miércoles, 16 de octubre de 2013

EXPLIQUÉ LO QUE HE SIDO





No era fácil, nunca lo es,  contar las cosas de uno, lo que formó más parte de su vida sobre todo si tu sentimiento tiene más longitud todavía que las palabras que usas. Tenía un bellísimo marco, y no sabían todavía aquellas mujeres que me acompañaban, que me iban a oír –igual que estaba haciendo yo con ellas- quién pensaba que yo era.
Les conté la verdad, no me situé a ningún nivel porque siempre he detestado las alturas o porque nuca llegué a ellas. Era necesario titularme lector, lo que he sido siempre, lo que jamás dejaré de ser mientras pueda. Ese es mi ropaje, mi presencia, yo mismo no me comprendería sin un libro en la mano y por eso reconozco, aunque pueda parecer un disparate, los libros que no he leído y que no sé si tendré tiempo para leer. Ya un día me lo dijo Josefina Aldecoa, ni lo intentes porque no lo vas a conseguir.

Hablé de mis antecedentes académicos casi como si fueran una antigüedad, mi paso de la vida de estudio a la de un duro trabajo, que sólo nombré a secas, me abstuve de decir que mi segundo apellido, años después, todavía está estampado por los despachos ocupados por gentes que no me conocieron pero que saben que siempre han sido ciertos en mí los versos de Benedetti, “ser en la vida romero/sólo romero/que camina siempre por caminos nuevos.”
Me los tuve que hacer más quietos, casi sólo mentales por culpa de una consecuencia de mis largos caminos anteriores. Por eso arrastro –no es preciso advertir aquello que todos comprobaban- lo que yo llamo con ironía, usando mis antecedentes jurídicos- “cadera perpetua”.

No dejé de advertir ante aquella concurrencia, que los mejores años de mi vida fueron como librero, aquella “Librería Romero” que ya no tengo, con cómicos de madrugada como mis mejores clientes, mezclando en el rincón del infierno con los libros del Index, las prohibiciones que caían sobre Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, André Gide con botellas de buen whisky, conversaciones interminables para que mi madre le advirtiera a mi esposa que pasaba las noches fuera de casa.

Aquellas palabras mías ni las había pensado, aunque era lógico que nos las iban a reclamar a todos. Tuve eso sí, el derecho a hacer pública la carta que crucé con Soledad Puértolas en Marzo del año 2000. La llevaba en la mano, se la enseñé, la  releyó, vi restos de emoción por el motivo que ambos tuvimos al escribirnos. Mi gratitud hacia ella puso fin a mis palabras.

¿Pero expliqué lo qué he sido? Creo que no, porque uno no puede en unos minutos exponer con sus palabras, aunque intenté que acariciaran como a mí lo hacen en cada libro que leo para cubrir mis silencios, mis tiempos de espera que ya me impone la vida. Intenté recordar porque aunque hay que vivir el hoy, que no puedes pasar página de todo porque no recordar duele y no encontrar los recuerdos donde estaban aún duele más.

Quise, cada cosa propia que conté, dejarla en su debido sitio con honestidad. No sé si lo logré, pero lo que si me hubiera gustado es haber dado al menos la sensación de quién soy, que me quitaran la fachada que ya empieza a molestarme, y eso que ya la llevo deteriorada hace demasiado tiempo.

Pretendí explicar por qué estaba allí: por no perder la curiosidad, por aprender algo más de los demás, parecido a cuando paso cada página de un libro y un pensamiento, una imaginación ajena, me enriquece.

Aquellos “talleres islados” iban a ser una emoción nueva y me vale cualquiera siempre, las emociones recién estrenadas. Me tocó también hace demasiados años estrenar el dolor pero me alivia siempre recordar a Ovidio: “Sé paciente y fuerte, algún día este dolor te será útil.”. En ello estoy, en esa espera para la que hace falta mucha resistencia que tan bien califica Jaume Cabré cuando dice que "las cosas han sido como han sido y, si algo he aprendido en la vida, es que los hechos no pueden cambiarse por deseos: hay que tomarlos como vienen. En eso consiste la fortaleza."

Con mi propia fortaleza para lo que dije y me callé, así expliqué lo que he sido en esos talleres literarios de Menorca. Lo que no he conseguido ser, lo acepto y me lo callé.