jueves, 27 de octubre de 2011

QUISIERA DESPRENDERME DEL LENGUAJE



Como una manera de tantear el destino. Dejar de leer tanto y no escribir nada luego para saber más de cerca, más de verdad, cómo me considera la gente. La escritura, al fin y al cabo, no es más que un ejercicio que practicas cuando te sientes solo, es una sugestión, hacer que te entiendan mejor quienes te leen. Es la manera de contar lo que no puedes decirle a nadie. Y si tu página pública un día se queda en blanco sin respuesta alguna, lo mejor es dejar de hacerlo, darte de baja, dejar de ser socio de esa comunicación que nunca llegaste a creerte del todo.
Ese es el camino, ya lo tengo pensado. De alguna manera –teniendo en cuenta los antecedentes- se acaba uno de convencer que la vida no es una permanencia, y la muerte que viene después, hay un poeta colombiano, Nicanor Vélez, que supo definirla muy bien: “La muerte, por lo visto, cuando llega/nos dice: “ya no más”./Es un silencio despojado/de voces y de gritos/de alaridos, silencios y murmullos./Dicen que la muerte es simplemente eso:/un ya no más.”

Pues mejor, antes que llegue, elegir tu propio silencio, recordar que en todo ese tiempo fui demasiadas veces quizá excesivamente generoso, y eso que la generosidad nunca debe tener ni paredes ni tiempo. Primero, lo recuerdo, puse mi carnet de identidad, mi yo más verdadero y más duradero. Luego elegí una ropa corta y cómoda para estar por casa con un Nick delante para cualquier escrito o un simple post; y un apellido después, del que un día supo trazarme León Felipe su camino (¡y dale con los versos!): “Ser en la vida romero que cruza siempre por caminos nuevos.”

Me para no obstante el reguero que a veces, ante personas permanentemente fieles, pueden producir mis palabras: “Me gusta tu palabra, tu forma de hablarnos del amor, de la distancia o de la indiferencia. Es tu bella palabra la que nos llega, nos acaricia, nos toca.” Lo tengo colgado tan reciente que no puedo negar la misma certeza que siento: la palabra toca, si no ya no sirve. Y cuando la he ofrecido tantas veces en estas públicas páginas de la red, de quien llegó a tocarle necesito saberlo. No es una cuestión de vanidad, es rito, es una elemental respuesta porque “he tenido que batallar tanto con ellas, amarlas con locura, beber de sus fuentes para poder vivir.” Son palabras de Nuria Amat.


Por eso dejarlas me produciría un tremendo hueco en mi propia existencia. Tengo una especie de gula de palabras impresas, una necesidad de amontonar los libros y contar luego lo que he sacado de ellos. Ya sé que entre las palabras y la realidad hay un mundo entremedio que es necesario cubrirlo luego, pero en la medida en que he podido lo he hecho. Han sido también, arma de ayuntamiento. Sé de sobra que ahora tienen olor a tiempo, pero en muchas ocasiones –lo recuerdo- han sido y son lo único de valor que tengo. Como el vino, precisan reposo y tiempo para saber el valor definitivo que tienen. De esa manera he ido sacándolas de esos libros amontonados y abiertos.


Debe haber, no obstante una manera de quitarles el lenguaje a las propias palabras y quedarme como con la ropa más cómoda que tengo. Casi desnudas de lenguaje para saber quiénes me quieren. Me empeñaré con ellas, porque como dice Carlos Marzal son mi perfume, mi lepra, su eco en mi conciencia, pero es todo lo que tengo, lo que tuve siempre.


Por eso cuando ha habido quién que se ha referido a ellas, mi respuesta ha de ser que siempre fueron una forma de acercarme, y no lo sé si bellas pero sí quisiera que ahora, como libres del lenguaje, al hacerlas más cómodas poder ver pasar el mundo, todo el mundo, una tarde cualquiera.



Antes de que llegue el silencio, el definitivo silencio, “despojado de voces y de gritos” según el poeta. Antes de ya no más, ya no lo voy a hacer más. Mis lecturas serán sólo propias y de quienes estén más cerca, mi manera de ser, íntima y propia, parecida a vieja. Y mirar que queda, puede que junto con las paredes más queridas cubiertas con libros, como explicación a lo que fue esa manera de ser; que prevalezcan al menos cuatro notas escritas sobre el amor, lo más inusitado que se ha inventado en la vida –ya que estamos todavía en la vida- una norma no escrita, una comunicación, una caricia.



Puede llegar un momento –lo aviso- que sea sólo un gesto de las manos, o como antes, dejar a las palabras sin lenguaje para notarte más cerca, pero a la vez, la manera que uno tiene de no permanecer callado.






viernes, 14 de octubre de 2011

ME APOYO EN LO QUE DICEN, EN LO QUE ME DICEN



Como si me dijeran: puedes, aquí tienes esa ayuda difícil de encontrar pero que cada uno debe de tener cerca. Tengo puntos de sujeción propios, naturalmente, hasta me llegaron a convencer hace bien poco, no cruzas el umbral de la vejez cuando te parece, cuando tu cuerpo te niega alguna determinada postura o una forma de vida. Siempre entonces –me explicaban- hay que recurrir a la propia lucidez que aún te queda en la mente. Si eres capaz de hacerlo, si además consigues las tres o cuatro cosas más valiosas y solemnes, estás aún lejos de esa vejez que uno se empeña en tener a veces.

Y por otro conducto, ya que intento aprenderme lo que dicen y lo que me dicen, me advirtieron tajante y cariñosamente con palabras envueltas en la sabiduría de Marcel Johandeau, con 90 años: "Envejecer, si sabemos, no es en absoluto lo que creemos. No es en absoluto disminuir, sino crecer." Pues ando muy dispuesto todavía a practicar un crecimiento análogo al rato que camino cada día, que abandono el café primoroso que soy capaz de hacerme como un homenaje a tener a mi disposición un nuevo día; a la palabra rica y quieta que escribieron quienes supieron hacerlo mucho antes a veces. (Es un ejemplo que me devolviera juventud una novela costumbrista, que acabo de leer, “Un matrimonio de provincias””, escrita en 1885 por María Antonia Torriani, y me lo avisó para acentuar el contraste, incitándome a leerla, los cuarenta y tantos años actuales de Cristina Grande, prologándola.
Abandonaré también para crearme nuevamente un recorrido físico y reconfortante, la “manera de ser” a la que me he apuntado para siempre que en su día creó Steve Jobs como si le pidiera a esta nueva informática otra juventud que hiciera sitio en mi vida. No me voy a cansar de nada, voy hasta admitir que para recordar el último libro que termino de leer tenga que aprenderme su autor y su título para contárselo luego a la gente.

No estará contraindicado –lo he encontrado en los más oscuros manuales del Google- el derecho a mi excesivo descanso a veces –teléfonos desconectados para que esa manera de dormir la siesta se parezca a veces a la mejor forma de hacerlo: notando la extrañeza de cuerpos enlazados. Ni tampoco la luminosidad que proporciona una quieta ilusión, un viaje comprado en cualquier página “last minute.com”. Para saber de nuevo aquellos recorridos prolongados durante toda la jornada, por Londres -entonces durante todo un mes-como haciendo en propio beneficio de los míos, una especie de auto guía mp3.

Voy a ver si consigo, para creerme de una vez todo eso de no llegar a la vejez, dar lo mejor mío a quienes supieron pedirlo o cuando lo tuvieron conservarlo. No me gustan las pequeñas dosis para quedarse al final con lo que de verdad quieren. Quizá el mejor proyecto sea seguir en las mejores estaciones breves que me queden, sentirme entre la gente que quiero como si agradecerle su cariño y darle el mío no fuera más que sentarse a su lado, saberlo o saberla ahí, apenas eso. Justificar que sea cierto lo que hace también pocos días me escribieron: “lo que tú nos puedes dar, lo que tú nos das y como lo das, no nos lo podrá dar nunca nadie".

Pues vamos a ver cómo organizo esta especie de intercambio para apoyarme a la vez, como afirmo, en todo lo que me dicen. Se impone una necesaria lentitud, como un paso cambiado en la espera, una especie de ensayo, cada pausa, cada olor, cada ejercicio que siempre impone el amor quieras a quien quieras. Siempre fui territorio frágil pero generoso, receptivo del momento por si no se daba de nuevo. Mi información, por mucho que parezca lo contrario, es insuficiente, mis libros no son todos los libros y aunque la literatura no tiene jubilación sí que la puedes alimentar a diario.

De los libros, si no lo sé, lo voy sabiendo, ahora me hace falta más que nunca, donaciones ajenas para mi propio apoyo, para mi manera de entender la edad y de robarle todavía a la vida el lugar más importante que haya en el mundo. Ese sitio va a ser todavía mío, dispuesto a compartirlo como cada mañana que termina de empezar. Mientras, seguiré esperando con esa extraña mansa magia que tienen las palabras si las amas, en busca de territorios escondidos. Quiero sentirlas, ofrecerlas como mis manos, para que hagan lo mejor, todo lo posible, hasta cuando parezca que estén quietas.