Ni la memoria que tienen las caricias o los besos apretados,
la costumbre de notar a alguien siempre cerca, que reconozcan tu ruido al
entrar en casa, eso supone que el amor se acaba, una ley más antigua que las
leyes antiguas. Coincide a la vez con que termina el estado lento y animal de
los cuerpos jóvenes. Pero entonces empieza algo más difícil de abarcar y muy
hermoso, más culto, más espeso y duradero que es esa convivencia tan difícil
entre un hombre y una mujer, acabado el amor, cuando ni sirve te quiero ya que
estamos en pleno desamor, la única certeza que tenemos entre dos. Y nos
quedamos tan solo con eso, esa continuidad de instantes cotidianos, repetidos y
difíciles, con agrados y desagrados mezclados pero que aun haciendo grieta sirven
poder sostenerse luego, sobre todo antes del final cuando el ser humano con la
soledad anterior a la muerte va a sentirse peor, mucho peor.
Vamos ya notándolo, nos notamos ansiosos, igual que antes
amábamos, de ser únicamente cotidiano, lo que hacemos cada vez sin que sea una
novedad, nada parecido al atractivo de la seducción. Seducimos y nos dejamos
seducir antaño, ahora toca lo diario, mirarse poco rato, tocarse apenas pero
que sea suficiente, como un apoyo, una solidez que no necesita ya de los
abrazos que sin embargo cuando empezamos a darlos parecía que iban a ser para
siempre, como una predestinación, una especie de embargo de los sentimientos.
La vida nos va clavando espinas cada vez más grandes y entonces ya no son
posibles esos abrazos.Las heridas que nos producen esas espinas tienen muchas veces formas de decepción, incluso en nosotros mismos. Es como si hiciéramos un repaso y nos fuéramos quedando decepcionados porque nuestras propios deseos de siempre se van minimizando, entran en una especie de rutina y de inercia con la que hemos de conseguir que eso constituya un cimiento, un aviso para la convivencia como sea. Y detrás de ellos, si nos fijamos bien, es más de lo mismo, de lo antiguo porque es imposible dejar de querer lo que fue tan importante, aquello con quién fuimos construyendo nuestra vida hasta este momento, donde suplimos ausencias de antes con una fortaleza que tiene algo, a veces poco valorado, la costumbre, el hábito, lo cotidiano si viene desde atrás con la suficiente nobleza.
Hay que estar muy seguro de una persona como es, ese conocimiento suele estar en cualquier sitio si nos fijamos bien, en maneras de ser que no pueden serlo de otra manera. Y entender luego que el tiempo no deteriora sólo tejidos y articulaciones, no produce únicamente espacios y formas a las que no se puede llegar. El tiempo hace siempre mucho daño a todos a la vez, hace daño naturalmente hasta al amor porque está inscrito el desamor igual que en la vida está inscrita la muerte. El tiempo en forma de recuerdo hace que te duelan las palabras que nos llegaste a decir ni caricias que querías dar. Hasta cosas del otro por saber, por descubrir.
Y ahora cuando llega lo que debiéramos llamar el tiempo de
las grietas inesperadas, estando en peores condiciones, a mí me gustaría en
este sitio, esta vida paralela de la red donde al final me quedaré
completamente solo, que todo el mundo entendiera que la he utilizado como una
manera de expresarme. No voy a echar nada ni a nadie de menos, he dado lo que
pude y ando bastante bien preparado si me quedo del todo sin abrazos y
únicamente tengo que hacer eso, convivir hasta donde llegue. No es ninguna
renuncia, igual que una bella mujer jamás en su juventud lo hará con un simple
movimiento de caderas para encontrar alguna forma antigua de seducción no
practicada.
Igual que el sexo crea una intimidad especial entre las
personas, yo lo hago con las palabras, quietas, humildes propias. Pero aquí voy
a dárselas a nadie que no sepa pedírmelas. Lo he dicho alguna vez, mi realidad
nunca fue gran cosa, además de que es difícil que supongan alguna especie de
grandeza para casi nadie.
A lo mejor todo esto no es más que una excusa como una
prenda de ropa que me aprieta, pero hay que acostumbrarse a la ropa vieja. Lo
que vengo diciendo, lo que me queda por decir y por vivir, es una necesidad.
Para al final tengo que confirmar que no me gustan los silencios, prefiero las
conversaciones y hasta lo inevitable, lo de siempre, pero bien hecho, prefiero
llegar de nuevo, a viejo, pero conservando el cariño. No hacen falta ya los
abrazos, si no nada menos que la
convivencia.
Es hermosamente inevitable.