sábado, 28 de abril de 2007

¿Quieres bailar conmigo?

Tuviste que enfrentarte en mi persona, con una quietud mal llevada. Era escasa mi movilidad, las cosas de la casa, los recorridos cortos, mejor ir a sitios acompañado. Pero te sabías la historia desde su origen, equivocada por la edad, imprevista, con unos antecedentes de vida que suponían lo contrario, mucha movilidad, una naturaleza imparable que un día podía buscarte para terminar su andadura quizá donde no queda mundo, donde solo existe un camino envejecido por los pasos de los enamorados.

Había que eliminar para siempre el dolor de cada uno de mis movimientos, la negativa del cuerpo a los giros que necesitan los cuerpos, había que enseñar primero a suspirar en los peores momentos, a rescatar las sonrisas que producían tus gestos, la insistencia mía en tu belleza, el misterio de tus axilas que te negabas a explicarme una y otra vez. Eran tus axilas y su misterio.

Tenías mucho que hacer con éste hombre, lo sentías muy cerca, pero querías verle recorrer el camino de llegar hasta ti con pasos largos y seguros, con la necesidad de llegar porque tu indómito carácter tenía sus huecos y estabas dispuesta a dármelos. Muchas veces hablábamos de tu boca amplia donde iban a caber todos los besos, desenredando la lengua con una confianza ciega en las personas que los dos nos teníamos.

Insistías mucho en la veracidad de tus conductas y las llevabas a cabo. Nada lo iba a alterar, sustituir las mentiras por el deseo es una buena empresa, un propósito sano que hasta podíamos contárselos a los demás, Cuando nos encontrábamos tu belleza me hacía daño a la mirada, terminaba cada vez como un poeta mal herido al que le sobran los versos por no poder decirlos.

En todo este tiempo yo he cultivado contigo mi manía de contarte mis secretos, eso me hacía cautivo y vulnerable para tu persona, de ahí que desde el primer día practicamos esa sana dependencia del amante sumiso, vulnerable como digo, pero a la vez exigente. Ésa exigencia consistía y consiste en seguirte, en saber cada vez, cómo es tu sitio, dónde y cómo te pones, mi exigencia es pedirte, mi dependencia es esperarte. Lo buenos que tenéis las mujeres es que siempre sabéis cuando hay alguien que os espera, que no se va a marchar, que no le cuenta el tiempo, sólo que lleguéis.

Pero todas mis confidencias, mis dependencias siempre tenían un límite que parecía puesto adrede: más que la distancia, era esa quietud mal llevada que antes te contaba, de la que muchas veces hablábamos. Y tú pensabas, es preciso como en un sueño que vamos a cumplir los dos, hacer ya del movimiento una seducción, un lujo, un imperativo, una obediencia para mi.

Ese sueño, esa necesidad produjo una azarosa coincidencia. Yo quería romper con tres palabras tu desnudez que nunca tuve, tú mi cercanía viniendo sólo un rato, sólo un rato para moverme cerca, cerca de ti.

Así se despertaron mis ojos, cuando sólo en ese cuarto, detrás de aquellos libros, como siempre, pero donde no existía nada más que no fueran nuestros sueños apareciste con la asombrosa desnudez de tu desnudo y dijiste: ¿quieres bailar conmigo? La posición precisa y exigente de tus manos, me hicieron caminar hasta ti, dejar en ese corto recorrido los fragmentos de mis dolores para siempre, abrazarme a tu maravillosa condición de mujer y danzar, danzar abrazado a ti con el poder que tienen los abrazos, los pasos suficientes para poder decir luego que había estado bailando contigo.