Hasta en cada ocasión, con los acufenos estampados en el fondo del oído, sería un mal amante, eso que se es o no se es, lo que cuentan en los cuentos de las estanterías de adultos. Ni esos bellos instantes me volverían a proporcionar la novedad del silencio, la he perdido, no la encuentro, no me deja ni un instante de reposo, duermo, sueño y siguen existiendo los sonidos. Ni tienen la categoría de dolor, ese rango mínimo que a estas alturas yo le pido a la vida porque detrás siempre está la vida. Aquí hay una escasez absoluta y una duración permanente.
Venir a hablarme al menos, con palabras vuestras tendré el valor de palabras ajenas, aunque vengan de lejos llegan siempre, y me hago luego dueño de ellas. De esta manera, ahora, es como si estuviera a la intemperie, en un umbral interno reticente, insistente. Tengo deseo de sonidos vuestros, no me saciaré jamás y seguro que servirán para defenderme con una forma cómoda y ancha y paradójicamente, con voces, silenciosa.
Ya sabéis tengo un rincón, ya sin demasiado prestigio, pero cómodo, solitario y ahora con la más absoluta falta de silencio. Me acompañan siempre los acufenos, no me dejan desnudarme del todo, de todo. Me impiden hasta percibir ese hermoso susurro de la tela sobre la piel todavía con los pies en el suelo, a falta incluso de que intervengan los dedos. Yo los tengo ahora caídos, imprecisos, hasta sostengo mal el libro que estoy leyendo; sólo tengo un aprendizaje nuevo, una vida donde he perdido esa vieja creencia que siempre tuve: que el silencio siempre tenía una reserva, pues ni esa me queda.
Tengo sonido propio, indecente e indebido hasta desnudándome en la oscuridad, solitario y en silencio.
martes, 1 de diciembre de 2009
Un día intacto
Lo he dicho muchas veces, necesito esa hora de la mañana en que siento todavía el día intacto, una propiedad adquirida al instante de acercarme al café y al libro. Así le llama Muñoz Molina -con quien ando enviciado en un millar de páginas- al día, y mejor al libro: “un viaje y una morada para la que tal vez no hay sustitutos” Que nadie pretenda cambiármelo, además de ser el momento en que me siento más limpio, casi tan nítido como el propio día, sin nadie. Entonces he de pensar sólo en bondad y admiración.
Yo traigo dentro demasiados años una lucha interna propia, donde se coló hasta la del cuerpo, que hace demasiado daño y que ya se aproxima al momento del silencio. Tengo que apartar, pues, cualquier cosa que le reste al día su capacidad, su integridad. Me quiero dedicar a mirar y admirar, a dejar ileso el tacto, que ninguna realidad me reste sueño, que los poemas que llevo aprendidos y escritos desde niño tengan la capacidad y el sonido que siempre llevan dentro. El poema es lo único que puede ser perfecto, el poema es el deseo porque la poesía puede ser la mejor vía para andar más sereno por la vida.
A eso me voy a dedicar, pues, a esa búsqueda sin que sea importante la ayuda ajena: para ser bueno me basto solo, para torcer los acontecimientos también yo mismo y luego echarle la culpa a la vida. Es siempre una empresa difícil: este ajetreo que aporta la red en donde soy capaz de escribir un correo para devolverle la sensualidad a una mujer; de dejarle desde la palabra, sin mirarla, un rastro de ternura en los ojos; de preguntar cada vez por el amor para provocar la espera, los celos y el deseo; de dibujar para mi propio ocio inquieto la imagen estática de ese amor que nunca pierde fuerza; de llenar territorios desconocidos por habitar y una vez dentro quedarme con el asombro, desde abajo que puede ser futuro, hasta arriba para cruzar los labios con una enorme caricia como una lluvia de oro detenida y difícil.
Día intacto para hacer luego con él lo que más me plazca. Ya he dejado dos horas después el libro, su memoria, su lectura como una hembra abierta. Me digo a mí mismo, nadie me lo quita, voy a darle la forma que me satisfaga por lo menos a las horas suficientes para que en cada una de ellas, el día tenga destino, pudor, que me vengan, que las sienta cerca las palabras para explicarlo luego. Ese día es mi único asilo, me he apropiado de él, del roce de su piel para obtener el resultado apetecido.
No estoy diciendo nada simple, un día entero para uno sin que finjas pasado ni te importe el futuro, que éste sea inmediato, desde que abres la puerta y te cruzas con alguien. Te van a salir nuevos hasta los gestos, las mentiras viejas que más te convengan y cuando hables sientas propia e inevitable la calentura verbal.
Contaré si es preciso aunque las lágrimas persistan qué hice mal cada vez, cual fue la desdicha y por qué existió sin que yo la buscara. Pero desde el día lleno, íntegro. No debe importarle a quien me vea la comisura de mis labios vencidas por la edad, los besos quebradizos pero propios. Es mi herencia, mi esencia, soy ese mismo que os cuenta cada vez lo que piensa y hoy ha sido el sueño de tener ese día intacto de que hablaba Muñoz Molina y hasta soy capaz cada vez de salir de esa morada, de ese cobijo para tener aventura, para llenar todo el día.
No conozco el tedio, ni el ocio del aburrimiento, lo que sea vengo y lo cuento, busco los reflejos de las más de doscientas imágenes que miro en el ordenador cada vez. Ayer con Photoshop, desde las de un fotógrafo que había hecho cien fotos del mismo momento, ese hermoso pastor alemán que miraba y dejaba de mirar a la chica, una veces con los ojos cerrados, otras abiertos. Del escote enseñaba lo suficiente, el arranque (no os habéis dado cuenta las propias mujeres que el escote lo mejor que tiene es su aviso, su indiferencia, su reclamo desesperado de belleza y a la vez, lo mejor, su exigencia). Al final de la fotografía cambié la postura del perro, le exigí que mirara a la mujer, a ella no le toqué los ojos, incitaban a sentarse a su lado, a mirarla, sólo mirarla.
Pero en cambio de su boca sí que cambié los labios, casi como si tuviera en mis manos su propio lápiz facial con un tono de saturación y diferencia, y la dejé natural, como llamándome, era parte –dos horas más o menos me costó este trabajo- del empleo del día voluntario, para seguir luego haciendo que siguiera siendo pulcro, intacto, mío.
martes, 24 de noviembre de 2009
Mi más vieja destreza
Que además no entraña la constante vocación del ser humano de adquirir. De niño la tuve y nunca la dejé. Además ha sido mi interacción social por excelencia, el punto de partida para llegar a casi todo, para luchar incluso sobre los escombros volantes que siempre nos va dejando la propia vida. Es muy sencillo: cuando un libro me embauca, me enamora, parece un gesto de humanidad sana porque prometo no seguir leyendo para no enamorarme más. Cosa que, naturalmente, incumplo enseguida.
En coloquio informal con Antonio Muñoz Molina me habló de su próxima novela, una historia de amor desarrollada en tiempos de la guerra civil española. La tengo en mis manos: “La noche de los tiempos”, con sus cerca de mil páginas. En las cien primeras que he leído en dos ratos, ya me proporciona un motivo justificado para mí -que no soy escritor porque no he tenido cualidades ni voluntad suficientes para ello, pero sí con la destreza de lector- una cita que incluye de un verso de Machado: “lleva quien deja y vive el que ha vivido.”
He vivido y llevo en mi vida entera esa destreza de la cual hablo, leyendo, mi sueño cada vez que elijo un libro, mi estante propio en mi habitual librería acumulando elecciones; cada momento en que ojeo un libro, como esa profesión azoriniana, que sí que sé cumplir. Cada libro “pendiente” y las comillas tienen el mismo deseo, como la guía canal de un escote; cada libro es una tentación que me incita a ir demasiado lejos como la figura de cualquier personaje, su lenguaje mordaz, su sensualidad de aprendizaje para que luego yo lo vaya amanerando con mi propia destreza. En palabras del propio Muñoz Molina, “intensamente carnal y a la vez intangible como una promesa.”
Esa promesa sí que se me cumple siempre y sé darle cobijo, no media ninguna otra intención, llena mi exigencia de soledad, la reitero una y otra vez incumpliendo la de no tener un nuevo enamoramiento. Me siento más limpio y más humano entre los personajes ajenos, son capaces de borrar hasta la más reciente debilidad, ya no lo cambio por nada ni por nadie.
Lo digo humilde y convencido pero necesitado como de un recogimiento nuevo cada vez. Soy ya mayor para cosas menores, ni me vale el posible papel de héroe en ninguna circunstancia, desde ahí me brota una sinceridad que no se puede poner en duda; venzo cualquier derrota provocada o propia. Noto, leyendo, fascinación, atropello que yo mismo me provoco; me invento ese tiempo de los abrazos verdaderos que todos tuvimos, disposición, dueño de mis secretos, los que no soy capaz ni de contar aquí.
De verdad que es destreza, como un oficio aprendido de pequeño. Con la mitad de mis conocimientos tengo bastante, voy a ir acumulando la otra mitad que me falta. Leyendo tengo corazón de amante, el mismo quizá que pongo luego explicando cada mes los libros que he leído en una página que no puede tener más claro significado: pido acércate a los libros, que es acércate a mí. Leyendo tengo una luminosidad que permanece hasta en una vista vieja, es una manera de luchar contra la oscuridad que nos trae tantas veces la vida.
Leyendo soy muy joven, hasta hermoso, venir un día a verme. Son mis soledades más absolutas y más felices, pero como cualquier puerta de mi casa, de par en par abiertas; leyendo justifico todo y si alguien está cerca se le quedan mis huellas, mis más íntimas señales, de los pies a la boca. Cada vez que estoy leyendo me acuerdo de una carencia que tengo pendiente: leer en voz alta a alguien, que sea la forma de decirle quédate, desabróchate el deseo conmigo si hace falta con las palabras y las metáforas que nos deja otro, una especie de adjetivo para volver a empezar de nuevo.
Quédate, no te de vergüenza, con mi destreza más antigua y ahora que pienso menos vieja. Todos llevamos algún pedazo de vida equivocada con una soledad aparentemente tranquila por delante, pues leyendo ofrezco la parte más emocionante y la convierto en la mejor compañía, ya verás te sentirás adorada y adorable. No me he dado cuenta pero como estas palabras no pueden tener mejor destino que el de una mujer, me acuerdo de unas palabras de Iribarren: “las mujeres son como el alumbrado de la vida, lo máximo.”
Yo leyendo soy casi lo máximo.
jueves, 19 de noviembre de 2009
El mejor núcleo de mi ser
Lo he dicho varias veces, la vida además de degradar, desgasta, pero buscando es posible hallar, el núcleo del ser que lo soporta casi todo, un residuo parecido, cual un arco de placer y gratitud profundo y eso que yo me exijo ser más lacónico que hipérbole, pero en ocasiones manda el motivo que anda por detrás.
Pueden ser muchos momentos bien distintos: el tono y la forma de intercalar modos de ser en una conversación agradable y sincera; la palabra que siempre queda entre un hombre y una mujer; la resistencia a envejecer como en una especie de reconciliación con los griegos, una dad sin número donde incluso la amenaza de la pérdida de una felicidad material, te hace más fuerte, te obliga a sentirla antes de perderla como con más insistencia. Ahí hay partículas de ese mejor núcleo.
Hay ratos malos, pero otros en cambio en que te sientes bien en el acto, amas las posibilidades, los intentos, resistes cualquier tipo de dolor como un estado previo a tu mejor lenguaje: callártelo. Te llega casi todo lo bueno boca a boca, quien te quiere entrecruza los besos como una señal inevitable de cariño, escondiendo en el fondo algo que el otro necesita, que te lo devolverá enseguida. Te llega en la epidermis de la vida, la posición, empedernida, inevitable.
Puede estar ahí ese mejor núcleo, ese rincón de tu propio misterio como si entraras en cada ocasión en el primer bar de alterne de tu vida, la primera vez que supiste lo que era la ternura, el coloquio que hay detrás de las caricias, la manera de solventar cualquier rencilla, la curva de una cintura, ver descruzar bien las piernas, demorar el instante, el destino final.
De todo eso me acuerdo con el inevitable retraso de veinte o treinta años que los tengo metidos en mi mala memoria para todo lo malo. Me dio susto el amor que al principio se te escapa por todos los lados, pero te acabas haciendo con él como un futuro que ahí sí que importa porque se adivina y se anhela. Eso es una piña, no sé cómo llamarle, lo ideal, cuando piensas que a pesar de este tiempo insistente y dañino hay algo que ha quedado, que aguanta cualquier envite, junto con un entusiasmo recordado incontenible, y te permite a ratos, estar muy bien, una especie de pathos tranquilo que a los demás les cuesta entender.
Me acuerdo y lo conservo, es la parte que debiera estar oxidada y no consiento que así sea. Me acuerdo escribiendo como ahora y me aferro como a una barandilla alta, hago que se canse la mentira de las cosas mal hechas. Están en el recuerdo –y es un apoyo más- los mejores libros que he leído, los que formaron colecciones inolvidables como aquella Biblioteca Formentor que fundaron Victor Seix y Carlos Barral; las novelas policiacas del comisario Maigret, de Georges Simenon, donde daban igual los muertos porque existía en su narrador la vida por delante; o el Lorca con las hojas por cortar de Losada. ¡Vaya si me ayudan los libros! Más que núcleo deben ser fortaleza para que ahora me defienda.
Dice Amos Oz que en el mundo hay una alquimia que es también la melodía interna de la vida. Esa química mágica que pretende ser la piedra filosofal, yo no la busco, me viene a las manos cada día, la escucho, se encierra en mi persona con la harina limpia con que amaso cada vez lo que viene, lo que va a ser. A medida voy cumpliendo años siento menos ganas de opinar y aún menos de juzgar, prefiero observar lo que venga y narrar, por ejemplo, lo que le estoy leyendo a Isabel Fonseca, lo mejor de la sensualidad: “lo esencial de los triángulos blancos”.
Ese tono inevitable propio, lo dejo aquí cada vez como el núcleo más importante de mí ser.
lunes, 16 de noviembre de 2009
ME PINTO PARA EL PLACER
Es mi ventaja, lo digo bien claro, decorado para el placer, no me cuentan los años, sino las intenciones, las veces que supe explicar lo que fueron mis fascinaciones porque las sentí antes. Es ventaja también la literatura que ahora leo, las novelas que más me creo, suelen no tener más de treinta años quienes las escribieron. Si alguien me escoge un libro siempre me dice, este es lascivo pero prometedor como el final de la mujer que miraste, de espaldas a la vida al irse, pero presente en esa mirada propia que llevaba caricias destinadas.
La mía ya la sabéis; es el placer: tener vértigo a veces, fuego en la piel, como un nudo de sensaciones secretas, un vaivén. El solitario es narrable, el de fusión escapa, aunque pienses mientras, que unos labios succionen en los mástiles oscuros de los senos y que alguien aprieta y levanta luego el vuelo sin destino.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
ME CORROMPO ADREDE EN LA RED
Aquí, ya lo veis, cada vez con más frecuencia, soy quien soy y resulta que quienes vienen a leerme ya lo saben porque la soledad no se encuentra se hace, se hace sola. Me la voy fabricando cada vez y os la cuento, hago pausas para hacerme ilusiones, son posturas, son maneras de ser insistente llenando las paredes de algún post. En esos intermedios de la vida me preguntan a veces, y yo contesto: todo esto puede ser un intento que se abre paso; ir a ver lo que hay fuera; no saber despertarme y ponerme a escribirlo, no sé, suele ser cualquier cosa, explicar cómo se entra en una mujer para saber sus propios límites o medir su cintura con los labios.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Sin preámbulos
miércoles, 4 de noviembre de 2009
He vuelto a la rima de la carpeta vieja
miércoles, 28 de octubre de 2009
Ya todo me daba alegría
jueves, 22 de octubre de 2009
Busqué un acomodo suficiente
Los mismos que me quitaba, bien temprano, hasta alguna mañana que me defendía antes con la propia cafetera del cuarto, y acudimos luego a un desayuno de "parejitas" –que decía Mónica- con las tostadas más completas, los zumos, los expresos para atenuar el sabor del café americano. Me quitaba veinte años cada vez con el cansancio. Ya me acuerdo de aquellas zapatillas rojas, con forma de botines que quería regalar, buscándolas tienda tras tienda, por la calle 42. Hasta que nombrando en pleno semáforo el nombre de la que nos habían dicho que las tenían, lo de siempre, el habla hispana –nada une más que el propio lenguaje- te indica hasta casi con satisfacción y con cariño que es allí, bueno, dos o tres manzanas más abajo y menos mal que le había quitado antes del salir del hotel esos veinte años a mis caderas bien escaneadas en los controles de seguridad. Porque esas dos o tres manzanas pueden ser un pedazo de tu propia ciudad alargada de inmediato.
sábado, 17 de octubre de 2009
Como una cintura ajustable para tener más espacios
Fui siguiendo la ruta de llegar hasta ella en el pequeño vídeo de la butaca del pasajero del avión que me precedía. Crucé así el Atlántico, tenía una cita breve e inmediata: “la Quinta”. Amaba la Quinta Avenida antes de llegar a ella por eso aquella misma tarde nada más dejar el equipaje en el mundo del Hilton –la negación de un Hotel, la similitud con la ciudad- quise empezar mi amor por esa ciudad a través de dicha Avenida. Para las mujeres el amor es más bien guardar cosas, para el hombre es robar. Igual que arrancas de una mujer su esencia más profunda, su lluvia de oro, amaba ya la Quinta, amaba ya Nueva York como puedes pensar en una noche de besos entregados.
martes, 6 de octubre de 2009
Volveré a recogerlo todo
Ahora que lo pienso, este viaje va ser como para hallarme mejor, a dónde voy, en la cortina del atardecer, que se me note menos hasta en la piel con la supresión en seis días de una parte de mi biografía, cambiarla por otra bien distinta, insistente, que la tenía ya hace años por cumplir y le tenía miedo. Ando haciendo pruebas estos días, me recorro mi calle toda entera en lugar de parar en sitios cerca, y me digo, ves, una cosas así debe ser la Quinta Avenida, pero mucho, mucho más enorme y más larga y con la experiencia sensorial, antes de que se me hagan viejas las ganas acumuladas tanto tiempo, tantas veces de pasearme por ella.
martes, 29 de septiembre de 2009
La vida no sé dónde la dejé
Mientras pienso, como hago cada día, que mi doble café Nespresso a la espera del libro abierto de las mañanas, me da lo mejor que puede darme la vida, que ahí está, ahí se quedará para siempre, es lo que tenemos las neuronas que ya no funcionan como una maquinita; pero aportaré, en cambio la calidad del cuero viejo, de la resistencia como una arcilla perfilando los bordes y la elocuencia de las manos con una manicura francesa que no nos lleva lejos.
Me voy a Nueva York para volver luego como veinte años antes, echarle la culpa al cambio de horario, y junto a mí una mujer, delgada y elegante para que sigamos viviendo juntos. Me voy a Nueva York a gastarme las preguntas que siempre me hice en las películas, a saber qué son eso de las Avenidas, de todas las razas enredadas por las calles, de su misterio, de la iniciativa, del enorme deseo, de quedarme embobado con la boca de una mujer negra, con su color seguro y exigente.
Y de paso en el viaje conseguiré como quien encuentra un manojo de llaves que no sabía dónde estaban, pues eso, la vida que no sé dónde la dejé. Por eso le llamo a este viaje una sensación, un hallazgo, una manera de ponerse, un compartimento estanco del otoño para sentirse menos solos, hacerle menos caso a los libros, al roce de una mujer en un semáforo, un cristal empañado, un objetivo.
Hacer que no me falte nunca el deseo, la vehemencia, esa manera de contar las cosas sin la facilidad del poeta, pero con todo alejado de la realidad de las cosas. Cambiar las trampas que tiene la vida por otras más fáciles, intentar ser feliz, eso que lo hacen todos y lo más llega a ratos para irse luego.
Ya sabéis –no hace falta confesarlo- que me falla la memoria, no me acabo de creer que es cosa de viejos. Antes era la reciente, la de las cosas que había hecho hace poco rato: el nombre de un amigo, la cara de quién me acababa de saludar por la calle. Mi defensa estaba que conservaba, la lejana, los libros que había leído hace veinte, treinta años. Ahora son las dos, cogidas de la mano, no te creas, me vienen a decir, tiene el mismo mal arreglo de no acordarte también dónde dejaste la vida.
Pero prometo ir por la Quinta Avenida con el lápiz en la mano para acordarme luego, prometo contaros los recuerdos más bonitos de la tierra, ir diciéndolo a tiempo nada más volver para no tener que recordarlo. Como un poema de amor que siempre empieza en el cuerpo desnudo de ella, los trazos de mis letras serán de recuperación y de aliento. Habré hundido mi boca en las páginas más bellas que tiene una ciudad con la que he soñado siempre verlas. Os traeré, os lo prometo, el exotismo y la imaginación de encontrar de nuevo, la vida que no sabía dónde la había dejado. O mejor dónde se me había quedado.
jueves, 24 de septiembre de 2009
Vámonos donde quieres ir
Me lo hicieron muy fácil, me mandó enseguida una chica que su placer en la red es organizar viajes, diez o doce e-mails con todas las confirmaciones que quedan en la tierra, lo que podría ver luego desde la memoria. Hasta ya casi a las doce me envió un sms con más maneras de decirme que sí, que me podía ir dónde quise ir siempre. Me tuve que contener para no contestarle doce veces. Luego me mandó algún seguro para que estuviera seguro de no quedarme en tierra, un saludo, y yo un beso simplemente. Al final he conseguido que me envíe un abrazo.
jueves, 17 de septiembre de 2009
Espera, que tengo que terminar una cosa
Siempre alguien a quien yo me acercaba estaba terminando una cosa; las mías en cambio las tengo terminadas, sino no hubiera ni acercado la cara, no hubiera dicho que soy una persona amable, con la falta que hacen, no hubiera traído la huella del último libro leído en esa hora de la mañana en que me sirve lo que le pasa a esa chica de su edad para la que la música “es un sitio” y nos explica esa “parte donde nunca nos abrazan”. (“Deseo ser punk” de Soledad Puértolas) A mí han dejado de abrazarme muchas de las otras partes, las que todavía tengo libres. Yo escribo desde aquí y me invento casi todo el sueño, pero de repente, como dos o tres años antes alguien quiso ser una reina, y es verdad que en ese caso, la tenía a mi lado y además del abrazo intenté besarla. Pero no pudo ser. Y ahora, luego de ese tiempo transcurrido, en una especie de no sé qué seguimiento que está siguiendo, le han peguntado y ha dicho sí, sigo con Romero.
Tengo las cosas terminadas, no están del todo mal hechas, es cuestión de volver a pasar el trapo por dónde debes, de asumir las responsabilidades propias porque puedes hacerlo –tengo crédito para ello- y desde la zona donde no te abraza nadie, eres un hombre que se aferra a la vida porque es razón suficiente para seguir viviendo. Cultivas a ratos el pecado solitario de la propia escritura, hay veces que se me notan hasta los pelos y señales, da lo mismo, y hasta si lo contaran por ahí no quedaría tan mal, siempre tuve los modos y maneras, tienen un coste adicional muy elevado y lo exijo a los demás, valga lo que valga tenerlo. La honestidad de quien se entrega no la puedes engañar nunca aunque estés en la miseria.
Volveré cuando haga falta y a quién haga falta a pedirle la necesidad del momento, pero pediré, como una obscenidad permanente la oportunidad de los muslos abiertos. Respetaré los ojos ajenos, su estilo, su observación y si en algún momento niega mi ropaje, me bastará el mensaje del error para dejar de cultivarlo. Volveré y en esa vuelta buscaré con matices de permanencia que el futuro que esté por venir, no nos lo inventaremos, se lo tiene uno que buscar cada vez y ni yo mismo pienso que me va a faltar tiempo.
El futuro es construcción, esfuerzo, de la misma manera que lo hizo uno anteriormente y que sirvió para ganarse el estilo, la señal de estar en muchas cosas en lo cierto y en aquellos que no, ponerse a averiguarlas. El futuro no viene de repente, no es la primitiva de los jueves, yo estoy en ello todavía porque ando convencido de que me queda ese futuro, seguimiento, las cosas más cerca que puedan ser ya casi una certeza.
Tengo un huequillo en la nuca, detrás del pelo que espero, igual que yo un día intenté dar un beso, pueda ser el acoso de la ancha capacidad de una mujer que quiera que esto mismo salga bien y entonces sale bien, así de sencillo. Que no tenga que terminar ninguna cosa, su postura sea una cercanía, mirarme a los ojos, no dejar de mirarme, a los ojos nada más, nada menos. Lo aviso, mi vejez suaviza, pero de verdad ni llega a ser vejez porque no hay nadie que lo sea sino quiere.
Voy a tener yo también mi propio seguimiento igual que intenté una vez dar un beso y no pude hacerlo. No sé si voy a ser feliz, pero al menos voy a intentar serlo, aún me queda mucho tiempo, ni tendré el dolor de llegar tarde porque sabré que me están esperando.
Quiero seguir, tengo curiosidad por saber lo que dejo luego.
sábado, 12 de septiembre de 2009
Muchas veces cierro hasta los párpados
Porque el cariño de los ojos, suele ser en ocasiones duro e imposible, como un adverbio que se te ha quedado escribiendo, y a veces tienes que volver la vista atrás por esa dureza que tienen los ojos, que se te quedó hasta en la propia mirada. Cuánto talento hemos de tener para poder salir adelante en cualquier circunstancia. Y cuánto duelen las palabras que no pueden salir.
Se me ha quedado, al fin y al cabo, lo peor, un retorno cansado que no se lo puedo atribuir todo al verano, es algo como una lluvia propia provocada por mí, hasta ajena por completo a cómo está el cielo, la opacidad la tengo yo. De todos modos, aunque llueva, ya que opino como Umbral que la lluvia es un sentimiento que debiera figurar en los catálogos de la psicología sentimental. Porque llueve por dentro, digo yo, en esos momentos de la vida en que no tienes tiempo de mirar el tiempo, sólo tus propias esencias.
Voy a ver con las novelas cómo me las arreglo para que esa ilusión decore la piel de mis semanas, la invariable falta de posibilidades de mi cuerpo que sólo uno mismo tiene en cuenta. Tendré que escribir despacio, desnudo de fracasos y arrepentimientos, muy solo, pero no evitará que me vuelva a inventar el rumor de un cabello de mujer como en un salón de violines lentos; sabré besar de nuevo entre palabras con un presente triste y pálido porque sigo creyendo, sigo creyendo en la bondad del ser humano como si fuera un dios en seco.
El alcohol del pensar lo proporciona la soledad y esa la tengo como quiera. Debe ser que como yo temo a la noche, me vienen los crepúsculos ya manchados, en cambio tengo, a la mañana –muy a la mañana- cual una antorcha blanca por haber pasado ya la madrugada.
Nunca tuve en cuenta la numerología de los abrazos, las veces que dejé los brazos tiernos, la exquisitez de saber poner las manos aunque luego nunca supiera del pecado, como un género desprestigiado que nombrarlo ya te hace ante los demás, viejo. Me da lo mismo, antes perdonado, mis manos siempre demandaron el presente porque no es una medida de tiempo, es sólo lo que pasa.
Cierro los párpados y me visto de soledad como un mendigo. Se me van terminando como si fuera mi última gloria, las noches mal dormidas, no es que no quede sueño, es que puedo ya no hallar la propia noche, por eso hasta me noto inseguro escribiendo.
Porque tengo un sombra ya cansada, hasta de escribirla, como el color violeta venido a menos para amarme al menos yo a mí mismo y que me quede tranquilo luego, más despacio, y pueda comprenderlo todo lentamente, sin ayuda de nadie. Tengo el suficiente talento para seguir adelante, lo único que hemos de procurar es que no afecte a nadie. Porque jamás lo tuve tan claro ni pienso que haya ningún secreto: la vida es agua y fuego, es mantenerse y consumirse quieto, esperando a ver qué ocurre.
Debe ser una cuestión de no poder cerrar los párpados, pero no voy a insistir en hacerlo, sólo me interesa el presente porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Y ya lo dijo Borges que todo amanecer nos finge un comienzo. Quiero ese amanecer para hacerme mucho más dispuesto de nuevo, la tremenda eficacia que tiene de silencio se descubre más tarde, por eso el viejo siempre es menos brillante pero escribe como vive, es inevitable. Gasto muchas metáforas porque es la única elocuencia que tiene mi universo de los libros, mi vicio, mi seducción, mi manera de sostenerme, mi libertad.
Aunque a la libertad como a la felicidad nunca se llega, se intenta averiguar cómo se va a ella. Me queda todavía la vida, razón suficiente para seguir vivo.