Para calmar mi incertidumbre, esa que define Beatriz Manjón
como “una interferencia y un trago de café”. Leo en cualquier sitio aunque
pueda ser improcedente. Para mí procede en todos los sitios de la tierra. Leo,
porque es mi necesidad, mi libertad, aunque sirva poco para un curriculum
recomendable. Lo hago despacio para sacar de cada libro lo más que puedo, las
palabras que no supe escribir yo, eso imposible y único como un abrazo que
estabas esperando, tierno, inconmensurable para terminar con esa incertidumbre
y poder tener así más ilusión. Sentirme satisfecho con mi propia satisfacción.
No me interesa saber qué pasa cuando acaba el libro, por eso
prefiero dejar los que tienen crímenes fuera, sin conocer al criminal; ni tampoco
los de amor donde haya que averiguar quién es el amante. Para mi parsimonia, me sirve la
prosa a secas, llena de pausas para que en cada una de ellas intercambiemos el
autor y yo problemas y sentimientos a medias.
En la lentitud de mi lectura necesito el derecho a tener
sueño, cambiar de párrafo a veces sin darme cuenta para tener que volver a
encontrarlo luego, por decreto, por respeto a la lectura. En la cama es, una
especie de edredón análogo a la piel de quien tienes al lado. Y en todos los
sitios, bien despacio, la soledad que tienes dentro los ratos que estás
leyendo, una soledad como enemiga a veces que se te ha colado por las rendijas
de la puerta medio abierta, de la
ventana, del silencio.
Y sobre todo, leo dejando hueco –ya he dicho que no para cumplir curriculum alguno- sino para
que se me note en cualquiera de los sitios donde he pasado tantas horas leyendo.
Al final de una vida va a coincidir con lo que decía mi padre en mis tiempos de
estudiante de la Facultad cuando hablaba sobre las carreras terminadas de mis
hermanos, y al referirse a mí añadía, “el pequeño lee”. Yo me enfadaba, reclamaba
mi derecho de estudiante universitario, pero él se estaba refiriendo quizá a la
falta de entusiasmo del que andaba sobrado para todos los libros que no eran
específicamente de enseñanza.
Siempre he querido escoger yo los libros, y he valido para
ello. Con cualquiera en la mano sé casi de inmediato si va a ser bueno, mi margen de error
es tan pequeño que no concibo precisamente tener que dejarse un libro por falta
de interés. Me provoca la pasión antes, sino, no pasa a ser mi libro, necesito
que adquiera el derecho al hueco, a provocar el deseo como una especie de sexo
sucio y como decía Wody Allen, por eso bien hecho.
Incluso a veces la necesidad de esa parsimonia si no me la
proporciona el sitio, el momento de la vida, sé crearlo a mi alrededor, hasta
provoco el silencio en un Centro de Salud, por ejemplo, para alejar de una vez las
enfermedades y el empeño que tiene la gente en contarlas. Tengo cerca la
anécdota de esta mañana.Utilizando los medios tecnológicos, la famosa “nube” –icloud de Apple- esa novela de Andrés Barba que acaba de empezar esa misma mañana desde una Tablet, la he podido continuar leyendo a través del iPhone a pesar de su escaso tamaño, en la sala de espera de ese Hospital. La señal que he dejado en el libro que me había descargado de Kindle,”tenía la sensación de que allí se abría entonces algo parecido a una brecha y él era capaz de entrar en su cerebro de una manera delicada y misteriosa.” En la la misma posición de hoja doblada que he dejado en el teléfono, al llamarme dos veces porque estaba ensimismado, la enfermera, lo he encontrado luego en casa en la cómoda superficie del iPad. Justo al final de las palabras de Andrés Barba.
Misterioso parece el procedimiento, pero no es ajeno a la necesidad
de mi parsimonia, de la lentitud, de la concentración, del silencio. Cualquier
sitio es procedente, sabré buscarlo con el libro en la mano o dentro de un
teléfono. Buscaré y la tengo muchas veces, la compañía, mudándome de piel, cultivando las laderas de una
hermosa cercanía, la identidad de otra persona cumpliendo el mismo rito con
severidad, lentitud y una forma oculta de orgullo para no hacer curriculum.
Decía Juan Carlos Onetti que “le gustaría sufrir de amnesia
para olvidar los libros que amaba y volver a leerlos con la misma placentera
sorpresa que la primera vez. ¡Qué hermoso elogio de la lectura!.
Con parsimonia, en un espacio de regocijo y aventura, una
opción a encontrarse mejor, más humano, el poder del precioso fragmento de las
vidas que han vivido o inventado otros, una manera de ser libre. Yo venzo la
incertidumbre, bien de mañana con una taza de café, con una taza de café y la
mayor lentitud que puedo poner leyendo un libro..