domingo, 27 de febrero de 2011

NO ME PUEDO DESPRENDER DE LAS METÁFORAS


Y más ahora cuando había dejado dormir entre los papeles las que había estado aprendiendo entre las muchas que usaba, inagotables y persistentes, Paco Umbral. Ya lo decía él, que escribir era tres o cuatro metáforas y nada más. De pronto, parece haberlas recogido un joven novelista de esos que andan ya enseñándonos cómo se debe hacerlo: Pablo Gutiérrez. Fue primero sus “Rosas resto de alas” cuando una mujer le dice a un hombre “es mejor que hoy no duermas aquí” y todo se tuerce: su desespero, su andar deambulando para que pueda luego pasarle lo contrario. “Quiero que no te vayas. Mejor, firme: quiero que no tengas adónde”. Yo sin una metáfora a mano, sin un cómo suelto no soy nadie. No tengo tampoco adónde.

Gutiérrez arranca sin piedad el dietario de la chica de los hombros bonitos, se gana ese negocio para contarlo magistralmente luego, así parece que se va a pasar media vida, así me llevo pasando yo casi toda la vida. Busqué siempre esos hombros bonitos y los besos mojados de otro beso, por eso me sobraban tanto las consonantes, me enamoré de los adjetivos, así seguí escribiendo, así lo estoy haciendo de una forma oscura, indeterminada pero propia, para que pueda ser mi privilegio.

Durante los días que siguen, mientras me vaya haciendo viejo me va a pasar para poder contarlo, lo mismo que al personaje de Gutiérrez en “Nada es crucial”. Igual voy a cuidar yo mis metáforas: como un hermano, les calentaré un caldo casi reciente que cocinó mi mujer anoche, compraré antibióticos en la farmacia y los traeré para enriquecerlos, libros de Benedetti porque sé que Benedetti es una autopista directa igual que hacia la ingle de las metáforas sensiblotas. Se sentirán tan agradecidas, tan desamparadas y desvalidas en su tonta invalidez que muy pronto se acurrucarán otra vez a mi lado y me devolverán el favor, sí, todo el calor que me permite seguir escribiendo. Gracias Gutiérrez, era eso, precisamente eso lo que vengo haciendo sin saberlo, casi sin quererlo.

No me puedo desprender, del ropaje de las palabras adrede, de esa bendita comparación siempre tan a mano como una axila hermosa de mujer que uno a veces pudo ver, generosamente en Messenger. Para construir mi privilegio, para seguir leyendo a Umbral y después a Gutiérrez, para ir colgando post en mi pizarra propia y que se puedan leer y apostillar luego, ya está Fran con las metáforas en forma de mujer.

Este blog ya lo sabéis –y sino apuntároslo ahora- es como mi piso de habitaciones grandes, para sentirme triste a veces y contarlo siempre, quedarme en la butaca de cuero leyendo y dormirse conmigo cuatro palabras sueltas, parecidas a un pubis de mujer dispuesta y fragante. Ya estamos otra vez.

Ahora estoy en un momento que pueden ser ciertos los versos de poeta José Emilio Pacheco: "Mira las cosas que se van,/recuérdalas,/porque no volverás a verlas nunca." Las cosas, y las metáforas al lado que me las aprendo y las cuento luego, como esta mañana que alguien al curarme una herida y darme unas gasas de repuesto, yo le he hablado –porque me ha visto con un libro en la mano- y me ha preguntado ¿y dónde escribes sobre libros? Aquí mismo, le dije, en cualquier sitio, sólo se trata de que te acerques a los libros -como hago yo- que estoy leyendo.

Quizá no le avisé a tiempo que se iba a encontrar unas cuantas metáforas como una excusa de verano -¿a ver qué más?-; como cuando una mujer tiene los muslos cansados, o al estilo de Umbral, preguntar después, ¿ah, sólo sabes decir eso?, o de Pablo Gutiérrez, cuando Magui se viste y se marcha sin despertar a nadie.

Se me ocurre que puede ser un privilegio, al desvestirte, amar sin que lo sepa nadie.

jueves, 17 de febrero de 2011

MI GLORIA Y MI PRECIPICIO


Empiezan una vez todas las historias y ya no se terminan. Uno enciende el ordenador para escuchar, para contar, después viene lo que existió desde siempre, se abre paso con otras personas que acudieron como yo. Buscamos decir lo propio, no nos engañamos, a veces hasta somos capaces de turbar, de emocionar, quizá de contarlo, como nunca había sido capaz de decirlo. Hasta esa última vez de ayer, que disfrazado de deseo hice perder el recato para llegar hasta la intimidad, la justa dedicación que siembra vivir algún silencio ajeno.

Ahí está el punto de partida: la más honda intimidad, no la engañan ni los chips ni los bytes, termina una y otra vez en hermosa y tradicional. Internet lleva siendo demasiado tiempo mi altura y mi precipicio, mi manera de pararme, mi biografía mal contada, como a trozos, pero hasta demasiado verdaderos. Rendiré hoy, pues, mi mayor homenaje al homenaje que me dieron muchas veces, desvestiré mis silencios, mis insomnios que siempre tiene el sueño, seré más desvergonzado y propio como entre líneas, con los versos que han escrito otros, entre pausas prolongadas adrede para comprobar si es cierto que hago perder el indebido recato porque nunca debe existir, es mejor contarlo todo con todas las posibilidades.

Me he hecho más que mayor en la red, le he obsequiado tantas horas a Internet para saber de la última novela que iba a leer, para notar la cercanía, el trastorno que siempre produce las ganas de esa carecanía. Es curioso, siempre encontré un tiempo para la alegría y otro para la tristeza, un tiempo para los abrazos y otro para la renuncia. Y me daba cuenta en qué momento me encontraba cada vez. En eso he sido casi maestro: he notado la inclinación femenina a ceder, como decía ayer, cuando me decían, más o menos, “por favor, quédate” o el tono triste que se siente cuando no tienes respuesta, cuando callan, no sabes por qué.

Antes he dicho que aquí mismo he llegado a obtener mi altura más ansiada y a la vez me noto ahora como al borde del peligroso precipicio. Aun sintiéndome en semejante peligro jamás renunciaré mientras me quede una palabra por poner atracción a la fascinación. Me la dieron tantas páginas de los libros aprendidas, mi amor a la vida, mis ganas de placer que en lugar de saciar, encadena, vicia, afortunadamente, para cumplir entre letras el ritual oscuro y feroz del apareamiento.

No estoy hecho ya para demasiadas dignidades, por eso estoy aquí, hace tiempo que es mi rato más cercano y más propio, formo así parte del medio más universal de comunicarse centenares de millones de seres humanos. No es que estuve fuera, es que llevo ya una larga parte de mi vida, dentro. Bien pensado me parece que la red es una hermosa manera de contar las formas equivocadas de vivir que nunca nos atrevimos a decir.

Desde esta altura, desde este precipicio llego más al conocimiento propio y de los demás, es mi supervivencia sin decepción luego, una innegable manera de luchar contra la soledad que todos tenemos dentro. Lo que cuento es una especie de locura para poder conocer la que sea ajena y de esta manera, hacerla propia.

Me volví loco desde muy pronto con la primera tecla, con el primer correo que fue una manera de recobrar la antigüedad que tenían los correos para poder convertirlos en lenguaje de hoy. Porque todo es hoy, será mi suceso al salir de casa, el libro del filipino Miguel Syjuco que acabo de dejar sobre la mesa; es hoy insistentemente cada vez, es mi propia madurez o mi mejor vejez porque cuando uno envejece ya no queda otra cosa, pues no es la vejez lo que corrompe sino ya no poder sentir la juventud en tu ser.

Me he hecho insistente, porque lo que me sucede, quizá sea por última vez. Se me terminó el manual de lo que puedo y lo que no puedo hacer y eso que quisiera tener todo a mi disposición sin tener nada que ofrecer. Pero es la única manera del más tierno recreo porque cuando vengo aquí, a este hueco que me hice en la red traigo junto a mi propia locura, una pizca de perversidad oculta, encontrarse bien, hacer todo esto bien.

Seguiré otra vez, desde mi altura, desde mi precipicio que ido creándolo yo mismo, para explicar el derecho a la felicidad, a ser mejor, como un suspiro propio humano y cordial. Hablaré por capítulos de las historias de amor que son posibles, como todo puede ser cierto detrás de lo virtual con el debido atrevimiento. De lleno en un país cuya frontera me atreví a cruzar en la espera del deseo del que hablaba ayer.

















lunes, 14 de febrero de 2011

ME GUTARÍA ESCRIBIR UNA DANZA DEL DESEO


Ya que la escritura es una perversión de la vida, pero la ocupación más noble. Hacerlo con la astucia y paciencia del afecto y poder así convencer de la convivencia, una buena compenetración, saber estar juntos. Por ahí anda siempre suelto el deseo. Me gustaría esta vez saber expresar la sonrisa que uno debe llevar dentro para que cualquier cosa que te imagines deje de ser una fantasía y pueda convertirse en el comienzo de cualquier realidad. Pero en el plazo más breve posible, como si estuviera contando ahora lo que es el deseo más obsceno, más completo, rodeado de libros, de mi conversación civilizada y culta. Vendré a buscar junto al empuje propio, esa inclinación femenina, a ceder.


Ya está, voy a ver si lo puedo hacer como una ola de ternura nueva que vengo callándomela demasiado tiempo. Será la mejor prueba contra mi propio tiempo breve, llenar así ese cuarto de estar cómodo y propio, compartido con lo que tengo detrás. Recordaré el increíble detalle de hundirse en una mujer, que viene a ser como suprimir de siempre el espacio que ocupa el pudor. Lo suprimiré, lo contaré porque estoy seguro que escribirlo otra vez vendrá a ser pasar página igual que el cruce de piernas de una mujer, parecida a la vieja elegancia de estar casi en otro mundo. Ya me hace falta, sin dolores ni quejas, que son la estupidez mal callada.


No habrá puntos intermedios para disimular lo bueno, estaré como decía, ocupado casi todo el día experimentando para poder contarlo luego. Las historias con queja son un fastidio, es demasiado divertido eso bueno que siempre tuvo el deseo para privarse de ello. Suprimamos pues, lo duro que queda cuando no hay afecto, por ahí se escapan la mitad de los núcleos donde apoyarse luego, los buscamos y no quedan o no estuvieron. Vamos a pasarlo bien, con ese cargamento propio e inherente de cada sexo. Sin viejas confesiones que suelen traernos lo peor que tuvimos y por eso nos lo callamos, lo pasamos mal cada vez que hablamos en lugar de ocuparnos de lo mejor nuestro y lo que tiene el otro que debe ser mucho cuando lo buscamos y lo hallamos. No nos empeñemos en embarrar el poder que tiene la ternura que está ahí cerca.


Y ni mucho menos ese deseo sólo lo satisface el sexo. Hay una felicidad que es puro apetito sin tenerlo terminado. Cuando saciamos la carne queda la mitad de la carne todavía. Si nos preguntan hacia el final, ¿cómo fue? Pues estar bien con alguien es una de las mejores cosas que puedes hacer si te mantienes vivo: antesala, principio y final de tu deseo, cobertura de no tenerlo terminado cada vez, de esperar el siguiente, sábanas nuevas, un roce diferente, una comunicación que no tuvimos antes, palabras que jamás escribimos. En definitiva, eso sí que hace falta llevarlo puesto: enamorarse, que es una historia tan vieja como la humanidad. Eso lleva consigo una indudable calidad como si no la tuviéramos en cuenta. Comunicarse - quise decir antes y sino lo digo ahora- hasta empezar la danza y no soltarla luego


Pues llevo años pudiendo dar envidia, almacenando preguntas de cómo hay que hacerlo. Es muy simple la fórmula, vive dos películas bien hechas, la ajena y la propia y mirar cómo se desenvuelven. Me gusta Antonio Orejudo cuando en su “Tiempo de descanso” lo explica: "La gente quiere ver follando a la vecina de al lado, a la cajera del supermercado, a la profe de baile. No le importa que la calidad de la imagen sea mala. Lo comprende.”


Pues que todos entendamos que con quien consigas comunicarte arañando de cerca ese inevitable deseo cualquier cosa que te imaginas deja de ser una fantasía. Será el logro propio, que es lo único que entiende todo el mundo, no de justicia. Basado en la lealtad que tiene un atractivo final parecido a cualquier sexualidad. Es mi triunfo, mi deseo, mi victoria, una nueva religión, casi vieja, un fondo verdadero difícil de explicar.


Una manera ideal de ir cubriendo las necesidades del día. Gusta y disgusta por sí mismo, verídico, sin trampa ni cartón. No se me ocurre mejor símil para explicarlo, decir que es una búsqueda apoyada desde siempre en un día a día despampanante y tenaz. La mejor forma de ejercer la libertad es a medias sin sacar nunca la cuenta.


Ya lo diré de una vez: lo más hermoso que he encontrado en este mundo es una cara de mujer cerca sin almanaques propios, todo es hermoso, todo merece la pena ser vivido, hasta el dolor porque detrás del dolor –más o menos lo explicaba el otro día- detrás, está la vida.


Pues la danza del deseo que me gustaría escribir procede a la vez del alboroto de la carne y de un intenso entendimiento.

lunes, 7 de febrero de 2011

LA VEJEZ TAMBIÉN ES UNA CUMBRE


Y puede ser una sugestión, un criterio, una manera de llegar a la última lujuria, a la ternura que aún nos queda, la excusa para buscarse todos los caprichos, excepto los que no te permite el cuerpo porque en palabras de Carlos Marzal, “lo fuera de lugar era un concepto adolescente, pero no un criterio de vejez.” Me voy a permitir, pues, aunque no me dejen, cualquier cosa, venga o no a cuento. Tendré siempre vivo el respeto ajeno, pero ese rincón propio como hacíamos con los juguetes de cuando éramos niños no lo modificarán las circunstancias porque me queda todavía una capacidad de gozo de la que no tuve noticia hasta ahora.



Es nada menos que una cumbre a base de detalles que el más fogoso amor de juventud no me permitió saber que existían: lo vengo haciendo, me lo vienen haciendo ya muchas veces, muchas noches, noto una mano que simplemente pregunta, ¿estás despierto? No hacía falta preguntarlo, sabía que lo estaba por el ruido opaco de la almohada, por la forma de estar acostado, nunca del lado que me duele, por un simple carraspeo de garganta, arreglar el edredón que se estaba cayendo. No se trata de nada especial, es un registro de la carne, cansada y acumulada, a falta de catálogo ya, impaciente por no encontrar la mejor manera de ponerse. Es nada menos que la presencia de un hombre junto a una mujer que llevan así casi todo el tiempo que han vivido, es hacerse viejo sin que sea tan molesto todo lo molesto que es hacerse viejo.


Desde arriba de esa cumbre escribía hace unos días sobre el dolor. Me ha parecido al volverlo a leer como si le estuviera haciendo algún mal gesto y se trata sin duda de un grave error: nadie se conoce mientras no ha sufrido, ni sabes del todo de los demás, cómo eran, cómo van a llegar a ser. Ni yo mismo seré capaz de entender bien lo que hice porque de joven no sabía lo que tardaría la memoria en dejarme libre. Ahora ya lo estoy, ya miro desde arriba, desde esa cumbre, depauperada pero cumbre, gloriosa tantas veces. No es que quiera alardear de ella, pero es que puedo pensar lo que quiera y expresarlo como si estuviera todo sin decidir todavía.


Vivir todo este tramo y lo que encierra, que se me está acabando, es una manera de decir adiós sin decirla, es un placer solitario, narrable, manejado con la mecánica propia que me otorgan las palabras, las tantas palabras que he leído. Contar todo esto que cuento es como ser amante desde siempre y para siempre, son los instantes, quizá los mejores instantes.


He llegado donde estoy, escribiendo muchas veces en los huecos que me permitía la red, haciéndolo con mucha gente de la que en cualquier caso siempre guardaré buen recuerdo para que a su vez lo tengan de mí. Vine hasta aquí con un anecdotario propio, con sucesos de mi día a día. Todo forma parte del equilibrio.


Estos días tengo para añadir cual una continuación a mis múltiples gestos, cómo me someto a la curación de una herida. Paso por distintos Centros de Salud, cruzo diferentes puertas según el día de la semana que sea y me encuentro a diferentes enfermeras. Mechar esa herida es como el abc en su trabajo. Milímetro más o menos vienen a hacer lo mismo. No así el cariño que ponen en ello. Pero, Pilar, Lola, Irene, Camino lo hacen como quien besa por primera vez, me hacen creer que los 2,2 mm de profundidad ya son tan sólo 1,8 y que supuro menos, con una complicidad mutua, una confianza aprendida en los manuales para curar cualquier herida.


La juventud no tiene ese sitio elevado desde donde poder ver casi por completo la duración que van a tener las cosas sin saber el final, sin tener la placidez y el aplomo como una especie de sabiduría gratuita, completa, llena de intimidades que ando desplegando. Ya me he untado con esa especie de barniz corporal que dan las personas elegidas, los sucesos desconocidos que no sabíamos que íbamos a tener, como el andén de una ciudad a la que llegamos tarde.


La vida destruye y remplaza, derriba y suple, pero es acogedora como un gran hogar.