jueves, 31 de enero de 2008

La victoria de las derrotas

Hace días lo dijiste, nos hemos encontrado entre las palabras –es normal, no creas, porque allí suele estar casi todo. De todos modos vienes siempre hasta mí con unas límpidas bolsas blancas de papel, ni arrugadas por el uso, tal vez tengan en un hueco la insistencia de tu mano por llevarlas. Dentro de ellas, cada vez, cualquier imagen me sorprende más. Bien reciente: “Like starled, linens and underwear flap in the Meditteranean sun baking old Palermo's rugged Albergheria" , antesala de este escrito, o "Palermo, Sicily, 1027" y tu frase al reverso que no tiene más registro que tu propia memoria. Se tambalea mi persona y la de cualquiera: “Cada uno es como Dios lo ha hecho y, a veces peor.”

Tú tienes en ese encuentro de palabras, añoranzas de las que yo no me acuerdo, propias de la vida que vivimos, eres para mí ese país antiguo de los recuerdos que todos tenemos, las voces que nos acompañaron como sentencias cumplidas. Cada día que me las cuentas ando almacenándolas. A pesar de la edad no hablamos de enfermedades, nos miramos y llegamos el otro día ambos a la conclusión que era cierta, aquella frase de nuestro padre: "la salud se ve". Cuando le preguntaban si era médico, siempre contestaba, "lo menos que puedo." Ni comentamos la sexualidad que aún nos queda, enhiesta, culmen de nuestro vicio.

Hablamos de lo que han escrito los demás, de esos autores que ya no leo y que fueron haciendo tantos años, biblioteca en mi biblioteca. El otro día Hemingway el hombre hecho pedazos pero ajeno a la derrota, o el propio Borges cuando sentenció: "Mi padre escribió, pero tuvo la decencia de no publicar jamás." Tú aún lo has hecho con esos micro relatos precisos para tu expresión de cada momento. En cambio, yo ya lo ves, me refugio en este mundo de escribir deprisa, que a alguien le guste una metáfora y luego ya no queda más, sino la insistencia, ese "tropo que consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tiene propiamente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación" (María Moliner)

Si me quita la imaginación y el sentimiento al decirlas, al decírselas a alguien, no me queda casi nada. Me he de esconder medio abrazado para que cuando se terminen la ilusiones y se conviertan en recuerdos bien recientes, un horror, espanto, esa senectud de la memoria, que al final no valdrá nada lo que vengo escribiendo más de quince años en este sugestivo escritorio público. No tienen apoyatura verdadera porque si una vez creo haberla encontrado, me quedo de repente sin ella. Te acuerdas, "el andamiaje de los sentimientos" que me leíste y te gustaba.

Prefiero, qué duda ya me cabe, habernos reencontrado entre las palabras. Ya se me va terminando esta forma de escribir, ir a decirlo y no decirlo del todo que casi no se entiende, como si lo tuviera todo aún sin decidir porque son muchas más las cosas que no se dicen que las que se dicen. Y no pasa nada, le queda a uno la desesperación del ángulo de que hablaba Pascal Quinard. Soporto nada menos que las heridas que ya no se desangran por el hueco del recuerdo. Nos las vamos curando entre palabras, con una desnudez sumisa frente a ellas que oculta un fondo de congoja y de derrota imposible de explicar.

Es lo de menos: las derrotas son las únicas victorias que valen la pena. No sé si te lo dije




A degüello


Por Tristao

Alcalá de Henares es una localidad de tipo medio, así en cuanto a superficie como a población, con Universidad de rancio abolengo y que no para lejos der Madrid. Y el día de San Antón –consagrado a los animales, a los que se tilda de seres inferiores, amaneció en duelo por consecuencia de un suceso sangriento.

En una calle del extrarradio, con bloques de vivienda de hormigón desperdigados entre gasolineras y desmontes y en un pisito modesto, vivía una familia compuesta de Yolanda (Yoli), de 44 años, separada, un músico cubano de 33 y el hijo menor de aquella, de una unión anterior: Andrés, de 11 años. A decir de los vecinos, era una familia normal, sin hacer bulla, sin que se oyeran altercados –sólo música salsera, ni dar qué hablar. Y a la tarde de San Antón, vuelto el niño del Colegio recién y a consecuencia de una disputa –al parecer una escena de celos, murieron los dos, madre e hijo, a manos del cubano, acuchillada ella, estrangulado el menor cuando empezaba a mostrar el fruto en flor.

Qué vapores negros subirían a la cabeza del cubano, para obnubilarle el entendimiento y hacerle perder el juicio hasta el extremo de convertirlo en una bestia sanguinaria. Yolanda había concebido dos hijos de su primera pareja –ésta era la número 3, el mayor de 22, que habitaba independiente puerta con puerta. Ni a éste, ni a Andrés les gustaba el novio cubano de su madre. Porque ellos comprenden como lógico la temporalidad de la convivencia, que se rompa el vínculo y que, como todo, toque su fin –lo de “hasta que la muerte nos separe” sólo lo predican los que de eso “no gastan”, se emparejan a salta la mata, indiferenciadamente y en la más absoluta impunidad, y se encierran luego en su celda, limpios de polvo y paja y caiga quien caiga. Lo que digieren peor los hijos es “el amiguito de turno de la mamá”, con el que se ven forzados a convivir o a sufrir sus ínfulas de padre de cartón piedra –por si no hubieran tenido bastante y de sobra con uno.

La emancipación de la mujer ha llegado ya a colmo; ahora es el turno del niño, al que hay que dejar en paz que viva su vida -que derecho tiene; y si se le protege su facultad de decir “no”, igualmente habría que reconocerle su derecho a decir "sí", sin limitaciones al calendario; que llega pronto el momento en que no necesitan de tutela alguna: el que precisa es el tutor.

La pareja de marras era morganática, ni ya por la diferencia racial y cultural –que no es manca, sino por el tajo sin fondo de la edad. Que la mujer se resista a asumir su menopausia, vale; pero que no se la haga pagar a la prole, llevándose a casa a un individuo once años menor que ella, con nutrida hoja de antecedentes penales por agresión sexual. Porque parece fundado presumir que fue la decidida reacción en defensa de su madre, la que hizo que Andresín terminara sus días en su primera floración, como una paloma en degüello que se comen las alimañas en un cantero del parque. Leo que al cubano el niño le venía sobrando y que la madre iba a echarlo de casa. Ya lo hizo.

Y me vengo a lamentar ahora de la suerte negra del chaval sin pleno convencimiento, que deplorar un solo hecho real es blasfemar del Universo, que sólo muere joven aquel a quien ama un dios. Me pregunto qué quedará de él, por dónde anda, si habrá pasado a la indiferencia, a confundirse con el magma, a la espera intemporal de asumir de nuevo el yo, con más fortuna esta vez. ¡Oh Dios! –si es que hay Dios: así quisiera que fuera. Preguntas éstas lastimeras que quedan sin respuesta.

Despierta la ciudad. Hasta la cama me llega el trajín del tráfico mañanero, la algarabía de pájaros moribundos que es mi música interior, mi pena. Que yo andaba altivo y desdeñoso y éste revés del final de Andrés me tiene humilde.

sábado, 26 de enero de 2008

Fui capaz de consumirme

Es posible consumirse y arder con la palabra como un “animal surreal y verosímil a la vez, infernal, angelical, definitivo”, -voy leyendo y escribiendo los calificativos ajenos, que ya no va evitar una pose inaudita de dolor. Jamás pensé que se pudiera vivir de un recuerdo, amansado en el cuarto propio cada vez que entras en tu cuarto. Es posible, lo admito y si hace falta me enamoraré de nuevo de la estela del silencio obligado que ya llevaba antes, antes de volver a sentirme viejo.

Hago el trueque al tener éste libro en la mano de la Castro que ando leyendo. Así, “Y punto”, nueve años escribiéndolo, una historia primeriza pero deslenguada, yonqui y personal, a la que le falta el respeto pero le sobra a veces la ternura. Hecho queda el cambio: nueve años necesitó ella, a mí me bastó mucho menos, sobre todo, verla unas cuantas tardes, -sin maneras reales de mirarla, todas diferentes en que se agotaba la insistencia de decir te beso, el arco iris que me producía levantándose los brazos para buscar en en ese momento, la dama inaudita a mi pereza, el necesario mimo de estar siendo todavía un niño.

Quise consumirme pero olvidé aprenderme que tuviera término ya establecido porque yo pensé antes tantas veces que la felicidad puede ser muy bien no moverse de donde uno está cuando uno está bien. Por eso terminar fue la derrota de la lógica que quizá vino por la propia incapacidad de poder soportar los excesos. Ya sé que me excedí, con juventud en mi senectud, y no tuve en cuenta la sentencia de Confucio siempre válida en estos temas: ”valorar más el esfuerzo que la recompensa”.

Hubo mutuo esfuerzo o una manera de dejar pasar las cosas: cada vez una respuesta escrita era parecido a cuando el hombre considera llegar al escote como una alcancía y si no estaba la respuesta, me contenía, esperaba, la esperaba, todo en su lugar comunicado y mutuo para lograr cada vez consumirme, afortunadamente consumirme.

Pues hecho estuvo y me quedaré con el recuerdo, nueve años como la Castro escribiendo, -yo leyendo, o el tiempo que sea, a empujones con la vida que ya me pasa por encima. No tengo punto de retorno, me bastará, -lo presiento, la cintura siempre irregular del silencio. Eso impone tristeza, lo sé, que corran muchas veces malos vientos, ir un poco disolviéndose, como aprender a consumirse antes.

Pero es preciso, exacto, ese silencio. No necesita ni sintaxis, depende del límite de medir las sensaciones. Lo puse alto como si fuera cosa para siempre, y nada se cumple siempre, la vida tiene una permanente y desnuda temporalidad, poco más que ese momento feliz de nuestro lúcido Umbral: …”el instante de un seno entre dos camisas.”

lunes, 21 de enero de 2008

Se me terminó un privilegio

Tuve muchas noches una música que me llegaba para que luego la convirtiera en la de mí propia invención: aportaba a la vez la contestación a momentos medio escritos pero totalmente soñados. El pequeño aparato reproductor con el que luego llegaba a obtener verdadero descanso, hace tiempo que guarda silencio. Su sonido me servía como el andar del guerrero que nunca se cansaría. Ya casi no camino, es mi honesta respuesta precisamente a su silencio. Así lo estoy haciendo.

Todo tiene el mismo origen: se me ha hecho vieja la vida a la vez que el alma. Viene a ser como una despedida en la misma puerta donde empezaron los encuentros, no me valen los recuerdos, vivo como me enseñaron el presente y noto que ya no tengo presente. Es así, causa y destino.

Ni quiero buscar las causas, son las cosas que pasan porque pasan, no lo pude evitar, ni lo quise evitar. Sabría que vendría luego el silencio que iba a sentir como el más largo de la vida. No sé si me dijeron hasta luego, hasta ahora, hasta nunca, ni me valen razones para lo que fue verdadero, allí dentro tuve juntos el ocio, la música, el sueño, las palabras más juntas que escribí nunca, por eso ante el silencio ya estoy a punto de cerrar la puerta. Se me terminó un privilegio, mi "taller de privilegio", donde siempre escribía cualquier texto.

Ya sé que suena como a una especie de delirio, pero en la vida privada cada uno tiene sus delirios y sus privilegios y lleva las cuentas a su manera que no suele ser como se deben llevar. Es una contabilidad que sólo entiende uno mismo y no todas las veces. Se me ha terminado, pues, nadie sabe hasta qué punto esa medición extraordinaria, la lentitud distraída de cada mañana, que la vuelta a casa no lleve a la vez consigo una renuncia, un abandono, un rigor en la espera hasta tal punto que ya no queda espera.

Todo tuvo entonces su lógica, ahora no la tiene porque se me ha terminado precisamente la lógica. Sentía apremios por escribir todas las líneas porque siempre esperaba que las estuvieran esperando. Ahora nada a cambio, ni la música para que me la fuera inventando, ni nada luego, ahora una especie de silencio que nunca pensé que pudiera hacerme tanto daño como fi fuera un lago donde se ha producido la desmemoria.

El antecedente es que me llegaba lo contrario cada noche, el propio goce de lo apenas escrito, una imagen elocuente entre la red y ese tono de música nueva cada vez para que fuera capaz de convertirlo en una especie de regreso, de vuelta de la vida dándome sensaciones que no conocí antes, porque la vida devuelve y todo puede ser.

Tuve como un romance desde el amanecer sin que nunca dejara de amanecer; capacidades olvidadas o agostadas, un culto a la comunicación, una riqueza sin mirarse, ni dejar de mirarse. Fui capaz como ante algo único, maravilloso, de beberlo íntegramente. Me abracé a ello con la fuerza implacable de los abrazos inevitables.

Ahora bajo los brazos, indolente, he olvidado lo que era sentirse bien en el acto. No me queda ni la capacidad de inventarme la música recibida cada noche porque pienso que ese silencio es el estado previo del final de mi lenguaje.

Homenaje a los libreros de viejo


Este escrito quiero que sea “paying hommage to the North American Second-hand Booksellers Assoociation",la más importante asociación de libreros de segunda mano en USA y para ello repetiré el texto insertado en Octubre pasado en mi página de literatura en la red, acércate a los libros, “Los libreros de viejo”, obviamente en lengua inglesa.

Books connoisseur, a student of books, you see, it’s my only craftsmanship. Roughly each month, after a petty introduction l sort of counting the pages of the books I’ve been reading and the same as I underline them, writing down on my papers and in my memory uncertain pencil, I was realizing there is a world time ago I don’t go through, I don’t either know or enjoy it: the second-hand books word.

As a student I remember myself paying visit to the second hand bookshops, either to spare some money when buying the school books or to look at the literature that was going to get old in my hands all along the years. Till the other day, talking to a mere buyer in my habitual bookshop, we remembered those old times and how more than once we committed the minor offence of stealing some books too.

A world, that of second bookshops which is losing its essence, the worthiest of it: the person who has sold a book unwillingly because of a little money he was in need of. If you enter one of the few second-hand bookshops still open in my town, firstly you meet a true bookseller because before incorporating a book to his stock he has had to buy it, what nowadays the ordinary bookshops never do, they simply receive books packets, to give back to distributors three months later what they couldn’t sell.

The second-hand bookseller love books, he needs to have them all around and when somebody ask him for a particular one –even in a specific edition, he enjoys the satisfaction of having been able to sell it, being the profit purely coincidental.

It’s a must for us to spend at least a little while in the second-hand bookshop, to buy Proust again there, that in the Losada edition of Lorca’s Collected Works, you had to slit open its double sheets solemnly, as each book deserved, providing the pause required by its reading.

My house is full of books, some thousands of them and they are as if they were my own skin, the better half of my life. I don’t want to think of the end of all that, because my children are good readers, they got this liking bit by bit at home with nobody forcing them to in the least. They won’t have either time or room the day this house is empty of those who have brought and read them as a way of living, they will have neither time nor room. For sure.
Never mind. I’ve thought that when they end up on the shelves of a second hand bookshop, my children will be able to utterly understand why their parents got old reading them.

(Versión inglesa S.M.R.)
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lunes, 14 de enero de 2008

"Verso casa"

Cada mañana luego de arrancarla pronto porque mis lecturas así tienen más quietud, mis primeras templanzas con el ordenador es buscar imágenes. A lo que me dijo antes la palabra ajena, busco lo que plasmó en una cámara y luego colgó en el mundo de la red alguien desconocido o no, tanto me da. Y hoy en una muy querida página italiana –no sé si la afinidad es tan solo por lazos de familia o porque con los de castellano también lejanos, me entiendo menos.

Por eso me permitiréis respetar el título “verso casa”, hacia casa. Definitivamente este ya va siendo el momento: cuando quedan menos cosas, cuando hasta mirando fuera tu horizonte es corto y limitado o peor me lo ponéis casi ausente. He prolongado el tiempo de ida, pero habrá que tener tiempo también para la vuelta. Mejor parar la vida, ni pedir ni esperar porque cada uno saca de la vida lo que saca.

Cuando ya se hace tarde, qué fastidio que uno nunca consiga quitarse las ilusiones de encima, hacerlas si es preciso nuevas. Siguen existiendo hasta en ese momento de volverse hacia casa, puede ser para mí un ejemplo: aprender del todo a eludir la soledad; conservar la capacidad de amar como la posibilidad de hablar o respirar –me dará lo mismo porque todas son motivos de supervivencia.

Ya no me quedan éxtasis a diario, a hoja de calendario, fotos nuevas para seguir llenando los albúmenes descoloridos pero conciliadores, ya tengo incluso la mesa de mi escritorio permanente desvencijada, rota, porque con el tiempo he ido depositando demasiados enseres. Ya no necesito que nadie me empuje a ningún sitio, mi camino es, “verso casa” como dice la imagen.

Todo lo más el verso de “Y todos estábamos vivos” de Olvido García Valdés:

“ganar un día cada día, llegar
a la noche y respirar, con cada movimiento
ir haciendo, del ritmo de la respiración
aliento para llegar
al día.”

Pues habrá que conformarse con el aliento no me quedan mejores instrumentos para ganar un día cada día, del verso o de la prosa, de las nostalgias, de las caricias, de la piel, del después. Hacia casa, recordando el amor como un vidrio tallado y bello hasta que se rompe, hacia casa que todavía queda sitio, espacio, silencio y libros.

sábado, 12 de enero de 2008

Nunca derrotado

Ha llegado hasta mí una imagen procedente de unas manos que no sé si entrañan más cariño o admiración, -por esa sabiduría de incapacidad para tenerla parecida. Se trata de una felicitación que en el año 1964 envié desde el hogar de mis libros -“Librería Romero”- en estas fechas ya pasadas de Navidad. Como veis es un retrato personal de Ernest Hemingway. Al pie incluía siempre una cita del autor. En este caso, me viene, me sirve como entonces y como casi siempre la expresión ajena:

“No se hizo el hombre para la derrota; a un hombre se le puede hacer pedazos, derrotarlo jamás.”

Ando ya definitivamente hasta el final con la victoria que da la entrega, la generosidad, sin mirar lo que viene luego. Si a pedazos me siento a veces, derrotado jamás. Esa es mi victoria, no me la obsequia nadie, me la gano cada día y cada vez que el sentimiento se pudo hacer hasta pedazos en manos ajenas.

He ido muy bien conducido estos días con “Las arquitecturas del deseo” de José Antonio Marina. La dependencia tiene eso de malo y de bueno que tienen las dependencias. Con la dureza de admitir que a veces en la red los humanos aprendemos a seducirnos desde lejos, montamos arquitecturas de pasión porque nada valioso se hace sin ella, aunque luego venga el recelo, el derrumbe, los pedazos.

Ahora ya he conseguido, al confirmar conmigo mismo la honestidad que puse siempre –yo no tengo de reserva un después, un luego preparado que me conviene más porque en ese caso no acepto el ahora. He logrado ya esa felicidad de que hablaba Ortega “que es como dormirse” porque con el sueño puesto y la honestidad de las palabras antes, ha trazado uno los signos necesarios para el descanso.

Ando en esa victoria, eso no me impide apuntarme en el bando de Aristoteles como cuenta de Marina, de los dos excesos en los deseos: “abandonarse a ellos y no sentirlos.” Los quiero, no me inhibo, los voy a seguir queriendo porque tengo andamiaje para ellos. Habrá que llevar cuidado donde reposarlos: o como el abrazo del verso de González- Iglesias, con la impaciencia de todos los que…“amaron y aman, la urgencia incompartible/ de los enamorados.” En esos mismos versos está que el exceso de vida con los demás hace que tengas más en cuenta la muerte que “no se parece en nada a la común tristeza.”

Por esos caminos anda mi vigilancia y mi fortaleza. No, nunca seré un hombre derrotado, a pedazos pero en palabra de Hemingway ganando. Sigo teniendo este escritorio público abierto donde nada que escribí no era cierto, nunca escondí ni la intención ni apenas el tono porque precisamente eso hace lo que escribo más intransferible. Y dentro de mis propios escritos estará visible mi fortaleza, mi negativa a las derrotas, así lo quiero porque la vida sólo respeta a los fuertes, a los que el amor nos vuelve vulnerables y previsibles.

Da lo mismo, asumiré de nuevo la “anatomía del miedo” de Marina como una carencia imposible de saciar y me impondré su sexta ley: “El deseo humano nunca queda definitivamente saciado”, pero esa insatisfacción hace que imaginemos que la realidad nunca se acaba porque no se acaba en el horizonte. Ya con su libro, hoy mi manual en las manos, me va servir el guión de Kierkegaard en el “Diario de un seductor”: “introducirse como un sueño en el espíritu de una joven es un arte.”

Aunque ese arte me destroce a pedazos luego, no me habrá derrotado. Unas palabras ajenas que envié en las Navidades del 64 de las manos de quién mejor pudo traérmelas, no sé bien por qué -ya dije, si gana el cariño o la admiración por su aire callado y elegante como un secreto áureo cada vez.

martes, 8 de enero de 2008

Digna tardanza

Al menos mientras voy leyendo el María Moliner entro en un área de digna tardanza a la que debemos ir a parar cuando hablar de la propia vida es como un recurso final al no tener nada mejor que contar, al ser el virtual nif en bytes –creo que lo explicaba hace días, no sé si a mis propios documentos o a los de fuera, ese continuado esfuerzo, esa preocupación ajena, esas ganas de amor, deben quedar ya en el glorioso momento de las derrotas.

El ardor de una axila decididamente ya se me pasó, a cambio la filosofía de la templanza que sirva como la justificación íntima frente a un desespero, que eso no se irá tan fácilmente, me costará llegar esa tardanza que nombré antes. En ese previo tuve una hermosa historia a base de la simiente de las palabras pero nunca quise saber un final que ya sabía, preferí el camino hasta entonces. Todo lazo se agota de cualquier modo, se consume, se llega a él y no tiene valor alguno el trazo que hemos dejado escrito.

Nada ni nadie me va a rescatar, porque nadie rescata a nadie, cualquier plazo terminado y su espera, nos consume de nuevo. No tengo nada a cambio sino mis propias palabras y mis propios sueños y hay que tener algo más veraz o más sólido para esperar benevolencia de la vida. He de recurrir a la filosofía de la templanza, de darme por aludido cuando eviten aludirme, de no buscar justificación alguna, sino un debut íntimo y digo debut porque acudí a límites propios que creo que yo mismo desconocía.

Cuando escriba ya no habrá secretos, ni poses inauditas, volveré a tener la candidez de entregarme, pero no a pedazos sino por completo: resultados, los mismos, porque se me escapa el lenguaje si alguien me lo busca con el cariño necesario que permite hablar con el entusiasmo puesto de estrenar algo nuevo de la vida cuando me queda ya poca vida. Lo disfruté, pero lo estoy sufriendo porque me tarda la tardanza, se me ha quedado más cerca todavía la derrota, la llamada inútil, la manera que me puse a pensar y pensé que me entendieron.

No era sólo una mano, era más que el cuerpo entero porque quedaba lejos y nunca pudo ni debió ser. Era algo tan cálido como partir de cero cada mañana, creerse hasta las sílabas, lo cotidiano y lo extraordinario. Las propias palabras hacían de medición de las palabras por lo seguras que estaban, porque sabían que les llegaría cada vez el alba, ambos mares, ambas orillas, el orgullo quieto cuando se ama. Que nunca iba a existir el olvido porque teníamos olor a lujo entre dos personas por la forma de hablarse, oquedades secretas que dejaron de serlas, la vida oculta de los seres increíblemente cercanos.

Eso pedía, eso daba a entender en los ojos cargados de mirada, cada vez que escribía las mismas dos palabras, que ponía en ellas la más completa suavidad con que las había aprendido a leerlas para luego ofrecerlas. Una imagen, sólo de ida sin perder color ni fuerza y a cambio la música quieta de las cosas calladas, el camino que inventamos como una carretera inmóvil, como un regalo frente a la distancia.

Pero tendré que seguir leyendo en el María Moliner que el amor “es un sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo.”

“Alegrarse con lo que es bueno para ella”, no pongamos final ni principio y quedémonos en esa digna tardanza sin hablar ya más de la propia vida. Ya Aristóteles contó que ante los deseos hay dos excesos: abandonarse a ellos y no sentirlos. Pondré por encima la libertad que aún me quede de la vida que me quede: el deseo que se vence a sí mismo.

miércoles, 2 de enero de 2008

Mi último deseo


A este escrito debería haberle puesto el título de la imagen: “senza titolo per il momento”. Quizá título no debiera tener, pero la intención es clara: mi último deseo. Quien me conozca, quien haya seguido el reguero de mis palabras sentidas cada día recientemente, no sé el tiempo -como una mariposa que se posaba en ellas, sabrá de mi, de mi amor por la palabra, de que el lenguaje de mano en mano me sirvió siempre, me emocionó muchas veces, hasta mudó mi rostro y provocó mi lágrima.


Llevo desde niño amando y respetando a las palabras, por eso quiero terminar los días de mi vida con la lectura letra a letra del “Diccionario de uso del español” de María Moliner, cuya tercera edición tengo en mis manos. Como su autora dijo su trabajo y su vocación era la lengua. No podía tener su diccionario - cuya primera edición obra en casa también, más palabras al uso que el de la Real Academia, su extraordinario prestigio está en “la conjunción de diversos factores “ como dice Manuel Seco en su prólogo –de paso su “Ortografía de la lengua española” es un tesoro.


María Moliner me enseña la disposición de los adverbios terminados en mente, sus topónimos y sus gentilicios, como van cayendo voces de acepciones antiguas no documentadas. María Moliner no me enseña a escribir, a llorar escribiendo aprendí leyendo, leyendo desde niño para a la hora de asignarme carrera yendo a la Facultad de Derecho correspondiente, mi padre decía que yo simplemente leía.


Quiero tener este último deseo, palabra por palabra, voz a voz, hasta que se me revienten dentro, cada tarde, para evitar un poco que se me haga tarde, dedicar un rato al “Diccionario de uso” de María Moliner. Déjame, María, poder como tú en la dedicatoria pedir perdón a los tuyos …“ les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado.”


Lo malo de mi caso es que no tengo obra. Mi obra es siempre ajena: los libros amontonados junto a la mesa, todos imposibles de leer, yo lo sé; las notas que de ellos tomo, las reseñas que incluyo en mi página web de literatura mes a mes; mi obra es dejarle el lenguaje a los demás y robarles el suyo; mi obra es, mi último deseo va a ser nada menos, que leer un diccionario, la novela de la vida que tienen las palabras: su origen, su uso, su destino.


Con ellas he vivido, con ellas moriré: cautivé a una mujer estudiando con ella la lengua para que luego opositó; no hice nada porque mis hijos leyeran y sin embargo las paredes de sus casas no podrán albergar los libros que leyeron, todos los que me robaron. No quiero pensar en su final, no tendrán tiempo ni sitio cuando esta casa esté vacía de quienes los han traído y leído ni sabrán qué hacer con ellos, cuando para mí han sido como una manera de vida.


Tuve la emoción en la red de acercarme a quienes respondían a mis escritos con cariño, con interés. Llegué más lejos, llegué a enamorarme más de cien mil veces de una respuesta, de una voz que me llamaba, escribí una novela cada tarde a medias y hasta las puertas de mi casa estuvieron abiertas sin contener el abrazo a alguien que le debía tantas veces en la red. A la vista si hizo falta. Nada he ocultado jamás que lo hubieran creado las palabras, esa es mi amante cada día, cada instante. Pude así escribir honestamente cada vez: te quiero.


No sé hasta dónde llegaré, hasta donde tenga fin mi vida, pero mi último deseo es leerme entero el Diccionario de uso del español. Qué haré yo si no lo puedo usar, no quedarían de mí ni los restos de lo que pude ser.


Éste es mi comienzo: Palabra (del latin parabóla): “Conjunto de letras o sonidos que forman la menor unidad de lenguaje con significado” María Moliner “DUE”

martes, 1 de enero de 2008

Hice memoria

Terminé el año manteniendo la distancia porque sino en la vida duele todo cuando te acostumbras a ello, cuando sabes los orígenes antiguos o recientes. Terminé el año con la cercanía propia de quién estuvo en mis orígenes, su memoria lo recuerda, lo cuenta como si lo hubiéramos mal vivido adrede, pero para mí fue ya como una advertencia del placer de leer la vida entera y a él le quitaron el habla, dice, y dice bien que aún no se la han devuelto. Yo a estas alturas de nuestra vida voy colgando en este medio inmediato y poderoso, cosas que recuerda su memoria.

Terminé un poco antes el año –no iba a ser menos- con su mejor obsequio: un libro que olía a libro viejo, páginas amarillentas, summa literaria de las obras completas de Herman Hesse. Nada más abrirlo su impecable y exacta dedicatoria con su lápiz viejo: “Regalar un libro a un librero es como vender miel al colmenero. Es por eso que le he añadido “el dolor burgués de Mauriac: “Nuestro dolor es ya un lujo: Poder retirarse a rumiar el propio sufrimiento, poder encerrarse en una habitación a llorar ya no es sufrimiento.”

Bien lo sabes porque ambos tenemos propia habitación, propio sufrimiento, aunque el mío anoche tuvo tintes hermosos que dejaron señales.

Y nada más quiero decir hoy sino transcribir esa pequeño recuerdo infantil por si alguien me sigue considerando niño, que así debe ser, que así lo establecimos.

MEMORIA DEL TITULAR DEL BLOG

"Traigo hoy una brevísima referencia del titular del blog que, no por anecdótica, me parece menos perspicaz y premonitoria.
Por haber nacido al estallar la guerra civil y dado que, en aquel tiempo, se cultivaban por aquí y con fervor tales adicciones, no se le pudo bautizar hasta que terminó la “Cruzada” –delando tras sí y mediante un golpe de estado bajo palio, un millón de muertos por diferencias de conciencia.

Tendría entonces el titular del “blog” tres o cuatro años. Y teerminada la solemne ceremonia en San esteban, la familia e invitados y al pie mismo de la pila bautismal, le preguntó el oficiante todo ufano, si le había gustado. Su respuesta fue terminante y lapidaria:

-Ota ves, no

A mis setenta y cinco años hago mías –sin quitar ni añadir tilde, sus palabras, ya que cuando fui protagonista, tendría menos de un mes de vida y me faltaba el habla. Y me sigue faltando, que me la quitaron entonces y no me la han devuelto."

S.M.R.

Te quitaron el habla, que tú quisiste tener, pero no la prodigiosa memoria de emplear las citas sin leerlas. A mí anoche me trajiste –eso dices, como miel al colmenero, más miel, un libro entrañable y viejo.
A mí anoche me llamaron mi niño otra vez para que lo recuerde siempre.