martes, 21 de mayo de 2013

LA MEMORIA DE HACE UN RATO


 
A lo mejor esto es parecido al enorme cariño que le tenemos a alguien cuando la vida junto a esa persona se convierte en una costumbre caliente, el ruido habitual de sus pasos cerca de los nuestros, el encanto de una postura o el milagro de un roce. Los seres queridos forman nuestra memoria personal. Por qué me pregunto, si ahí existe una continuidad en la memoria, si recordamos igual un modo suyo de hace muchos años como el de ayer o el de hace un rato, no tenemos esa continuidad, se crea un agujero profundo cuando echamos mano de la memoria para referirnos, a contar cosas o hechos próximos: nombres que hemos utilizado tantas veces, sitios en los que coincidimos,  personas que acabamos de saludar por la calle sin saber quién era, relatos propios de nuestras vidas, libros que acabamos de leer o incluso que estamos leyendo.

Me duele, me duele enormemente tener tan deteriorada la memoria de hace un rato, carece de sentido, si hace sólo unas horas, si fue ayer mismo. Estoy dispuesto a admitir ir perdiendo mis defensas corporales, llegar tarde y mal a escalones cercanos no demasiado altos, perder velocidades que tuve en mi trabajo, durante mi ocio, al hacer deporte. Pero no es justo que los años me roben la memoria de lo que termino de hacer cuando tiene todavía una proximidad caliente, una cercanía reconocible por cualquiera. Me provoca una rabia madura, me vienen de pronto a mis ojos muchas de las lágrimas que he derramado desde entonces al ir dándome cuenta.

Paso junto parte de los libros que forman el entorno más valioso de mi casa, patentes en la imagen, rozo un lomo de cualquiera, apenas veo la sobrecubierta y sé qué libro es, dónde estuvo su belleza, el calor más íntimo de su lectura. Pero hay infinidad ya de ellos, en reino aparte, ya muchas decenas, que tienen la proximidad de su lectura o la llamada de su portada ante mis ojos hace un instante, su reclamo para hacer sitio en mi tiempo y una vez han pasado ya de largo mis ojos, he olvidado ese libro. No hay derecho, no tiene derecho la vida a deteriorárseme en la parte que más quiero.

Los demás han sido mi abrigo viejo y confortable, pero estos libros de ahora son mi reclamo, mi ilusión. Son el animal de mi intimidad y mi dignidad, la razón por la que han llegado a mis manos, mi recuerdo instantáneo, y olvidarlos es injusto e incomprensible. Si no he perdido todavía, ni creo que lo pierda jamás, ese deseo de incrementar mi cultura, de enriquecer el tiempo que queda con el lenguaje ajeno, es necesario que me quede en la memoria, que forme parte de la misma como si fuera esa antigua tan rica y poderosa todavía.

Lo aseguro, tengo en las manos manchas oscuras de vejez, pero son tan poderosas porque las han creado los libros que sujeté con ellas. A la vez son pulcras, no afectan a la memoria, simplemente quiero que se formen otras con aquellos otros libros que todavía me faltan por leer. Pero que sepa muy bien cuales son, que me acuerde para siempre de ellos, aunque no los haya leído, aunque estén pendientes todavía de la cirugía de mi ilusión, de la riqueza de mi lectura.

No sé lo qué hacer, quizá como un niño que se aprende los tiempos de los verbos, voy a tener que repetir una y otra vez cada título y el nombre del autor del libro que acabo de leer o del que estoy leyendo en este momento. Para poder repetirlo de nuevo todo de corrido, por favor, se lo pido a la vida, se lo niego a la vejez. No tiene derecho. Ya deterioró mis caderas de corredor de fondo demasiado pronto, he intentado siempre mantener algo ordenado los muebles de mi piso de arriba. Internet fue durante muchos años la ventana por la me asomaba a la vida ya que no podía salir a la calle, quieto en mi butaca de cuero donde era imprescindible leer.

M fuerza me ayudó a vencer muchas dificultades, ya no corro el viejo cauce del rio de mi ciudad, pero al menos camino por sus calles yo solo para poder ir a comprar un libro nuevo. Que alguien me diga dónde venden memorias de hoy, pero no de ningún escritor, sino la mía, la que he perdido con mis “pelos blanqueados por el tiempo” como un día nos contó Juan Cruz.

Tengo miedo a mi cuerpo porque es bastante malo, a esa fisura de la memoria por la que se me escapa lo reciente, lo que más me convoca, lo que más me llama y lo que más se me olvida. Creo que me entenderéis, he escrito mucho con el auxilio de las metáforas, pero para comprender la debilidad de mi memoria reciente no encuentro ninguna ni antigua ni muchos menos reciente.

lunes, 6 de mayo de 2013

QUÉ LLEVAMOS EN LOS BOLSILLOS


 
 
Llevo mi ánimo de lucha contra lo orgánico para sentir una forma de alivio al mezclar mis palabras con las de todos los demás. Por eso procuro llenarme los bolsillos de las mejores maneras amables posibles, como si fueran mis síes más rotundos en lugar de decir cada vez, lo siento. Es una especie de tacto que me queda en los dedos para poder compartirlo en forma de recuerdo, alejando cualquier tono que queja.

Ya abundan demasiado los lamentos porque cada uno tenemos un cargamento propio a medida acumulamos años que poco o nada interesa a los demás. Casi a diario nos brotan como unos dolores nuevos a añadir a los persistentes. Mejor que en una contabilidad de atrás para delante, creyendo en el futuro siempre aunque no sepamos nada de él, guardemos un elegante y beneficioso silencio. Es mejor el rechazo a voz en grito de males colectivos, callando con el silencio propio precisamente lo que encaja únicamente en nuestro esquema.
 
Esa es la especie de cultura que me salva siempre, que frena daños emocionales inmediatos e imprevistos, eso hace que el sentimiento de pesar se aminore. Porque sin embargo esa constante conversación que nos trae la gente a la que no se la pedimos, no sirve, más bien me produce un importante rechazo. Me vale, esa otra antigua como los  años, de valor y de enseñanza, positiva, que habla de las cosas buenas que llegan solas y aunque no duren sí que sirven como una riqueza para compartirla.

Me viene a la memoria, que habla de esas cosas que ocurren sin saberlo antes, el pensamiento de Borges diciendo que esas cosas comunes durarán más que nosotros, “no sabrán nunca que nos hemos ido.” Y me engancha esta idea poderosamente: la de qué sabrán de mí cuando me haya ido precisamente. Si me habrán valido para dejar recuerdo las mejores maneras en los más apreciados sitios. Qué habré dejado importante, es curioso pensarlo y quedarse con un breve espacio, en la mano con la amabilidad que hablaba antes.

Mi nivel de actividad, fuera el que fuera, siempre fue inmediato. Traje lo que se me pedía en la convivencia que iba generando sus mejores cauces. Busqué la forma de equiparar esa inmediatez con una calidad postrera más que equivalente, poderosa, importante.
 
Dejaré como préstamo permanente lo mejor que tienen quienes me siguen. Será importante resto, aunque parezca insignificante, dónde dejé mi olor, mis inconfundibles pasos, ya de tiempo, la forma de tocar las cosas, las que se me cayeron tantas veces, esa aparente torpeza que no era nada más que no aparentar un excesiva apariencia de posesión. Dejaré mi voz perdiendo tono y equilibrio, el tacto suave de mi carácter (para qué tenerlo malo, si puedes ofrecerlo mejor). La defensa de cosas y principios que quise defender siempre. Los libros que he leído y la pena que me dio los que dejé por leer.

Frente a todo lo orgánico, pues, poco presentable, la búsqueda de una civilización cómoda y de cariño. Mi costumbre de desear buenos días a cualquiera, mi insistencia en mirarle a los ojos, la poca resistencia a pedir una disculpa que me sirva de vestido general a la hora de cubrir los errores que todos vamos dejando.
 
Ya le tengo miedo a las horas, a toda clase de contabilidades, a poner tiempo para llegar a algo y no estar muy seguro de poder hacerlo porque todo me parece a plazo largo. Lo único que quiero es no cansarme de nada importante de lo que estoy haciendo, aquello que le haya otorgado la categoría de pasión ineludible.

Indudablemente lo es esa especie de diálogo con quien me cuenta su resistencia a soportar el silencio que impone tantas veces la vida, escribiendo, para que pueda yo luego leerlo. Esa es mi lucha, mi mejor tacto, mi enloquecimiento. Es también como un tesoro que llevo igualmente en los bolsillos.