jueves, 20 de febrero de 2014

"LA BUENA NOVELA"


 
 

 
Con tantos años leyendo pensé que era difícil encontrar la idea que vengo arrastrando entre miles de páginas ya, el intento para colmar una vida: nada menos que existiera una librería que vendiera sólo buenas novelas. Hay un sitio para cualquier actividad excelso, único, hay una cima difícil de llegar, una certeza, una dimensión. La idea expresada por Laurence Cossé en “La buena novela”, es precisamente esa: Van y Francesca se juntan para llevar a cabo el sueño de sus vidas, montar una librería que sólo venda obras maestras, seleccionadas por un comité de expertos, anónimo, ocho grandes escritores bajo seudónimo.

Nada menos que “libros escritos para nosotros que dudamos de todo, que lloramos por nada; años de trabajo donde los autores hayan depositado, su dolor de espalda, sus crisis, su temor a veces a la idea de perderse, su desánimo, su valentía, su angustia” ["libros que nos demuestren que el amor obra en el mundo al lado del mal, muy cerca, a veces de forma indistinta.” […”buenas novelas”, “libros que no eludan nada de lo trágico de la condición humana ni de las maravillas cotidianas; libros que nos devuelvan el aire a los pulmones.”]

Tantos años, tantos libros, tantas búsquedas para tener entre mis manos esos libros. No desprecio el valle, el terreno que otros siembran para llegar hasta allí, pero necesito la cima, cada vez, cada momento, para decir esto es bueno, esto es nada menos que bueno, para esto sirve la buena literatura, encontrarte a salvo en la vida y de la vida, en busca siempre de la esencia verdadera. Ahí está, hay que encontrarla y luego dejarle sitio para siempre en tus mejores horas, en la más amplia estancia que aún te queda.

Uno muchas veces busca las compensaciones para cubrir los huecos que todavía tiene pendientes. La buena literatura puede ser una de ellas, una fuente de placer, una alegría inagotable. No es ficción, es camino para recorrer o vivir en él. Cossé me lo ha hecho ver a través de sus dos personajes. Puede ser perfecta esa aventura que cuando se llega a ella puede uno convencerse, era eso, era ese mi riesgo, mi posibilidad de perderme. El gusto por la aventura, que se tiene o no se tiene.

Los busqué siempre, libros que estén ahí como seres queridos. Todos lo fueron en cualquier momento: porque llegaron a mis manos para formar parte del abrigo necesario que reclaman de cualquier ser humano, paredes de una casa, préstamos que no devolveremos, como en un idilio perfecto.

Libros capaces al terminar de leerlos de provocar con quién comparte contigo lo mejor que quizá sepas hacer, te pregunte, qué sientes, qué sientes, cuéntame. Porque si no estaba sintiendo algo no me  sirven, ni me entretienen, ni me distraen, ni me quitan los malos pensamientos ni me devuelven el aire que me va faltando ya o me enseñan las manera de ponerme para estar bien o casi bien.

Que me lleven a la noche despacio, sin aspavientos, hasta quedarme dormido en la última página mal leída. Pero estoy seguro, no obstante, que me volverá al día siguiente la energía para verbalizar de nuevo, para que aquella metáfora de la mujer con un escote diez, se me escape letra a  letra en la línea siguiente que me atreveré a escribir.

Necesito que esa buena novela me proporcion la calentura que no tengo, la palabra que me falta cada vez, en cada momento, la memoria cobarde, perversa del instante, nada menos que del instante. Me hace falta ya que cada libro me mate por dentro, sentirme luego en el equipo de los elegidos, de los afortunados que encontraron su mejor oportunidad cuando casi no me quedan.

Para eso tengo que apartar tanto libro que tengo y que no leo, que no llego a leer porque lo peor de caer en la abundancia de coleccionar libros es que luego hay que leerlos. Pues prometo las dos cosas, leerlos, pero saber antes con certeza que son los buenos y dejar fuera el resto.

Y si no sé hacerlo, que me miren los libros, por favor, y me digan soy bueno. Es fácil, un libro es bueno si ejerce, si te llama y te espera, si te encuentra, te reconoce como buen lector porque siempre le respondes cuando te dice, acércate, acércate.