A lo mejor esto es parecido al enorme cariño que le tenemos
a alguien cuando la vida junto a esa persona se convierte en una costumbre
caliente, el ruido habitual de sus pasos cerca de los nuestros, el encanto de
una postura o el milagro de un roce. Los seres queridos forman nuestra memoria
personal. Por qué me pregunto, si ahí existe una continuidad en la memoria,
si recordamos igual un modo suyo de hace muchos años como el de ayer o el de
hace un rato, no tenemos esa continuidad, se crea un agujero profundo cuando
echamos mano de la memoria para referirnos, a contar cosas o hechos próximos:
nombres que hemos utilizado tantas veces, sitios en los que coincidimos, personas que acabamos de saludar por la calle
sin saber quién era, relatos propios de nuestras vidas, libros que acabamos de
leer o incluso que estamos leyendo.
Me duele, me duele enormemente tener tan deteriorada la
memoria de hace un rato, carece de sentido, si hace sólo unas horas, si fue
ayer mismo. Estoy dispuesto a admitir ir perdiendo mis defensas corporales, llegar
tarde y mal a escalones cercanos no demasiado altos, perder velocidades que
tuve en mi trabajo, durante mi ocio, al hacer deporte. Pero no es justo que los
años me roben la memoria de lo que termino de hacer cuando tiene todavía una
proximidad caliente, una cercanía reconocible por cualquiera. Me provoca una
rabia madura, me vienen de pronto a mis ojos muchas de las
lágrimas que he derramado desde entonces al ir dándome cuenta.
Paso junto parte de los libros que forman el entorno más
valioso de mi casa, patentes en la imagen, rozo un lomo de cualquiera, apenas
veo la sobrecubierta y sé qué libro es, dónde estuvo su belleza, el calor más
íntimo de su lectura. Pero hay infinidad ya de ellos, en reino aparte, ya muchas decenas, que tienen la proximidad
de su lectura o la llamada de su portada ante mis ojos hace un instante, su
reclamo para hacer sitio en mi tiempo y una vez han pasado ya de largo mis ojos,
he olvidado ese libro. No hay derecho, no tiene derecho la vida a deteriorárseme
en la parte que más quiero.
Los demás han sido mi abrigo viejo y confortable, pero estos libros
de ahora son mi reclamo, mi ilusión. Son el animal de mi intimidad y mi
dignidad, la razón por la que han llegado a mis manos, mi recuerdo instantáneo,
y olvidarlos es injusto e incomprensible. Si no he perdido todavía, ni creo que lo
pierda jamás, ese deseo de incrementar mi cultura, de enriquecer el tiempo que
queda con el lenguaje ajeno, es necesario que me quede en la memoria, que forme
parte de la misma como si fuera esa antigua tan rica y poderosa todavía.
Lo aseguro, tengo en las manos manchas oscuras de vejez,
pero son tan poderosas porque las han creado los libros que sujeté con ellas. A
la vez son pulcras, no afectan a la memoria, simplemente quiero que se formen
otras con aquellos otros libros que todavía me faltan por leer. Pero que sepa
muy bien cuales son, que me acuerde para siempre de ellos, aunque no los haya
leído, aunque estén pendientes todavía de la cirugía de mi ilusión, de la
riqueza de mi lectura.
No sé lo qué hacer, quizá como un niño que se aprende los
tiempos de los verbos, voy a tener que repetir una y otra vez cada título y el
nombre del autor del libro que acabo de leer o del que estoy leyendo en este
momento. Para poder repetirlo de nuevo todo de corrido, por favor, se lo pido a la
vida, se lo niego a la vejez. No tiene derecho. Ya deterioró mis caderas de
corredor de fondo demasiado pronto, he intentado siempre mantener algo ordenado
los muebles de mi piso de arriba. Internet fue durante muchos años la ventana
por la me asomaba a la vida ya que no podía salir a la calle, quieto en mi
butaca de cuero donde era imprescindible leer.
M fuerza me ayudó a vencer muchas dificultades, ya no corro
el viejo cauce del rio de mi ciudad, pero al menos camino por sus calles yo solo para
poder ir a comprar un libro nuevo. Que alguien me diga dónde venden memorias de
hoy, pero no de ningún escritor, sino la mía, la que he perdido con mis “pelos blanqueados
por el tiempo” como un día nos contó Juan Cruz.
Tengo miedo a mi cuerpo porque es bastante malo, a esa
fisura de la memoria por la que se me escapa lo reciente, lo que más me
convoca, lo que más me llama y lo que más se me olvida. Creo que me entenderéis,
he escrito mucho con el auxilio de las metáforas, pero para comprender la
debilidad de mi memoria reciente no encuentro ninguna ni antigua ni muchos
menos reciente.