miércoles, 30 de mayo de 2007

Tipos de insomnio

Hay muchas e insistentes maneras de no dejar dormir al sueño, de recurrir con el pensamiento a recordar las maneras que tuvimos de equivocarnos. Eso produce rechazo, insistencia para quitarle comodidad a la propia edad de seguir vivo. Ésa podría ser una manera, porque la vida suele tener un sentimiento de culpa y cuatro cosas más.

Te vienen, en otras ocasiones, como con voz de sabio antiguo, los recuerdos antiguos, los que ya no sabes si son memoria o una manera que te inventaste para salir vivo ese instante. El hombre es uno y sus recuerdos, y se agolpan, te quitan el sueño y te obsequian con el insomnio que no es exactamente no tener sueño, es mucho más, como una falta de confianza por lo que has hecho. Ni lo entienden ese insomnio los médicos, ni tiene remedio, se te hace larga la noche, nada más, nada menos.

También en los insomnios, se te vienen de golpe el escándalo de haber tenido amores, cómo los derrumbaste y cómo se llevaron de ti tu cultura y tu manera particular, tu energía, tu propio espacio, la hermosa rendición de amar adrede, la voluntad de entregarse, susurrar por las noches para provocar un inefable insomnio, la magia exuberante del sexo hecho, la golosa lentitud de los adultos, cómo colocarse, precisamente para que el propio insomnio sea excitación siempre.

Hay unos insomnios muy molestos: los de no estarse quieto, no los arregla nadie, hasta tienen tal poder que evitan los dolores, mandan más, eliminan la sabiduría de tu propio cuerpo que le dices el sitio y te lo cambia adrede. Ya no sabes el hueco, quizá porque te falta precisamente hueco, la disponibilidad de tu cuerpo, su obediencia quizá porque le falta el espacio que le debe dejar otro cuerpo, el resumen de su mundo y su forma. Todo puede arreglarse con la fiebre amorosa de los cuerpos.


Ahí existe un cruce que no tiene cumbre sino repeticiones. Todo quizá en la vida puede mejorarse con esa especie de asombro y de compañía, no hay insomnio que valga, ni inquietud, ni recuerdo, ni memoria, queda entrega, historias ya cumplidas, lo que le dijimos a la vida y a cambio el pago del silencio de la vida.

Os confieso que me he empeñado que se me acaben los insomnios como sea, vamos a ver qué hacemos: anoche el sonido previo de una danza árabe; convencerme que las equivocaciones fueron también poso de aciertos luego; que mi casa, mi cama es un hallazgo de mi tiempo demasiado hermoso, me obliga en una especie de autogratitud al descanso; que lo que me parezca poco es demasiado; que me queda todavía una fortaleza verdadera porque siempre supe repartirla entre los demás tiernamente.

Si alguien fue capaz un día de quitarme el miedo a la noche, el insomnio al fin y al cabo es una mala noche a la que hay que perderle también el miedo. Voy a ver si soy muy imprudente y le planto cara a cualquier clase de insomnio: dejarme el libro abierto, que me espere pero que no sea insistente; huir de cualquier gesto de desánimo porque me traen a todas horas ánimo, desnudo y completo.

Prometo la cálida sensación de no volver a tener insomnio, en todo caso, demorar un poco el sueño para acordarme de mi mejor sueño en un gesto largo de aprendizaje y una deuda que no puede saldarse. Sólo con el sueño.

jueves, 24 de mayo de 2007

Habla con él


La imagen y su título en la red son exigentes y necesarios: ¡habla con él!. Ya sé que muchas veces se hace amo el silencio, elimina la mentira, pero deja el hueco, el terrible hueco siempre se produce. El hombre es un ser lleno de preguntas, es una especie de herencia atravesada y única, las que formula y las que se calla como buscando en el silencio la posibilidad de sobrevivir, de no ser inmoral a los roces y a los daños, ver así simplemente cómo es la vida después.

Pero debes hablar con él, es una pedagogía que pesa sobre la figura de las personas sobre el suelo. No hacerlo para algunos supone siempre una congoja, hacerse más preguntas, como vivir sin noticias cuando todos necesitamos las noticias de las personas a las que hemos llegado.

La vida tiene siempre un rincón para cierta felicidad y yo le diría a mi personaje gráfico, que no te dejen ni una noche con los mimbres necesarios para terminar durmiendo en ese espacio tan pequeño. Pero antes llega a él con respuestas sobradas, no te tumbes tan siquiera con una sola duda, con una extrañeza, prefiere la sabiduría del conocimiento, que hablen contigo, que te digan, que sepas.

Poco me gusta escribir en tono de terceros, procuro anticipar siempre antes la primera palabra, también la primera persona del singular. Las incertidumbres prefiero quedármelas yo solo, escribirlas así, casi temblando, a la vez que interrumpo mi edad, mi sueño de hace un día, la densidad del tiempo. Pero no es cierto que la densidad del silencio te lleve a mejor puerto. ¡Habla con él! ¡Hablaré con ella!

Si os dais cuenta hasta en la figura del hombre hay una especie de sonrisa que mira ella. No tiene otra razón: le acaban de dar pie para la conversación, una forma de conocerse, de construir un cauce de partida doble para decirse cuatro cosas y no callarse luego nada.

Sin defensas, sabiéndose queridos, entre ellos y los que vienen a verlos, una postura de reposo, la suerte de cada uno, la edad de seguir vivo. Todo se encuentra: los estímulos que necesita cada uno cada día, el tegido de las experiencias, las formas de ser queridos por quienes quieran acercarse al cariño, el estilo, el equilibrio entre la lengua y el pensamiento, los acontecimientos.

¡Habla con él! como si escribieras, como un perfecto verbo intransitivo, establece esa ecuación y pídesela luego a él. Ese punto de exceso que a veces tienen las palabras es la vida cotidiana, la gloria y la rutina, llega hasta los niveles de hondura y de sinceridad que no te hará perder el puesto, habla porque todas las enfermedad graves son ante todo enfermedades del lenguaje.

Pues le digo a los personajes de la foto, entre las palabras siempre impresiona al decirlas, para quien las escucha, los ojos bellos y separados. Yo siempre he sido un pensamiento en busca de un lenguaje y ése es mi consejo porque sin hablar dos seres solo se compone por muy cerca que se encuentren, en soledad, distancia y el alto precio del silencio

viernes, 18 de mayo de 2007

No lo asumo


Hay distintas maneras en la vida de encajar como entre rejas de uno mismo, límites que ésta te impone. Creo que existe antes que nada el derecho y el deber a la resistencia, puedes luego bajar los brazos a la altura de una altura cómoda –llamémosle un nivel contemplativo y tuyo- o seguir alzándolos como la búsqueda de un reencuentro de lo que tenías para ver si puedes todavía fascinarte ante lo que parece imposible. En suma, asumir o no querer hacerlo.

Yo me escondí bastante cuando la vida me puso la primera barrera detrás de algunos libros, viví a fondo las ficciones ajenas, me las fui creyendo para poder reconstruirlas como si fueran propias. Era mi tarjeta de visita porque lleva razón Juan Cruz: “la ficción es un modo de visitar la vida. La realidad da más rabia.” A mí me daba tanta rabia que no me la creía, el verbo asumir no estaba en mi diccionario, la derrota o el fracaso, menos, e interrumpir la propia vida no tenía otro nombre que hacerse viejo, más bien asumir que ya eres viejo.

En cuanto pude me fui a ver la calle, los mismos sitios eran lugares de entusiasmo, los reencuentros parecían historias de amor nuevas, y esas calles que no dejan ver la calle me admiraban porque por ellas transcurrían gentes con su misterio pero que yo pensaba no tenían nada que asumir. Iban de chaqueta limpia, manos en el gobierno de los afectos de otras manos, parecían todos sin defectos, si hablaba con ellos andaban insaciables de palabras y actitudes, todo nuevo o al menos todo cómo lo tenían antes.

No nos planteamos demasiado tener las cosas como antes, quizá sólo lo piensas luego, aunque hubieran fracasos, desganas, rutinas prolongadas, esperas de fin de semana, pero como antes. No somos capaces de pensar que algo de pronto te limite lo que tenías normalmente, pero ocurre, te llega y te vence, derrota las partes más blandas que tenías, se hace con ellas en forma de aviso, de advertencia, ya no puedes, ya no puedes.

Siendo la misma persona me encontré de golpe, eso, con el límite, pasé su desarrollo, me trajeron el dolor, que sin embargo forma parte de la vida. Bueno, pues dentro de esa nueva unidad, con pases de resistencia quiero seguir haciendo lo que hacía. Ni una cosa de menos, es ésa mi osadía, mi forma de resistencia, mi guerra íntima, mi autoestima, mi confianza.

Si alguien se atreve a advertirme, es que no puedes, no lo ves que no puedes, le pondré tiernamente mi mirada donde tenga su mirada, le mentiré, impondré ese dominio, ese relato, esa ficción que me encuentro cada día, esa forma de visitar la vida. Dejaré a ratos los libros en la mesa, y eso que fueron ellos los que me enseñaron a vivir lo que he aprendido para poder vivir; levantaré mi rostro, alzaré mis brazos, negaré las conveniencias y seguiré buscando e intentando lo mismo que tenía antes.

Ante esa circunstancia seré obsceno y obstinado, reinventaré estar como estaba antes, de cero a diez como en una encuesta por teléfono me calificaré con diez. Viviré si es preciso sólo con la vida, con la vida que me fabriqué, que tenía antes, así me sentiré más fuerte, cambiaré resistencia por la ignorancia de una escasez de algo que tuve.

Y por último me echaré a correr 42,195 Km. igual que lo hice antes. Que nadie venga ya a esperarme a la meta, me bastaré yo solo, por eso no lo asumo ni lo asumiré nunca. Me lo prometo.

martes, 15 de mayo de 2007

Alumno de ella



Hoy me convendría no hablar de mí mismo, prefiero dejar todos mis tonos sueltos y hablar del mundo ajeno, de alguien que me lo enseña a ratos cumpliendo a secas la altísima responsabilidad de vivir.

No es suficiente una cultivada capacidad de lucha y mantenimiento, quiero ser becario de una enseñanza más difícil, más comprometida: llegar con el mejor maquillaje, los atuendos más dispuestos a donde sólo espera, nada menos que capacidades para seguir viviendo, sin preguntarse qué dejo en el camino, porque me puedo quedar entre medio de ése mismo camino, y sin embargo hasta el mundo para esa prodigiosa enseñante de la vida, le parece bien hecho.

Es íntima, difícil de conocer, espontánea, ajena a intimidades que no sirven ni a los íntimos pero invitada ideal para cualquier intercambio. Desprende autoridad, gracia y belleza, es una madrina de masas en la individualidad, una estrella del espectáculo personal para poder acercarse luego a ella. Invencible para no darse nunca por vencida porque el vencimiento siempre es aplazamiento, pura estirpe celta, con la misma tradición gallega del autor del Quijote.

Aparece cada vez como con una pintura nueva sobre pintura ya corrida, ésa la deja para espectadores lejanos que no supieron acercarse ni llamarla por su nombre, puro de luz, iluminada. Ocurre, si por el contrario sientes la cercanía cerca sin medir las distancias que pueden producir esos instantes únicos de los ojos en los ojos, que es la plenitud de la mirada, entonces eso también forma parte como una doctrina de la vida que predica y practica responsable de seguir viviendo.

Jamás leí una línea de ella desarmada, siempre tuvieron ida y vuelta por el rigor de su enseñanza, entra y sale escribiendo, breve, rotunda, una palabra suya suelta viene nada menos de sus posibilidades con contabilidad de sueños en ese escenario personal, duro, implacable. Parece que ya lo dejó atrás para siempre, que fue tal su fortaleza, que tiene tanta resistencia que ya no tiene escenas áridas, nunca supo contarlas pero sí, sin explicarlas, esquivar cualquier miedo absurdo que tenemos los demás.

Dificultades para qué os quiero, dadme fuerzas, devolverme el porqué sois dificultades -parece decirle cada vez con su lenguaje propio, a todas sus posibilidades- como un aburrimiento hambriento para poder seguir viviendo. Así le planta cara a la vida, hace cuando te lo cuenta que cada emoción tenga el soporte de ser la primera emoción, recupera cada vez la primera vez, y eso nadie lo hacemos, nadie sabemos hacerlo, preferimos inventarnos otras veces.

Por eso quiero ser alumno de ella, desnudo, emocionado y medio perdido en la selva de las emociones. Quiero que me enseñe a dejar impagadas las facturas elevadas de los malos recuerdos a mi nombre; la estrategia de sonreírle siempre a cualquier cosa; quiero una beca de aprendizaje en los lugares extensos e insistentes de las enfermedades que no las curan los años, las hacen impertinentes. Quiero su capacidad de ser capaz, no sé, de lo que venga, de las cosas que se acercan para hacernos daño porque enseña la prodigiosa manera de no tener que alejarse.

Quiero y necesito su insistencia en el aprendizaje de la vida porque uno tiene que vivir más de cien años. Me he acicalado para esperarlos por encima de cualquier circunstancia. Tengo siempre todo listo: ese mundo de afectos en un rincón tranquilo, fijándome siempre en el amor aunque sea en los anuncios, en el amor sobre todo a la vida por la altísima responsabilidad que tenemos de estar vivos.

Si alguien se da por aludido por lo que digo, que lo haga, que se de por aludido.

viernes, 11 de mayo de 2007

Maneras de alcanzar el cielo

Hay muchas maneras de alcanzar el cielo, pero hay una especialmente hermosa: buscarla en el cariño ajeno, en la memoria de un antiguo amor, en el recuerdo de un ser ya desaparecido, en quedarse quieto hasta que alguien te llame o insista en el tierno tema de darte su mano. Hasta yo he visto en ejercicios de diseño gráfico, cielo en los mismo ojos de los seres queridos, en los bordes de los sueños, desenfocados pero ciertos.

Una forma que me seduce y es muy cierta es a base de mantener las sensaciones o escribiéndoselas a alguien o por el contrario dentro del más puro silencio. Escribir me da muchas veces miedo, es como una firma lineal al pie del contrato de la vida, un riesgo, un recibí sin que sepas a dónde vas a llegar. Pero es curioso se me pasa pronto el miedo con que haya una sola persona que entienda, que sepa las razones de mis sinrazones, lo que intento abarcar, a dónde quiero llegar.

Y ya lo he dicho, quiero llegar hasta el cielo, como una imagen luminosa y bella que no tenga horizonte. Sobre todo que no tenga fondo ni profundidad. He intentado alcanzarlo, razonando y reflexionando, siendo lógico, pero no me es posible. Necesito salir y para salir de situaciones difíciles un espíritu de riesgo, unas ilusiones que no me va proporcionar su cumplimiento, nadie. Por eso me echo a la calle, soy muy osado para poder disfrutar más hasta el colmo. A lo mejor es un pequeño detalle dirigido hacia alguien, pero tiene forma de cielo, de algo que no está al alcance de cualquiera.

No puedo ser serio porque muchas veces se me mezcla la seriedad con la tristeza, tengo que ser un niño con niñeces incumplidas, una mano tendida para enlazarla enseguida. Tengo que ser primerizo y audaz, que venga alguien luego a contarme la serenidad. Yo tendré un camino recorrido que si hay que devolverlo no tendré más recurso que el cariño. Yo me habré ido construyendo así la vida, nunca podremos saber cuál es la cierta o la equivocada, pero sobre todo, ante un final de camino no voy ni a preguntármelo.

Tengo un proyecto: voy a intentar despertarme dos veces más cada mañana, con una no tengo bastante. Levantándome sólo una vez tengo medio perfil, me siento muy incompleto, no puedo acumular todos los datos y todas las sensaciones, es tan poco rato. A ver qué pasa si pruebo a decir, voy a empezar de nuevo, siento el cielo de lo difícil muy difícil y muy lejos, me parece como si no hubiera pasado nada antes.

Voy a buscar la insistencia de mí mismo cuando me guste más ser yo mismo, ese don que tiene la historia de poder repetirse en cualquier momento porque cuando me gusta la vida, nunca me es suficiente, cuando alguien me atrae se convierte en la atracción más irresistible que haya sentido jamás, cuando alguien no me basta, no me basta, insisto en pedirle más.


Me voy a empeñar hasta en envejecer más rato si se acerca a la suficiencia, al placer, a lo que depende de uno, al cielo propio. Lo minúsculo de cualquier buen momento voy a hacerlo grandioso, quiero un hoy que me sirva para subirme, levantarme porque la añoranza es un estorbo y la nostalgia una calamidad.

Voy a buscar como sea mi manera de alcanzar el cielo como si mi intento fuera una caricia y le dijera al cielo, por favor, quédate más.

jueves, 10 de mayo de 2007

Las misma cercanía

Te fuiste unos momentos de mi lado, como si hubieras cogido un tren diferente de la vida, quizá yo mismo fui el causante indicándotelo como un guía desorientado o demasiado hambriento. Quise enseguida rectificar con las palabras cuando lo nuestro no tiene nada que ver con el lenguaje, usamos códigos diferentes que no entiende la gente. Pero no hizo falta, fue tal la lluvia de necesidades que sentimos, que te noté de nuevo de inmediato a mi lado, nunca dejaste de estarlo porque hay magias que no se pueden dividir nunca en dos pedazos.

Alcé la mano para saludarte en la fascinación que habíamos creado y observé que esa mano me saludaba a mí mismo, era la misma de devolverla por las noches –tres líneas escuetas y un teclado al que le he enseñado teclear casi en silencio-.

Esos momentos fuera de mi lado no me quedaba ni memoria para recordar mi nombre, te llamaba por señas, señas decididas para mantener algo similar a la tersura de una cama bien hecha. Volví a emplear mi pequeña mecánica, la ira de la melancolía, la imaginación despedazada, el ensueño de volver a hacer, nada especial, lo mismo de todos los días: un gesto en las mañanas prolongadas, unas palabras sueltas en las tardes y el intento del canal del sueño cuando no teníamos todavía sueño.

Te diste cuenta: empezamos a repetir, idénticos gestos, maneras, insistencias, un lenguaje travieso y generoso, el instinto de los pasos cortos, tus mareos, ese empeño en callártelos, todo, todo de nuevo. Llevamos una liturgia aprendida demasiado tiempo, con un prestigio a cuestas que no puede quitárnoslo nadie, un poderío como fragmentos de la vida dispuestos a nuestro antojo, apartados, out, pero vivos cuando viene el regocijo, sin señales especiales de compañías imposibles, con veracidades a oscuras muchas veces que suenan a mentiras ajenas, da lo mismo para mantenerse algo vivos en el mismo camino.

Ves, hoy estoy escribiendo como si fuera un relato: una partida en un tren diferente, unas voces, un reencuentro casi al instante, porque ahí el tiempo ha jugado su mejor pasada, la brevedad de eso que se llama el instante, la cortedad insoportable de volver a tener los hechos ciertos que teníamos, cómodos, conformes casi inmediatamente. Ves, estoy como escribiendo una historia que no tiene historia, nada que contar y nada que ocultar, nada que entender. Nunca fue mi oficio contar historias inventadas, recuerdos de la vida que no tuve, sitios y maneras de andar por caminos que nunca anduve. Tengo ya el hilo corto, y siempre cuento el mío, rebobino y vuelvo a tenerlo cada vez, cada mañana.

Pues terminamos el relato sin tener ni relato, momentos diferentes, breves, duros eso sí, pero la tranquilidad de saber volver al sitio nuestro, sin tener que darse explicaciones porque hace tiempo lo que se podía explicar ya nos lo explicamos. Hace tiempo que nunca separamos los raíles de la vida, por eso no supimos, nos lo gritamos, para nada, como hace la gente verdadera de sentimientos verdaderos, para poder recuperarlos luego.

No había relato, tan siquiera, como un niño lleno de un alma de la que nunca tiene bastante, una forma de pedirlo diferente y de nuevo en el mismo camino que es difícil, dolores que sin embargo al final siempre aportan algo de equilibrio, inestabilidades aparentes, el poder engañoso de violentar las distancias y al final la misma cercanía, sin pensar que el carácter no es una forma de destino, si no por el contrario, protegerse, cada vez y cada día de la misma manera, con la misma moral, con idéntica cultura.

lunes, 7 de mayo de 2007

Razones para combatir la noche


…Si no puedo evitarla desde cualquier verso suelto, basado en una inútil poética, en la asunción del silencio.

- Quizá la más poderosa, que la literatura ya no tenga tregua para mí, que prefiera amar tanto a los libros en olvido o detrimento de cualquier otro amor, físico, vulnerable, a base de caricias sobrantes. A la manera de “Sóniechka”, que la lectura sea una forma de locura, que la empatía por la letra impresa, me acorte la noche porque me acerca al día donde todavía está abierto el último libro pendiente, abierto. En trance desde la esa página, sin tregua hasta que lo cierre. “Una especie de genialidad para la lectura” como Sonia.

-Que tenga entre la colección de títulos para la vida, un todavía, sin razón de parentesco, causa o motivo, pero que no le falte tiempo a quien de razón al título porque todos tenemos los mismos minutos, los justos para ese todavía.

- Que nada ni nadie me va a hacer daño, ni el que produzca el roce de destinos diferentes, con las sábanas igual de cortas, la colcha puesta, el amanecer esperando para los buenos días dichos despacio. Dañina nunca será la espera si tienes algo a cambio, si te comprenden sin explicación, sólo con verte o con adivinarte por leerte, sin olerte.

-Que alguna vez arreglaré mi vida cuando no me quede casi vida, antes de que me agote, me consuma, se me caiga la mirada por la calle, me vaya quedando sin posibilidades, con el descuento de mi forma de caminar ya por la vida, con la cultura de la vejez que no me enseñó nadie.

- Que encuentre una forma de huir del sufrimiento como si fuera el desempeño de un oficio, atractivo pero mal pagado. Sufrir siempre tiene un misterio, un destino, una soledad detrás, un intento de sobrevivir como si estuvieras bien para acabar estándolo, un silencio a media tarde, esperando la noche que es cuando te avisa lo que estás sufriendo.

- Que mi forma de querer a la gente, también como la lectura, es una especie de locura sin tino y sin cura, que echa raíces incurables sin que haga uno nada por evitarlo, en una especie de recorrido propio, una llamada ajena cuando tienes los ojos apagados.

- Que todavía no puedo quitarme las ilusiones de encima, aún me quedan, no sé cómo acabar con ellas. Por otro lado me sirven para estar conforme, son como cosas inventadas, recuerdos falsos de una vida que no tuve, me atenaza todavía a ratos la piel como una intemperie a la que todos estamos sometidos.

- Que he encontrado ya la manera de a la mitad de la madrugada no tener tanto frio y tanto miedo. ¿Cómo? Repasado una y otra vez las razones para combatir la noche, hasta acabar encontrándola ancha y agradable, acogedora, donde no se me puede escapar el hogar ni el sueño de vencerle a la misma noche, en una especie de acomodo mental y carnal de lo más confortable.

domingo, 6 de mayo de 2007

La poética que ya no me sirve


Cada vez que escribo pienso que utilizo muchas veces una poética que ya no me sirve, me hace falta eliminar cualquier filtro y que se convierte en ese destino que busco, rotundo, concreto, sin ningún tipo de matices. Algo parecido he dicho alguna vez y por eso lo repito. Necesito lo ideal y lo posible de lo que me quede por vivir. Y si puede ser hasta lo imposible. Yo no creo en el futuro, el tiempo juega en mi contra y el recurso final de mis palabras, es preciso que sea un auxilio verdadero como si me quedaran mil años para decirlas y escucharlas, pero me cansan ya todas las esperas sin tener nada que esperar, me siento muchas veces ya sin sitio.

Soy capaz de evitar todas las preguntas a cambio de la tranquilidad y la paciencia, de ir despacio porque no me queda prisa, de practicar el llanto cuando nadie me vea, es una expresión tan válida como la sonrisa, puede ser una escasez que libera, pero deja siempre luego una huella permanente. Todo eso en este tiempo mío en que no espero ya a nadie, ni nadie me espera como un desconocido que se explica sin saber si le entienden. Me importa poco el pensamiento ajeno por estos pensamientos míos, ando ya tan saturado de dolor y de callármelo que el juicio ajeno lo voy dejando cada vez más fuera.

Parece complicado lo que quiero, pero no es así, en el fondo necesito algo casi doméstico, propio, una puerta siempre abierta para encontrar a alguien, una palabra casi al pie de lo que escribo, una conformidad, un entendimiento. No tengo bastante con los libros que leo, luego de leerlos quisiera poder vivirlos a pedazos como una especie de hallazgo que no tuve a tiempo. Es más fácil, de verdad, lo que quiero, la poética de lo concreto, los brazos para bailar abrazados o para estarme quieto cuando me sienta mayor, cansado y que me digan en ese momento que quieren bailar conmigo.

Hay unos ápices de demandas que llevo mucho tiempo dejando sueltos, esos son los que me hacen viejo, que los sueños siempre se me estén yendo porque nunca haya podido vivir ningún sueño, que cada verso que me viene suelto entre líneas de cualquier libro, más que escribirlo, hubiera dado todo por vivirlo. Siempre me ha parecido pertenecer a ese mundo de las manos abiertas: “Lo que nos queda palpita/en lo mismo que nos damos.” Llevo dando y me palpita y lo que necesito es bien sencillo, otra cita de algún libro, notar en la escritura ajena canciones machadianas “que dejen cenizas en los labios”, que no me quede sin bailar el último baile, ese que no podía, el que no me alcanzaban ni los pies ni las manos.

No, no es esta la madurez que yo esperaba, salí a la calle cuando no podía, me asomé a la ventana y he llamado ya demasiadas veces casi a voces. Esto se parece a una vejez a la vuelta de la esquina. Ya sé que vivir degrada, pero necesito un residuo compartido frente al desgaste general que viene luego, sólo un residuo, una forma de ver lo mismo y de decirlo. Parecía sencilla la vida y luego va –lleva razón Houelleberg- y no tiene salida. Saco cuentas con él porque hace tiempo que me hice amigo de sus libros y voy entendiendo que hasta ni las palabras me sirven, destruyen cuando es lo único que queda. La búsqueda de la felicidad –es verdad- impide sentirla ya de cualquier manera aunque pueda estar cerca, te la tienen que dar más cerca, mucho más cerca para sentirte bien en el acto.

Para no tener que escribir estos falsos homenajes a lo que no puedo tener, excusándome en el dolor como si fuera un estado previo a mi lenguaje, a mi lenguaje de siempre.

sábado, 5 de mayo de 2007

La vida no me cunde

Si pudiera se lo diría con rencor a la propia vida, no me dejas vivir, no me cundes hace ya demasiado tiempo. Existe una necesidad propia de calidades en la vida más por lo que uno es que por lo que tiene, lo que tengo me bastaría, pero existen añadidos, avisos del dolor que viene cada día y yo no quiero aguantarlo, necesito dar los pasos largos, llegar a cualquier parte sin un falso cansancio, eso haría que me doliera menos la edad de los demás, que me quedara con la propia, que disfrutara más despacio los sueños.

Al no tener la calidad que necesito, que le exijo con rencor como he dicho a la vida, se me va deteriorando todo más deprisa, ya no son las cosas, los logros, mis propias aspiraciones, es hasta el tacto, hasta la memoria de cuando tenía otras calidades, me comía el día, si hacía falta de la noche hacía una prolongación del día, y ahora en cambio, la noche no la puedo evitar, la utilizo muchas veces para el llanto y nadie sabe lo que dura realmente el llanto, pero es muy cómodo llorar por las noches.

Tengo golpeadas las entrañas, se me hace casi todo difícil, tengo la actualidad de los dolores que aplacan, que hacen olvidar hasta las penas más antiguas, siento ya el peligro de no acordarme donde estaban mis fuerzas, la pena de perderlas, ahora utilizo la respiración a pleno pulmón, pero a pesar de ello se vacían deprisa mis moldes de resistencia.

Por eso escribo algunos días, porque es una forma de escaparme de la vida, del rencor que le tengo y de la necesidad de la misma, pero de otra manera. Por eso leo, lleva razón Nativel Preciado cuando dice que “hay una literatura para olvidar y otra para comprender”. Por lo visto yo solo la utilizo para el olvido. Hay calidades en la madurez, sabidurías que no puedo ejercer como una especie de resignación que huele a fracaso prematuro. No me importaría reconocer mis limitaciones, mi camino corto y quizá poco brillante, pero que la vida me deje al menos terminarla bien, en los huecos de sus brazos cual si se tratara de una mujer con la que quiero prolongar los besos, si al final se trata de la imposición de la muerte cuando llegue, pues quisiera esperarla, firme y poderoso para que venga a quitármelo todo, pero habiendo podido disfrutar de un final más decoroso, que este tiempo no sea un descuento por lesiones, el descuento lo admito y lo agradezco, frente a las lesiones me rebelo porque de eso, precisamente de eso no tuve nunca ninguna culpa.

Llevo ya tiempo que con tantos libros y tantas palabras propias y ajenas, me parecen ya una aduana inútil llena de preguntas luego que no sé responder. Si es más fácil, con lo poco que sé, que la vida me deje saberlo y vivirlo, y compartirlo pero más cálidamente, con sentimientos nuevos de diario hermosos y bellos, con sonrisas, con la forma que tengo de acercarme a la gente que es un timbre de gloria, un aviso, ahora llego, vamos a verlo todo, todo mucho mejor.

Así se me acabará el rencor, así tendré más paciencia cuando no me salgan ciertas cosas, así me sentiré igual de humilde y verdadero pero con calidades a las que tengo derecho. Quiero comerme la vida mirando a alguien, hablando con alguien, en mí casa con la energía propia como decía en otro sitio, o fuera donde explotan los días, fuera con la gente porque me gusta demasiado la gente. Mi instinto me obliga enseguida al sentimiento, a querer a alguien, contestar, qué tal estás, yo muy bien.

Tengo tantas cosas todavía que hacer, que el tiempo se me ensancha, me hace huecos, me deja sitios para cultivar mejor mis cultivos, pero para eso necesito que me cunda la vida, que me devuelva calidades que tuve hace años, cuando me cundía mucho la vida.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El derecho a sentir en voz alta


Todos tenemos de alguna manera en la vida el derecho a sentir en voz alta, pero dónde y cómo es más difícil de precisar. Existe en todo ser humano como su fondo de recuerdos anteriores y del momento, cosas que decir y que alguien nos las sepa escuchar. Eso ya es más difícil. Cualquier escritor que de la escritura ha hecho que forme parte de su vida, si ven la luz sus escritos, ahí tiene no solo su pago, sino el festín de su desahogo, junta su escritura y la lectura ajena, se completa el ciclo, se hace una profesión con público incluido.

Pero otros seres humanos estamos cargados de memoria sin descargar, de momentos actuales cálidos y únicos que necesitamos compartir, como si fuera en voz alta, con respuesta a nuestras voces o sin ella. En esta prolongada etapa de mi vida demasiado quieta he utilizado muchas veces ese medio público de la red que lo puede escuchar cualquiera, las interpretaciones luego ya es un tema que puede aportar a veces satisfacción a esos desafueros o que alguien nos pueda tomar la nota cambiada, la palabra equivocada o quizá siendo benevolentes mal interpretada.

Mas no voy a evitarlo, me seguiré asomando a esa hermosa ventana para escuchar y romper mi silencio, mis pensamientos no se quedarán dentro con el riesgo de romper mi propio cerebro, seguiré fotografiando mi alma, sin colores ya, con tinte sepia permanente pero humanizada en mi esfuerzo diario de hacer así más míos mis sentimientos al contarlos, al decirlos en voz alta, al ejercer y a la vez calmar mi derecho y mi exigencia.

Hace tiempo que me duelen muchas cosas propias, fabricadas por mí hasta el límite muchas veces de equivocaciones incomprensibles, pero soporto tan mal ese dolor propio que tengo que contarlo, sacarlo fuera, construir así mi propia literatura de intento de olvido y de solicitud de comprensión, y para esa comprensión sólo pido la necesaria ternura de los tiernos, la serenidad de los suspiros enseñados, la pausa propia y la espera ajena, el inicio del abrazo nunca obligado sino espontáneo, sin turno previo, con la naturalidad permanente de alguien de bien con calidades siempre mayores que las mías.

Dicen que la vida es muy precisa, que te da lo que buscas de acuerdo con la forma de buscarlo, que hay un riesgo cuando se cumplen tus deseos, pues yo estoy aún en el riesgo, yo tengo cada mañana luego de cada rato de lectura la necesidad de buscar ese deseo en voz alta. No me doy por vencido aunque la edad y mi condición pueden inducir a ello, no me rindo, me sigue mereciendo la pena contar cada sentimiento y escuchar el ajeno. No pretendo en cada escrito hacer balance alguno porque saldría perdiendo, renuncié ya hace tiempo a llevar etiqueta de bueno, nunca hubo para nadie debes y haberes tan rotundos para salir al final con la autoestima por los suelos o con la cara gozosa del falso triunfador.
Ni he triunfado en la vida, ni quiero ya triunfar, por falta de tiempo y sobre todo de intención. Quiero ser como soy, escrito y voceado, que me tomen, que me dejen estar. Amo la eternidad de lo que venga, voy a seguir diciendo eso que me viene, lo que me quedo, lo que doy, la realidad de mis mañanas, mis auto confesiones donde quiero y a quien quiero. Aún me quedan ánimos, muchos ánimos para pensar en lo bueno, en lo que siento y decirlo en voz alta aunque me haya llegado ya el tiempo de no esperar a nadie.

Quizá unos tonos musicales, un libro que me gusta, una respuesta con el tono y el respeto que deben tener siempre las respuestas a lo que uno necesita decir, de alguna manera, en voz alta. Es una manera de unir lo que dices y tu propio silencio.

martes, 1 de mayo de 2007

La energía de mi casa


Siento como muy ciertas las palabras de Natividad Preciado cuando dice en su última novela, “sé que las casas conservan la energía de sus habitantes”. Mi casa, no es solo una propiedad, es un poderío, quizá porque me devuelve en bien estar las horas y las cosas que le dedico todavía. Hay un ocio muy importante apoyado en sus paredes, una comodidad, un sitio para cada cosa, todas sus puertas abiertas para que sus más de 200 metros parezcan aún más, para que nada los limite.

Mi casa ha vivido conmigo amarguras y tiempos lentos, siempre en ella procuré que sus habitantes tuvieran sus espacios, huecos propios donde vivir para luego compartirlos, y ahora que tan solo dos personas la ocupamos habitualmente no nos sobra sitio, ni nos falta, nos aporta las seguridad que no tenemos fuera, nos da una riqueza a nuestras actitudes y un lugar incomparable en el más lujoso espacio de este mundo.

Ya es nuestro viaje, una madurez reforzada, sitios donde apoyarse cuando mis pasos me fallan, una seguridad para el final que lo notas lejos cuando no debe estar demasiado. Para que en sus peores horas que son las que me trae la noche, tenga frente a ellas una defensa. Esa posesión y esa seguridad son una especie de codicia sana, una indudable preferencia. El mundo ya me ha enseñado en ciudades y pueblos parte de lo que podía ver y aprender, mi casa me va a permitir vivir lo que me queda por vivir, leer los libros pendientes, cambiarlos de sitio, ordenar su desorden.

Si fuera capaz de contar unas cuantas cosas de las que he vivido en esta casa estarían felizmente juntos mis recuerdos de la infancia ajena, ese momento de despedida en que te adjudica la vida el derecho a la soledad bien ordenada; contaría los actuales respetos de una convivencia prolongada por las calidades de quienes convivimos; los sitios propios intransferibles, documentos, libros, recuerdos, papeles sueltos, paredes mal pintadas porque las despintó la vida y sobre todo una comodidad inagotablemente hermosa que no soy capaz de encontrar vaya donde vaya.

Mi fortuna es mi casa, mi vida es mi casa, mi memoria es mi casa, el pasado y el futuro que me quede es mi casa. No hay remedio, pero lo acepto satisfecho como si estuviera todo aún por decidir cuando quedan tan pocas cosas ya. Mi casa son solo ya dos personas y qué placer se pueden dar casi sin querer con un mero ejercicio difícil pero muy bien pagado como si la convivencia fuera copular con una necesidad más amplia que la puramente física.

Hay una liturgia y una necesidad en esa convivencia si se llega a ella pero hace falta el apoyo espeso de las paredes de la casa, ir cubriendo así las necesidades del día y en una casa amplia y querida el deseo es siempre una búsqueda, un ángulo en el pasillo al que quisimos por primera vez y seguimos queriendo. Hay una necesidad de envejecer con la casa para envejecer menos o quizá más despacio. El proceso no se puede evitar, es como si quisiera que no se hiciera de noche, que no se me terminara el libro que estoy leyendo. O evitar también que mi difícil andadura sea cada vez más difícil.

Los males y los bienes que me quedan los voy a compartir en el sitio más hermoso que fui un día capaz de visitar y todavía puedo conservar: mi casa. Para que me de esa energía que me va quitando la vida. Es aunque pueda parecer lo contrario mi espacio libre, atractivo, que me permite todavía como alguien me pedía, seguir cultivando mi ocio más cultivado, la lectura y desde allí seguir sugiriendo libros que luego quizá no lea nadie.

Le debía este homenaje a mi casa.

El significado del abrazo
















El abrazo puede ser la búsqueda de una seducción o su culminación, una presencia que no se la convoca, como tampoco a una emoción, y viene, por el contrario, cuando uno menos se lo espera. O la respuesta que estamos siempre condenados a buscar, una iniciación, un término. Hasta cabe la imaginación de pedir ese abrazo y que la respuesta sea, hace ya tiempo que te tengo abrazado.
Tiene una elegancia y un rito del que carece el beso, una profundidad, una duración, un acoplamiento de los cuerpos necesario y exigente. Prefiero que me abracen a que me besen por la entrega que supone, por la comodidad, como quedarse sin vestidos, como si no lleváramos nada, solo el tacto, la postura, casi el hábito en forma de maestría.

Los besos tienen la forma inquieta de las palabras, los abrazos la serenidad y la seguridad de dejar siempre alguno pendiente. Su prestigio no depende ni de su duración ni del contacto. Tienen tanta hegemonía que permiten la única posibilidad de dormir desnudo, para hacerlo solo necesitas que alguien te abrace en un acomodo carnal de lo más confortable.

Si necesito el amor siempre como ser humano, me hace falta el abrazo, ancho, agradable con la presión precisa que necesita cada cuerpo. En mi petición de amor alguien me explicaba una manera de vencer el dolor: suspirando y abrazándose. De esa manera rompe uno el revés del dolor, le queda la desmemoria de la memoria, el territorio prestado de notarse en las miradas; el crecimiento de una madurez joven, la experiencia que se te escurre a veces sino te la soporta nadie, nadie con quien abrazarte.

Quiero cada día mi mejor y mi último amor, no he cambiado, ni cambiaré y me permiten la tozudez. Viviré de esas imágenes como las de los rostros que retoco cada tarde con los filtros gausianos que tienen la delicadeza de evitarme la noche. Vivo y vine para con ese invento que proporciona la vida del abrazo superar los años ya pasados y los que faltan; para abrazado apreciar el peso, el sudor y la edad de la persona abrazada. Me quedo en este andén de escritos míos para contar las cosas cómo las siento: o una aparición recién llegada o la plena historia de uno súbita y profunda.

Seré siempre así, a veces superándolo todo, otras fundido en un sollozo porque uno es mucho más hombre cuando llora cierto, seguro, inconsolable, sin que le puedan quitar ya el motivo. Luego tiene que venir el suspiro, el abrazo con un significado deslumbrante, abrumador. Ése es el término: o abrumas y deslumbras abrazando o deja los brazos sueltos porque no pueden servirle a nadie.

En cualquier novela de esa literatura inabarcable que quiero abarcar un día, en ese aprendizaje que jamás daré por concluido hay abrazos que arrebatan las caderas de una hembra; que traspasan el tabique de una lujuria bien ganada; hay una somnolencia de animales satisfechos; una forma de quemar todas las mentiras de la vida y convertirlas en deseo. En el abrazo hay un lenguaje de la piel cuando la piel se entrega, un intencionado cautiverio vulnerable, como una especie de llegada a la última parada.

-¿No me abrazas?
-Hace tiempo que te tengo abrazado.