Porque la vida que he llevado ha transcurrido dentro de la
literatura, y según decía Azorín, está detrás
del adjetivo, una parte de la oración que se agrega para darle fuerza al sustantivo.
He llevado conmigo para cualquier momento la enorme belleza de ellos en forma de recursos. Hay
sitios, lo veo enseguida, a los cuales no puedo llegar. Es motivo, o la altura
de los escalones para alcanzarlos o que no exista apoyo alguno. Me da lo mismo,
si me empeño llego. Como si las posibilidades de mis caderas en forma de oraciones ganaran entonces
más espacio para poder emplear más esfuerzo. No me canso, no me pienso cansar
de hacer lo que puedo e intentar al menos lo que no puedo. Hasta voy a seguir
echando mano de la metáfora y el adjetivo aunque no le importe a nadie. Por
difícil que me lo pongan no pienso despedirme de nadie, sino de mí mismo. Valdrá el recuerdo de
la mirada a una bata abierta, el vestido de unos besos, esa tremenda mezcla de
esplendor y derrota que aporta la vida, valdrá cualquier cosa, seguirán ayudando
así a mis posibilidades.
En el momento que me hablaron de mis puntos muertos, no hice
caso, me pillaron con un libro abierto, con las ganas de seguir siendo, con la
palabra preparada, a punto, desnuda y sobada antes por otros. Al decírmelo me
acordé al instante de un escritor que explicaba la razón de sus escritos con el
sentimiento de la carga, con el enorme poder de negarse a no hacer lo que te
advierten que no vas a poder hacer. Mis mejores ideas, las más precisas para
contarlas fueron aquellas que utilicé para explicar que el dolor y que el
cansancio ni duele ni cansa.
Vendrá ahora otra nueva etapa que será mejor callarla como
si se me hubiera terminado la osadía y el descaro que pueden ofrecerte la
imaginación llena de pecado. Da lo mismo porque soy el mismo: quien puso hace
más de 20 años la primera explicación de mis sentimientos en un foro de oyentes
informáticos, siempre a punto con sus respuestas preparadas. Tuve entonces un
cariño y un apoyo que tengo ahora derecho a darlo por terminado. A la gente
acaban cansándole las explicaciones, hay que vivir como puedes, teatral o
distinguido pero propio y honesto. Si escribes, lo más lógico es que intentes
cicatrizar tus propias heridas, pero eso sólo debe ser para uso propio.
Punto y aparte, pues, vamos a dejarlo estar, voy a utilizar
todos esos recursos que siempre tuve y de los que antes os hablaba en mi propia
intimidad, en mi cuarto, rodeado de libros que no me son suficientes para mi
necesidad de leer; la plenitud de la mañana que estreno cada vez pero sin tener
que contársela a nadie; hacerme un café y buscar un beso lento a la vez en una
especie de bruma de vejez, de silencio, de propios pensamientos que no le
importan ya a quienes me leyeron pero que para mí tienen una plenitud conmovedora.
Éste, por ejemplo, me ha recordado la capacidad que tengo de
esforzarme cuando necesito hacerlo. Será mejor quedarse con el lujo del
silencio que decía antes. Eso de contar las cosas de uno donde sea, es
indudablemente un mecanismo de defensa frente a la verdadera derrota que
proporciona el tiempo, frente a ella no tengo más que un único recurso.
Os cuento: admitirlo hasta casi como bueno, cercano y
propio, parecido a mis propias torpezas para subir altas escaleras y llegar
hasta arriba. Cuando en la tienda de Apple me dejan su tarjeta chip para poder
utilizar el ascensor de los empleados, y como me conocen cuando entro en la
tienda, voy consiguiendo pasar desapercibido, mirar cosas en la planta baja y
subir luego yo las escaleras hasta las aulas de enseñanza one to one.
Es bueno hacer lo que no puedes y hasta lo que no debes,
mirando distraído hacia cualquier parte. Es bueno no admitir para tus cosas
ningún “recorte”. Para eso ya están los que mienten. Son buenos esos quesos curados, perjudiciales
para el colesterol, sobre todo si procuras no saber si tienes colesterol y
todas esas cosas. Esas limitaciones, que ahora al final, cuando ya va a
ser más difícil, quiero volver a echar mano como siempre –con mayor energía si
es posible- de ser capaz, yo solo, más callado, sin necesidad que me escuche
nadie, de echar mano de ellas.
No quiero la mediocridad de los débiles, ni su torpeza
inicial ni final. Tuve siempre un oculto deseo de rebeldía en forma de
capacidad de resistencia. A nadie le preguntaré ni luego le contaré sobre lo
que no puedo hacer, antes lo haré. Ese es el mejor sentimiento de pertenencia
que tengo de la vida, pero eso sí, hay que hacerlo callado y con paciencia. El
día que no llegue, es que será imposible llegar. Aún en ese momento quiero
tener la dignidad de los finales.