domingo, 15 de julio de 2012

SIEMPRE ME QUEDAN RECURSOS





Porque la vida que he llevado ha transcurrido dentro de la literatura, y según decía Azorín,  está detrás del adjetivo, una parte de la oración que se agrega para darle fuerza al sustantivo. He llevado conmigo para cualquier momento la enorme belleza de ellos en forma de recursos. Hay sitios, lo veo enseguida, a los cuales no puedo llegar. Es motivo, o la altura de los escalones para alcanzarlos o que no exista apoyo alguno. Me da lo mismo, si me empeño llego. Como si las posibilidades de mis caderas en forma de oraciones ganaran entonces más espacio para poder emplear más esfuerzo. No me canso, no me pienso cansar de hacer lo que puedo e intentar al menos lo que no puedo. Hasta voy a seguir echando mano de la metáfora y el adjetivo aunque no le importe a nadie. Por difícil que me lo pongan no pienso despedirme de nadie, sino de mí mismo. Valdrá el recuerdo de la mirada a una bata abierta, el vestido de unos besos, esa tremenda mezcla de esplendor y derrota que aporta la vida, valdrá cualquier cosa, seguirán ayudando así a mis posibilidades.

En el momento que me hablaron de mis puntos muertos, no hice caso, me pillaron con un libro abierto, con las ganas de seguir siendo, con la palabra preparada, a punto, desnuda y sobada antes por otros. Al decírmelo me acordé al instante de un escritor que explicaba la razón de sus escritos con el sentimiento de la carga, con el enorme poder de negarse a no hacer lo que te advierten que no vas a poder hacer. Mis mejores ideas, las más precisas para contarlas fueron aquellas que utilicé para explicar que el dolor y que el cansancio ni duele ni cansa.

Vendrá ahora otra nueva etapa que será mejor callarla como si se me hubiera terminado la osadía y el descaro que pueden ofrecerte la imaginación llena de pecado. Da lo mismo porque soy el mismo: quien puso hace más de 20 años la primera explicación de mis sentimientos en un foro de oyentes informáticos, siempre a punto con sus respuestas preparadas. Tuve entonces un cariño y un apoyo que tengo ahora derecho a darlo por terminado. A la gente acaban cansándole las explicaciones, hay que vivir como puedes, teatral o distinguido pero propio y honesto. Si escribes, lo más lógico es que intentes cicatrizar tus propias heridas, pero eso sólo debe ser para uso propio.

Punto y aparte, pues, vamos a dejarlo estar, voy a utilizar todos esos recursos que siempre tuve y de los que antes os hablaba en mi propia intimidad, en mi cuarto, rodeado de libros que no me son suficientes para mi necesidad de leer; la plenitud de la mañana que estreno cada vez pero sin tener que contársela a nadie; hacerme un café y buscar un beso lento a la vez en una especie de bruma de vejez, de silencio, de propios pensamientos que no le importan ya a quienes me leyeron pero que para mí tienen una plenitud conmovedora.

Éste, por ejemplo, me ha recordado la capacidad que tengo de esforzarme cuando necesito hacerlo. Será mejor quedarse con el lujo del silencio que decía antes. Eso de contar las cosas de uno donde sea, es indudablemente un mecanismo de defensa frente a la verdadera derrota que proporciona el tiempo, frente a ella no tengo más que un único recurso.

Os cuento: admitirlo hasta casi como bueno, cercano y propio, parecido a mis propias torpezas para subir altas escaleras y llegar hasta arriba. Cuando en la tienda de Apple me dejan su tarjeta chip para poder utilizar el ascensor de los empleados, y como me conocen cuando entro en la tienda, voy consiguiendo pasar desapercibido, mirar cosas en la planta baja y subir luego yo las escaleras hasta las aulas de enseñanza one to one.

Es bueno hacer lo que no puedes y hasta lo que no debes, mirando distraído hacia cualquier parte. Es bueno no admitir para tus cosas ningún “recorte”. Para eso ya están los que mienten. Son buenos esos quesos curados, perjudiciales para el colesterol, sobre todo si procuras no saber si tienes colesterol y todas esas cosas. Esas limitaciones, que ahora al final, cuando ya va a ser más difícil, quiero volver a echar mano como siempre –con mayor energía si es posible- de ser capaz, yo solo, más callado, sin necesidad que me escuche nadie, de echar mano de ellas.

No quiero la mediocridad de los débiles, ni su torpeza inicial ni final. Tuve siempre un oculto deseo de rebeldía en forma de capacidad de resistencia. A nadie le preguntaré ni luego le contaré sobre lo que no puedo hacer, antes lo haré. Ese es el mejor sentimiento de pertenencia que tengo de la vida, pero eso sí, hay que hacerlo callado y con paciencia. El día que no llegue, es que será imposible llegar. Aún en ese momento quiero tener la dignidad de los finales.