viernes, 15 de abril de 2011

YO TAMBIÉN LA DEJO DORMIR


Hago como el poeta, pero no sólo ciertos domingos, sino todos los días, cada mañana porque “como todo el mundo sabe/ el sol no sale hasta que tú no abres los ojos”. (Julio Rodríguez) Yo ando por ahí, a medias en silencio, pongo la música baja, y después gozo a solas el placer de mi lectura en cuarto aparte, lejos de su lecho, de su buen dormir, hasta que empiece del todo la mañana y me llegue el piropo repetido al despertarse, ya con luz, los dos dispuesto a convivir, la misión más hermosa y más difícil que tienen los hombres.

Es que ya nos hemos acostumbrado el uno al otro después de tantos años, me dijo una vez, pero la costumbre no fue obsequio de nadie, la construye uno mismo al lado de quien quiere y a quien quiere; la costumbre es cimiento pero hay que hacerse antes con los materiales. Es una construcción diaria difícil y hermosa y siempre me consideraré capaz de practicarla.

Por eso todo lo que quiero escribir hoy se parece muchísimo al verso de antes del poeta: no nos quedan bostezos, puede que por falta de tiempo: para mí existe esa belleza lenta que adquieren las mujeres porque dejaron aparte la forma de pintarse, a lo mejor al lado de quien les hace compañía, pues quieren sólo ya la compañía. ¡Qué extraños desembolsos tiene la vida! Convivencia es compañía, con la libertad de haber elegido cada compañía.

Tuve de niño una importante enseñanza: aprende a pedir, me dijeron y obtendrás todo lo que necesites, pero antes me advirtieron, no te equivoques sobre quienes puedan dártelo. Ha sido y es hoy una herencia de prestigio: la mano que alargo se siente prieta con la debida etiqueta de no soltarse ya; la complacencia no es adulación, es manera de saber dónde tienen los demás sus cualidades.

Más que comunicarme, me pego, me acerco tanto que muchas veces la mirada la convierto en la mejor palabra que tiene mi lenguaje, el idioma que aprendí, la elección de algo bien hecho, la pausa hasta que llegara una forma de cariño compaginada.

Yo me hago amigo pronto, yo lo quiero todo enseguida, me noto corto de ropa y de mantenimiento. Pero creo esa amistad hasta tal punto que soy capaz como el poeta, de dejar dormir a quien quiera hacerlo, hasta que salga el sol, empiece la mañana, ella abra los ojos, cierre yo un rato el libro hasta que vuelva abrirlo de nuevo. Todo esto vengo a contarlo en tiempo ya de cansancios antiguos, cuando pillo la carne desprevenida, pero es importante insistir en ello, dónde está mi valía, cómo me he comportado así mucho tiempo, esa placidez que tiene dejar dormir, permitir el descanso hasta que llegue de nuevo la mañana entera de la vida. Es tiempo de cauce seco, pero cierto.

Estoy ya situado en la meseta de la calma, lo daba por descontado y desde allí me giro sin que tengan que llamarme. Es verdad que soy del todo una forma hermosa de compañía, anhelada, soñada, un hueco permanente en el cajón de la mesita, se me nota fuera, hasta cuando no estoy otorgando esa compañía. Y digo otorgando, porque para mí es como un placer antiguo y permanente. Acompaño aquí con la palabra que se acerca todavía cuando alguien me avisa que se guarda las palabras porque le llegan hasta el alma o me ordena que comparta el sentimiento y los recuerdos como una manera de acercarse al sueño.

Creo que no lo sabe nadie, pero cada día, cada mañana bien temprano leyendo ya estoy pensando cómo lo permitiré cuando le note los párpados abiertos. Es como una ignorancia ajena pero desde aquí intento siempre hacerme un poco poeta con los libros que tengo sobre la mesa sin levantar sospechas. Curioso, que empiece la lectura de uno nuevo y apenas me lo noten; desde aquí con el ordenador abierto, la casa en silencio y el rigor y el empeño que tengo de quererlo todo luego.

Así consigo que sea tan precioso ser yo compañero; aprecio la sonrisa cuando llego a cualquier sitio y consigo mi mejor manera de ser yo mismo. De esta forma me invento cada vez la prosa de la compañía, la pura y dura prosa que tengo, el tierno aliento, el enorme prestigio pasando por la vida propia y ajena. Aquí escribiendo es como si explicara lo más cautivador que llevo dentro y hasta a veces se me escapa una sombre de lujuria intensa y perezosa. Es mi manera de compaginar la vida, que respeten mi libertad respetando la ajena, aunque con la libertad pasa lo mismo como con la felicidad, nunca se llega, nunca se la tiene completa, tan solo recorremos el camino hacia ella.

Dije ayer, un ayer que por la edad siempre tengo cerca, que iba a llevar yo solo la cuenta de mi esfuerzo y me llegaron las más cariñosas protestas, ese enorme eco que resulta simplemente la razón por la que escribo.

Pues si es preciso pecaré de vez en cuando con la propia escritura, con la espera de los ojos abiertos de una mujer para de esta manera saber que ha empezado de nuevo otra vez la mañana.

miércoles, 6 de abril de 2011

VOY A LLEVAR YO SOLO LA CUENTA DE MI ESFUERZO


Me lo dijeron una mañana con sabor a cerveza bien puesta, me vinieron a insistir casi hasta en la estética de cómo llegaba caminando a la mesa del bar donde me esperaba mezclada la amistad y la copa de cerveza. Yo venía de dos sitios consecutivos y bien distintos: un consultorio de Hospital y una tienda de libros; cierto miedo a que detrás de un acceso ya no quede tejido sino hierro; en cambio, es mejor lo que iba leyéndole en su “Doméstica” a Julio Rodríguez: “Vivir es perdonarse la vida” y me la tengo que perdonar yo sólo, contándome a mí mismo cómo hacerlo. A solas llevaré la cuenta de mi esfuerzo, uno no debe buscar sitio ajeno, cuando tiene el propio, sino palparse el interior cada vez, cada momento y notar hasta qué punto fui capaz de crear mi propio privilegio.

Es cierto que a veces conviene repasar con el cariño ajeno cada paso dado, cada uno de los que sigo dando. Pero las más agudas preguntas y sinceras respuestas vienen de dentro donde están las cosas importantes y bellas. Las voy sacando del más amargo árbol de la memoria, de la senda de los propios dolores, porque ciertamente desde allí me llevaron hasta el estado previo que tiene el lenguaje, por eso mi empeño en expresarme.

Hasta lo he rebatido en voz ajena bien querida y entendida en el tema. Déjame, que nadie tenga más miedo del que yo ya tengo, pero si hubo las suficientes veces para salir de él, no puedo menos que ser capaz de hacerlo de nuevo. Anduve siempre en primera fila hasta que las manos se me hicieron rugosas y alargadas como las de los demás viejos, ahora en cambio el derecho a la vejez lo tengo yo.

Pero nadie va a ser capaz de discutirme esa cuenta del esfuerzo, el valor que tuve en tantas ocasiones para suprimir la tristeza; el dolor que avisaba que el paso siguiente iba a ser mucho peor del que acababa de dar. Utilicé cuantos medios hubo para poder darlos, pero aseguré que llegaría un día en qué únicamente mi figura menos prolongada y más solitaria podría seguir por un camino propio y único, yo sólo, sin apoyo alguno.

Es mi vida, es mi esfuerzo desde esa contabilidad solitaria y orgullosa una protesta a la vida cuando ésta te quita antes de tiempo un pedazo que debiera de tener entero todavía. Una protesta erguida –en metáfora umbraliana- como unos pechos bien llevados con mínima lencería blanca sin que apenas se noten los restos de la última caricia gratuita. Lo tengo todo esto a la vista cada día, me persigue el lenguaje, la palabra que le sobra al poeta, la insistencia que tiene la novela por parecer que no es novela.

Todo es testimonial cada mañana con los libros, dos capsulas de café nexpresso como preparándome a la cultura que me traerá la tarde desde media tarde después de la urgencia de recuperar esa parte que le quité antes al sueño. Mi demostración propia y ajena es simbólica, me cansan tres manzanas de mi barrio casi más que me cansaban aquellas anchas cuadras de la Quinta Avenida en Nueva York. Me cansa comprar la prensa, una revista de informática que leeré a medias solamente, me cansa la sensación que tengo de urgencia para llegar a tiempo y la demora que se producirá después porque siempre iré llegando tarde.

Y este escritorio público, cada vez está más cerca de llegar al silencio, de borrar de la pizarra los escritos donde he dejado demasiadas veces los sentimientos. La red no fue justa conmigo, no fue una mala racha, fue darme cuenta de que nadie vino como yo necesito a quedarse conmigo.

A solas, en cuadernos privados que no leerá nadie mediré lo mismo mi esfuerzo; conservaré la belleza y la tentación que para mí siempre tuvo el idioma, su continuidad la llevo dentro, en los libros que leo, en el temblor del pulso que ya tengo, en la capacidad de pensar que luego de esta mañana vendrá todavía otra de nuevo para seguir ejerciéndome en ese camino del esfuerzo con mi más honda y recóndita certeza.

Me hallo como sólidamente instalado en un amplio pedazo de tierra donde la gratitud suple al deseo, el recuerdo al sueño y la soledad, la necesaria soledad para poder saber hasta dónde seré capaz de llegar, está ahí, inevitable, hablo hasta con ella. Y me ayuda.