miércoles, 9 de enero de 2013

LO QUE SOBREVIVE


 
 
Quizá pequeñas cosas sin importancia del momento pero que llegan para quedarse. No son las mejores, ni aquellas a las que les dimos sitio preferente, pero acaban fraguando casi en droga dura y acabas dependiendo de ellas, se crea una inevitable esclavitud. ¿Cómo es posible, te preguntas, que aquello tan aparentemente superfluo acabe mandando sobre mí? Pues así es, así lo vengo viviendo y sufriendo insistentemente. No, no siempre sobrevive lo más importante, en lo que pusimos más esfuerzo, a lo que le dimos más valor. Sobreviven momentos de desafuero, de queja de nuestro organismo porque al fin y al cabo llega un momento en la vida de todos que acaba mandando el cuerpo.

¿Dónde están, te preguntas, las ilusiones que fui creando con mi esfuerzo para que eso fuera resto, poso? Quizá es que las he ido consumiendo y me he ido quedando como digo con gestos de escaso valor pero que mandan, persisten en mi persona, en mi vida. Como el maquillaje de una mujer de cada día yo casi noto marcado en mi piel como una especie de tatuaje, a la vista de los íntimos, pero que tengo que cuidar para que no se desfigure.

A la hora de escribir sobre ello para darle a mis palabras al comienzo de un año más por delante el mejor tono posible, me quedaré con hechos propios cuyo valor no sé si alguien sabrá reconocerlos un día pero para mí tuvieron una importancia superior por supuesto a esas otras pequeñas cosas que hablaba antes, de su supervivencia,

Intentaré que sobreviva a la vez las muchas veces que he actuado bien, mi capacidad de adaptarme a situaciones difíciles, con lo que no se nace, se hace, se aprende. Si eres capaz de vencer adversidades, está claro que tiene poco de herencia y casi todo de triunfo personal. Buscar alguna forma de alegría hay que hacerlo con tiempo porque tarda en llegar, es plácida y lenta.

Tendré también el egoísmo que supone el que me guste mi forma de ser. A lo largo de la misma manera para que fuera sobreviviendo también, como de cosa pequeña a cosa grande, he sentido afín a Aristóteles que “amar es el querer el bien para alguien”, el último criterio, el mejor, detenerse, pararse, fijarse en los demás. Amé y amo profundamente a la vida, se lo dije más de una vez a ella misma como un pacto seguro, duradero para que también sobreviviera.

Al satisfacerme mi forma de existencia, es lógico que lo haya sido todo aquello con lo que me rodeé. He sido y sigo siendo cómplice permanente de la lectura, cada día, como un empuje celular, un hilo frágil de música antigua, un aprendizaje prolongado y cauteloso. Los libros me proporcionan el ardor que en tantas ocasiones falta, son piel envejecida ya, mi aroma a tabaco, mi forma de sentarme.

No quiero pues quedarme en cómo estáis leyendo, (porque esté convencido yo) que sobrevivan cosas sin importancia, que me vaya a quedar atrás con la palabras que fueron más fundamentales, con los hechos vitales que las cimentaron siempre. No es que sean mi monumento de auto justificación que tantas veces he necesitado, ni para subir mi autoestima, ni para absolverme en suma.

Lo que me ocurre escribiendo esta mañana, pensando en lo que puse y lo que queda es que no me sirve la alegría fingida de estos días. Sería preferible una amable rutina para obtener lo mejor en serenidad, en benevolencia. Todos podemos ser bellos y queridos en cualquier momento de la vida, no pongamos fechas, no deseemos felicidad necesariamente cuando traspasa el calendario un día y entonces a uno le entren estas ganas de sacar cuentas cuando siempre he sido de letras.

Demos un beso en cualquier otro momento para ver si se adhiere del todo la ternura, un beso a sabor definitivo pero que forme parte de una biografía todavía llena de ilusiones. Casi un beso en el cielo de la boca con una confianza infinita en lo que sobreviva de mi biografía.

Voy a intentar seguir haciendo lo mismo, como si estuviera leyendo en la calma de una biblioteca pública. Lo mismo, quede lo que quede, con mi carácter, más que pensando en la inteligencia a lo mejor por falta de ella. Haciendo lo mismo, digo, o porque me interesa o porque no tengo más remedio: mi propio maquillaje que sea el correcto, para ello no necesito colorete. Las ranuras que aún me quedan ya se cerrarán, como debe de ser, de dentro a fuera.

Para que fuera, a la vista se quede en esta larga caminata, sobreviviendo, como un cariño exclusivo, suave, milenario para todo aquel que me lea.