Quizá pequeñas cosas sin importancia del momento pero que
llegan para quedarse. No son las mejores, ni aquellas a las que les dimos sitio
preferente, pero acaban fraguando casi en droga dura y acabas dependiendo de
ellas, se crea una inevitable esclavitud. ¿Cómo es posible, te preguntas, que
aquello tan aparentemente superfluo acabe mandando sobre mí? Pues así es, así
lo vengo viviendo y sufriendo insistentemente. No, no siempre sobrevive lo más
importante, en lo que pusimos más esfuerzo, a lo que le dimos más valor.
Sobreviven momentos de desafuero, de queja de nuestro organismo porque al fin y
al cabo llega un momento en la vida de todos que acaba mandando el cuerpo.
¿Dónde están, te preguntas, las ilusiones que fui creando
con mi esfuerzo para que eso fuera resto, poso? Quizá es que las he ido
consumiendo y me he ido quedando como digo con gestos de escaso valor pero que
mandan, persisten en mi persona, en mi vida. Como el maquillaje de una mujer de
cada día yo casi noto marcado en mi piel como una especie de tatuaje, a la
vista de los íntimos, pero que tengo que cuidar para que no se desfigure.
A la hora de escribir sobre ello para darle a mis palabras
al comienzo de un año más por delante el mejor tono posible, me quedaré con
hechos propios cuyo valor no sé si alguien sabrá reconocerlos un día pero para
mí tuvieron una importancia superior por supuesto a esas otras
pequeñas cosas que hablaba antes, de su supervivencia,
Intentaré que sobreviva a la vez las muchas veces que he
actuado bien, mi capacidad de adaptarme a situaciones difíciles, con lo que no
se nace, se hace, se aprende. Si eres capaz de vencer adversidades, está claro
que tiene poco de herencia y casi todo de triunfo personal. Buscar alguna forma
de alegría hay que hacerlo con tiempo porque tarda en llegar, es plácida y
lenta.
Tendré también el egoísmo que supone el que me guste mi
forma de ser. A lo largo de la misma manera para que fuera sobreviviendo
también, como de cosa pequeña a cosa grande, he sentido afín a Aristóteles que
“amar es el querer el bien para alguien”, el último criterio, el mejor,
detenerse, pararse, fijarse en los demás. Amé y amo profundamente a la vida, se
lo dije más de una vez a ella misma como un pacto seguro, duradero para que
también sobreviviera.
Al satisfacerme mi forma de existencia, es lógico que lo
haya sido todo aquello con lo que me rodeé. He sido y sigo siendo cómplice
permanente de la lectura, cada día, como un empuje celular, un hilo frágil de
música antigua, un aprendizaje prolongado y cauteloso. Los libros me
proporcionan el ardor que en tantas ocasiones falta, son piel envejecida ya, mi
aroma a tabaco, mi forma de sentarme.
No quiero pues quedarme en cómo estáis leyendo, (porque esté
convencido yo) que sobrevivan cosas sin importancia, que me vaya a quedar atrás
con la palabras que fueron más fundamentales, con los hechos vitales que las
cimentaron siempre. No es que sean mi monumento de auto justificación que
tantas veces he necesitado, ni para subir mi autoestima, ni para absolverme en
suma.
Lo que me ocurre escribiendo esta mañana, pensando en lo que
puse y lo que queda es que no me sirve la alegría fingida de estos días. Sería
preferible una amable rutina para obtener lo mejor en serenidad, en
benevolencia. Todos podemos ser bellos y queridos en cualquier momento de la
vida, no pongamos fechas, no deseemos felicidad necesariamente cuando traspasa
el calendario un día y entonces a uno le entren estas ganas de sacar cuentas
cuando siempre he sido de letras.
Demos un beso en cualquier otro momento para ver si se
adhiere del todo la ternura, un beso a sabor definitivo pero que forme parte de
una biografía todavía llena de ilusiones. Casi un beso en el cielo de la boca
con una confianza infinita en lo que sobreviva de mi biografía.
Voy a intentar seguir haciendo lo mismo, como si estuviera
leyendo en la calma de una biblioteca pública. Lo mismo, quede lo que quede,
con mi carácter, más que pensando en la inteligencia a lo mejor por falta de
ella. Haciendo lo mismo, digo, o porque me interesa o porque no tengo más
remedio: mi propio maquillaje que sea el correcto, para ello no necesito
colorete. Las ranuras que aún me quedan ya se cerrarán, como debe de ser, de
dentro a fuera.
Para que fuera, a la vista se quede en esta larga caminata,
sobreviviendo, como un cariño exclusivo, suave, milenario para todo aquel que
me lea.